Cartas de un cura (9): La Pasión de Jesús
Cartas de un cura (9): La Pasión de Jesús
Nuestro amigo sacerdote nos comenta en esta carta, todavía referida a la vida de Seminario, su impresión al celebrar la Pasión de Cristo. Nunca la había vivido tan de cerca, ni con tanto detalle. Fue decisivo en su vida este encuentro con el crucificado. Hasta ahora había sido la imagen acostumbrada de su parroquia, la que “adornaba” la cabecera de su cama, o pendía de su cuello. A partir de este momento ya es otra cosa. Así lo cuenta el:
Estaba acostumbrado desde siempre a ver la cruz. Muchas cruces por todas partes, pero no llegaba nunca a conmoverme la imagen del crucificado. Me lo decía todo o no me decía casi nada. Era un hecho histórico que daba por supuesto desde que tenía uso de razón. Recuerdo que en mi primera comunión me regalaron una cruz muy bonita. Todavía la conservo, pero siempre ha sido un recordatorio, más que una llamada de atención. Una vez vinieron misioneros a la parroquia y predicaban empuñando en alto la cruz, y aquello si me llamó la atención. Era el modelo de entrega que me proponían. Un sacrificio por amor, pero no estaba entonces yo en condiciones de sacar una consecuencia para mi vida. Aún faltaba mucho que madurar en mi alma.
Al leer esta carta he reflexionado yo también sobre el papel de la Cruz en mi vida, y en la de todo cristiano. Es verdad que estamos rodeados de cruces, llenos de cruces como aquel Calvario de Lituania tan llamativo. Pero no nos paramos a pensar lo que ha de suponer para nosotros la Pasión y Muerte de Jesús. La celebramos pero no terminamos de asumirla como un acontecimiento actual. Para la mayoría es un dato histórico si creen en él. Reducido al espectáculo religioso-cultural que podemos admirar cada año en las calles de nuestros pueblos por estos días de Semana Santa. Y al leer esta carta, y comentarla, me he parado a pensar. Me he preguntado:-¿Qué es la Cruz para mí? Y he releído unas reflexiones que nos ofreció en su momento el Papa Emérito Benedicto XVI. Copio algunos párrafos que merece la pena considerar:
El vía crucis no es algo del pasado y de un lugar determinado de la tierra. La Cruz del Señor abraza al mundo entero; su vía crucis atraviesa los continentes y los tiempos. En el Vía crucis no podemos limitarnos a ser espectadores. Estamos implicados también nosotros; por eso debemos buscar nuestro lugar. ¿Dónde estamos nosotros?... Su muerte fue en acto de amor. En la última Cena, Él anticipó la muerte y la transformó en el don de sí mismo. Su comunión existencial con Dios era concretamente una comunión existencial con el amor de Dios… Está claro que este acontecimiento no es un milagro cualquiera del pasado, cuya realización podría ser en el fondo indiferente para nosotros. Es un salto cualitativo en la historia de la “evolución” y de la vida en general hacia una nueva vida futura, hace un mundo nuevo que, partiendo de Cristo, entra ya continuamente en este mundo nuestro, lo transforma y lo atrae hacia sí… ¿Cómo pude llegar efectivamente este acontecimiento hasta mí y atraer mi vida hacia Él y hacia lo alto? La respuesta, en un primer momento quizás sorprendente pero completamente real, es la siguiente: dicho acontecimiento me llega mediante la fe y el Bautismo. Por eso el Bautismo es parte de la Vigilia pascual…
Cuando uno se enfrenta sinceramente a la Cruz, no tienes más remedio que hacerte esta pregunta: ¿Cuál es mi lugar ante esta cruda realidad? ¿En qué grupo estoy de los que aparecen en el Evangelio? ¿Apóstoles huidizos? ¿Pueblo que grita? ¿Soldados que se divierten frívolamente con Jesús? ¿Ladrón que interpela a Cristo con sus quejas desesperadas? ¿Amigos sincero del Señor?... ¿En qué bando estoy?
Por lo que descubrimos en las cartas de nuestro amigo cura, el se planteó seriamente el interrogante, y decidió ponerse junto al Señor. Silenciosamente como Juan, pero fuerte como hombre maduro en la fe, y apoyado por la Virgen María. No estaría mal que en esta Semana Santa del Año de la Misericordia hagamos una opción sería por el “Crucificado”, y optemos por abrazarnos a la cruz de nuestra propia vocación, repitiendo muchas veces: -¡Acuérdate de mí, Señor, que soy un pecador!
Juan García Inza
Juan.garciainza@gmail.com