Fe y cultura religiosa, se parecen, pero no son lo mismo
Fe y cultura religiosa, se parecen, pero no son lo mismo
por Duc in altum!
Tenemos dos palabras claves para comenzar: fe y cultura. Definamos, a la luz de la Real Academia Española, la segunda: “conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.”. La fe, por sí sola, nos habla de creer, de confiar, pero no produce de pronto o de facto cultura religiosa ni dominio del tema al momento de presentarla en los grandes foros de investigación y opinión, hasta que adquiere un enfoque interdisciplinar y se vuelve un aporte intelectual y/o material. La fe cristiana, se hace cultura religiosa, a través de las Bellas artes. Por ejemplo, en el caso de la escultura con “La Piedad” de Miguel Ángel o la literatura a partir de las obras de Sta. Teresa de Jesús en el marco del Siglo de Oro español. Hablamos, sin duda, de una experiencia, animada por la fe que se traduce en aportes que, al externo, evocan a Dios en la historia y motivan el progreso de la humanidad.
Ahora bien, dicho esto, toca entrar de lleno en el tema que nos ocupa. ¿Qué tiene que ver la introducción que acabamos de ver con la fe y el nivel de cultura religiosa? Parte de las exigencias que la realidad actual nos plantea como Iglesia. A menudo, pensamos que con que las nuevas generaciones conozcan algunas oraciones, están capacitadas para ejercer un puesto de responsabilidad en el sector público o privado. Si bien es cierto que la experiencia de Dios, basada en la oración y en los sacramentos, es el cimiento de la vida y, por supuesto, de la vocación, necesitamos continuar procesos y conseguir que, además de tener fe, adquieran cultura religiosa. Solo así podrán estar a la altura de las diferentes opciones y debates. No podemos quedarnos atrás. De ahí la necesidad de educar y formar. Es verdad que para ser alguien santo (coherente con el Evangelio), no hace falta un título universitario, pero cuando se pueden las dos cosas, ¿por qué objetar?
Tenemos muchos espacios valiosos. Por ejemplo, la pastoral juvenil; sin embargo, ¿qué herramientas les proporcionamos? Es necesario recuperar el trasfondo educativo y de capacitación en los espacios de acompañamiento, apostolado y convivencia. Que conozcan a Dios y, por supuesto, aprendan a estar consigo mismos, pero al salir al mundo, a la calle, a la realidad de la casa o la empresa, se necesitarán más habilidades, tales como saber diseñar desde el punto de vista gráfico o llevar la tesorería. De poco sirve intentar escribir algún artículo religioso, por muy buena intención que se tenga, al desconocerse las reglas básicas de ortografía. La experiencia de Dios, algo que solamente él puede provocar en el interior de la persona, otorga ciertos conocimientos espirituales infusos, pero esto jamás sustituirá la educación teórico-práctica que da paso a la cultura religiosa. Tenemos el reto de formar ciudadanos del cielo pero también de la tierra, de la realidad temporal que conviene humanizar. La filosofía y la teología son dos herramientas adecuadas ya que sirven para conectar la fe con diferentes áreas y/o ciencias que entran en juego a la hora de dialogar con el mundo actual.
Imaginemos a un contador que tenga muchos valores, pero que desconozca la agenda fiscal. Por muy católico que sea, su aporte será nulo. De ahí que debamos formar hombres y mujeres que conozcan el Evangelio y, al mismo tiempo, cuenten con un perfil preparado que, dentro de la Doctrina Social de la Iglesia, traiga una respuesta a los desafíos que se van presentando y, muchas veces, acumulando. ¿Cómo se percibe la falta de cultura religiosa? Cuando, por ejemplo, en un foro de discusión, se ataca a la Iglesia y aparecen defensores que, en vez de ayudar, terminan dándole la razón a los detractores, pues asumen un tono desesperado debido a la falta de elementos para generar un debate que se abra al diálogo. No dudamos de que tengan fe y una muy buena intención, pero sí de ciertos aspectos formativos para hacerse presentes sin perder por ello la cordura y, por supuesto, la base técnica para contra argumentar. La misma Teresa de Jesús, que no condicionaba el ingreso a sus conventos por motivos académicos, exigía que supieran leer y escribir. Algo que, en aquel momento, no era tan abundante. ¿Por qué lo hacía? Sin duda, comprendía que era necesario para la lectura espiritual y otros oficios.
Los jóvenes llegan dispuestos a dejarse acompañar en la mayoría de los casos. Además del aporte espiritual, basado en los puntos sobre el discernimiento magistralmente expuestos por San Ignacio de Loyola, busquemos talleres que completen su paso y, desde ahí, incidan en la sociedad de la que forman parte y todos somos corresponsables. Capacitar, enriquece la acción, que debe venir de la contemplación, como –en palabras de Sto. Tomás de Aquino- “un desbordamiento” de aquello que se ha contemplado y reflexionado en la oración.
La cultura religiosa consiste en practicar y relacionar la fe con todas las áreas de la vida y el conocimiento en sentido amplio. Conectar, vincular. Como “lo cortés no quita la valiente”, así la humildad no choca en nada con la sólida preparación. Nos sobran ejemplos en la rica historia de nuestra Iglesia: Card. Newman, Edith Stein, S.D. Ana María Gómez Campos, etcétera. Aprender, adquirir una técnica, en clave de cooperación, de solidaridad, lleva a la sencillez, a la puesta en práctica del Evangelio, pero contando con una formación adecuada que brinde herramientas para responder de la mejor manera posible. El momento es ahora.
Ahora bien, dicho esto, toca entrar de lleno en el tema que nos ocupa. ¿Qué tiene que ver la introducción que acabamos de ver con la fe y el nivel de cultura religiosa? Parte de las exigencias que la realidad actual nos plantea como Iglesia. A menudo, pensamos que con que las nuevas generaciones conozcan algunas oraciones, están capacitadas para ejercer un puesto de responsabilidad en el sector público o privado. Si bien es cierto que la experiencia de Dios, basada en la oración y en los sacramentos, es el cimiento de la vida y, por supuesto, de la vocación, necesitamos continuar procesos y conseguir que, además de tener fe, adquieran cultura religiosa. Solo así podrán estar a la altura de las diferentes opciones y debates. No podemos quedarnos atrás. De ahí la necesidad de educar y formar. Es verdad que para ser alguien santo (coherente con el Evangelio), no hace falta un título universitario, pero cuando se pueden las dos cosas, ¿por qué objetar?
Tenemos muchos espacios valiosos. Por ejemplo, la pastoral juvenil; sin embargo, ¿qué herramientas les proporcionamos? Es necesario recuperar el trasfondo educativo y de capacitación en los espacios de acompañamiento, apostolado y convivencia. Que conozcan a Dios y, por supuesto, aprendan a estar consigo mismos, pero al salir al mundo, a la calle, a la realidad de la casa o la empresa, se necesitarán más habilidades, tales como saber diseñar desde el punto de vista gráfico o llevar la tesorería. De poco sirve intentar escribir algún artículo religioso, por muy buena intención que se tenga, al desconocerse las reglas básicas de ortografía. La experiencia de Dios, algo que solamente él puede provocar en el interior de la persona, otorga ciertos conocimientos espirituales infusos, pero esto jamás sustituirá la educación teórico-práctica que da paso a la cultura religiosa. Tenemos el reto de formar ciudadanos del cielo pero también de la tierra, de la realidad temporal que conviene humanizar. La filosofía y la teología son dos herramientas adecuadas ya que sirven para conectar la fe con diferentes áreas y/o ciencias que entran en juego a la hora de dialogar con el mundo actual.
Imaginemos a un contador que tenga muchos valores, pero que desconozca la agenda fiscal. Por muy católico que sea, su aporte será nulo. De ahí que debamos formar hombres y mujeres que conozcan el Evangelio y, al mismo tiempo, cuenten con un perfil preparado que, dentro de la Doctrina Social de la Iglesia, traiga una respuesta a los desafíos que se van presentando y, muchas veces, acumulando. ¿Cómo se percibe la falta de cultura religiosa? Cuando, por ejemplo, en un foro de discusión, se ataca a la Iglesia y aparecen defensores que, en vez de ayudar, terminan dándole la razón a los detractores, pues asumen un tono desesperado debido a la falta de elementos para generar un debate que se abra al diálogo. No dudamos de que tengan fe y una muy buena intención, pero sí de ciertos aspectos formativos para hacerse presentes sin perder por ello la cordura y, por supuesto, la base técnica para contra argumentar. La misma Teresa de Jesús, que no condicionaba el ingreso a sus conventos por motivos académicos, exigía que supieran leer y escribir. Algo que, en aquel momento, no era tan abundante. ¿Por qué lo hacía? Sin duda, comprendía que era necesario para la lectura espiritual y otros oficios.
Los jóvenes llegan dispuestos a dejarse acompañar en la mayoría de los casos. Además del aporte espiritual, basado en los puntos sobre el discernimiento magistralmente expuestos por San Ignacio de Loyola, busquemos talleres que completen su paso y, desde ahí, incidan en la sociedad de la que forman parte y todos somos corresponsables. Capacitar, enriquece la acción, que debe venir de la contemplación, como –en palabras de Sto. Tomás de Aquino- “un desbordamiento” de aquello que se ha contemplado y reflexionado en la oración.
La cultura religiosa consiste en practicar y relacionar la fe con todas las áreas de la vida y el conocimiento en sentido amplio. Conectar, vincular. Como “lo cortés no quita la valiente”, así la humildad no choca en nada con la sólida preparación. Nos sobran ejemplos en la rica historia de nuestra Iglesia: Card. Newman, Edith Stein, S.D. Ana María Gómez Campos, etcétera. Aprender, adquirir una técnica, en clave de cooperación, de solidaridad, lleva a la sencillez, a la puesta en práctica del Evangelio, pero contando con una formación adecuada que brinde herramientas para responder de la mejor manera posible. El momento es ahora.
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