Un fiel reflejo de San José en el siglo XX
por Sólo Dios basta
Noche de sábado. Noche de adoración. Noche de acción de gracias. Todo se une en una noche especial después de un día lleno de alegría compartida. Día de fiesta y de la Madre, la Reina del cielo, día propicio para tener un prolongado rato de adoración y día donde el corazón se abre a Dios para darle gracias por todo lo vivido en una jornada que ayuda a elevar los ojos al cielo.
Cada año, el sábado más cercano al 24 de febrero, la localidad riojana de Santo Domingo de la Calzada acoge a un grupo de devotos de la Causa del Venerable Alberto Capellán Zuazo. Se recuerda el día de su muerte. Alberto es un hombre sencillo y lleno de amor de Dios. La placa que hay sobre el nicho de la pared donde reposan sus restos en la catedral del lugar resume muy bien su vida: Padre de familia. Labrador. Adorador nocturno. Servidor de los pobres. No hace falta decir más. Está todo dicho. Alberto está perfectamente definido. Pero es bueno que se detalle un poco esta descripción lapidaria.
Alberto Capellán Zuazo nace el 7 de agosto de 1888 en Santo Domingo de la Calzada. Se casa con Isabel Arenas cuando está a punto de cumplir los 21 años. Dios les regala 8 hijos. Vive en familia, en unión con Dios, como cualquier vecino de su calle o de esta ciudad riojana que en aquel momento ronda los 4000 habitantes. Una vida sencilla de padre de familia que acoge lo que ha aprendido de sus padres y esto mismo transmite a sus hijos. Lo hace sin imposiciones, dejando a Dios ser el centro del hogar.
Su trabajo es el campo. Labrar la tierra. Sembrar. Cuidar la mies. Segarla. Acarrearla. Trillarla. Guardarla en el granero. Y entre una y otra tarea orar en el silencio sobrecogedor de los domingos donde no se trabaja sino que se pone la mirada en Dios. Y tanto mira al cielo que ofrece a Dios tres cuartas partes de sus tierras. Todo corazón. Todo presencia de Dios en medio de los campos de cereal. Según trabaja las fincas deja que Dios meta el arado en su vida interior para sembrar después su Palabra.
Ingresa en la Adoración nocturna tras un encuentro especial con la Virgen que lleva muy en lo secreto de su corazón. A eso se suma la lectura del catecismo de San Antonio María Claret. Comienzan las noches de adoración, de silencio, de mucho amor de Dios. Al final de su vida se cuentan más de 660 noches de vigilia orante ante el Santísimo Sacramento. Pasar noches enteras ante Jesús Eucaristía fragua una nueva persona por dentro. Y lo contagia de tal manera que llegan a ser unos 80 los adoradores nocturnos que en diversos días del mes oran de noche.
Fruto de este trato tan cercano e íntimo con Dios es su servicio a los pobres. Los más pobres tocan su corazón con fuerza. No puede estar con Dios y desentenderse de los que no tienen donde dormir. Adapta un pajar para acoger a los transeúntes que no tienen donde descansar, calentarse con un buen plato de patatas y sacar el sufrimiento que llevan dentro. A esto se suma que por la noche, en su propia casa, enseña el catecismo y da clases a chavales de 13 a 16 años que tienen que trabajar y no pueden acudir a la escuela. Quiere que todos se encuentren con Dios.
Todo esto se recuerda a lo largo de la mañana visitando los lugares donde acontecen los momentos más importantes de este adorador nocturno venerable. Desde la plaza de la catedral vamos hasta el convento de San Francisco que en su tiempo estaba atendido por una numerosa comunidad de claretianos. Allí reza, adora, va a misa, se confiesa,… deja a Dios obrar en su corazón. Emociona escuchar los testimonios de algunos adorares nocturnos que comparten con Alberto no pocas noches de adoración mientras relatan dónde se sentaba, el lugar en que se postraban para adorar, el cuarto para descansar un poco,…
Salimos de la iglesia y en pocos pasos llegamos a la casa donde vive sus últimos años y termina su peregrinar en esta vida. Es el momento en que nietos y sobrinos cuentan no pocas anécdotas de la vida en esa casa. La ventana de la habitación donde muere. El alto donde aparecen algunos papeles. La parte baja donde hacían la vida… Es la historia viva que sigue corriendo por las venas de estos descendientes de un hombre que sólo busca cumplir la voluntad de Dios en su día a día, sin nada extraordinario. Recuerdos de años pasados donde todo era tan distinto y la presencia de Dios envolvía todo de manera natural.
Pisando hielo, como tantas veces lo haría Alberto y esos pobres mendigos o borrachos que atendía, llegamos al cercano hogar que les prepara. Es el conocido “Recogimiento” Allí son atendidos y bien alimentados. Tienen calor físico, pero sobre todo calor humano que es lo más importante. No están solos. Con ellos se encuentra Alberto, su familia y los amigos más cercanos. La era es el lugar de juego de sus nietos que recuerdan que junto a lo que era el pajar levanta otro piso para que todo esté bien repartido. No cesan los comentarios y anécdotas de lo que se vive en los meses de verano mientras Alberto dirige la mula y los nietos se montan en el trillo para hacer peso y separar el grano de la paja. De aquí sale después el pan para alimentar a los que viven olvidados, pero Dios se vale de un hombre bueno para atenderlos.
De camino hacia la catedral paramos en la casa en la que viven sus primeros años de matrimonio y donde la Virgen se hace presente tres noches seguidas. Es un punto clave en la vida de Alberto que abre su corazón al amor de la Madre para unirlo al de su Hijo. Una casa que pasa desapercibida, pero que es el centro de una historia interior que ha dado mucho fruto en la vida de este padre de familia que cambia por completo su día a día. Es como una vida nueva por así decirlo. Y así, de noche, comienza esta nueva vida de este adorador nocturno que tanto tiene que enseñarnos.
Antes de llegar a la catedral nos detenemos ante otra casa. Muchos de los presentes no conocemos el lugar del nacimiento de Alberto. Había llegado el día. Nos encontramos ante la casa natal. Otro lugar para llevarse en el corazón. Estamos de paso. Vamos de una casa a la otra. Es de decir del hogar en el que Alberto ve la luz por primera vez a la capilla en la que reposan sus restos mortales. Esta es la vida de todo hombre. Nacer y prepararse para el nacimiento a la vida verdadera. Nacemos para morir y morimos para nacer. Tras cruzar la carretera atravesamos una puerta de la muralla para encaminarnos hacia el último lugar de este recorrido histórico-espiritual tan bien ambientado y acompañado por el vicepostulador de la Causa de Beatificación y los familiares del Venerable.
El Sol va cogiendo altura y fuerza y la mañana se lleva de otra manera según dirigimos los pasos hacia la catedral para visitar su sepultura. Antes oramos ante la pila de su bautismo que se encuentra detrás del coro. Seguimos adelante. Pasamos el famoso gallinero y entramos en la capilla de San Andrés donde en una pared encontramos la lápida de la que ya se ha hablado al inicio de estas líneas. Allí se explican los diversos momentos de un proceso de canonización y se detalla el momento actual: Alberto Capellán es Venerable y estamos a la espera de un milagro para que pueda ser nombrado Beato.
Un momento de oración en este lugar nos prepara a la misa que tenemos en la ermita de la Virgen de la Plaza donde también entraría a rezar Alberto. Sigue una charla en torno a su vida y con una comida en la hospedería de las monjas cistercienses damos por terminado el día de encuentro. Vivir el misterio de la Eucaristía después de recorrer todos los lugares que nos hablan de este adorador nocturno venerable ayuda a acercarnos al cielo y a dar gracias a Dios por todo lo vivido en una mañana llena de emociones compartidas, nuevos conocimientos y oraciones sentidas. Todo para profundizar en nuestra vida y dejar a Dios que obre en nosotros.
Esta crónica de una jornada tan especial se presenta al que ha hecho posible todo esto: Dios. De noche, en adoración, en silencio, en diálogo con Jesús Eucaristía revivo una mañana de hielo, de luz y de unión y recuerdo en torno al Venerable Alberto Capellán. Cuántas noches pasó así este servidor de los pobres. Me uno a los que me han invitado a este encuentro, a los que han compartido este día, y a los que sin poder haber venido, en oración también han estado presentes. Así de grande es Dios que tanto nos ama y nos muestra la grandeza de una vocación a seguir: ser adorador nocturno, pasar una noche al mes en adoración, adorar a Jesús Eucaristía y escucharle en el silencio de la noche mientras le abrimos nuestro corazón. Eso hace el padre de familia que nos reúne en ese enclave donde viene a este mundo y donde también quiere Dios que terminara su vida.
Por eso esta noche es también de acción de gracias. Gracias a Dios por todo lo que nos regala. Por poder conocer un poco más a un adorador nocturno venerable. Por poder escribir este relato en adoración, recordando los momentos en que Alberto, en sus paseos orantes por el campo, escribiría su Autobiografía donde se presenta la figura de un hombre de paz que me recuerda mucho a San José. Me guardo para el final una imagen que ha pasado desapercibida para muchos. Se encuentra a los pies del retablo de la capilla de San Jerónimo Hermosilla. Es un cuadro de San José trabajando en el taller, en unión al Niño Jesús mientras la Virgen María da puntadas sobre una tela. Ahora, en esta noche de finales de febrero, levanto la mirada al cielo y ante la imagen de ese San José carpintero repaso la vida de Alberto Capellán y me pregunto: ¿Qué haría San José si hubiera vivido en Santo Domingo de la Calzada durante la primera mitad del siglo XX? Pues algo muy parecido a lo que ya conocemos. El sería un padre de familia con un solo hijo, un adorador nocturno en su propia casa ante su Hijo cada noche, un carpintero que prepara o arregla los aparejos de trabajo en el campo que le pide Alberto, un padre de familia como él, y que tanto uno como otro no olvidan el servicio a los pobres.
Así termina un día, avanza la noche y comienza el quinto domingo de San José: recibiendo una luz inesperada en el silencio de una noche de sábado, en adoración y acción de gracias. Dicha luz me hace ver que lo que vive el Venerable Alberto Capellán Zuazo no es otra cosa sino seguir los pasos de San José y ser, diciéndolo de una manera un poco atrevida, un fiel reflejo de San José en el siglo XX.