De Fr. Bernardino de Sahagún, el fraile español que les contó a los mejicanos su propia historia
por En cuerpo y alma
Bernardino de Ribera o de Ribeira nace hacia 1499, siete años después de que Colón y los Pinzones hicieran su viaje descubridor, en Sahagún de Campos, villa en la provincia de León centro de la reforma cluniacense en España. Lo hace en una familia probablemente noble y procedente de Galicia.
Hacia 1520, con unos veinte años, se traslada a estudiar en la Universidad de Salamanca, fundada en 1218, principal universidad del mundo por entonces. Hacia el 1525 ingresa en la orden franciscana, ordenándose cinco años después, y con una veintena de frailes encabezados por fray Antonio de Ciudad Rodrigo, parte hacia la recién descubierta Méjico. De muy buena presencia, afirmaba fray Juan de Torquemada que “lo escondían los religiosos ancianos a la vista de las mujeres”.
Ya en el virreinato de Nueva España (Méjico) sus primeros años los pasa en Tlalmanalco, donde participa en la fundación del convento de Xochimilco. Cuando en 1536 el arzobispo de México Juan de Zumárraga funda el imperial Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco, primera institución de enseñanza superior en el territorio americano, para formar a la aristocracia mejicana, elige a Sahagún como profesor de latín. Desde Tlatelolco misiona por todo el virreinato, el Valle de Puebla, Michoacán, Tepepulco y desde luego Méjico, con un gran respeto a la figura de los indígenas y a su cultura.
Cuando ya tiene unos 48 años de edad, comienza una fructífera obra literaria en tres lenguas: español, latín y náhuatl. En náhuatl, lengua de la que se puede considerar el primer escritor, escribe su “Salmodia cristiana” y su “Sermonario de los Santos del año”, únicas obras que ve publicados en vida, así como su “Teología de la gente mexicana”, un “Evangelario” o una “Vida de San Bernardino de Siena”. Su interés por el idioma le lleva a escribir también un “Arte de la lengua mexicana, con su vocabulario aprendiz”, y un “Vocabulario trilingüe” latín-español-nahuatl, lo que además del primer escritor en la lengua, le convierte también en el primer gramático y estudioso de la misma. En español y latín escribe “Incipiunt Epistola et Evangelia”, “Postillas sobre las Epístolas y Evangelios de los domingos de todo el año”, un “Tratado de la retórica”, un “Manual del cristiano” y otras muchas.
Pero si por una obra pasa Fray Bernardino a la historia esa obra no es otra que su “Historia general de las cosas de la Nueva España”, una crónica mejicana en la que relata las creencias religiosas de los indígenas, sus cultos, su historia, su calendario, su vida familiar, sus fiestas, sus labores, en la cual trabaja nada menos que treinta años junto con todo un equipo de colaboradores nativos formados por él como Antonio Valeriano, Martín Jacobita, Andrés Leonardo o Alonso Bejarano. Su método consiste en la elaboración de cuestionarios en náhuatl los cuales leía a los indios, quienes elegían indígenas ancianos a los que se conoce como los “informantes de Sahagún”, siempre con el perfecto archivo y anotación de sus fuentes y acompañado de documentación pictográfica de la que se da en llamar Escuela de México-Tenochtitlan. Conformada en doce libros y éstos en tres columnas, una en náhuatl, otra en español y una tercera para sus notas, es hoy día la fuente por antonomasia de la antigüedad mexicana.
Bernardino envía la obra al Consejo de las Indias para su publicación, aunque éste, por razones políticas y por las muchas envidias que el fraile suscitaba –la envidia siguió siendo el gran pecado español, también en América-, se limita a archivarla. De hecho, en 1577 sus opositores lograrán una real cédula de Felipe II prohibiendo la publicación de sus manuscritos, y su “Historia general” queda inédita hasta que en 1829 se publica en México el texto castellano. Un ejemplar de la misma se conserva en la Biblioteca del Palacio Real de Madrid, y otro en la Biblioteca Medicea Laurenciana de Florencia. Realiza también un sumario de su Historia, que envía tanto al Consejo de Indias como al papa Pío V, conservado este último en el Archivo Secreto Vaticano.
Considerado el primer antropólogo de América, y para muchos el primer antropólogo moderno, anticipándose en dos siglos y medio a los trabajos del padre Lafitan, Bernardino viene a morir en el convento Grande de San Francisco de su Méjico adoptivo, el 5 de febrero de 1590, a una edad en todo caso superior a los noventa. Actualmente, una ciudad en el mejicano estado de Hidalgo lleva su nombre, Ciudad Sahagún, y el Consejo Superior de Investigaciones da su nombre al Instituto de Antropología y Etnología.
Y sin más por hoy, queridos amigos, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos, me despido de Vds. hasta la próxima, que será como siempre en breve.
©L.A.
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