Domingo, 22 de diciembre de 2024

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¿Por qué el año comienza el 1 de enero y no el 29 de marzo o el 25 de agosto, pongo por caso?

por En cuerpo y alma

 
 
            La elección del 1 de enero para comenzar el año es una parte más de la vasta herencia que nuestra civilización debe al Imperio Romano y, como vamos a ver, nada casual, sino obediente a razones muy concretas y bien conocidas.
 
            Todo habría comenzado con el primer calendario romano, que venía compuesto por diez meses acompasados por la luna, llamados Martius (dedicado a Marte), Aprilis (del latín aperire, abrir, por los brotes vegetales), Maius (dedicado a la diosa Maia), Junius (dedicado al dios Juno), y luego ya Quintilis (el mes quinto), Sextilis (mes sexto), September (mes séptimo), October (mes octavo), November (mes noveno), y December (mes décimo).
 
            De esta manera, Martius, era el primer mes del año y aquél en el que éste empezaba, y debía coincidir con la primavera. ¿Que por qué? Porque Marte no era sino el dios de la guerra y éstas empezaban con las fechas propicias de la primavera, evitando los romanos guerrear en el desagradable invierno (como si las guerras no fueran ya de por sí suficientemente desagradables). De hecho, práctica similar se trasladó a la España de la Reconquista, en la que los generales del Califato esperaban también a las fechas consideradas más propicias, relacionadas en España con el verano, para realizar sus famosas razzias o aceifas, palabra que, por cierto, y no por casualidad, proviene del árabe clásico “ṣā'ifah”, “cosecha”, que relaciona las operaciones de botín con la estación estival en la que las cosechas se producen.
 
            Para que estos diez meses lunares no se desacompasaran excesivamente del año solar, los pontífices (literalmente hacedores de puentes) romanos, cargo que acabará asumiendo el Emperador -y por cierto, posteriormente el mismísimo Papa- pero que anteriormente al Imperio era independiente, añadían dos meses cada año, de duración variable y arbitraria.
 
            Es el rey Numa Pompilius el que, para poner algo de orden en el calendario, oficializa el añadido de esos dos meses, que aunque en teoría se emplazaban al final del año, no por ello dejaban de caer, en la práctica, delante de Martius, de modo que éste siempre coincidiera con la primavera, principio de las guerras: son los nuevos meses de "Ianarius", dedicado a Jano, y "Februarius", dedicado al dios Februus, el dios de la purificación romano, procedente de la mitología etrusca (pinche aquí para conocer la relación entre los nombres de los meses y los de los dioses del Olimpo). Con lo que el año seguía comenzando en marzo, inicio de las guerras, y con ellas, del mandato de los cónsules romanos, nombrados, como se sabe, de dos en dos y con un mandato anual.
 
            Pronto sin embargo, se percatan los inteligentes romanos de que para poder organizar las "primaverales" guerras que, por cierto, cada vez son más costosas y más lejanas, era mucho más inteligente que el mandato anual de los cónsules no empezara el propio 1 de marzo, sino algo antes. Y así, en el año 153 a.C., durante el período histórico que se conoce como el de la República entre los años 509 a.C. y 60 a.C., se fija el principio del mandato consular, -vale decir, del año-, el día 1 de Ianarus, en sustitución del 1 de Martius. Una tradición, la del comienzo del año en el 1 de enero que, no sin pocas vicisitudes, ha venido prevaleciendo y ha superado todas las reformas del calendario, entre las cuales las dos más importantes: la juliana en el año 45 a.C. y la gregoriana en el año 1582 d.C..
 
            Y bien amigos, con estas pequeñas historias de la historia, me despido hoy de Vds. no sin desearles a Vds. un muy feliz año 2016 en el que como siempre, hagan Vds. mucho bien y no reciban menos.
 
 
            ©L.A.
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