Dato mata relato: narrativa y educación
“Dato mata relato”: así apostilla quien tras aportar una información concreta deja a las claras la falsedad de una historia. Y si bien es cierto que el dato verídico, contrastable, cierto y concreto puede desarmar una falsedad quisiera hacer una breve reflexión dando otro sentido, pues también el solo dato puede matar verdades que nos son muy necesarias.
La verdad se expresa tanto en el relato como en el dato y es decisivo a la hora de enseñar y educar, no solo hablo de la acción educativa en colegios y universidades, dato y relato se fecunden mutuamente. Nada dice una historia sin datos, nada sirve el dato sin relato.
Pues bien, creo padecemos una enseñanza en la que el puro dato (técnica) está matando el relato (espíritu).
Gran parte de la decadencia que padecemos en occidente consiste en la incapacidad de transmitir la tradición a las nuevas generaciones, de fecundar vidas. Este hecho es dramático en la educación académica porque tal pérdida no es fruto del azar, sino que es algo querido, buscado, planificado con objetivos concretos, evidentes y espurios. Es la forma de matar el alma de lo que somos. El olvido y la tergiversación son la piedra angular de la ingeniería social que padecemos.
De poco sirve, más allá de ganar una partida de Trivial o quedar como erudito en una reunión de amigos el puro dato desnudo, descarnado, sin corazón.
De nada sirve saber que Isabel la Católica murió un 26 de noviembre de 1504 si uno no se ha asomado a su testamento para conocer que espíritu animaba su vida, el ideal que la movía, sus amores, sus luchas, victorias y fracasos.
De nada sirve conocer que un 16 de julio de 1212 tuvo lugar la batalla de las Navas de Tolosa si se ignoran las motivaciones, las creencias, el ánimo que impulsó a tantos hombres a ofrecer sus vidas y a buscar la unidad en reinos aparentemente rivales.
De nada sirve tener en la cabeza que la Expedición Balmis, primera campaña de vacunación universal, aconteció entre los años 1803 y 1806 si se desconoce que creencias e ideales que propiciaron tal gesta.
Nada nos dice la victoria de Lepanto si se desconoce que estaba en juego y que cosmovisiones y antropologías se enfrentaron.
Pongo ejemplos que se corresponderían con la asignatura de historia, pero este mal, del dato matando el relato, se da en todas las demás asignaturas.
La física y la química, la economía, la matemática, la filosofía, la biología … son saberes que han acontecido en una historia de hombres concretos cuyos ideales, motivaciones y creencias jugaron un papel importante en sus descubrimientos y aportaciones.
Conocer las ecuaciones termodinámicas de Gibbs-Duhem es imprescindible para un estudiante de ciencias, pero conocer en profundidad la biografía, creencias e ideas de Pierre Duhem, físico y católico, ilumina esa ciencia que no solo nos habla de procesos fisicoquímicos sino de nosotros mismos. Conocer la mecánica de Newton es importante, pero conocer su visión transcendente del universo que estudiaba es iluminador.
Somos seres biográficos. Si alguien dijese de mí que tengo 55 años, mido 1,75 metros y vivo en Madrid estaría diciendo muy poco, realmente nada. No somos dato (únicamente), somos biografía, narración e historia y a esa naturaleza de lo que somos debería atender principalmente la educación.
Las historias familiares transmitidas de padres a hijos, de abuelos a nietos son un tesoro que se está perdiendo. El relato, la biografía, el corazón que movía a tantos hombres y mujeres desaparecen de la historia, de las ciencias y de la filosofía que se explica en colegios y universidades encontrándose prácticamente ausente de los temarios y planes de estudio.
El verdadero fin de la educación es formar genios, héroes y santos más allá de técnicos y profesionales. Despertar ese sentido de pertenencia, de trascendencia más allá de la pura inmanencia es lo único que puede salvarnos como familia, como comunidad, como civilización. El transmitir la vida como pasión, como misión, como quehacer transcendente, como cruzada más allá de un mero ganar dinero y pasarlo lo mejor posible (cosas también buenas y necesarias, sin duda) es decisivo.
También los buenos libros, las grandes historias, desde el Quijote al Señor de los Anillos, la Iliada, la Odisea, los Episodios Nacionales de Galdós, Crimen y Castigo, Historia de dos Ciudades, La Historia Interminable, La Princesa Prometida, Hoja de Niggle …novelas, cuentos populares, mitos y tradiciones tienen que volver a fecundar los corazones y las mentes de todos.
Las buenas películas, las historias contadas en familia, las charlas entre amigos en una noche de agosto tienen que recuperar su espacio por encima de TikTok, X o cualquier pantalla que nos aparta de lo real ofreciéndonos puro dato, imágenes que pasan ante nuestros ojos en cuestión de segundos y con las que interactuamos compulsivamente.
Debemos recuperar esa Pedagogía Narrativa que está semana pasada ha puesto sobre la mesa el Papa Francisco recalcando su importancia.
La pedagogía narrativa, las grandes narraciones son la mejor forma de educar porque así estamos hechos, somos eso: biografía, historia, narración. Hasta el mismo Dios para revelarse al hombre se sirve de una historia concreta. No es cierto, como tantas veces se repite, que el cristianismo es una religión del libro, libro entendido como dato, somos la religión del acontecimiento, de la historia hecha carne y narrada de generación a generación. Dios no se sirve de un prospecto de instrucciones bajada del cielo, como los que acompañan a los medicamentos, las instrucciones del médico para mejorar la salud. Dios acontece en la historia del hombre. La Salvación se hace carne y habita entre nosotros.
Para vivir una vida plena no necesitamos unas instrucciones de uso al modo de un manual de Ikea, necesitamos milagros que hagan extraordinario lo cotidiano.
Seamos Gandalf, Bilbo y Sherezade. Seamos Cervantes, Tolkien, Benson, Hermanos Grimm, Espinosa y Galdós. Seamos el abuelo con sus nietos. Seamos grandes contadores de historias para los que nos rodean. Que nuestras vidas sean buenas historias, bien vividas y bien contadas, que iluminen a muchos.
Germán Menéndez