Martes, 24 de diciembre de 2024

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Toledo, 8 de agosto de 1936. En el Paseo del Tránsito

por Victor in vínculis

El siervo de Dios Jesús Morales Sánchez[1] nació en Guadamur (Toledo) el 19 de diciembre de 1884. Sus padres, también guadamurenses, se llamaban Eustaquio y Soledad. Durante el parto, mientras Soledad daba a luz al último de sus hijos, Eustaquio expiraba en el lecho aquejado de una grave enfermedad intestinal. Del matrimonio nacieron cinco hijos: Santiago, Francisca, Amalia, Felisa y Jesús. Soledad siempre repetía con gran orgullo del benjamín: “Éste será el báculo de mi vejez”.

En cuanto tuvo ocasión, y disfrutando de una beca costeada por los Condes de Cedillo, se marchó al Seminario de Toledo, para poder ser sacerdote. Jesús creció muy delgado, pero bajo esta apariencia de debilidad física, se escondía una fortaleza espiritual, de la que hizo gala a lo largo de su vida sacerdotal.



Recibió la ordenación sacerdotal el 19 de febrero de 1910. Tan pronto como celebró su primera Misa, contó con los cuidados de su madre y después con los de sus sobrinos, por lo que cariñosamente le decían en cuantos pueblos ejerció su ministerio que era “el cura de los sobrinos”. Primero fue destinado como coadjutor a Villarrobledo (Albacete). Más tarde desempeñó el mismo puesto en una parroquia de Guadalajara. Al poco tiempo fue nombrado ecónomo de Argés (Toledo) y después de Villaseca de la Sagra (Toledo). De allí pasó a San Martín de Montalbán (Toledo).

Mediante concurso de méritos obtuvo la parroquia de Orgaz (Toledo) y Arisgotas  (Toledo). En este destino se hallaba cuando nuestro Padre Dios le eligió para entrar en la gloria de los mártires. Su humildad y bondad a lo largo de una vida ejemplarísima, quedó truncada al ser martirizado por el sólo delito de ser sacerdote y nada más que por ello.

El 18 de julio de 1936, don Jesús, estaba en su parroquia de Santo Tomás. El comité se adueñó de ella y le prohibió entrar, a pesar de los ruegos, para consumir las Sagradas Formas del Sagrario. La inseguridad existente le llevó a refugiarse en Arisgotas, en casa de una familia muy religiosa, que no dudó en admitirle. Todo ello con conocimiento del comité de Orgaz.

El párroco de Orgaz siempre se distinguió por sus afanes caritativos. Tenía por norma después de celebrar su misa diaria, visitar a los enfermos y desvalidos para consolarles y dejar debajo de sus almohadas una ayuda.  Por este afán caritativo, se sabe que no poseía al morir riquezas materiales, antes bien esta práctica caritativa le hizo contraer deudas.

El entonces notario de Orgaz, una vez terminada la guerra, presentó a sus sobrinos un recibo acreditativo, por un préstamo por valor de varios miles de pesetas, que el notario había hecho a don Jesús. El referido notario no quiso cobrar ni un céntimo de dicha deuda, seguro del destino de ese dinero en obras de caridad y en presencia de todos rompió el recibo.

Los orgaceños eran impotentes para oponerse a las frecuentes visitas de las milicias de Mora. El 6 de agosto de 1936, una nueva partida de milicianos de Mora, en unión del comité de Orgaz, se presentó en Arisgotas buscando al párroco. Los de Orgaz sabían la casa donde estaba escondido don Jesús y se encargaron de registrar dicha casa “para no verle”. Los pocos días que estuvo refugiado en Arisgotas, practicó un ayuno voluntario a pan y agua.



En vista del cariz que tomaban los acontecimientos, don Jesús se presentó a la familia que le tenía acogido y les dijo:

-Presiento que el Señor me llama al martirio y yo no puedo desoír su llamada. Esta noche (la del 7 al 8 de agosto) me marcharé agradecido por su hospitalidad, para llegar a campo a través hasta Guadamur, mi pueblo; con el fin de dar un beso a mi hermana y sobrinos y despedirme de ellos.

Y así lo hizo, sin oír los ruegos de aquella buena familia,  para que no saliera.

Toda la noche se la pasó caminando por aquellos parajes que él recordaba de sus paseos de seminarista. A mediodía del 8 de agosto, cuando ya casi daba vista a Guadamur, a causa sin duda del desfallecimiento, se consideró desorientado y preguntó a un labriego que encontró, si estaba muy distante de Guadamur.

El labriego tras indicarle, se dirigió a una casa de labor cercana, donde había una cuadrilla de milicianos y les dijo:

-Por ahí va un cura, vestido con un mono azul.

Los milicianos salieron a su encuentro y cuando ya don Jesús casi divisaba el castillo, le detuvieron y le llevaron a Casasbuenas. Allí le sometieron a burlas y escarnios y llegaron a proponerle:

-Si blasfemas te dejamos en libertad.

A lo que él respondió:

-¿Cómo queréis que blasfeme contra Dios del que tantos beneficios he recibido?

Al atardecer del 8 de agosto fue conducido a Toledo y murió martirizado en el Paseo del Tránsito. Su cadáver fue llevado a enterrar a Argés, su primera parroquia, y allí le sepultaron en una fosa común, porque no se podía acceder al cementerio de Toledo, pues el camino estaba batido por el fuego de los defensores del Alcázar. El enterrador que le dio sepultura, fue casualmente su sacristán (cuando don Jesús fue párroco de Argés) y al reconocerlo, se lo contó con todo detalle a una hija suya, gracias a cuyas noticias se le pudo situar e identificarle en el momento de su exhumación. Hoy sus restos descansan en el cementerio de Guadamur.
 
[1] La reseña que presentamos fue elaborada por don Antonio Lorente Morales, familiar del Siervo de Dios, para la revista “El Rollo” (nº 21, diciembre de 1998) que se publicaba en Guadamur. Agradecemos encarecidamente a él y a sus familiares los datos y las fotografías aportadas.
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