La Cripta de los Mártires de Orgaz (3)
MÁRTIRES DE ORGAZ EN PROCESO DE CANONIZACIÓN
1. VICENTE RUIZ-TAPIADOR VIZCAYNO
Había nacido el 27 de febrero de 1872 en el pueblo toledano de Orgaz. Y recibió la ordenación sacerdotal el 13 de marzo de 1897. En 1936, contaba ya 64 años, figuraba como adscrito a su parroquia natal de Orgaz.
El 16 de julio, fiesta de Nuestra Señora del Carmen, Don Vicente celebró la Misa de primera comunión de su sobrina Mª del Carmen. Fue detenido el 3 de agosto. Tan sólo permaneció dos días en la cárcel, pues en la noche del 5 de agosto lo sacaron, y, conduciéndolo al término de Mora, lo fusilaron en el campo.
2. ANDRÉS SALGADO RUIZ-TAPIADOR
Hace ya más de veinte años, doña Adela, viuda del siervo de Dios Andrés Salgado Ruiz-Tapiador, padre de cinco hijos y médico de Orgaz (Toledo), escribió para una revista nacional el impresionante relato de las últimas horas de su esposo, que fue asesinado en Orgaz (Toledo) a los 33 años el 29 de agosto de 1936. Adela falleció el 23 de septiembre de 2003. Dejemos que sea ella misma quien nos narre todo lo sucedido.
Andrés cayó gravemente enfermo[1] y fue visitado por un compañero que le previno que su enfermedad era grave y que precisaba de una intervención quirúrgica… Mientras gestionaba por todos los medios posibles un salvoconducto para trasladarle a Madrid (…), por confidencias supimos el día señalado del asesinato; y no hay que decir la terrible impresión que nos causó y la dura prueba a que todos nos vimos sometidos… El hecho es que cuando yo me disponía a decírselo, él me exigió que le dijera toda la verdad sobre su situación. Esto era a las seis de la tarde, y desde este momento ya no me separé de su lecho.
Dramático y sereno diálogo frente a la próxima muerte
- Adela, tú serenidad, que yo me siento con valor para ir a la muerte. Tengo la conciencia tranquila que me da el deber cumplido… No, no me espanta la muerte, la miro frente a frente… y no me espanta...
Enseguida, con toda serenidad, me empezó a dar normas respecto a la educación de nuestros hijos. Me dio atinadísimos consejos, descendiendo a minuciosos detalles; y como resumiendo todo y poniendo en ello toda su alma, me dijo:
- Adela, sobre todo la educación de nuestros hijos; que los formes sólidamente cristianos.
Haciéndome cargo de sus razones, y ante la perspectiva de tal responsabilidad, poseída de honda emoción, le repliqué:
- ¡Qué pena, Andrés, con lo inútil que soy yo… y ahora sola!
Mas él, envolviéndome en una mirada dulce y confortadora, me dijo con autoridad:
- No, hija, no estás sola: tienes a Dios y su Divina gracia, que no te faltarán nunca… Y yo desde el Cielo también velaré por ti.
Hubo una pequeña pausa en que, abstraído de su situación, parecía que buscaba nuevas razones para alentar mi confianza en Dios, e interrumpiendo sus reflexiones me dijo:
- Mira, sobre todo confianza en Dios, que Él nunca te faltará (pausa). Cuando pase esta avalancha, llevas a estos dos mayorcitos al Colegio de Huérfanos de Médicos -se refería a los niños-, y así quedarás un poco más desahogada, quedándote con los tres pequeños.
Me parecía ver a través de aquellas palabras, pronunciadas con toda entereza y serenidad, un profundo sentimiento de amargura paternal, al darse cuenta de la situación en que quedábamos. Y yo, por darle ánimos y despejar aquellas sombras, le dije:
- No te preocupes por eso. Ya sabes que yo no tengo grandes exigencias, que nuestras necesidades son pocas; por tanto, con poco podemos vivir.
A lo que él, repuesto y dibujándose en su rostro una inefable sonrisa en la que se reflejaba toda la paz de su alma, me replicó:
- Sí, ya lo sé, hija: ¡Si te conozco!
Y añadió:
- Mira, Adela, si alguna vez ves a los niños enfermos no pidas nada, déjalo todo en manos de Dios y descansa en su santísima Voluntad. Aunque Nuestro Señor permitiese que te faltasen todos y quedases completamente sola, no pidas nada. Confía siempre en la Divina Providencia. Graba en tu alma aquellas palabras del santo Evangelio: “No andéis afanados pensando en lo que habéis de comer y beber. Bien sabe nuestro Padre qué necesitamos. Por tanto, buscad primero el Reino de Dios y su Justicia, y lo demás se os dará por añadidura”.
Después de un breve silencio, me dijo de nuevo:
- Mira, quiero que des a Dionisio las delanteras y mis botas de caza y que no le tomes cuentas de la cobranza, que le dejes todo… Adela, ¡qué dura es la vida!
Después de un breve silencio, que sin duda aprovechó para confortarse interiormente, me dijo:
- Tú repite con mucha frecuencia: “Sagrado Corazón de Jesús, cuanto sufra sea por tu amor”.
Se hizo un momento de silencio que yo respeté, pues me parecía que hondas reflexiones embargaban su alma y, como queriendo confirmar mis sospechas, exclamó:
-Adela, ¡con lo felices que éramos y sólo porque sí deshacer un hogar feliz!
Pero al momento, como cambiado por un resorte y como quien desecha una pesadilla, me dijo con toda serenidad:
- Adela, tú sigue viviendo con la mirada puesta siempre en Dios y en el Cielo, que allí volveremos a unirnos.
Y con el semblante inundado de gozo y rebosado de alegría, decía como recreándose:
- Y allí ya no habrá quien nos separe. (Nueva pausa).
- Ahora, continuó, voy a pedirte una cosa antes de morir.
- Tú dirás, le repliqué.
- Pues mira: que les perdones de todo corazón, como yo les perdono.
Yo, emocionada y conmovida por la grandeza de su alma, le dije:
- Sí, Andrés, yo les perdono.
Pero él, aunque tenía fe en mis palabras, volvió a insistir y ponía en sus palabras toda su alma:
- Que lo hagas de todo corazón, como yo lo hago.
- Vete tranquilo, que yo les perdono de todo corazón, fue mi respuesta.
Sin duda que esto era su obsesión. Y convencido de mi perdón me trazó la norma que debía seguir:
- Mira, Adela, aún quiero más: quiero que, aunque algún día tengas ocasión de hacer algo contra ellos, no lo hagas; antes al contrario, hazles todo el bien que puedas. Mira, hija, para que haya víctimas tiene que haber verdugos.
Y como un hondo sentimiento de compasión que se le veía le salía del alma, añadió:
- Después de todo, desgraciado el que desempeñe ese papel.
Tras un momento de silencio, que para él debió de ser de gran satisfacción, por la seguridad de mis palabras de perdón, fui yo quien rompió el silencio para decirle:
- ¡Andrés, qué remordimiento tan grande me va a quedar! ¿Por qué no te marcharías con papá y Manolo? Y enseguida, con toda tranquilidad, me respondió:
- No te atormentes con esto… No veas en esto más que los designios de la Providencia. Después de todo, ¿qué importa mi vida con tal que España se salve y Cristo reine? (pausa). ¡Quién sabe si será la mejor ocasión para morir...! ¿Qué sería que yo pudiera vivir veinte, treinta, cuarenta o más años? ¿Qué es esto comparado con la eternidad...? ¡Aquello no tendrá fin! ¡Que pasarán cien años, doscientos, millones y millones de años! ¡Que será todo como el primer día! Y repetía pausadamente con toda unción esos versos tan conocidos:
Y repetía desgranando cada una de las palabras que se veía le causaban íntima alegría: Aquel que se salva sabe, y el que no, no sabe nada.
Transcurrieron unos momentos y, puesto de rodillas y con los brazos en cruz, de la manera más natural exclamó:
- ¡Señor, te ofrezco mi vida por la salvación de España y por la salvación de estos desgraciados! ¡Señor, que se conviertan! ¡Señor, que vean! ¡Que te conozcan! ¡Que te amen!
Después de breve pausa, le dije:
- Andrés, ¿te remuerde la conciencia de alguna cosa, sobre todo sientes remordimiento de haber hecho alguna confesión…?
Pero antes que sus palabras me contestó su mirada y todo su semblante, que reflejaba la paz de su alma. Y animándose, con santa alegría, me dijo:
- No, hija, está tranquila. Por la misericordia de Dios no tengo nada de eso. Tú está tranquila. ¿No ves cómo estoy yo? Ahora ve al almanaque y mira los santos del día para encomendarme a ellos.
Salí inmediatamente, y al volver dije: Ayer era viernes; y hoy (eran más de las doce de la noche) Nuestra Señora Salud de los enfermos, Nuestra Señora de la Consolación y la Degollación de San Juan Bautista. Y él, recalcando las palabras, añadió:
- Y sábado, Adela.
Entonces le dije:
- Hermoso día para ir al Cielo.
- Sí, es verdad, pero no merezco tanta dicha. Antes hemos de pasar el Purgatorio para purificarnos.
- Andrés, le dije, ¿y qué mejor medio de purificación que la muerte que vas a tener…? Y como no queriendo dar importancia a mis palabras, me replicó:
- Yo confío en la misericordia de Dios y en nuestra Madre, la Santísima Virgen del Carmen.
Y besó el escapulario, que siempre había llevado con todo fervor y confianza.
Después de una breve pausa y repuesto de la emoción que el recuerdo de la Virgen del Carmen, que en él y en toda la familia era verdadera pasión, me dijo:
- Mira, tenía ofrecido hacer una función al Santísimo Sacramento con la solemnidad que acostumbra a hacerse en Orgaz durante el Corpus y su Octava, si no ocurría nada; pero quiero que la celebréis, aun cuando a mí me maten.
Despedida de sus cinco hijos
Me dijo que comparecieran todos nuestros hijos; quería despedirse de ellos. Ya todos reunidos, empezó por la mayor, niña de siete años próxima a cumplir los ocho, y siguió por los otros cuatro, teniendo para todos y cada uno de ellos palabras de amor y consejos prudentísimos, que no he de transcribir por no alargar demasiado este escrito, concretándome a referir el resumen de lo que él mismo dijo a todos:
- Hijos míos: sed siempre, y ante todo, cristianos prácticos, sólidamente católicos y así seréis útiles a Dios y a la Patria. Ahora no os dais cuenta, sois muy pequeños, pero recordadlo siempre. ¡Cómo quisiera yo grabarlo en vuestro corazón, muy dentro, muy dentro, para que no se os borrase nunca!
Y después, dirigiéndose a mí, añadió:
- ¡Adela, después recuérdales todo esto con frecuencia y háblales de su padre y diles que les amaba con toda su alma!
Después fue bendiciendo a todos, uno por uno, y yo les hice ponerse de rodillas. Y cuando los hubo bendecido a todos, y, todavía de rodillas, yo les indiqué que debían pedir perdón a papá, los que podían hacerlo lo hacían llorando, y llorando repetían: Perdónanos, papá, si alguna vez hemos sido malos y te hemos dado disgustos. No se podía prolongar mucho esta escena que si atormentaba el corazón de su padre, tenía para él inefable dulzura. Además quería yo proporcionarle también algún consuelo, que al mismo tiempo me consolara a mí; por eso fui yo quien le pidió perdón:
- Quiero que ahora me perdones a mí si en alguna ocasión te disgusté o te hice sufrir. Desde luego que si así fue lo hice inconscientemente. Y sin dejarme terminar dijo:
- Levántate, hija. ¿De qué te voy a perdonar, si no has hecho más que hacerme feliz en todo momento?
Las ansias del Cielo le consumían; por eso le parecía que tardaban demasiado en entrar por él y exclamaba:
- ¡Cuánto tardan!
Y dirigiéndose a mi madre preguntó:
- Mamá, ¿qué hora es?
- Las doce y media, respondió ella.
- Las doce y media y sin venir. ¡En qué pensarán estos hombres!
Intervino mi madre para decirle:
- Déjalo, hijo mío. ¿Quién sabe si algún buen corazón se compadece y no vienen por ti?
Más él replicó:
- No, no será así…; sobre todo, si ha de ser mañana que sea hoy. Sin duda pensando que era sábado.
Inspirada extremaunción
Siguieron unos minutos de silencio, para luego decirme:
- Ya estoy, gracias a Dios, preparado para morir. Pero ya que no puedo recibir ningún Sacramento, ni tener ningún sacerdote a mi lado, vas a hacer ahora mismo lo siguiente: toma la pililla del agua bendita, moja tus dedos y úngeme con ella los ojos, la nariz, los oídos, las manos y los pies, para que el Señor me purifique y conforte. Ya sé que esto no es la Extremaunción, pero así como una Comunión Espiritual esto será una especie de Extremaunción Espiritual. Y Dios, que ve las intenciones, vendrá en mi socorro.
Cumplí sus deseos con especial emoción y, al ir haciendo la aplicación del agua bendita a sus sentidos -sin duda como yo fuera demasiado deprisa-, me decía:
Ve despacio, más despacio; quiero darme perfecta cuenta.
Y repetía entre tanto y con toda pausa el ceremonial de la Extremaunción. Cuando hubimos terminado aquella emocionante escena, dijo:
- Ahora voy a encomendarme a nuestro Glorioso Patriarca San José (de quien era devotísima su madre e inculcó esta devoción muy honda en el corazón de sus hijos) para que él interceda y me acompañe en los últimos momentos de mi vida.
Era de un carácter verdaderamente entrañable, pero en donde concentraba siempre su cariño -se desbordaba de entusiasmo-, era con el niño pequeñín, que contaba a la sazón poco más de seis meses. Sabiendo esta pasión por Paquito, quise, antes de retirarle a descansar, que le besara por última vez. Y teniéndole en los brazos se lo acerqué…
Adela -me dijo-, quiero que me digas lo que ha sido de toda la familia, quiero saberlo todo antes de morir.
Llevaba enfermo algo más de un mes, y con este motivo nos había sido fácil ir ocultándole los tristes acontecimientos sucedidos en la familia. Viendo la serenidad y fortaleza de su alma, no dudé un momento y le di cuenta de todos los que habían muerto y, en cuanto pude, con los pocos detalles que yo sabía.
Hube de explicarle que el día 18 de agosto habían matado a su hermano Paco, quien por su bondad atraía el cariño de toda la familia. Adivinaba yo que quería saber cómo había muerto y le dije cuanto sabía de él: que estuvo encerrado en la prisión con Santiago Fernández, sacerdote virtuosísimo y pariente muy querido de todos, con quien confesó; y que, como los demás, murió confesando a Cristo. Entonces él, elevando los ojos al Cielo, exclamó conmovido:
- ¡Pobre madre, qué lastima de madre! ¡Qué martirio y soledad te espera!
Yo entonces me consideré en el deber de decirle:
- Mira, mientras yo viva y ella quiera estar con nosotros, yo nunca la dejaré.
- Sí, ya lo sé. ¡Si te conozco!, me respondió.
Los últimos momentos
Me preguntó entonces:
- ¿Qué hora es, Adela?
- La una, le respondí.
Y él entonces me ordenó resuelto:
-Anda, ve por mi ropa y calzado que me voy a vestir.
- No, espera; tal vez viéndote en cama te dejen.
- No, hija, de ningún modo quiero vestirme delante de ellos. Ahora llévame a donde están mamá y Balbina. Quiero despedirme de ellas. Y al abrazarlas les dijo: Adiós, hasta el Cielo. Ellas empezaron a llorar y, sin perder un punto su serenidad, les consoló:
- No lloréis, muy pronto nos veremos en el Cielo…
¿Inspiración de Dios? No lo sé. Lo que sí sé es que esto ocurría el 29 de agosto y el 16 de septiembre siguiente las asesinaban a las dos.
Después volvimos a donde estaban los niños. Y arrodillándose delante de un cuadro del Santísimo Cristo del Olvido, estuvo unos momentos en oración mientras en la calle se oía el ruido de un motor. Ya no cabía duda. Como ellos tenían la llave que ni había sido arrebatada, entraron sin llamar y subieron a la habitación donde nos encontrábamos unos hombres armados de pistolas y escopetas que le ordenaron que se fuera con ellos. Él obedeció sin replicar nada. Y sólo cuando bajaba la escalera, dirigiéndose al que hacía de jefe le dijo:
- ¿Me permite que vuelva a dar un beso a mis hijos?
A lo que respondió:
- No se despida usted de sus hijos. Si usted no va a morir, si le llevamos para que le curen.
Entonces él, volviéndose con mucha entereza, le dijo:
- Sí, sé dónde me llevan, pero no me importa.
Supimos también que cuando llegaron al sitio donde fueron asesinados le ataron a un palo del telégrafo y uno de los asesinos le entró el cañón de la escopeta en la boca brutalmente. Y, al disparar el arma, dijo rabiosamente estas palabras:
Blasfemas fueron estas palabras en la boca del miliciano, pero fueron el magnífico sello, el glorioso certificado del martirio de aquel tan ferviente católico, para mí tan querido y cada día más inolvidable.
Pude comprobar que el disparo fue hecho en la forma en que los asesinos lo refirieron[2], porque unos días antes de hacer la exhumación de los restos -en el cementerio de Mora de Toledo para hacer su traslado a Orgaz- me enteré que un periódico hacía el relato de la misma forma. Y, efectivamente, fue así porque, al recoger sus restos, vi que las mandíbulas estaban completamente deshechas.
3. FRANCISCA GUADALUPE SUÁREZ
4. BALBINA RUIZ-TAPIADOR GUADALUPE
5. Mª de la CONCEPCIÓN RUIZ-TAPIADOR VIZCAYNO
6. MARÍA JUANA RUIZ TAPIADOR VIZCAYNO
7. FRANCISCA ROLDÁN SÁNCHEZ-BARBUDO
La Unión Nacional Eucarística Reparadora (UNER) es el actual nombre que engloba a las distintas ramas (niños, jóvenes, mujeres y hombres) de la llamada Obra de las Tres Marías y los Discípulos de San Juan, también llamada Obra de los Sagrarios-Calvarios que fundara el Beato Manuel González García en 1910. En 1913 fue fundado el Centro de las Marías de los Sagrarios de Orgaz.
La Postulación para las Causas de los mártires conserva un documento -escrito a mano y sin firmar- en el que se declara que la fecha de la fundación de las Marías en Orgaz fue el 8 de octubre de 1913. Aunque doña Benita Lanseros, presidenta-fundadora, que retomaría el cargo después de la Guerra Civil, escribe que “la causa de no poder determinar la fecha de fundación es el haber perdido totalmente la documentación en los saqueos de que fuimos víctimas. Su iniciador y fundador en esta parroquia fue don Benito López de las Hazas, que en paz descanse”.
El siervo de Dios Benito López de las Hazas fue el sacerdote de más edad asesinado durante la persecución religiosa. Tras el estallido de la Guerra Civil, pasó oculto los primeros meses en el número 5 de la calle Sillería de Toledo, junto al Siervo de Dios Francisco Navas, que fue asesinado el 29 de agosto. El día 1 de septiembre, don Benito salió con el ánimo de dirigirse a Ajofrín, donde pensó que estaría a salvo, pero en el camino fue reconocido y asesinado.
Capellán de Reyes Nuevos de la Catedral de Toledo, había sido Consiliario del Sindicato Católico Obrero de san José. Estaba prácticamente ciego, sordo y, como queda dicho, era ya muy anciano (tenía 81 años).
López de las Hazas había nacido el 13 de enero de 1855 en Ajofrín y recibió la ordenación sacerdotal el 2 de abril de 1881. Ese año fue nombrado coadjutor de la parroquia de San Andrés de Toledo. Párroco de Orgaz de 1887 a 1895, ese año obtiene una canonjía en Cartagena (Murcia) y el nombramiento de Capellán de Reyes Nuevos en la Catedral de Toledo. Fue vicerrector del Seminario de Toledo en 1897. Sin duda que su ascendencia entre antiguas feligresas le convierten en “iniciador y fundador” de las Marías de Orgaz, a pesar de no trabajar en esa parroquia desde hacía más de quince años. Será el segundo sacerdote mártir que regó con su sangre el inicio de la obra en nuestra diócesis.
Del grupo de las primeras Marías de la parroquia de Orgaz cinco murieron mártires en la persecución religiosa: Balbina Ruiz-Tapiador y Guadalupe, presidenta de este centro; su madre, Francisca Guadalupe, primera María del Sagrario de Manzaneque; María Juana Ruiz-Tapiador, Concepción Ruiz-Tapiador y Francisca Roldán.
Una feligresa de Manzaneque, amiga de Balbina, hizo esta declaración espontánea. En ella se nos muestra el ambiente de los últimos meses antes del estallido de la Guerra:
“Estamos en la iglesia de Orgaz visitando al Santísimo el día de Pentecostés de 1936, me encontré arrodillada, sin saber cómo, junto a Balbina con quien me unía una íntima amistad, por haber visitado como María de los Sagrarios el de Manzaneque.
Terminada la visita y ya en la cancela de la iglesia, me lamentaba de la situación, pues precisamente había venido a Orgaz para visitar a unos amigos detenidos en esta cárcel, y ella con gran ánimo, me dijo: “Yo estoy segura de que todo católico y buen español está próximo a morir, así que preparémonos a recibir el martirio; pensemos siempre en que Cristo fue el primero y nos dio ejemplo”.
Después con gran entusiasmo, me decía: “Trabaja siempre y con todo empeño por atraer al buen camino a todo el que veamos que va extraviado”.
Y sobre todo me recomendaba que hiciese mucha oración y que rogase mucho por España. “No huyas nunca del peligro, me decía, ante la muerte, porque podemos estar seguros de que si con generosidad, ofrecemos a Nuestro Señor nuestra vida, por la salvación de los que no le aman y persiguen, Dios estará con nosotros para darnos la fortaleza necesaria”.
Yo trataba de persuadirla de que no era tanto el peligro y ella me dijo que estaba segura de que sería la primera mujer que mataran en Orgaz».
En otra ocasión ante las miradas amenazantes de varios marxistas. Balbina afirmó: “¡Ojalá tuviéramos esa dicha de morir por Cristo!”.
Francisca Guadalupe Suárez (62 años de edad) y Balbina Ruiz-Tapiador Guadalupe (20 noviembre de 1898, 38 años), eran madre e hija, y fueron asesinadas el 16 de septiembre de 1936. Cuando se presentaron en casa de Francisca a los milicianos se les había escuchado decir: “Con la familia que empezamos tenemos que terminar”.
La postulación conserva todavía el carnet de “María contemplativa de Villaminaya” de Francisca Guadalupe (bajo estas líneas). Auténtica reliquia por que la firma del Director Diocesano es la del Siervo de Dios Pascual Martín de Mora. Las “Marías contemplativas” tenían por oficio comulgar y visitar diariamente el Santísimo Sacramento con la intención de acompañarlo en el Sagrario abandonado que se les había indicado.
Las hermanas María Juana (que nació el 18 febrero de 1876, de 60 años) y María de la Concepción (nacida el 20 de diciembre de 1869, de 66 años) Ruiz-Tapiador Vizcayno, lo eran a su vez del Siervo de Dios Vicente Ruiz-Tapiador Vizcayno, sacerdote que figuraba como adscrito a su parroquia natal de Orgaz. Fue el primer miembro, de los diez que cayeron en esta familia, en ser asesinado en Mora, el 5 de agosto de 1936.
María Juana era la madre de los Siervos de Dios Andrés y Francisco Salgado, médico y estudiante de medicina respectivamente. Las dos mujeres fueron asesinadas la noche del 3 al 4 de noviembre de 1936, en el término de Los Yébenes. En ese fusilamiento se encontraba Francisca Roldán Sánchez-Barbado (59 años).
“Balbina Ruiz-Tapiador y Francisca Roldán merecen destacarse por su celo, actividad e intrepidez. Las dos solteras, vivían totalmente consagradas a diferentes obras para la gloria de Dios y ni antes ni después de estallar la revolución, se retrajeron lo más mínimo para confesar a Cristo, y su muerta la tenían bien conocida y segura. Tal vez pudieron huirla, pero la esperaron serenas y seguras de que llegaría y serían las primeras. Cayeron como dignas Marías, no solo con serenidad, sino con alegría".
7. FRANCISCO SALGADO RUIZ-TAPIADOR
Natural de Orgaz, había nacido en 1909. Cuando sucedieron los hechos luctuosos del año 36 era estudiante de medicina. Tras los primeros asesinatos optó por no salir, sin embargo, el 17 de agosto se presentaron seis milicianos preguntando por él para llevárselo a las consabidas declaraciones.
El joven estudiante se escapó por el tejado a la casa contigua... le hicieron saber que los milicianos matarían a su hermano Andrés (lo que harían después) si no se entregaba. Francisco con ánimo entero y decidido salió a buscarles no sin antes despedirse de los suyos.
Al abrazarse a su madre, ésta le dijo: - Hijo mío, ofrece tu vida a la Santísima Virgen del Carmen. A lo que contestó con indecible fervor: -Mamá, hace ya muchos días que se la tengo ofrecida, y corrió a la cárcel presentándose voluntario y diciendo: - Aquí me tenéis.
La respuesta fue meterle en un calabozo donde ya tenían detenidos a dos señores ancianos y varios jóvenes amigos suyos, entre ellos a un sacerdote que les absolvió a todos antes de salir para el martirio, que tuvo lugar en Mazarambroz (Toledo) aquella misma noche. Era el 18 de agosto de 1938, obligados a dar vivas al comunismo, murió gritando ¡Viva Cristo Rey!
8. SANTIAGO FERNÁNDEZ LÓPEZ
15 de mayo de 1935. Queda un poco más de un año para que se produzca el Alzamiento militar en África. Lo narra “El Castellano”: “Detalles de la santa pastoral visita. La estancia del señor arzobispo en Totanés”. La crónica nos ofrece el siguiente relato:
“Brillante en verdad fue el recibimiento que hizo nuestro pueblo el pasado día 11 a nuestro amadísimo prelado (Monseñor Isidro Gomá y Tomás). Desde muy de mañana, los niños y las niñas de la Catequesis iban y venían con sus banderitas con los colores pontificios y de la Inmaculada esperando el fausto acontecimiento. A las tres y media… entre vítores y entusiastas aclamaciones, descendía del automóvil su excelencia reverendísima, y previos los saludos de rigor y presentación de las autoridades, hecha por nuestro señor cura ecónomo, don Santiago Fernández, al que acompañaban los señores curas de Cuerva, Gálvez, Guadamur y Noez, recorrió triunfalmente las calles, profusamente engalanadas. Un puñado de jóvenes había levantado de antemano un arco de fronda en el que se leían inscripciones de salutación del pueblo al prelado. Hechas las ceremonias de rúbrica, dirigió su excelencia reverendísima la palabra a los fieles, que llenaban por completo la iglesia con el mayor silencio y compostura; expuso con gran elocuencia el objeto de la visita, haciendo oportunas y acertadas consideraciones sobre nuestra santa religión. Practicada la Confirmación, fue recibiendo a las autoridades, señores maestros y las distintas asociaciones parroquiales, alentando a todos con sus prudentes y sapientísimos consejos. En medio del más delirante entusiasmo se le despidió a su excelencia reverendísima, partiendo éste para Toledo, indudablemente con la impresión de que salía de un pueblo que sabe apreciar muy de veras que el título de católico es el mayor timbre de gloria de que se gloría.
Al día siguiente, junto con la fiesta del Patrocinio de San José, se celebró la primera comunión de los niños de la Catequesis, en la que todos pusieron su empeño en que resultase con el mayor esplendor, elevado su espíritu como estaba por la reciente pastoral visita. Predico nuestro señor cura ecónomo, poniendo a San José como el modelo del obrero dignificado y como protector de la infancia; cautivando durante media hora la atención de todos y haciendo con su fácil palabra brotar, a veces, lágrimas a los mayores.
A la tarde se consagró a los niños a la Santísima Virgen y a Cristo Rey, terminando con solemnísima procesión, que recorrió parte del pueblo, embalsamando el ambiente con las voces armoniosas de los niños, en cuyo pecho Cristo moró por vez primera”.
6 de Mayo de 1964. En esa fecha fueron trasladados los restos del Siervo de Dios y los de su hermano José. Según ha podido saber don Eugenio Guerra (colaborador de la Postulación), en 1964, “por influencias, según se cuenta, de un familiar que trabajaba en Madrid, en algún organismo o delegación de Correos, en Sindicatos, o algún otro organismo oficial, la familia decidió trasladar los restos de los hermanos Fernández López a la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, lo que se verificó el 6 de mayo del mencionado año”.
Como es sabido el 1 de abril de 1940, primer aniversario de finalización de la Guerra Civil, mediante Decreto, Francisco Franco dispuso la construcción de un gran monumento destinado a perpetuar la memoria de los Caídos. El Papa Juan XXIII, que será canonizado el próximo 27 de abril, resumió las líneas maestras de la espiritualidad de este monumento en el breve pontificio de 1960 por el que concedió el título de Basílica Menor a la iglesia de Santa Cruz del Valle de los Caídos, que comienza con las siguientes palabras:
“Yérguese airoso en una de las cumbres de la sierra de Guadarrama, no lejos de la Villa de Madrid, el signo de la Cruz Redentora, como hito hacia el cielo, meta preclarísima del caminar de la vida terrena, y a la vez extiende sus brazos piadosos a modo de alas protectoras, bajo las cuales los muertos gozan el eterno descanso… Este monte sobre el que se eleva el signo de la Redención humana, ha sido excavado en inmensa cripta, de modo que en sus entrañas se abre un amplísimo templo, donde se ofrecen sacrificios expiatorios y continuos sufragios por los Caídos en la guerra civil de España, y allí, acabados los padecimientos, terminados los trabajos y aplacadas las luchas, duermen juntos el sueño de la paz, a la vez que se ruega sin cesar por toda la nación española”.
La inauguración se produjo el 1 de Abril de 1959 y con restos de 8.746 víctimas ya depositados en las Criptas de la Basílica. En los Libros Registros se anotaron ingresos desde el 17 de marzo de 1959 al 3 de Julio de 1983. El total de restos ingresados en el Valle de los Caídos es de 33.833. De los cuales 21.423 están identificados y 12.410 son de desconocidos.
Santiago nació el 12 de octubre de 1907 en Madrid y fue ordenado sacerdote el 26 de junio de 1932. Tras el estallido de la guerra civil, siendo ecónomo de la parroquia de Totanés (Toledo), los del pueblo le prometían cierta seguridad. Lo cierto es que el 25 de julio de 1936 le quitan las llaves de la iglesia. Don Santiago creyó que entre sus familiares hallaría mayores garantías. El 5 de agosto se encaminó a Orgaz, donde residen los suyos. Allí permaneció oculto hasta el 15 de agosto.
En todas las referencias sobre su detención, martirio o enterramiento el Siervo de Dios aparece siempre asociado a su hermano menor, de nombre José, a quien se le cita como empleado de Hacienda o de la Diputación Provincial.
El domicilio de su hermana Antonia, que era de sus abuelos maternos, se encontraba en el inmueble nº 1 de la actual calle del Castillo, en Orgaz; lugar donde se produjo la detención de ambos hermanos.
Según los testimonios aportados pueden reconstruirse las escenas de la detención: la tarde-noche del 15 de agosto un grupo de milicianos acude a la casa del Siervo de Dios donde vive con su hermana y el mencionado José; según otras fuentes había en esos momentos, o acudieron con el alboroto, otros familiares; ante el revuelo y alarma, los hermanos Fernández López intentan eludir la detención huyendo por los tejados a la casa contigua, en la que vivía Marcial Gómez; los milicianos los persiguen y los apresan; al sacarlos detenidos por la casa del antes mencionado Sr. Gómez, don Santiago se despide de él con un lacónico y premonitorio “-¡Adiós Marcial, nos vemos en la Eternidad!”, palabras que por su profundo significado y posterior desenlace de los hechos, quedaron permanentemente en la memoria del Sr. Gómez, repitiéndolas siempre que hacía alusión a estos acontecimientos.
Según se sabe, un primo hermano de Santiago y José, llamado Manuel López Gómez, hizo frente a los milicianos al conocer sus pretensiones, lo que desencadenó una escalada de violencia con insultos, voces, golpes, culatazos y algún que otro disparo de los milicianos hacia este pariente. Recibió un disparo y, gravemente herido, fue abandonado por los milicianos, dándole por muerto, en el mismo domicilio de la detención.
18 de agosto de 1936. Los hermanos Fernández López fueron conducidos a prisión el día de la Asunción.
Ramón Perea Bravo, en su libro “Historia de la Muy Noble, Leal y Antigua Villa de Orgaz, Toledo”, Talleres tipográfico Gómez-Menor, 1964, en su página 84, refiere de esta manera los acontecimientos del asesinato:
“[...] 18 de agosto. Rvdo. Sr. don Santiago Fernández López, presbítero. Don Pedro Perea Cid, agricultor. Don Basilio Perea Cid, agricultor. Don Francisco Salgado Ruiz-Tapiador, estudiante. Don José Fernández López, empleado de Hacienda. Don Fernando Pinillos Medrano, estudiante. Don Luis Ruiz de los Paños, guarda mayor de campo. Con ellos, uno de Sonseca que detuvieron en ésta.
Este grupo tuvo el gran consuelo de llevar como magnífico preparador para bien morir a un joven sacerdote, don Santiago Fernández, que confesó a todos sus compañeros de martirio, y, una vez en tierra, en las inmediaciones del pueblo de Mazarambroz, pidió a sus asesinos le permitieran morir el último para cumplir con cada uno de sus hermanos la santa misión del sacerdote. Consta que fue bendiciéndoles, cerrando sus ojos y administrándoles los últimos sacramentos. Una vez cumplida su misión para con los demás, al grito de “¡Viva Cristo Rey!”, entregó su vida a Dios y a la Patria [...].”
Trasladados sus restos, tras el fin de la contienda, a la iglesia parroquial de Orgaz, después -como ya quedó dicho- su familia se los llevó al Valle de los Caídos, con fecha de 6 de mayo de 1964.
Don Juan Francisco Rivera explica que respecto al templo de Totanés, “saqueado, quedó destrozado el armónium y los cinco altares que había. Por entonces las imágenes fueron guardadas entre un montón de astillas, en la iglesia, pero muy entrada la guerra, en venganza contra las derrotas que cada día eran mayores, por el mes de mayo de 1938 fueron quemadas”.
9. AGUSTÍN PINILLOS MEDRANO
Su hermano Fernando había sido asesinado el 18 de agosto. Natural de Orgaz (Toledo) este estudiante de tan sólo 16 años, quiso acompañar a su padre al ser detenido, quedando preso con él. Un testigo, que estaba preso en una celda contigua, y que sobrevivió a la persecución, ha relatado que en la noche del 7 de agosto de 1936 este adolescente tuvo que presenciar la saca de su padre y de otros dos prisioneros para el paseo nocturno, quedando sólo en la celda lleno de angustia y dolor esperando la vuelta de los milicianos para asesinarle a él también. Tuvo que esperar hasta el 27 de agosto. Sucedió cerca del término de Ajofrín (Toledo).
1. VICENTE RUIZ-TAPIADOR VIZCAYNO
Había nacido el 27 de febrero de 1872 en el pueblo toledano de Orgaz. Y recibió la ordenación sacerdotal el 13 de marzo de 1897. En 1936, contaba ya 64 años, figuraba como adscrito a su parroquia natal de Orgaz.
El 16 de julio, fiesta de Nuestra Señora del Carmen, Don Vicente celebró la Misa de primera comunión de su sobrina Mª del Carmen. Fue detenido el 3 de agosto. Tan sólo permaneció dos días en la cárcel, pues en la noche del 5 de agosto lo sacaron, y, conduciéndolo al término de Mora, lo fusilaron en el campo.
2. ANDRÉS SALGADO RUIZ-TAPIADOR
Hace ya más de veinte años, doña Adela, viuda del siervo de Dios Andrés Salgado Ruiz-Tapiador, padre de cinco hijos y médico de Orgaz (Toledo), escribió para una revista nacional el impresionante relato de las últimas horas de su esposo, que fue asesinado en Orgaz (Toledo) a los 33 años el 29 de agosto de 1936. Adela falleció el 23 de septiembre de 2003. Dejemos que sea ella misma quien nos narre todo lo sucedido.
Andrés cayó gravemente enfermo[1] y fue visitado por un compañero que le previno que su enfermedad era grave y que precisaba de una intervención quirúrgica… Mientras gestionaba por todos los medios posibles un salvoconducto para trasladarle a Madrid (…), por confidencias supimos el día señalado del asesinato; y no hay que decir la terrible impresión que nos causó y la dura prueba a que todos nos vimos sometidos… El hecho es que cuando yo me disponía a decírselo, él me exigió que le dijera toda la verdad sobre su situación. Esto era a las seis de la tarde, y desde este momento ya no me separé de su lecho.
Dramático y sereno diálogo frente a la próxima muerte
- Adela, tú serenidad, que yo me siento con valor para ir a la muerte. Tengo la conciencia tranquila que me da el deber cumplido… No, no me espanta la muerte, la miro frente a frente… y no me espanta...
Enseguida, con toda serenidad, me empezó a dar normas respecto a la educación de nuestros hijos. Me dio atinadísimos consejos, descendiendo a minuciosos detalles; y como resumiendo todo y poniendo en ello toda su alma, me dijo:
- Adela, sobre todo la educación de nuestros hijos; que los formes sólidamente cristianos.
Haciéndome cargo de sus razones, y ante la perspectiva de tal responsabilidad, poseída de honda emoción, le repliqué:
- ¡Qué pena, Andrés, con lo inútil que soy yo… y ahora sola!
Mas él, envolviéndome en una mirada dulce y confortadora, me dijo con autoridad:
- No, hija, no estás sola: tienes a Dios y su Divina gracia, que no te faltarán nunca… Y yo desde el Cielo también velaré por ti.
Hubo una pequeña pausa en que, abstraído de su situación, parecía que buscaba nuevas razones para alentar mi confianza en Dios, e interrumpiendo sus reflexiones me dijo:
- Mira, sobre todo confianza en Dios, que Él nunca te faltará (pausa). Cuando pase esta avalancha, llevas a estos dos mayorcitos al Colegio de Huérfanos de Médicos -se refería a los niños-, y así quedarás un poco más desahogada, quedándote con los tres pequeños.
Me parecía ver a través de aquellas palabras, pronunciadas con toda entereza y serenidad, un profundo sentimiento de amargura paternal, al darse cuenta de la situación en que quedábamos. Y yo, por darle ánimos y despejar aquellas sombras, le dije:
- No te preocupes por eso. Ya sabes que yo no tengo grandes exigencias, que nuestras necesidades son pocas; por tanto, con poco podemos vivir.
A lo que él, repuesto y dibujándose en su rostro una inefable sonrisa en la que se reflejaba toda la paz de su alma, me replicó:
- Sí, ya lo sé, hija: ¡Si te conozco!
Y añadió:
- Mira, Adela, si alguna vez ves a los niños enfermos no pidas nada, déjalo todo en manos de Dios y descansa en su santísima Voluntad. Aunque Nuestro Señor permitiese que te faltasen todos y quedases completamente sola, no pidas nada. Confía siempre en la Divina Providencia. Graba en tu alma aquellas palabras del santo Evangelio: “No andéis afanados pensando en lo que habéis de comer y beber. Bien sabe nuestro Padre qué necesitamos. Por tanto, buscad primero el Reino de Dios y su Justicia, y lo demás se os dará por añadidura”.
Después de un breve silencio, me dijo de nuevo:
- Mira, quiero que des a Dionisio las delanteras y mis botas de caza y que no le tomes cuentas de la cobranza, que le dejes todo… Adela, ¡qué dura es la vida!
Después de un breve silencio, que sin duda aprovechó para confortarse interiormente, me dijo:
- Tú repite con mucha frecuencia: “Sagrado Corazón de Jesús, cuanto sufra sea por tu amor”.
Se hizo un momento de silencio que yo respeté, pues me parecía que hondas reflexiones embargaban su alma y, como queriendo confirmar mis sospechas, exclamó:
-Adela, ¡con lo felices que éramos y sólo porque sí deshacer un hogar feliz!
Pero al momento, como cambiado por un resorte y como quien desecha una pesadilla, me dijo con toda serenidad:
- Adela, tú sigue viviendo con la mirada puesta siempre en Dios y en el Cielo, que allí volveremos a unirnos.
Y con el semblante inundado de gozo y rebosado de alegría, decía como recreándose:
- Y allí ya no habrá quien nos separe. (Nueva pausa).
- Ahora, continuó, voy a pedirte una cosa antes de morir.
- Tú dirás, le repliqué.
- Pues mira: que les perdones de todo corazón, como yo les perdono.
Yo, emocionada y conmovida por la grandeza de su alma, le dije:
- Sí, Andrés, yo les perdono.
Pero él, aunque tenía fe en mis palabras, volvió a insistir y ponía en sus palabras toda su alma:
- Que lo hagas de todo corazón, como yo lo hago.
- Vete tranquilo, que yo les perdono de todo corazón, fue mi respuesta.
Sin duda que esto era su obsesión. Y convencido de mi perdón me trazó la norma que debía seguir:
- Mira, Adela, aún quiero más: quiero que, aunque algún día tengas ocasión de hacer algo contra ellos, no lo hagas; antes al contrario, hazles todo el bien que puedas. Mira, hija, para que haya víctimas tiene que haber verdugos.
Y como un hondo sentimiento de compasión que se le veía le salía del alma, añadió:
- Después de todo, desgraciado el que desempeñe ese papel.
Tras un momento de silencio, que para él debió de ser de gran satisfacción, por la seguridad de mis palabras de perdón, fui yo quien rompió el silencio para decirle:
- ¡Andrés, qué remordimiento tan grande me va a quedar! ¿Por qué no te marcharías con papá y Manolo? Y enseguida, con toda tranquilidad, me respondió:
- No te atormentes con esto… No veas en esto más que los designios de la Providencia. Después de todo, ¿qué importa mi vida con tal que España se salve y Cristo reine? (pausa). ¡Quién sabe si será la mejor ocasión para morir...! ¿Qué sería que yo pudiera vivir veinte, treinta, cuarenta o más años? ¿Qué es esto comparado con la eternidad...? ¡Aquello no tendrá fin! ¡Que pasarán cien años, doscientos, millones y millones de años! ¡Que será todo como el primer día! Y repetía pausadamente con toda unción esos versos tan conocidos:
La ciencia calificada
es que el hombre en gracia acabe,
porque al fin de la jornada
aquel que se salva sabe,
y el que no, no sabe nada.
es que el hombre en gracia acabe,
porque al fin de la jornada
aquel que se salva sabe,
y el que no, no sabe nada.
Y repetía desgranando cada una de las palabras que se veía le causaban íntima alegría: Aquel que se salva sabe, y el que no, no sabe nada.
Transcurrieron unos momentos y, puesto de rodillas y con los brazos en cruz, de la manera más natural exclamó:
- ¡Señor, te ofrezco mi vida por la salvación de España y por la salvación de estos desgraciados! ¡Señor, que se conviertan! ¡Señor, que vean! ¡Que te conozcan! ¡Que te amen!
Después de breve pausa, le dije:
- Andrés, ¿te remuerde la conciencia de alguna cosa, sobre todo sientes remordimiento de haber hecho alguna confesión…?
Pero antes que sus palabras me contestó su mirada y todo su semblante, que reflejaba la paz de su alma. Y animándose, con santa alegría, me dijo:
- No, hija, está tranquila. Por la misericordia de Dios no tengo nada de eso. Tú está tranquila. ¿No ves cómo estoy yo? Ahora ve al almanaque y mira los santos del día para encomendarme a ellos.
Salí inmediatamente, y al volver dije: Ayer era viernes; y hoy (eran más de las doce de la noche) Nuestra Señora Salud de los enfermos, Nuestra Señora de la Consolación y la Degollación de San Juan Bautista. Y él, recalcando las palabras, añadió:
- Y sábado, Adela.
Entonces le dije:
- Hermoso día para ir al Cielo.
- Sí, es verdad, pero no merezco tanta dicha. Antes hemos de pasar el Purgatorio para purificarnos.
- Andrés, le dije, ¿y qué mejor medio de purificación que la muerte que vas a tener…? Y como no queriendo dar importancia a mis palabras, me replicó:
- Yo confío en la misericordia de Dios y en nuestra Madre, la Santísima Virgen del Carmen.
Y besó el escapulario, que siempre había llevado con todo fervor y confianza.
Después de una breve pausa y repuesto de la emoción que el recuerdo de la Virgen del Carmen, que en él y en toda la familia era verdadera pasión, me dijo:
- Mira, tenía ofrecido hacer una función al Santísimo Sacramento con la solemnidad que acostumbra a hacerse en Orgaz durante el Corpus y su Octava, si no ocurría nada; pero quiero que la celebréis, aun cuando a mí me maten.
Despedida de sus cinco hijos
Me dijo que comparecieran todos nuestros hijos; quería despedirse de ellos. Ya todos reunidos, empezó por la mayor, niña de siete años próxima a cumplir los ocho, y siguió por los otros cuatro, teniendo para todos y cada uno de ellos palabras de amor y consejos prudentísimos, que no he de transcribir por no alargar demasiado este escrito, concretándome a referir el resumen de lo que él mismo dijo a todos:
- Hijos míos: sed siempre, y ante todo, cristianos prácticos, sólidamente católicos y así seréis útiles a Dios y a la Patria. Ahora no os dais cuenta, sois muy pequeños, pero recordadlo siempre. ¡Cómo quisiera yo grabarlo en vuestro corazón, muy dentro, muy dentro, para que no se os borrase nunca!
Y después, dirigiéndose a mí, añadió:
- ¡Adela, después recuérdales todo esto con frecuencia y háblales de su padre y diles que les amaba con toda su alma!
Después fue bendiciendo a todos, uno por uno, y yo les hice ponerse de rodillas. Y cuando los hubo bendecido a todos, y, todavía de rodillas, yo les indiqué que debían pedir perdón a papá, los que podían hacerlo lo hacían llorando, y llorando repetían: Perdónanos, papá, si alguna vez hemos sido malos y te hemos dado disgustos. No se podía prolongar mucho esta escena que si atormentaba el corazón de su padre, tenía para él inefable dulzura. Además quería yo proporcionarle también algún consuelo, que al mismo tiempo me consolara a mí; por eso fui yo quien le pidió perdón:
- Quiero que ahora me perdones a mí si en alguna ocasión te disgusté o te hice sufrir. Desde luego que si así fue lo hice inconscientemente. Y sin dejarme terminar dijo:
- Levántate, hija. ¿De qué te voy a perdonar, si no has hecho más que hacerme feliz en todo momento?
Las ansias del Cielo le consumían; por eso le parecía que tardaban demasiado en entrar por él y exclamaba:
- ¡Cuánto tardan!
Y dirigiéndose a mi madre preguntó:
- Mamá, ¿qué hora es?
- Las doce y media, respondió ella.
- Las doce y media y sin venir. ¡En qué pensarán estos hombres!
Intervino mi madre para decirle:
- Déjalo, hijo mío. ¿Quién sabe si algún buen corazón se compadece y no vienen por ti?
Más él replicó:
- No, no será así…; sobre todo, si ha de ser mañana que sea hoy. Sin duda pensando que era sábado.
Inspirada extremaunción
Siguieron unos minutos de silencio, para luego decirme:
- Ya estoy, gracias a Dios, preparado para morir. Pero ya que no puedo recibir ningún Sacramento, ni tener ningún sacerdote a mi lado, vas a hacer ahora mismo lo siguiente: toma la pililla del agua bendita, moja tus dedos y úngeme con ella los ojos, la nariz, los oídos, las manos y los pies, para que el Señor me purifique y conforte. Ya sé que esto no es la Extremaunción, pero así como una Comunión Espiritual esto será una especie de Extremaunción Espiritual. Y Dios, que ve las intenciones, vendrá en mi socorro.
Cumplí sus deseos con especial emoción y, al ir haciendo la aplicación del agua bendita a sus sentidos -sin duda como yo fuera demasiado deprisa-, me decía:
Ve despacio, más despacio; quiero darme perfecta cuenta.
Y repetía entre tanto y con toda pausa el ceremonial de la Extremaunción. Cuando hubimos terminado aquella emocionante escena, dijo:
- Ahora voy a encomendarme a nuestro Glorioso Patriarca San José (de quien era devotísima su madre e inculcó esta devoción muy honda en el corazón de sus hijos) para que él interceda y me acompañe en los últimos momentos de mi vida.
Era de un carácter verdaderamente entrañable, pero en donde concentraba siempre su cariño -se desbordaba de entusiasmo-, era con el niño pequeñín, que contaba a la sazón poco más de seis meses. Sabiendo esta pasión por Paquito, quise, antes de retirarle a descansar, que le besara por última vez. Y teniéndole en los brazos se lo acerqué…
Adela -me dijo-, quiero que me digas lo que ha sido de toda la familia, quiero saberlo todo antes de morir.
Llevaba enfermo algo más de un mes, y con este motivo nos había sido fácil ir ocultándole los tristes acontecimientos sucedidos en la familia. Viendo la serenidad y fortaleza de su alma, no dudé un momento y le di cuenta de todos los que habían muerto y, en cuanto pude, con los pocos detalles que yo sabía.
Hube de explicarle que el día 18 de agosto habían matado a su hermano Paco, quien por su bondad atraía el cariño de toda la familia. Adivinaba yo que quería saber cómo había muerto y le dije cuanto sabía de él: que estuvo encerrado en la prisión con Santiago Fernández, sacerdote virtuosísimo y pariente muy querido de todos, con quien confesó; y que, como los demás, murió confesando a Cristo. Entonces él, elevando los ojos al Cielo, exclamó conmovido:
- ¡Pobre madre, qué lastima de madre! ¡Qué martirio y soledad te espera!
Yo entonces me consideré en el deber de decirle:
- Mira, mientras yo viva y ella quiera estar con nosotros, yo nunca la dejaré.
- Sí, ya lo sé. ¡Si te conozco!, me respondió.
Los últimos momentos
Me preguntó entonces:
- ¿Qué hora es, Adela?
- La una, le respondí.
Y él entonces me ordenó resuelto:
-Anda, ve por mi ropa y calzado que me voy a vestir.
- No, espera; tal vez viéndote en cama te dejen.
- No, hija, de ningún modo quiero vestirme delante de ellos. Ahora llévame a donde están mamá y Balbina. Quiero despedirme de ellas. Y al abrazarlas les dijo: Adiós, hasta el Cielo. Ellas empezaron a llorar y, sin perder un punto su serenidad, les consoló:
- No lloréis, muy pronto nos veremos en el Cielo…
¿Inspiración de Dios? No lo sé. Lo que sí sé es que esto ocurría el 29 de agosto y el 16 de septiembre siguiente las asesinaban a las dos.
Después volvimos a donde estaban los niños. Y arrodillándose delante de un cuadro del Santísimo Cristo del Olvido, estuvo unos momentos en oración mientras en la calle se oía el ruido de un motor. Ya no cabía duda. Como ellos tenían la llave que ni había sido arrebatada, entraron sin llamar y subieron a la habitación donde nos encontrábamos unos hombres armados de pistolas y escopetas que le ordenaron que se fuera con ellos. Él obedeció sin replicar nada. Y sólo cuando bajaba la escalera, dirigiéndose al que hacía de jefe le dijo:
- ¿Me permite que vuelva a dar un beso a mis hijos?
A lo que respondió:
- No se despida usted de sus hijos. Si usted no va a morir, si le llevamos para que le curen.
Entonces él, volviéndose con mucha entereza, le dijo:
- Sí, sé dónde me llevan, pero no me importa.
Bajó por su pie serenamente hasta la calle, donde esperaba la camioneta, y ya en el dintel de la puerta me dijo abrazándome:
- Adela, mira al Cielo, la Providencia mirará siempre por vosotros. Confía en Dios, que para ti y los niños no os faltará nunca. ¡Hasta el Cielo, Adela, hasta el Cielo!
Yo llevaba en los brazos al niño pequeño, que tenía seis meses. Y besándolo le dijo:
- Tu, hijito, no vas a conocer a tu padre. Y, tras un segundo de silencio, dijo:
- En el Cielo le conocerás.
Efectivamente, ya se han conocido… El niño moría tres años y medio más tarde, cuando contaba cuatro de edad.
Yo entonces le dije:
- Andrés, vete tranquilo, que Dios nos dará la fortaleza necesaria. Y tú ten valor hasta el fin, únete a Cristo, que Él te dará la fortaleza necesaria para morir confesándole.
¡Toma Cristo Rey!
Al subir a la camioneta vio a nueve amigos que como él iban al martirio. Lleno de fe dio un ¡Viva Cristo Rey!, que fue unánimemente contestado por todos ellos; y dando vivas sin cesar a Cristo Rey -que en medio del silencio de la noche de verano se oían perfectamente por las calles por donde la camioneta pasaba-, se afirmaba de una manera más solemne su arraigada fe católica.
Por referencia de los mismos asesinos supimos que el que los capitaneaba, en el trayecto les dijo así:
- ¡Pero este tío, que va medio muerto (como se encontraba enfermo) y todavía con Cristo en la boca…!
Entonces Andrés, con gran energía, contestó:
-Y con Él estaré mientras viva.
- Adela, mira al Cielo, la Providencia mirará siempre por vosotros. Confía en Dios, que para ti y los niños no os faltará nunca. ¡Hasta el Cielo, Adela, hasta el Cielo!
Yo llevaba en los brazos al niño pequeño, que tenía seis meses. Y besándolo le dijo:
- Tu, hijito, no vas a conocer a tu padre. Y, tras un segundo de silencio, dijo:
- En el Cielo le conocerás.
Efectivamente, ya se han conocido… El niño moría tres años y medio más tarde, cuando contaba cuatro de edad.
Yo entonces le dije:
- Andrés, vete tranquilo, que Dios nos dará la fortaleza necesaria. Y tú ten valor hasta el fin, únete a Cristo, que Él te dará la fortaleza necesaria para morir confesándole.
¡Toma Cristo Rey!
Al subir a la camioneta vio a nueve amigos que como él iban al martirio. Lleno de fe dio un ¡Viva Cristo Rey!, que fue unánimemente contestado por todos ellos; y dando vivas sin cesar a Cristo Rey -que en medio del silencio de la noche de verano se oían perfectamente por las calles por donde la camioneta pasaba-, se afirmaba de una manera más solemne su arraigada fe católica.
Por referencia de los mismos asesinos supimos que el que los capitaneaba, en el trayecto les dijo así:
- ¡Pero este tío, que va medio muerto (como se encontraba enfermo) y todavía con Cristo en la boca…!
Entonces Andrés, con gran energía, contestó:
-Y con Él estaré mientras viva.
Supimos también que cuando llegaron al sitio donde fueron asesinados le ataron a un palo del telégrafo y uno de los asesinos le entró el cañón de la escopeta en la boca brutalmente. Y, al disparar el arma, dijo rabiosamente estas palabras:
- ¡Toma Cristo Rey!
Blasfemas fueron estas palabras en la boca del miliciano, pero fueron el magnífico sello, el glorioso certificado del martirio de aquel tan ferviente católico, para mí tan querido y cada día más inolvidable.
Pude comprobar que el disparo fue hecho en la forma en que los asesinos lo refirieron[2], porque unos días antes de hacer la exhumación de los restos -en el cementerio de Mora de Toledo para hacer su traslado a Orgaz- me enteré que un periódico hacía el relato de la misma forma. Y, efectivamente, fue así porque, al recoger sus restos, vi que las mandíbulas estaban completamente deshechas.
3. FRANCISCA GUADALUPE SUÁREZ
4. BALBINA RUIZ-TAPIADOR GUADALUPE
5. Mª de la CONCEPCIÓN RUIZ-TAPIADOR VIZCAYNO
6. MARÍA JUANA RUIZ TAPIADOR VIZCAYNO
7. FRANCISCA ROLDÁN SÁNCHEZ-BARBUDO
La Unión Nacional Eucarística Reparadora (UNER) es el actual nombre que engloba a las distintas ramas (niños, jóvenes, mujeres y hombres) de la llamada Obra de las Tres Marías y los Discípulos de San Juan, también llamada Obra de los Sagrarios-Calvarios que fundara el Beato Manuel González García en 1910. En 1913 fue fundado el Centro de las Marías de los Sagrarios de Orgaz.
La Postulación para las Causas de los mártires conserva un documento -escrito a mano y sin firmar- en el que se declara que la fecha de la fundación de las Marías en Orgaz fue el 8 de octubre de 1913. Aunque doña Benita Lanseros, presidenta-fundadora, que retomaría el cargo después de la Guerra Civil, escribe que “la causa de no poder determinar la fecha de fundación es el haber perdido totalmente la documentación en los saqueos de que fuimos víctimas. Su iniciador y fundador en esta parroquia fue don Benito López de las Hazas, que en paz descanse”.
El siervo de Dios Benito López de las Hazas fue el sacerdote de más edad asesinado durante la persecución religiosa. Tras el estallido de la Guerra Civil, pasó oculto los primeros meses en el número 5 de la calle Sillería de Toledo, junto al Siervo de Dios Francisco Navas, que fue asesinado el 29 de agosto. El día 1 de septiembre, don Benito salió con el ánimo de dirigirse a Ajofrín, donde pensó que estaría a salvo, pero en el camino fue reconocido y asesinado.
Capellán de Reyes Nuevos de la Catedral de Toledo, había sido Consiliario del Sindicato Católico Obrero de san José. Estaba prácticamente ciego, sordo y, como queda dicho, era ya muy anciano (tenía 81 años).
López de las Hazas había nacido el 13 de enero de 1855 en Ajofrín y recibió la ordenación sacerdotal el 2 de abril de 1881. Ese año fue nombrado coadjutor de la parroquia de San Andrés de Toledo. Párroco de Orgaz de 1887 a 1895, ese año obtiene una canonjía en Cartagena (Murcia) y el nombramiento de Capellán de Reyes Nuevos en la Catedral de Toledo. Fue vicerrector del Seminario de Toledo en 1897. Sin duda que su ascendencia entre antiguas feligresas le convierten en “iniciador y fundador” de las Marías de Orgaz, a pesar de no trabajar en esa parroquia desde hacía más de quince años. Será el segundo sacerdote mártir que regó con su sangre el inicio de la obra en nuestra diócesis.
Del grupo de las primeras Marías de la parroquia de Orgaz cinco murieron mártires en la persecución religiosa: Balbina Ruiz-Tapiador y Guadalupe, presidenta de este centro; su madre, Francisca Guadalupe, primera María del Sagrario de Manzaneque; María Juana Ruiz-Tapiador, Concepción Ruiz-Tapiador y Francisca Roldán.
Una feligresa de Manzaneque, amiga de Balbina, hizo esta declaración espontánea. En ella se nos muestra el ambiente de los últimos meses antes del estallido de la Guerra:
“Estamos en la iglesia de Orgaz visitando al Santísimo el día de Pentecostés de 1936, me encontré arrodillada, sin saber cómo, junto a Balbina con quien me unía una íntima amistad, por haber visitado como María de los Sagrarios el de Manzaneque.
Terminada la visita y ya en la cancela de la iglesia, me lamentaba de la situación, pues precisamente había venido a Orgaz para visitar a unos amigos detenidos en esta cárcel, y ella con gran ánimo, me dijo: “Yo estoy segura de que todo católico y buen español está próximo a morir, así que preparémonos a recibir el martirio; pensemos siempre en que Cristo fue el primero y nos dio ejemplo”.
Después con gran entusiasmo, me decía: “Trabaja siempre y con todo empeño por atraer al buen camino a todo el que veamos que va extraviado”.
Y sobre todo me recomendaba que hiciese mucha oración y que rogase mucho por España. “No huyas nunca del peligro, me decía, ante la muerte, porque podemos estar seguros de que si con generosidad, ofrecemos a Nuestro Señor nuestra vida, por la salvación de los que no le aman y persiguen, Dios estará con nosotros para darnos la fortaleza necesaria”.
Yo trataba de persuadirla de que no era tanto el peligro y ella me dijo que estaba segura de que sería la primera mujer que mataran en Orgaz».
En otra ocasión ante las miradas amenazantes de varios marxistas. Balbina afirmó: “¡Ojalá tuviéramos esa dicha de morir por Cristo!”.
Francisca Guadalupe Suárez (62 años de edad) y Balbina Ruiz-Tapiador Guadalupe (20 noviembre de 1898, 38 años), eran madre e hija, y fueron asesinadas el 16 de septiembre de 1936. Cuando se presentaron en casa de Francisca a los milicianos se les había escuchado decir: “Con la familia que empezamos tenemos que terminar”.
La postulación conserva todavía el carnet de “María contemplativa de Villaminaya” de Francisca Guadalupe (bajo estas líneas). Auténtica reliquia por que la firma del Director Diocesano es la del Siervo de Dios Pascual Martín de Mora. Las “Marías contemplativas” tenían por oficio comulgar y visitar diariamente el Santísimo Sacramento con la intención de acompañarlo en el Sagrario abandonado que se les había indicado.
Las hermanas María Juana (que nació el 18 febrero de 1876, de 60 años) y María de la Concepción (nacida el 20 de diciembre de 1869, de 66 años) Ruiz-Tapiador Vizcayno, lo eran a su vez del Siervo de Dios Vicente Ruiz-Tapiador Vizcayno, sacerdote que figuraba como adscrito a su parroquia natal de Orgaz. Fue el primer miembro, de los diez que cayeron en esta familia, en ser asesinado en Mora, el 5 de agosto de 1936.
María Juana era la madre de los Siervos de Dios Andrés y Francisco Salgado, médico y estudiante de medicina respectivamente. Las dos mujeres fueron asesinadas la noche del 3 al 4 de noviembre de 1936, en el término de Los Yébenes. En ese fusilamiento se encontraba Francisca Roldán Sánchez-Barbado (59 años).
“Balbina Ruiz-Tapiador y Francisca Roldán merecen destacarse por su celo, actividad e intrepidez. Las dos solteras, vivían totalmente consagradas a diferentes obras para la gloria de Dios y ni antes ni después de estallar la revolución, se retrajeron lo más mínimo para confesar a Cristo, y su muerta la tenían bien conocida y segura. Tal vez pudieron huirla, pero la esperaron serenas y seguras de que llegaría y serían las primeras. Cayeron como dignas Marías, no solo con serenidad, sino con alegría".
7. FRANCISCO SALGADO RUIZ-TAPIADOR
Natural de Orgaz, había nacido en 1909. Cuando sucedieron los hechos luctuosos del año 36 era estudiante de medicina. Tras los primeros asesinatos optó por no salir, sin embargo, el 17 de agosto se presentaron seis milicianos preguntando por él para llevárselo a las consabidas declaraciones.
El joven estudiante se escapó por el tejado a la casa contigua... le hicieron saber que los milicianos matarían a su hermano Andrés (lo que harían después) si no se entregaba. Francisco con ánimo entero y decidido salió a buscarles no sin antes despedirse de los suyos.
Al abrazarse a su madre, ésta le dijo: - Hijo mío, ofrece tu vida a la Santísima Virgen del Carmen. A lo que contestó con indecible fervor: -Mamá, hace ya muchos días que se la tengo ofrecida, y corrió a la cárcel presentándose voluntario y diciendo: - Aquí me tenéis.
La respuesta fue meterle en un calabozo donde ya tenían detenidos a dos señores ancianos y varios jóvenes amigos suyos, entre ellos a un sacerdote que les absolvió a todos antes de salir para el martirio, que tuvo lugar en Mazarambroz (Toledo) aquella misma noche. Era el 18 de agosto de 1938, obligados a dar vivas al comunismo, murió gritando ¡Viva Cristo Rey!
8. SANTIAGO FERNÁNDEZ LÓPEZ
15 de mayo de 1935. Queda un poco más de un año para que se produzca el Alzamiento militar en África. Lo narra “El Castellano”: “Detalles de la santa pastoral visita. La estancia del señor arzobispo en Totanés”. La crónica nos ofrece el siguiente relato:
“Brillante en verdad fue el recibimiento que hizo nuestro pueblo el pasado día 11 a nuestro amadísimo prelado (Monseñor Isidro Gomá y Tomás). Desde muy de mañana, los niños y las niñas de la Catequesis iban y venían con sus banderitas con los colores pontificios y de la Inmaculada esperando el fausto acontecimiento. A las tres y media… entre vítores y entusiastas aclamaciones, descendía del automóvil su excelencia reverendísima, y previos los saludos de rigor y presentación de las autoridades, hecha por nuestro señor cura ecónomo, don Santiago Fernández, al que acompañaban los señores curas de Cuerva, Gálvez, Guadamur y Noez, recorrió triunfalmente las calles, profusamente engalanadas. Un puñado de jóvenes había levantado de antemano un arco de fronda en el que se leían inscripciones de salutación del pueblo al prelado. Hechas las ceremonias de rúbrica, dirigió su excelencia reverendísima la palabra a los fieles, que llenaban por completo la iglesia con el mayor silencio y compostura; expuso con gran elocuencia el objeto de la visita, haciendo oportunas y acertadas consideraciones sobre nuestra santa religión. Practicada la Confirmación, fue recibiendo a las autoridades, señores maestros y las distintas asociaciones parroquiales, alentando a todos con sus prudentes y sapientísimos consejos. En medio del más delirante entusiasmo se le despidió a su excelencia reverendísima, partiendo éste para Toledo, indudablemente con la impresión de que salía de un pueblo que sabe apreciar muy de veras que el título de católico es el mayor timbre de gloria de que se gloría.
Al día siguiente, junto con la fiesta del Patrocinio de San José, se celebró la primera comunión de los niños de la Catequesis, en la que todos pusieron su empeño en que resultase con el mayor esplendor, elevado su espíritu como estaba por la reciente pastoral visita. Predico nuestro señor cura ecónomo, poniendo a San José como el modelo del obrero dignificado y como protector de la infancia; cautivando durante media hora la atención de todos y haciendo con su fácil palabra brotar, a veces, lágrimas a los mayores.
A la tarde se consagró a los niños a la Santísima Virgen y a Cristo Rey, terminando con solemnísima procesión, que recorrió parte del pueblo, embalsamando el ambiente con las voces armoniosas de los niños, en cuyo pecho Cristo moró por vez primera”.
6 de Mayo de 1964. En esa fecha fueron trasladados los restos del Siervo de Dios y los de su hermano José. Según ha podido saber don Eugenio Guerra (colaborador de la Postulación), en 1964, “por influencias, según se cuenta, de un familiar que trabajaba en Madrid, en algún organismo o delegación de Correos, en Sindicatos, o algún otro organismo oficial, la familia decidió trasladar los restos de los hermanos Fernández López a la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, lo que se verificó el 6 de mayo del mencionado año”.
Como es sabido el 1 de abril de 1940, primer aniversario de finalización de la Guerra Civil, mediante Decreto, Francisco Franco dispuso la construcción de un gran monumento destinado a perpetuar la memoria de los Caídos. El Papa Juan XXIII, que será canonizado el próximo 27 de abril, resumió las líneas maestras de la espiritualidad de este monumento en el breve pontificio de 1960 por el que concedió el título de Basílica Menor a la iglesia de Santa Cruz del Valle de los Caídos, que comienza con las siguientes palabras:
“Yérguese airoso en una de las cumbres de la sierra de Guadarrama, no lejos de la Villa de Madrid, el signo de la Cruz Redentora, como hito hacia el cielo, meta preclarísima del caminar de la vida terrena, y a la vez extiende sus brazos piadosos a modo de alas protectoras, bajo las cuales los muertos gozan el eterno descanso… Este monte sobre el que se eleva el signo de la Redención humana, ha sido excavado en inmensa cripta, de modo que en sus entrañas se abre un amplísimo templo, donde se ofrecen sacrificios expiatorios y continuos sufragios por los Caídos en la guerra civil de España, y allí, acabados los padecimientos, terminados los trabajos y aplacadas las luchas, duermen juntos el sueño de la paz, a la vez que se ruega sin cesar por toda la nación española”.
La inauguración se produjo el 1 de Abril de 1959 y con restos de 8.746 víctimas ya depositados en las Criptas de la Basílica. En los Libros Registros se anotaron ingresos desde el 17 de marzo de 1959 al 3 de Julio de 1983. El total de restos ingresados en el Valle de los Caídos es de 33.833. De los cuales 21.423 están identificados y 12.410 son de desconocidos.
Santiago nació el 12 de octubre de 1907 en Madrid y fue ordenado sacerdote el 26 de junio de 1932. Tras el estallido de la guerra civil, siendo ecónomo de la parroquia de Totanés (Toledo), los del pueblo le prometían cierta seguridad. Lo cierto es que el 25 de julio de 1936 le quitan las llaves de la iglesia. Don Santiago creyó que entre sus familiares hallaría mayores garantías. El 5 de agosto se encaminó a Orgaz, donde residen los suyos. Allí permaneció oculto hasta el 15 de agosto.
En todas las referencias sobre su detención, martirio o enterramiento el Siervo de Dios aparece siempre asociado a su hermano menor, de nombre José, a quien se le cita como empleado de Hacienda o de la Diputación Provincial.
El domicilio de su hermana Antonia, que era de sus abuelos maternos, se encontraba en el inmueble nº 1 de la actual calle del Castillo, en Orgaz; lugar donde se produjo la detención de ambos hermanos.
Según los testimonios aportados pueden reconstruirse las escenas de la detención: la tarde-noche del 15 de agosto un grupo de milicianos acude a la casa del Siervo de Dios donde vive con su hermana y el mencionado José; según otras fuentes había en esos momentos, o acudieron con el alboroto, otros familiares; ante el revuelo y alarma, los hermanos Fernández López intentan eludir la detención huyendo por los tejados a la casa contigua, en la que vivía Marcial Gómez; los milicianos los persiguen y los apresan; al sacarlos detenidos por la casa del antes mencionado Sr. Gómez, don Santiago se despide de él con un lacónico y premonitorio “-¡Adiós Marcial, nos vemos en la Eternidad!”, palabras que por su profundo significado y posterior desenlace de los hechos, quedaron permanentemente en la memoria del Sr. Gómez, repitiéndolas siempre que hacía alusión a estos acontecimientos.
Según se sabe, un primo hermano de Santiago y José, llamado Manuel López Gómez, hizo frente a los milicianos al conocer sus pretensiones, lo que desencadenó una escalada de violencia con insultos, voces, golpes, culatazos y algún que otro disparo de los milicianos hacia este pariente. Recibió un disparo y, gravemente herido, fue abandonado por los milicianos, dándole por muerto, en el mismo domicilio de la detención.
18 de agosto de 1936. Los hermanos Fernández López fueron conducidos a prisión el día de la Asunción.
Ramón Perea Bravo, en su libro “Historia de la Muy Noble, Leal y Antigua Villa de Orgaz, Toledo”, Talleres tipográfico Gómez-Menor, 1964, en su página 84, refiere de esta manera los acontecimientos del asesinato:
“[...] 18 de agosto. Rvdo. Sr. don Santiago Fernández López, presbítero. Don Pedro Perea Cid, agricultor. Don Basilio Perea Cid, agricultor. Don Francisco Salgado Ruiz-Tapiador, estudiante. Don José Fernández López, empleado de Hacienda. Don Fernando Pinillos Medrano, estudiante. Don Luis Ruiz de los Paños, guarda mayor de campo. Con ellos, uno de Sonseca que detuvieron en ésta.
Este grupo tuvo el gran consuelo de llevar como magnífico preparador para bien morir a un joven sacerdote, don Santiago Fernández, que confesó a todos sus compañeros de martirio, y, una vez en tierra, en las inmediaciones del pueblo de Mazarambroz, pidió a sus asesinos le permitieran morir el último para cumplir con cada uno de sus hermanos la santa misión del sacerdote. Consta que fue bendiciéndoles, cerrando sus ojos y administrándoles los últimos sacramentos. Una vez cumplida su misión para con los demás, al grito de “¡Viva Cristo Rey!”, entregó su vida a Dios y a la Patria [...].”
Trasladados sus restos, tras el fin de la contienda, a la iglesia parroquial de Orgaz, después -como ya quedó dicho- su familia se los llevó al Valle de los Caídos, con fecha de 6 de mayo de 1964.
Don Juan Francisco Rivera explica que respecto al templo de Totanés, “saqueado, quedó destrozado el armónium y los cinco altares que había. Por entonces las imágenes fueron guardadas entre un montón de astillas, en la iglesia, pero muy entrada la guerra, en venganza contra las derrotas que cada día eran mayores, por el mes de mayo de 1938 fueron quemadas”.
9. AGUSTÍN PINILLOS MEDRANO
Su hermano Fernando había sido asesinado el 18 de agosto. Natural de Orgaz (Toledo) este estudiante de tan sólo 16 años, quiso acompañar a su padre al ser detenido, quedando preso con él. Un testigo, que estaba preso en una celda contigua, y que sobrevivió a la persecución, ha relatado que en la noche del 7 de agosto de 1936 este adolescente tuvo que presenciar la saca de su padre y de otros dos prisioneros para el paseo nocturno, quedando sólo en la celda lleno de angustia y dolor esperando la vuelta de los milicianos para asesinarle a él también. Tuvo que esperar hasta el 27 de agosto. Sucedió cerca del término de Ajofrín (Toledo).
[1] Los hijos declaran que aunque era grave no era mortal siempre se dijo que era un cólico de hígado. Otro de los médicos del pueblo, un tal Don Cándido, intervino pensando en sacarle de Orgaz para que le operasen en Madrid.
[2] Se sabe que uno de los asesinos había sido curado (operado en un brazo) por el Doctor Salgado.
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