Para conocer mejor África
por Benigno Blanco
Para conocer mejor África.
África está muy cerca de nosotros pero sigue siendo muy desconocida a pesar de que cada vez más lo que sucede en ese gran continente nos afecta más de cerca, fenómeno que solo puede ir creciendo en el próximo futuro. Las noticias sobre África aparecen y desaparecen de los medios de comunicación a velocidad de vértigo sin que nos permitan profundizar mínimamente en la realidad de esos países que para nosotros son algo difuso, mezcla de mitos históricos de las novelas de nuestra juventud y noticias sueltas y esporádicas habitualmente descontextualizadas. Oímos hablar de matanzas de cristianos en Nigeria, de la primavera árabe, de las guerras civiles en Sudán, Congo o Sierra Leona, de los diamantes de sangre, de las hambrunas en Etiopia o Eritrea, de golpes de Estado y guerrillas, de matanzas en Ruanda, del caos de Libia ... Pero quizá no somos capaces ni de hacer mentalmente un mapa aproximado de los países africanos. Incluso de los países más cercanos, esos desde los que nos llegan pateras y el gas, como Argelia o Marruecos, sabemos muy poco. Esa ignorancia no es razonable.
Por eso me ha parecido muy interesante el reciente libro de Frederick Cooper, Historia de Africa desde 1940. El pasado del presente, que ha editado en español Rialp en 2021 (396 págs.). Cooper, profesor de historia de la Universidad de Nueva York y experto en historia de África, expone una panorámica del continente africano desde el periodo final de la colonización hasta el presente, poniendo de manifiesto algunas de las claves que pueden permitir entender la evolución de ese mundo tan cercano pero desconocido para nosotros.
La obra de Cooper se centra en el África subsahariana y especialmente en las antiguas colonias inglesas, francesas, belgas y portuguesas y en Sudáfrica. Quedan fuera de su foco los países musulmanes de la costa mediterránea del continente africano y algunos otros países como las excolonias españolas a las que no se alude en el libro. A pesar de esas limitaciones geográficas resulta obra interesante para conocer un poco mejor el gran continente que está al sur de Europa y en el que actualmente están invirtiendo y adquiriendo mucha influencia tanto China como Rusia a la par que la vieja Europa pierde influencia y presencia, mientras los intereses americanos se reducen progresivamente a los de las grandes multinacionales que explotan los recursos naturales de las tierras africanas coadyuvando con frecuencia a la corrupción y las guerras para obtener réditos económicos.
Analizando el proceso de descolonización, Cooper pone de manifiesto que la existencia de los Estados africanos -con todas sus inestabilidades y a pesar de su carácter muchas veces artificial- ha ayudado claramente a la integración de África en la economía mundial; pero también resalta que contemplar esos Estado no es suficiente para explicar la realidad africana a diferencia de la historia de Europa que puede hacerse como historia de los Estados-nación. En África las instancias de integración de las personas con frecuencia sobrepasan las fronteras de los Estados y en todo caso se superponen a las relaciones ciudadano-Estado: la tribu, la religión, la etnia, etc, son realidades de gran fuerza que no sustituyen al Estado pero condicionan la lealtad y pertenencia a éste; e incluso en algunos casos lo rompen, generando guerrillas o movimientos secesionistas en cuyo origen se suelen mezclar etnias, historia, intereses económicos vinculados a la explotación de recursos naturales minerales, influencia extranjera que proporciona armas y recursos para movilizar y mantener guerras civiles, etc. De otro lado, en gran parte de África la concepción del poder público no responde a los parámetros clásicos europeos: el que gobierna se debe a los suyos – su clan, familia, tribu o etnia- y no a la abstracción teórica de los ciudadanos de su Estado, aunque también con notables excepciones. Sirvan estas breves notas diferenciales para evitar el riesgo de que queramos interpretar las pocas cosas que sabemos de la vida política de este continente con las claves habituales en Europa. Aunque solo sea por vislumbrar estas otras claves merece la pena leer el libro de Cooper.
El autor no cae en el simplismo de achacar los males de África ni a las potencias coloniales ni a los líderes independentistas. Resalta los errores de aquellas y también los de éstos, que muchas veces se limitaron a prolongar las políticas extractivas de recursos de los antiguos colonos pero ahora al servicio de su clientela y de su mantenimiento en el poder. Cooper abarca un continente entero y no puede llegar al detalle pero sí es capaz de poner de relieve las singularidades de los bloques culturales y políticos ahormados en parte por el país colonial de origen: no es lo mismo el Congo excolonia belga que los países de pasada influencia francófona, británica o portuguesa. El caso de Sudáfrica es tratado con acierto de forma diferenciada pues su historia lo exige. También es meritorio el estudio de la influencia no siempre positiva que han tenido en las últimas décadas las políticas de los organismos internacionales como ONU, BM o FMI que en ocasiones han impuesto políticas poco ajustadas a la realdad africana, agravando algunos de los problemas que querían resolver.
Me permito recomendar especialmente los capítulos 5 (págs. 175 y ss.) y 7 (págs. 303 y ss.) en los que el autor muestra la experiencia país a país de las distintas políticas desarrolladas por las autoridades africanas. En ellos se puede comprobar una vez más que los hombres, también los africanos, somos libres para construir nuestro futuro; que partiendo de un pasado y condicionantes similares unos han sabido construir sociedades razonablemente prósperas y en paz mientras otros se hundían en la guerra y pobreza crónicas.
Para entender el mundo de hoy –y el de mañana- hay que conocer un poco la realidad de África. El libro de Cooper ayuda.
Benigno Blanco