Creyentes sin religión
Los sociólogos de la religión, desde los años 90 advierten que la tendencia religiosa de mayor crecimiento en el mundo, especialmente en occidente, y más concretamente en los países tradicionalmente cristianos, son los "creyentes sin adscripción religiosa", o "creyentes sin religión". Muchas veces son calificados por las encuestas como "no creyentes", por no identificarse con ninguna religión, y se cae así en un error conceptual importante, ya que no adherir a ninguna institución religiosa, no significa no tener creencias religiosas.
Metamorfosis de la religión
La crisis de la modernidad, de las instituciones, de las iglesias históricas, especialmente las más burocratizadas y amalgamadas con los esquemas modernos, ha hecho creer que la experiencia religiosa estaba desapareciendo. Sin embargo estaba solamente cambiando de lugar. Lo que desaparece es un modo de vivir y practicar la fe.
En una cultura dominada por la lógica instrumental y consumista, ha crecido lo que los sociólogos franceses llamaron "religiosidad a la carta", donde cada uno compone y reconfigura su propio menú religioso, tomando de cada tradición lo que mejor le viene a su necesidad y resignificando símbolos y contenidos según el propio parecer.
El descenso de la práctica religiosa tradicional no significa un retroceso de la religión sino un cambio del espacio religioso y sus manifestaciones, por el cual se pasa de una fe social y culturalmente heredada, a una fe asumida como camino personal de búsqueda y experiencia particular. Asistimos a una metamorfosis de lo religioso, donde no solo cambian las creencias y prácticas, sino la misma cosmovisión, y, por consiguiente, la misma imagen de la divinidad.
Un canasto espiritual
Muchos creyentes no solo eligen los trozos de su credo que mejor se adaptan a su sensibilidad - sin aceptar la totalidad de su tradición o de las orientaciones de sus líderes-, sino que toman de todo aquello que conocen lo que mejor se aviene a sus intereses particulares. En una situación “de mercado religioso” el creyente sin religión se sitúa en actitud de comprador o consumidor: elige como si tuviera ante sí una variedad de productos para consumir y selecciona su canasto según su preferencia, necesidad y gusto. Se conforma de este modo una yuxtaposición de creencias, una múltiple pertenencia a diversos credos y prácticas religiosas, donde el sincretismo no es mala palabra, sino signo de apertura mental y libertad.
El presupuesto es que todas las tradiciones religiosas son igualmente valiosas y verdaderas, por lo que el ideal no es seguir un camino religioso preestablecido, sino tomar los elementos más convenientes de cada una de ellas como camino personal de autorrealización.
Según los resultados del año 2010 de Research Center´s Religion and Public Life Project, los "creyentes sin religión" son en Europa son un 18%, en Asia, 21%, y en América Latina un 8%.
En el mundo los cristianos son el 31,4 %, los musulmanes el 23,2%, y los creyentes sin religión ascienden al 16,4 %.
La primacía de la experiencia y las vivencias espirituales
La religiosidad postmoderna privilegia la experiencia antes que la doctrina, los itinerarios personales antes que las grandes tradiciones, las vivencias espirituales antes que los contenidos doctrinales. Y el creyente de hoy es un buscador, un peregrino que quiere decidir cómo, cuándo y a quién creer.
El peso del testimonio emocional, la vivencia y la interioridad en los movimientos neopentecostales y en las espiritualidades neoesotéricas de la Nueva Era, muestran los nuevos rumbos de la religión y presentan un gran desafío a las religiones clásicas y a las Iglesias históricas.
Se rechaza la experiencia reglamentada sobre todo mediante ritos y actos válidos por sí mismos -ex opere operato-. La interioridad es el lugar donde lo sagrado es encontrado y actualizado. Sin experiencia íntima, personal y emocional no hay experiencia de lo sagrado. De aquí la tendencia a buscar en la psicología un mediador cualificado para la profundización e incluso para las terapias de mediación corporal y emocional. Se busca un mundo de unidad interior, de certeza y de misterio descifrado. La emoción abraza sus dos polos: la fuerte exteriorización y la concentración interior.
La religiosidad actual se ha convertido en una religiosidad sin Dios, pero se manifiesta emocionalmente potente y tiene una amplísima difusión, inclusive a nivel editorial, como vemos en la aplastante proliferación de libros de autoayuda de corte esotérico y gnóstico.
Es bastante evidente que el momento presente se caracteriza por una extensa psicologización, no solo de la idea de lo divino y de la religión, sino del conjunto de los sistemas sociales y de las relaciones. La “emoción” ocupa un lugar no sólo importante, sino excepcional en la vida de muchos de nuestros contemporáneos, los cuales dedican muchas energías a una afanosa búsqueda –en algunos casos enfermiza- de novedades y experiencias fuertes, dando lugar a lo que se ha llamado “sociedad de la vivencia”.
Solo vale la religión que se experimenta
En la cultura de las sensaciones solo vale lo que se experimenta interiormente, emocionalmente. Si no hay un acercamiento emocional, afectivo a la religión, esta es considerada inútil. Frente al énfasis en las convicciones, aquí prima la afectividad sentida. Sin un toque afectivo, sensible, de lo sagrado, éste no existe o no se le concede credibilidad.
El individuo actual quiere expresar lo que siente. No le interesa tanto especular sobre Dios o la comprensión doctrinal cuanto el compartir vivencias. Está más atento a la experiencia que siente, en cómo la siente e imagina, que en el modo en que la piensa o justifica racionalmente.
Ya no se puede presuponer que quien se presenta con una determinada comprensión de la realidad –sea cristiana, o socialista o liberal…-, necesariamente posee una especie de estructuración mental y existencial de la vida en conformidad con lo que dice creer. Asistimos cada vez más a la visión de personalidades descompuestas, fragmentadas, incoherentes: por un lado está su creencia, por otro su comportamiento moral, por otro sus vivencias espirituales, etc.
En la actual situación en que está fragmentado el hombre de hoy, se busca desesperadamente la integración y la armonía interna, una experiencia de salvación “aquí y ahora”, y que casi siempre no aspira a llegar más allá de lo que se viva al interior de la propia experiencia de paz y gratificación subjetivas.
La experiencia salvífica es un momento más en la vida de las personas, y no aspira a ser un elemento configurador de la existencia, ni promete una salvación más plena, ni para la persona concreta ni mucho menos para la sociedad.
La idea de Dios sufre grandes cambios, transformándose en una fuerza cósmica, impersonal, vaga y difusa, como un “conjunto de vibraciones energéticas” que son la esencia de toda la realidad.
Técnicas y más técnicas "espirituales"
En este contexto sociocultural, se produce una gran proliferación de todo tipo de métodos de autoayuda vinculados al esoterismo, lo parapsicológico y a las religiones orientales. Emerge así una religiosidad de tipo mágica, donde lo divino es en realidad un medio para alcanzar el bienestar, no una persona con la que entramos en relación. Lo importante es alcanzar el conocimiento (gnosis) para vivir este tipo de experiencias salvíficas que se quedan en la pura inmanencia, es decir, del lado del más acá.
¡Si no es cristiano, mejor!
Si la propuesta espiritual no es cristiana es recibida con mayor ingenuidad y simpatía, hasta en los medios de comunicación. En este contexto nos encontramos con un fuerte deseo de recuperar lo pagano precristiano: celtas en Europa, chamanismo en América, etc.
Se hace sentir el atractivo de las religiones orientales, porque sus dogmas parecen más flexibles, porque están teñidas de aspectos místicos, de profundización, de búsqueda personal, son más respetuosas del misterio inefable, y favorecen la experiencia interior. Son ajenas a la burocratización y la juridificación tan fuertes en las Iglesias cristianas deudoras de la herencia grecorromana.
En este clima alérgico al cristianismo surge un neognosticismo y un abanico de tendencias mágicas de diversa índole. Religiones precristianas, pseudociencias, esoterismo y tendencias herméticas van configurando una imagen eclipsada de Dios: “¡espiritualidad sí, pero no queremos ni Dios ni religiones!”
Desafíos para el catolicismo actual
El principal desafío que tienen las iglesias históricas consiste en recuperar su centro, su mística, y hacerla accesible a todos. Esto requiere la adopción de en un lenguaje más "fresco", más testimonial, más iniciático, y de misioneros que sean personas de gran peso experiencial, como verdaderos gurús, maestros de vida espiritual. La insistencia y el estancamiento en los meros aspectos morales de los discursos, ya progresistas, ya conversadores, genera un resecamiento espiritual, un desgaste abrumador y un ámbito de tedio poco propicios para quien está sediento de un espacio de renovación espiritualidad y encuentro con el misterio.
Los cristianos necesitan recuperar el kerygma, el primer anuncio apasionado y testimonial de la fe, que incluye la propia experiencia vivencial para poder transmitirla. Se requiere de una pasión por Jesucristo y por el evangelio que transmita una experiencia digna de ser compartida con otros.
Esta recuperación puede verse en el pentecostalismo de origen protestante, y en los contextos sociales donde el catolicismo es una minoría que privilegia la experiencia de la comunidad antes que su organización en estructuras. Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco han insistido constantemente sobre la necesidad de simplificar estructuras y optar preferencialmente por la evangelización antes que por el mantenimiento de formas de organización caducas. Pero persiste la cómoda ilusión de creer que remodelando o añadiendo una nueva estructura se está inventando la renovación espiritual.
Benedicto tenía razón
Ya desde su juventud, y hasta su pontificado como Benedicto XVI, el profesor Ratzinger no ha dejado de insistir en que la Iglesia se encamina a transformarse en una minoría, y que debe volver a lo esencial para recuperar su fuerza. El Papa Francisco comenzó su pontificado poniendo en práctica esta prioridad: primero la fe, el amor, la misericordia, luego las enseñanzas, la moral, la doctrina. No despreciando nada de los contenidos de la fe cristiana, no dejando nada de lado, pero estableciendo una prioridad irrenunciable: primero el anuncio del amor de Dios manifestado en Jesucristo vivo, que hace nacer a una vida nueva a todo el que le abre su corazón.
En el año 2010, en Portugal, Benedicto XVI expresó con gran claridad: "A menudo nos preocupamos afanosamente por las consecuencias sociales, culturales y políticas de la fe, dando por descontado que esta fe exista, lo que por desgracia es cada vez menos realista. Se ha puesto una confianza excesiva en las estructuras y en los programas eclesiales, en la distribución de poderes y funciones; pero ¿qué sucederá si la sal se vuelve sosa? Para que esto no suceda, es necesario anunciar de nuevo con vigor y alegría el acontecimiento de la muerte y resurrección de Cristo, corazón del cristianismo, fundamento y apoyo de nuestra fe, palanca poderosa de nuestras certezas, viento impetuoso que barre todo miedo e indecisión, toda duda y cálculo humano".