Messori desmonta el mito de la "silla gestatoria" de los Papas
El siempre agudo Vittorio Messori sigue activo y aunque hace tiempo que no se publica ninguno de sus libros en España, sigue valiendo la pena seguir lo que escribe. La combinación de amor a la Iglesia, ausencia de complejos, pasión por la verdad y libertad de espíritu sigue aportando luz donde otros se empeñan en sembrar sombras.
Recientemente, en las páginas de Il Timone, analizaba las palabras del periodista Vittorio Feltri en Il Giornale, a propósito de los usos y costumbres del ceremonial vaticano. Feltri escribía: “¿Qué podemos decir de la silla gestatoria, en boga hasta hace pocos años? El jefe de la Cristiandad se hacía llevar de paseo encima de un trono encima de travesaños soportado por pobrecillos haciendo de caballos o asnos”
Messori no podía dejar de pasar la ocasión de aportar un poco de rigor histórico (algo que los enemigos de la Iglesia, por cierto, exigen a sus contrincantes pero no se aplican a ellos mismos):
“El tema es solo aparentemente secundario, ya que desde el siglo XVIII es un lugar común de la polémica anticlerical (incluyendo a Voltaire) como ejemplo de la violencia sobre el hombre por parte de aquellos que se atreven a nombrarse como representantes de Cristo en la Tierra. El uso de la silla gestatoria por parte de los papas no era el residuo de la crueldad esclavista de los faraones egipcios o de los emperadores del Bajo Imperio romano. Era, por el contrario, un valioso "servicio" prestado a los devotos que se agolpaban en las ceremonias pontificias y que se quejaban de no poder ver al Papa cuando éste pasaba bendiciéndolos. No es casualidad que el uso de la silla se limitase a las grandes basílicas, comenzando con la de San Pedro y la de San Juan de Letrán, o en liturgias solemnes al aire libre que atraían a las multitudes. En resumen, algo equivalente a las maxipantallas en la actualidad. No debemos olvidar que miles de peregrinos llegaban continuamente a Roma desde los sitios más lejanos ut videre Petrum, para ver a Pedro; y que hubiera sido muy grande su decepción si, apretados entre la multitud, no hubiesen podido contemplar su rostro y su mano levantada en señal de bendición. Pablo VI dijo a su amigo Jean Guitton que estar en esa silla era “bastante incómodo” por los vaivenes, pero que lo soportaba con gusto por una cuestión de equidad: así todos aquellos que lo deseaban - y no sólo aquellos que disfrutaban de privilegios y de precedencia – podían ver el Santo Padre y ser vistos por él. Por el mismo motivo Juan XXIII hizo un amplio uso de la silla gestatoria. Tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI no quisieron volver a la silla gestatoria (sobre todo para evitar equívocos como el de Vittorio Feltri) […].
En cualquier caso, llevar sobre sus hombros al Santo Padre era un gran honor que se disputaban las grandes familias de Roma. Incluso hoy en día hay una viva competencia en antiguas y nobles ciudades como Viterbo y Gubbio para formar parte del grupo de elegidos que tienen el privilegio de llevar cada año la "máquina de Santa Rosa" y los "cirios ", que son también una pesada carga. Pero sin salir del Vaticano, tenemos, entre otras cosas, el ordenamiento con el que Pío IV, a mediados del siglo XVI, reguló el servicio de la silla, reservándola sólo para "caballeros romanos". Con el tiempo, el uso se hizo más profesional y los “Sediari Pontifici” (éste es el nombre oficial) se unieron a otra categoría codiciada y honrada, los Palafreneros del Papa y los cardenales, creando una hermandad que tuvo el honor de una iglesia en el Vaticano, junto a la puerta de Santa Ana. Sólo una mínima parte del trabajo de los Sediari consistía en el transporte a hombros del Papa: como ya hemos dicho, se recurría a la silla gestatoria sólo en ciertas ocasiones. Vestidos con elegante librea, con el escudo de armas papal bordado en el pecho, eran parte de la "Familia del Santo Padre" y estaban por lo tanto entre los que tenían mayor intimidad con él. Cuidaban y entretenían a las visitas en las antecámaras y uno de ellos tuvo el honor de dormir en la sala adyacente a la del Papa, que disponía de una campanilla para avisarle, siempre presto para acudir a su llamada. En cuanto al transporte a hombros del trono papal, lo realizaban 12 personas, tres para cada uno de los cuatro travesaños. En general se trataba de recorrer unas pocas docenas metros, nada difícil para personas jóvenes y robustas, ya que a partir de cierta edad se les asignaba sólo a la sala de servicios de cámara. El duro trabajo de muchos trabajadores o albañiles de hoy es mucho más intenso y prolongado, soportado sin descanso hasta la edad de la jubilación. Sin olvidar el satisfactorio y seguro sueldo (cosa rara y preciosa en los tiempos que corren) y, sobre todo, la gratificación personal: como he dicho, el servicio directo al Vicario de Cristo, y sobre todo, ese esfuerzo para mostrarlo a la multitud de devotos, fue considerado entre los servicios más prestigiosos y meritorios, digno incluso de una recompensa sobrenatural. Así es la historia: diga lo que diga la superficialidad periodística, aquellos colaboradores en la función pastoral del Papa eran cualquier cosa menos "pobrecillos", ni tampoco estaban reemplazando a "caballos y asnos".