Jueves, 21 de noviembre de 2024

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Nueva Evangelización. Un desafío lleno de dones

Nueva Evangelización. (V) Temas enlazados al Kerigma

Nueva Evangelización. (V) Temas enlazados al Kerigma
Cristo nos ofrece su mano. No nos ahogará lo cotidiano

por La divina proporción

Continuamos con la conferencia que el Card Ratzinger pronunció en Roma, el año 2000. Ahora nos centramos en tres temas que el Card. Ratzinger nos señala para ser tratados dentro de la Nueva Evangelización: El Reino de Dios, Jesucristo y la Vida Eterna. Son temas que se deben desarrollar en catequesis, pero que es muy interesante presentarlos enlazados con el primer llamado. Permiten ver que el primer llamado sobrepasa cualquier voluntarismo, buenismo o ideología. No es propaganda ni marketing. Es Dios mismo que nos da la mano cuando nos traga el sinsentido de la cotidianidad del siglo de la hipercomunicación.

Empecemos por el primero de ellos. “Reino de Dios quiere decir: Dios existe. Dios vive. Dios está presente y actúa en el mundo, en nuestra vida, en mi vida. Dios no es una causa última lejana”. El Reino de Dios debe habitar en cada uno de nosotros y cada uno de nosotros, debe ser parte del Reino de Dios. ¿Realmente lo somos? Pensemos en la gran proporción de Parábolas que tratan sobre este tema. En la predicación de Nuestro Señor nunca faltaba una indicación al Reino que sustentase al primer llamado. Pero no podemos quedarnos sólo en hablar del Reino, tenemos que mostrar cómo se hace realidad en la comunidad cristiana. “No se puede dar a conocer a Dios únicamente con palabras. No se conoce a una persona cuando sólo se tienen de ella referencias de segunda mano. Anunciar a Dios es introducir en la relación con Dios: enseñar a orar. La oración es fe en acto. Y sólo en la experiencia de la vida con Dios aparece también la evidencia de su existencia”. La oración es fundamental para vivir la presencia del Reino de Dios entre nosotros. La oración nos lleva a aceptar la Voluntad de Dios con humildad. La oración nos permite ser conducidos por el Espíritu Santo a la íntima revelación de la presencia de Dios. “...donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy Yo, en medio de ellos” (Mt 18, 20). Dios reina en cada uno de nosotros, cuando oramos unidos en su Nombre y abrimos nuestro ser a su Divina Presencia. Entre todas las oraciones, la Liturgia se presenta como un espacio-tiempo privilegiado. En la Liturgia se hace presente el Reino de forma especialmente profunda y trascendente. La Liturgia nos une y reúne, porque señala a Cristo como centro de la comunidad que conformamos. La Liturgia se vive en silencio. Un silencio que señala a Cristo y nos muestra la certeza que su presencia con nosotros: “Precisamente en el mundo actual necesitamos del silencio, del Misterio que está más allá del individuo, de la belleza [...] La liturgia —el rito— se ha desarrollado en un proceso orgánico a lo largo de los siglos. Lleva en sí el fruto de la experiencia de fe de todas las generaciones”. La Liturgia no sólo nos une y reúne, sino que los acerca a todos los santos que han orado en comunión perpetua y eterna. Nos señala el camino hacia el Banquete de Bodas, donde hemos sido convocados.

El segundo tema es Jesucristo, Hijo de Dios, Logos, Camino, Verdad y Vida, Piedra Angular, Roca donde construir nuestra casa, Buen Pastor. Dios no es una realidad lejana. No es un lejano arquitecto del universo que se desentiende de nosotros. Dios ha nacido entre nosotros y nos ha dicho que todos y todo tiene sentido en Él. El Card. Ratzinger nos indica que hay dos aspectos unidos a la presencia de Cristo entre nosotros:

Sólo quisiera aludir brevemente a dos aspectos importantes. El primero es el seguimiento de Cristo. Cristo se ofrece como camino de mi vida. Seguimiento de Cristo no significa imitar al hombre Jesús. Ese intento fracasaría necesariamente; sería un anacronismo. El seguimiento de Cristo tiene una meta mucho más elevada: unirse con Cristo, es decir, llegar a la unión con Dios”.

“... el otro centro de la cristología al que quería aludir: el Misterio Pascual, la cruz y la resurrección. [...] El seguimiento de Cristo es participación en su cruz, unirse a su amor, a la transformación de nuestra vida, que se convierte en nacimiento del hombre nuevo, creado según Dios (Cf. Ef 4,24). Quien omite la cruz, omite la esencia del cristianismo (Cf. 1 Cor 2,2)”. 

Como en el Reino de Dios, es necesario que podamos vivir y compartir la realidad que proclamamos. Cristo se hace presente en la vida personal y comunitaria, como sentido y soporte de lo que somos y vivimos. No es un personaje de ficción, ni un amigo imaginario, ni un ser mítico, ni un personaje de una novela historicista. Cristo vive con nosotros. “Y os aseguro que estaré con vosotros siempre, hasta el fin del mundo” (Mt 18, 20). 

El tercer tema es la Vida Eterna. Al hablar de Vida eterna, tenemos que ser conscientes de dos aspectos: es un objetivo y al mismo tiempo, una inmensa responsabilidad. La Vida eterna conlleva señalar que misericordia y justicia pueden vivir unidas. El card. Ratzinger nos indica que:

Esta predicación es, por eso mismo, anuncio del juicio, anuncio de nuestra responsabilidad. El hombre no puede hacer o dejar de hacer lo que le apetezca. Será juzgado. Debe rendir cuentas. Esta certeza tiene valor tanto para los poderosos como para los sencillos”.

Al hablar de “predicación” no pensemos en que se trata de una catequesis. Ya habrá tiempo de hablar sobre la Vida Eterna en las catequesis que todos tenemos que recibir de forma periódica. La Nueva Evangelización señala la Vida Eterna como la consecuencia del camino hacia la santidad que todos debemos de recorrer. En ese camino nos damos cuenta que Dios es infinitamente justo sin dejar de ser infinitamente misericordioso. Para nosotros esto es un Misterio, ya que solemos asumir que justicia y misericordia son antagónicas. Cuando las entendemos como contrapuestas, el camino hacia la santidad se desvanece. Es como si desaparecieran los límites a derecha e izquierda que tiene toda vereda o sendero. Al perder la perspectiva de Vida Eterna, nos quedamos en voluntarismos, buenismos e ideologías, que no nos llevarán muy lejos.

Hay justicia. Sólo quien no quiera que haya justicia puede oponerse a esta verdad. Si tomamos en serio el juicio y la grave responsabilidad que de él brota para nosotros, comprenderemos bien el otro aspecto de este anuncio, es decir, la redención, el hecho de que Jesús en la cruz asume nuestros pecados; que Dios mismo en la pasión del Hijo se hace nuestro abogado, de nosotros pecadores, y así posibilita la penitencia y la esperanza al pecador arrepentido, esperanza expresada de modo admirable en las palabras de San Juan. Ante Dios tranquilizaremos nuestra conciencia, sea lo que sea lo que ella nos reproche. "Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo" (Jn 3,19s)”.

La bondad de Dios es infinita, pero no la debemos reducir a una cosa afectada y empalagosa, sin verdad. Sólo creyendo en el justo juicio de Dios, sólo teniendo hambre y sed de justicia (Cf. Mt 5,6) abrimos nuestro corazón, nuestra vida, a la misericordia divina”.

No debemos ver a Dios como un cómplice indiferente ni como un rival envidioso. “Dios no es el rival de nuestra vida, sino el garante de nuestra grandeza. Así volvemos a nuestro punto de partida: Dios. Si consideramos bien el mensaje cristiano, no hablamos de un montón de cosas”. Dios es todo lo contrario de ambos extremos irreconciliables. Cristo es Camino, Verdad y Vida. Nadie llega al Padre si no es a través de Él (Jn 14, 6). Todo camino requiere paciencia y esperanza. Toda verdad requiere entendimiento y aceptación. Toda vida necesita de tiempo y empeño para vivirse. ¿De dónde vienen la fuerza y la paciencia? Del Espíritu Santo.

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