UN SELFI SIN TRAMPAS
UN SELFI SIN TRAMPAS
Hace poco más de una década, pocos sabíamos qué era un selfi. En 2013 fue la palabra del año. Hoy no es sólo una de las palabras más usadas, incluso admitida por la RAE, sino que lo que ella significa, hacerse una foto a sí mismo, es una de las acciones más habituales de esta sociedad, especialmente entre los jóvenes.
Ya no importa la belleza de los paisajes, las ciudades o las obras de arte, sino mostrar a los demás que se está allí: “mis pies pisando la playa es más importante que la playa misma”, y “pisar la playa ya no tiene encanto si no se tiene la oportunidad de mostrarlo a los demás”.
Estamos en una cultura del espejo que aparentemente busca la autocomplacencia, como Narcisos contemporáneos. Pero si rascamos un poco bajo ese comportamiento, descubrimos una baja confianza en sí mismo que puede llegar a ser un trastorno psicológico al que ya le han puesto nombre los investigadores: “selfitis”.
Esta conducta esconde un deseo humano legítimo, aunque mal resuelto. Se trata de la necesidad de sentirse reconocido, valorado, aprobado por los demás. En definitiva, de ser amados.
Algo similar al modo de comportarse del egoísta: bajo un comportamiento obsesivo de posesiones materiales, intenta atraer la mirada y la aprobación que su persona no es capaz de conseguir. “Yo no merezco la pena, pero las cosas que poseo sí,” parece decir.
Del mismo modo, la necesidad imperiosa de selfis y su difusión, no es más que la versión actual del narcisismo “un vicio feo y ya viejo vicio” como dijo Machado. En una sociedad de la apariencia y del aplauso, se intenta conseguir la atención de los demás a través de representación y difusión de una fotografía.
Varios peligros encierran estos hábitos desmedidos. El primero es la ausencia de naturalidad y por lo tanto de originalidad: muchos de ellas están retocadas, otras simplemente son poses artificiales, sonrisas impostadas siguiendo los cánones. No se trata de mostrar al mundo con naturalidad cómo se es, sino de conseguir su aprobación, tras lo que se oculta una dependencia enfermiza.
En segundo lugar, el estar pendiente de uno mismo de modo permanente, es peligroso porque impide la contemplación de la maravillosa realidad que nos rodea, ya sea un paisaje o la contemplación del otro.
En tercer lugar, la sobreexposición permanente de nuestra imagen puede acarrear problemas ya que la memoria digital no olvida nada. Ni los jóvenes ni los adultos son conscientes de las consecuencias futuras que puede acarrear la actual sobreexposición.
Tras todos estos síntomas y peligros existe un problema no resuelto: la aceptación profunda, realista y gozosa de uno mismo, sin engaños ni autocomplacencias. Necesitamos un selfi auténtico de nosotros mismos, un retrato que sólo se consigue cuando, tras reflexión serena y sincera, se logra conocerse y aceptarse uno. “¿Quién soy?”, “¿Qué tipo de persona quiero ser?” son dos de las preguntas más importantes que debemos resolver para llevar una vida plena.
La no aceptación de uno mismo, - algo muy frecuente en la sociedad de la apariencia-, genera la tentación de soñar y aparentar ser como otro, imitar sus comportamientos, ser cualquier otro y, en el último grado de desesperación, ser cualquier cosa menos persona. Es lo que describía una adolescente al despertar la mañana del lunes: "En estos momentos me gustaría ser la mesilla, la lámpara, el despertador... cualquier cosa menos persona".
Es difícil aceptar que nos puedan querer solo por lo que somos y no por lo que tenemos: inteligencia, belleza, fortaleza, dinero, etc. Nos gusta saber que "tenemos" algo por lo que se nos quiere y nos resistimos a la idea de ser amados "gratuitamente".
No es fácil aceptarse a sí mismo si se tiene cierta sensibilidad para intuir la belleza, la verdad, el bien y no la suficiente humildad para aceptar las limitaciones propias y cuán lejos estamos de esos ideales. Pero difícil no significa imposible. Aceptarse, reírse de uno mismo es, además de un requisito para el amor, una excelente medicina para la salud psíquica.
Hay que quererse mucho y gustarse poco. Tenemos que aceptar quiénes somos y querernos como tales: somos únicos, irrepetibles y maravillosos en la historia del universo. Pero gustarse poco porque, como seres limitados, tenemos que aspirar a crecer tanto moral como intelectualmente, a ser mejores personas cada día, sabiendo perdonarnos.
En clave cristiana, el auténtico selfi solo se obtiene cuando tras nosotros aparece la mirada de Quien nos amó desde la eternidad con amor de Padre. La novedad del cristianismo frente a las religiones de la antigüedad está en la gratuidad del amor divino: Dios nos ama, no porque seamos buenos, sino porque Él es bueno; es más, nos quiere sabiendo que no hemos hecho méritos para ser amados.