El cura que fue skinhead
por Forties
Me reestreno en mi blog, que reconozco que tenía un poco abandonado, con un testimonio de un sacerdote que es absolutamente impactante. El fin de semana pasado estuve en una charla de un cura joven, simpático, muy despierto y con un pasado absolutamente extraordinario, que te hace ver cómo para Dios nada es imposible.
El cura en cuestión, al que llamaremos “Pepe” (para no desvelar su identidad prefiero no dar sus datos), ingresó a los 11 años en una banda skinhead. Era un chaval de buena familia, según él mismo nos contó y corrían los años 80, que es cuando el desarrollo de estas bandas tuvo una importancia grande, sobre todo en ciudades como Madrid. Era un niño muy travieso y un poco chuleta y los compañeros mayores de su colegio, que participaban de estas bandas, se fijaron en él para hacer cantera. Le convencieron de la necesidad de limpieza étnica de las calles de Madrid y, como primera prueba y, como digo, a los once años, le “bautizaron” dándole un bate de béisbol para destrozar un cajero automático.
A partir de ahí nos relató una experiencia que dejaba los pelos de punta: con once añitos se dedicaba a dar palizas a inmigrantes, vagabundos y a cualquiera que se le pusiera enfrente. Nos confesó que, excepto matar, había hecho de todo: extrema violencia, sexo, alcohol, y, por supuesto, drogas. A los 15 ya era jefe de banda de una zona de Madrid y tenía a su cargo a chavales mayores que él, a los cuales les ordenaba y les formaba en los principios de este radicalismo. Durante esos años vivió un infierno de odio y mentiras que sólo se sostenía gracias a las drogas que tomaba cada noche, para dormir, y cada mañana para mantenerse en el nivel de agresividad que le exigía la banda. En su casa el infierno continuaba: a sus hermanas, con las que tenía amigos comunes y que conocían de la pertenencia de “Pepe” a dicha organización, las tenía amenazadas; a sus padres les dejó de hablar y sólo se comunicaba con ellos para recibir los correspondientes castigos.
Por fin sus padres tuvieron que actuar firmemente (en el turno de preguntas que se abrió posterior a la charla, se le preguntó que cómo era posible que sus padres no hubieran hecho nada durante años; el cura “Pepe” contestó que él no juzgaba a sus padres dado que, no sabía si tarde o temprano, pero reconoció que sus padres actuaron) y, después de un verano en el que inteligentemente le aislaron (se fueron con su hijo de crucero para que no tuviera ninguna comunicación con sus colegas de la banda), le comunicaron que le cambiaban de colegio.
Después de esa “dejación en sus “obligaciones” con la banda durante ese verano y al estar en otro colegio a las afueras de Madrid, le resultó muy difícil mantenerse su posición y, poco a poco, los skinheads le fueron apartando. En ese momento, sus padres le tuvieron que poner un guardaespaldas tanto para protegerle, como para asegurarse de los movimientos de su hijo. El enfrentamiento con la organización skinhead llegó a su momento cumbre cuando a su madre le dieron una paliza extraordinaria, después de la cual la arrastraron con una moto recorriendo varias manzanas de Madrid. “Pepe”, que por aquel entonces seguía lleno de odio y de remordimientos, en un colegio nuevo en el que no quería encajar, y sin ni siquiera el apoyo de su violenta banda, no se atrevía a ir al hospital a ver a su madre hasta que su padre le obligó. Cuando llegó a ver a su madre, ésta, postrada todavía en la cama del hospital y sin poderse mover a consecuencia de la paliza, lo único que le dijo es que, por favor, no dejara los estudios. Al poco tiempo, recibió la noticia de que un amigo suyo del colegio, al cual él había introducido en los skinheads, se había suicidado, recibiendo días después una carta de su amigo en donde le reconocía que no aguantaba más.
Cuando parecía que nada tenía solución, Dios, que es infinitamente bueno y misericordioso, le puso a Pepe a una chica en el nuevo colegio de la que primero se hizo amigo y después le empezó a gustar. Resulta que esta chica era muy religiosa y como Pepe se sentía atraído por ella, poco a poco empezó a acompañarla a sus actividades. Nos contó que en un momento dado le dijeron que dibujara a un Cristo en Getsemaní y como él, que ya no se acordaba de lo que era Getsemaní, buscándolo en los Evangelios, leyó el relato de Cristo en el Monte de los Olivos. El se quedó profundamente impresionado y vio reflejada su agonía en la agonía de Cristo, con la única diferencia de que él estaba lleno de odio y Cristo lleno de amor. Posteriormente tuvo una confesión muy intensa e incluso agresiva con un sacerdote, que le llenó de una paz que hacía muchísimos años que no sentía. “Pepe” contó que llegó al confesionario chillando y recriminando al sacerdote que, con todos los pecados que había cometido, nadie podría absolverle, comenzando en ese momento a relatar todos sus años pasados; terminó la confesión, se puso a llorar en el suelo y ahí el sacerdote le dio la absolución. Desde ahí ya comenzó su ascensión en la vida espiritual: se apuntó a catequesis de confirmación, se confirmó, comenzó a salir con esta chica y, en una peregrinación a Santiago de Compostela, empezó a plantearse su vocación, hasta que ingresó en el seminario y, no sin vacilaciones, terminó ordenándose sacerdote hace ya siete años, siendo desde entonces, como él mismo dice, el hombre más feliz del mundo.
Creo que todo el mundo estará de acuerdo conmigo en considerar que esta historia es apasionante y da como para escribir un libro.
Sin embargo, me gustaría extraer una serie de conclusiones:
-Dios es infinitamente bondadoso y misericordioso y nunca nos deja de lado. Sin embargo, el hombre tiene que responder a esa llamada. “Pepe”, que en un momento de su vida empieza a notar la llamada a la conversión de Dios y después incluso a la ordenación, fue valiente y comenzó a responder a esa llamada
-Tenemos que rezar muchísimo por la Santidad de los sacerdotes. Detrás de cada uno, a lo mejor, no haya una historia tan extraordinaria como la de “Pepe”, pero seguro que habrá también muchas curiosidades y, sobre todo, una valentía impresionante para, decir que sí a una vida que no es ni fácil, ni atractiva.
-Hoy en día se critica muchísimo a los sacerdotes, porque no están cercanos a la gente, porque las Misas son un rollo y, en definitiva, porque no son atractivos. Es verdad que es mucho más fácil conmoverse con un testimonio como el del cura “Pepe”. Además, tengo que reconocer que es un tipo simpático, abierto, brillante, empático, que sabe perfectamente mantener la atención de su público pero, sobre todo, LLENO DE DIOS. Sin embargo, no podemos pretender que todos los curas tengas estos dones. Por el contrario, sí que debemos que rezar para que todos los sacerdotes estén llenos de Dios y llenos de amor, y eso será lo que conmueva a la gente. No hay que olvidar que, aunque el medio ayuda, lo verdaderamente atractivo es Cristo y EL está muy por encima de esas manos consagradas que en cada Eucaristía nos traen al Señor.
El cura en cuestión, al que llamaremos “Pepe” (para no desvelar su identidad prefiero no dar sus datos), ingresó a los 11 años en una banda skinhead. Era un chaval de buena familia, según él mismo nos contó y corrían los años 80, que es cuando el desarrollo de estas bandas tuvo una importancia grande, sobre todo en ciudades como Madrid. Era un niño muy travieso y un poco chuleta y los compañeros mayores de su colegio, que participaban de estas bandas, se fijaron en él para hacer cantera. Le convencieron de la necesidad de limpieza étnica de las calles de Madrid y, como primera prueba y, como digo, a los once años, le “bautizaron” dándole un bate de béisbol para destrozar un cajero automático.
A partir de ahí nos relató una experiencia que dejaba los pelos de punta: con once añitos se dedicaba a dar palizas a inmigrantes, vagabundos y a cualquiera que se le pusiera enfrente. Nos confesó que, excepto matar, había hecho de todo: extrema violencia, sexo, alcohol, y, por supuesto, drogas. A los 15 ya era jefe de banda de una zona de Madrid y tenía a su cargo a chavales mayores que él, a los cuales les ordenaba y les formaba en los principios de este radicalismo. Durante esos años vivió un infierno de odio y mentiras que sólo se sostenía gracias a las drogas que tomaba cada noche, para dormir, y cada mañana para mantenerse en el nivel de agresividad que le exigía la banda. En su casa el infierno continuaba: a sus hermanas, con las que tenía amigos comunes y que conocían de la pertenencia de “Pepe” a dicha organización, las tenía amenazadas; a sus padres les dejó de hablar y sólo se comunicaba con ellos para recibir los correspondientes castigos.
Por fin sus padres tuvieron que actuar firmemente (en el turno de preguntas que se abrió posterior a la charla, se le preguntó que cómo era posible que sus padres no hubieran hecho nada durante años; el cura “Pepe” contestó que él no juzgaba a sus padres dado que, no sabía si tarde o temprano, pero reconoció que sus padres actuaron) y, después de un verano en el que inteligentemente le aislaron (se fueron con su hijo de crucero para que no tuviera ninguna comunicación con sus colegas de la banda), le comunicaron que le cambiaban de colegio.
Después de esa “dejación en sus “obligaciones” con la banda durante ese verano y al estar en otro colegio a las afueras de Madrid, le resultó muy difícil mantenerse su posición y, poco a poco, los skinheads le fueron apartando. En ese momento, sus padres le tuvieron que poner un guardaespaldas tanto para protegerle, como para asegurarse de los movimientos de su hijo. El enfrentamiento con la organización skinhead llegó a su momento cumbre cuando a su madre le dieron una paliza extraordinaria, después de la cual la arrastraron con una moto recorriendo varias manzanas de Madrid. “Pepe”, que por aquel entonces seguía lleno de odio y de remordimientos, en un colegio nuevo en el que no quería encajar, y sin ni siquiera el apoyo de su violenta banda, no se atrevía a ir al hospital a ver a su madre hasta que su padre le obligó. Cuando llegó a ver a su madre, ésta, postrada todavía en la cama del hospital y sin poderse mover a consecuencia de la paliza, lo único que le dijo es que, por favor, no dejara los estudios. Al poco tiempo, recibió la noticia de que un amigo suyo del colegio, al cual él había introducido en los skinheads, se había suicidado, recibiendo días después una carta de su amigo en donde le reconocía que no aguantaba más.
Cuando parecía que nada tenía solución, Dios, que es infinitamente bueno y misericordioso, le puso a Pepe a una chica en el nuevo colegio de la que primero se hizo amigo y después le empezó a gustar. Resulta que esta chica era muy religiosa y como Pepe se sentía atraído por ella, poco a poco empezó a acompañarla a sus actividades. Nos contó que en un momento dado le dijeron que dibujara a un Cristo en Getsemaní y como él, que ya no se acordaba de lo que era Getsemaní, buscándolo en los Evangelios, leyó el relato de Cristo en el Monte de los Olivos. El se quedó profundamente impresionado y vio reflejada su agonía en la agonía de Cristo, con la única diferencia de que él estaba lleno de odio y Cristo lleno de amor. Posteriormente tuvo una confesión muy intensa e incluso agresiva con un sacerdote, que le llenó de una paz que hacía muchísimos años que no sentía. “Pepe” contó que llegó al confesionario chillando y recriminando al sacerdote que, con todos los pecados que había cometido, nadie podría absolverle, comenzando en ese momento a relatar todos sus años pasados; terminó la confesión, se puso a llorar en el suelo y ahí el sacerdote le dio la absolución. Desde ahí ya comenzó su ascensión en la vida espiritual: se apuntó a catequesis de confirmación, se confirmó, comenzó a salir con esta chica y, en una peregrinación a Santiago de Compostela, empezó a plantearse su vocación, hasta que ingresó en el seminario y, no sin vacilaciones, terminó ordenándose sacerdote hace ya siete años, siendo desde entonces, como él mismo dice, el hombre más feliz del mundo.
Creo que todo el mundo estará de acuerdo conmigo en considerar que esta historia es apasionante y da como para escribir un libro.
Sin embargo, me gustaría extraer una serie de conclusiones:
-Dios es infinitamente bondadoso y misericordioso y nunca nos deja de lado. Sin embargo, el hombre tiene que responder a esa llamada. “Pepe”, que en un momento de su vida empieza a notar la llamada a la conversión de Dios y después incluso a la ordenación, fue valiente y comenzó a responder a esa llamada
-Tenemos que rezar muchísimo por la Santidad de los sacerdotes. Detrás de cada uno, a lo mejor, no haya una historia tan extraordinaria como la de “Pepe”, pero seguro que habrá también muchas curiosidades y, sobre todo, una valentía impresionante para, decir que sí a una vida que no es ni fácil, ni atractiva.
-Hoy en día se critica muchísimo a los sacerdotes, porque no están cercanos a la gente, porque las Misas son un rollo y, en definitiva, porque no son atractivos. Es verdad que es mucho más fácil conmoverse con un testimonio como el del cura “Pepe”. Además, tengo que reconocer que es un tipo simpático, abierto, brillante, empático, que sabe perfectamente mantener la atención de su público pero, sobre todo, LLENO DE DIOS. Sin embargo, no podemos pretender que todos los curas tengas estos dones. Por el contrario, sí que debemos que rezar para que todos los sacerdotes estén llenos de Dios y llenos de amor, y eso será lo que conmueva a la gente. No hay que olvidar que, aunque el medio ayuda, lo verdaderamente atractivo es Cristo y EL está muy por encima de esas manos consagradas que en cada Eucaristía nos traen al Señor.
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