¿Y si la Iglesia hiciera estas locuras? (por favor, no se escandalicen).
Había estado orando un rato, justo frente a la vidriera que representa al Espíritu Santo, a la derecha del altar mayor. Es un lugar especial, a pesar del trasiego de gente que viene y va. Al salir me percaté: Tesoro Vaticano, decía el pequeño cartel. Nunca había sabido de su existencia justo ahí en la planta baja; el caso es que la curiosidad me picó y entré.
Les confieso que esperaba ver fabulosas y artísticas riquezas, pero …¡qué decepción! Un sitio pequeño: algunas pequeñas joyas, objetos litúrgicos, y poco más. Desde luego, la visita no mereció en absoluto la pena. Pero sí la reflexión que me provocó: es la que ahora deseo compartir con ustedes.
La resumiría señalando la misma idea que he repetido en bastantes de mis artículos: la de que la Iglesia comunica mal… y que es muy posible que esa deficiencia comunicativa, y en el mundo en el que nos encontramos, esté causando un daño considerable a su misión. En este caso concreto, me parece que el mantenimiento de ciertos objetos, formas, estilos, y presentaciones en general, dan una pobre imagen de la Esposa de Cristo ante la sociedad de hoy.
Seguimos poniendo el énfasis en el discurso, en el diálogo, en la racionalidad, en la palabra escrita, medida y bien medida. Pero eso ya no sirve. La teoría está proscrita en el imaginario popular: lo que cuenta son los gestos, los sentimientos, los actos. Y los testimonios. Cualquiera de ellos puede tener una influencia mayor hacia afuera que la más bella y elaborada Encíclica.
Estos días atrás pensaba en pasos, en locuras, en actos provocativos, como los que continuamente realizaban los viejos profetas (y el mismo Jesús, ¿no?). Los comparto con ustedes esperando que no escandalicen a nadie… No son propuestas a ejecutar ya, sino una simple invitación a la reflexión…
Comencemos imaginando que el sucesor de Pedro tomara la decisión de que todos los bienes artísticos y monumentales de la Iglesia pasaran a estar bajo el control de los diferentes estados, y se descargara de ese inmenso peso. Vamos a pensar que se hiciera mediante una sencilla ceremonia (similar a aquella en que Francisco se despojó de sus vestidos en la plaza de Asís), ante las cámaras de los medios internacionales.
¿Sería tan catastrófico? De hecho algunos países ya viven bajo un régimen similar, y “no pasa nada” Así que imaginemos que el papa dona también sus costosos ropajes litúrgicos (que, les aseguro, el mundo no entiende) y vistiera con una sencilla túnica de lino blanco… que sustituyera el aparatoso báculo por un sencillo cayado de pastor arameo, como los que se usan todavía en ciertas regiones e Siria. ¿Creen que esto sería frustrante para aquel hombre sencillo y humilde que, siendo cardenal, cruzaba la Plaza de San Pedro con un anorak, una boina y un paraguas?
¿Qué pasaría si, mediante un decreto, todos los cargos honoríficos, las órdenes vaticanas, los títulos principescos, fueran abolidos. Si los cardenales vivieran en sencillos apartamentos, como los que ahora tiene la mayoría, pero a la vista de todo el mundo. .. si algunos obispos cedieran sus palacios episcopales para obras benéficas. Si se negaran a subirse a un mercedes (un amigo, chofer de uno de ellos me contaba como el encargado de un concesionario romano se negaba a alquilarles un vehículo que no fuera de esa marca). Claro que también conozco un prelado que, cuando le llamaban “monseñor” preguntaba: “¿Señor?…¡ señor de qué!”
¿Qué ocurriría si en las grandes ceremonias dejara de escenificarse la vieja concepción piramidal de la Iglesia: ya saben, el papa en un extremo, luego los cardenales, después obispos, sacerdotes y en el otro extremo, la gente. Uno vestido de blanco, otros de rojo, otros de morado, otros también de blanco y por último, el resto cada uno como le da la gana? ¿Y si se pusiera en el centro la Sagrada Eucaristía, que representa a Jesús, a su lado el sucesor de Pedro y, mezclados con el Pueblo de Dios, los ministerios que lo sirven?
¿Qué sucedería si todo el sistema de accionariado, la política de inversiones y el entramado financiero que sostiene a la Iglesia en algunos lugares, se simplificara, se hiciera público… O simplemente se sustituyera por un modelo basado en la donación y el compartir?
¿Y qué sucedería, si, por vez primera una mujer y un laico fueran admitidos en el Sacro Colegio? ¿Se callarían de una vez las voces que acusan a la Jerarquía de discriminar al género femenino? ¿Se hundiría tal vez la barca de Pedro? ¿Lo haría, si por siempre abandonara cualquier intento de influir en la vida pública que no fuera a través del testimonio personal y la autoridad moral? ¿O si ningún eclesiástico apareciera nunca en los grandes ámbitos de decisión políticos y empresariales, en palcos o en recepciones?
¿Y si la Iglesia dejara de ser vista como una vieja gruñona que censura, cansinamente y siempre, las mismas cosas. Es decir, si en vez de machacar una y otra vez con nuestras convicciones (que todo el mundo sabe) las repitiéramos solo de vez en cuando, y nuestras palabras fueran sobre de todo de esperanza, apoyadas por un testimonio abrumador de servicio a los hombres, y a su salvación…?
¿Qué ocurriría si, en los países desarrollados, las congregaciones religiosas que dedican enormes esfuerzos personales y económicos a educar a personas sin necesidad alguna de enseñanza privada, se trasladaran al Tercer Mundo. O sea, a circunstancias similares a las que vieron nacer sus carismas respectivos?
¿Qué pasaría si se crearan escuelas de evangelización para los laicos? Si en ellas se desarrollara un verdadero catecumenado y se les enseñara a compartir sus bienes con sus hermanos (por ejemplo el diezmo)? ¿Si, de una vez, se comenzara a rescatar al cristianismo de opción, del puramente sociológico y costumbrista?
O si adoptáramos un sistema más sinodal, en que las diferentes tribus del catolicismo, las diferentes sensibilidades, pudiéramos hablar periódicamente de nuestras diferencias, compartir y enriquecernos, bajo la mirada de nuestros pastores, en vez de ignorarnos y separarnos cada vez más…
…Sí, ya sé lo que muchos estarán pensando. Aunque en nada de lo que he dicho se roza siquiera el dogma de la fe, a mí también se me ocurren decenas de objeciones históricas, diplomáticas, logísticas, prácticas, económicas y litúrgicas… para calificar de utópico, pernicioso y aún peligroso, lo que he dicho. Ya.
Solo se me ocurre pensar si Jesús, nuestro Señor, el Viviente, estará de acuerdo con ellas o no. Eso es lo que de verdad me preocupa.
Un abrazo a todos, y gracias por leer este artículo.
josuefons@gmail.com