Lunes, 25 de noviembre de 2024

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La Teología de la liberación bajo la lupa

La Teología de la liberación bajo la lupa

por Duc in altum!

   Introducción:

  Para nadie es un secreto el alcance del escándalo que trae consigo la pobreza, sobre todo, en los países catalogados por la Organización de las Naciones Unidas como menos adelantados, es decir, aquellos que tienen bajos ingresos en base al producto interno bruto (PIB) per cápita. Sin lugar a dudas, una realidad compleja que impide el desarrollo social de los pueblos y que plantea una constante llamada de atención a las grandes economías del planeta para establecer condiciones que realmente favorezcan a los países más pobres, especialmente, en el campo de la educación, la salud y la tecnología. La pobreza como una de las peores injusticias sociales, es también una cuestión que trae consigo una fuerte connotación teológica, en el sentido de que el Evangelio toca el tema de los excluídos, de los que no tienen voz y voto. En principio, la Teología de la liberación, es congruente con los puntos básicos del cristianismo, lo cual, a su vez, muestra el alcance liberador del Evangelio, sin embargo, como veremos a continuación, cuando se mezcla con una lectura marxista del problema en cuestión, se convierte en un instrumento excluyente e incapaz de construir una economía solidaria y una visión del orden temporal que realmente pueda ser propositiva.

Antecedentes:

Si bien es cierto que ha adquirido sus propias características y tonalidades a partir de la visión teológica latinoamericana, encabezada por figuras muy importantes como Fray Gustavo Gutiérrez Merino O.P., el origen del planteamiento se da en el contexto europeo de 1917. Lo anterior, siguiendo la exposición del P. Pedro Herrasti S.M., quien argumenta que el iniciador de todo esto, es el teólogo alemán Walter Rauschembusch a través de su libro “Una Teología para el Evangelio Social”. Posteriormente, se extiende y después del Concilio Vaticano II, se convierte en una respuesta para abordar el tema de las injusticias en el marco de los países de América Latina. Al principio, se trataba de una palabra netamente profética, capaz de hacer eco en los diferentes niveles eclesiales, sociales y políticos, sin embargo, con el paso del tiempo, sobre todo, a partir de las posturas del teólogo brasileño Leonardo Boff, llegó a un punto en que se apartó del magisterio de la Iglesia y se radicalizó, lo cual, a su vez, requirió la intervención de la Congregación para la Doctrina de la Fe, presidida en aquel entonces por el Cardenal Joseph Ratzinger, por medio de la instrucción “Libertatis nuntius” correspondiente al 6 de agosto de 1984. En ella, contrario a lo que algunos sectores progresistas aseguran, no se dio una condena total, sino una serie de aclaraciones para evitar que el marxismo se tomara como una forma de interpretar lo dispuesto por Jesús en las Sagradas Escrituras, particularmente, en lo referente a la lucha de clases.

   El Antiguo y el Nuevo Testamento:

La Teología de la liberación tiene dos pilares fundamentales para dar sustento a sus afirmaciones y postulados. El primero, se encuentra en el Antiguo Testamento, en el libro del Éxodo, es decir, cuando Dios libera a su pueblo de la opresión impuesta por el faraón y valiéndose de Moisés los empieza a conducir hacia la tierra prometida, mientras que el segundo está ubicado en las Bienaventuranzas del Nuevo testamento, en las que Jesús pone su mirada en los pobres y en los excluídos en general. Hasta aquí, no hay nada que argumentar en contra, pues el Evangelio es un camino de libertad. Veamos lo que dice la instrucción antes citada sobre el tema:

“La aspiración a la liberación, como el mismo término sugiere, toca un tema fundamental del Antiguo y del Nuevo Testamento. Por tanto, tomada en sí misma, la expresión "teología de la liberación" es una expresión plenamente válida: designa entonces una reflexión teológica centrada sobre el tema bíblico de la liberación y de la libertad, y sobre la urgencia de sus incidencias prácticas. El encuentro de la aspiración a la liberación y de las teologías de la liberación no es pues fortuito. La significación de este encuentro no puede ser comprendida correctamente sino a la luz de la especificidad del mensaje de la Revelación, auténticamente interpretado por el Magisterio de la Iglesia” (Capítulo III. 4).

Ahora bien, al romper con la interpretación específica del mensaje contenido en el depósito de la fe, dando lugar a la subjetividad académica de algunos teólogos, se convierte en un río que pierde su cauce. Cuando Jesús le da el uso de la voz al que la ha perdido por causa de la injusticia social, no lo hace para provocar un choque violento entre ricos y pobres, sino para incluir y reivindicar. El reino de Dios no se construye por medio de balas y cañones. Al contrario, la palabra de Cristo busca la conversión de las conciencias y, con ello, liberar al poder de esa visión corrupta y excluyente que muchas veces hace que la moral y el derecho dejen de ser tomados en cuenta al tratar con los que menos tienen, con aquellos que viven desesperados por la falta de condiciones para llevar una vida digna. El problema no es el poder, pues sin él sería imposible hacer cumplir el ordenamiento jurídico, sino la forma en la que se maneja, en la que se pone en práctica. Luego entonces, la liberación de la que habla el Evangelio se basa en las conciencias y no en la visión que tiene el marxismo sobre el papel de las revoluciones al interior de los Estados.

La lucha de clases:

En lugar de promover y sostener una economía solidaria, en la cual, los empresarios se conviertan en los artífices de nuevas fuentes de empleo, se busca el odio y la ruptura entre ricos y pobres, entre patrones y trabajadores, trayendo como consecuencia la existencia de Estados totalitarios, marcados por la guerra y el resentimiento. Hoy por hoy, al interior de la Iglesia no faltan los creyentes que excluyen a las personas por su condición social. Algunos lo hacen con respecto a los pobres, a los indígenas, sin embargo, tampoco faltan quienes se oponen a que alguien con un vasto patrimonio familiar forme parte de la Iglesia, pues de inmediato lo juzgan sin siquiera conocerlo. La fe va más allá de un status social o bancario.

Retomemos lo que dice al respecto la Congregación para la Doctrina de la Fe:

“La llamada de atención de Pablo VI sigue siendo hoy plenamente actual: a través del marxismo, tal como es vivido concretamente, se pueden distinguir diversos aspectos y diversas cuestiones planteadas a los cristianos para la reflexión y la acción. Sin embargo, «sería ilusorio y peligroso llegar a olvidar el íntimo vínculo que los une radicalmente, aceptar los elementos del análisis marxista sin reconocer sus relaciones con la ideología, entrar en la práctica de la lucha de clases y de su interpretación marxista dejando de percibir el tipo de sociedad totalitaria a la cual conduce este proceso»” (Capítulo VII, No. 7).

Más allá del contexto social, hay que reconocer que el marxismo “ad intra” de la comunidad eclesial en la década de los ochentas, ha contribuido a desarrollar lo que el Papa Benedicto XVI ha llamado acertadamente como la “dictadura del relativismo”. Es decir, muchos de los que hoy siguen radicalmente la Teología de la liberación, llegan al colmo, al extremo, de cerrarles las puertas de la Iglesia a los que tienen una visión conforme al magisterio. Lamentablemente, están infiltrados en muchas diócesis, congregaciones y movimientos, lo cual, genera una visión totalitaria de la pastoral.

Volviendo a la lucha de clases, hay que insistir en que Jesús estuvo cerca tanto del pobre como del rico, lo cual, acaba con esa faceta que algunos le quieren atribuir de reformador violento. La verdadera y única revolución de Cristo se basó en el cambio que logró ejercer y que, de hecho, aún ejerce sobre las conciencias de aquellos hombres y mujeres que se han dejado “tocar” por su mensaje. Llegó la hora de la reconciliación y de la paz. En este sentido, es significativo que los obispos designados durante el pontificado del Papa Benedicto XVI guardan un perfil equilibrado, es decir, que no se dejan llevar por los embates y confusiones de una forma de hacer teología cayendo en los extremos que nunca serán buenos para nadie.

Los jóvenes católicos tampoco están de acuerdo:

Mientras que muchos laicos, religiosos y religiosas que rondan por los 55 años, siguen obsesionados con el tema de la Teología de la liberación, es visible que cada vez más jóvenes prefieren quedarse con el magisterio de la Iglesia y, desde ahí, volver a los puntos básicos de la fe. Para un joven del siglo XXI, la sola idea de dividir en lugar de unir suena anticuada y fuera de lugar. En efecto, las nuevas generaciones de católicos están recuperando aspectos que se daban por descartados. Por ejemplo: el valor de la liturgia, la presencia católica en el ámbito educativo y universitario, el trabajo en las periferias con un fuerte compromiso humanitario evangelizado y evangelizador (respetando la libertad religiosa), el apostolado en el mundo del arte y del deporte, la apuesta por las nuevas tecnologías y las redes sociales, la conservación del medio ambiente como expresión del Dios creador, el regreso del hábito religioso, entre otros. 

Conclusión:

Siempre y cuando no se mezcle con el marxismo, podemos hablar de una teología sana y necesaria para prestar atención a los sectores más desfavorecidos. Se trata de incluir en lugar de excluir, pero teniendo claro que esto aplica tanto para los pobres, como para los ricos, siguiendo el ejemplo de Jesús, quien se mantuvo abierto a todos los que se le acercaban. No se está condenando a la Teología de la liberación evangélica, sino a las interpretaciones subjetivas y radicales que se le han dado y que han provocado la salida de no pocos fieles de la Iglesia. Afortunadamente, se están enmendando los errores. Ni conservadores, ni progresistas, sino hombres y mujeres de fe.
 
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