De Lourdes al Cielo
por Agustin Conde
Gran parte de la gente que conoce el Santuario Mariano de Lourdes lo define como un trozo del cielo en la tierra. La verdad es que, independientemente de la cursilería, si que es cierto que allí se respira y se palpa una paz y un amor que debe de ser reflejo del AMOR que se disfruta en el paraíso.
Acabo de regresar de una peregrinación con la Hospitalidad de Nuestra Señora de Lourdes de Madrid.
La mencionada Hospitalidad organiza dos peregrinaciones anuales llevando cientos de enfermos en cada una de ellas. Este año yo he tenido la enorme suerte de poder ir con mi mujer y tengo que reconocer que poder peregrinar a la Gruta donde se apareció Nuestra Señora a Santa Bernardette de la mano de la persona que comparte tu vida, se convierte en un motivo de doble satisfacción.
Hace ya muchos años esta peregrinación viajaba en un viejo tren, con el consiguiente trastorno para los enfermos que, a mitad de la noche debían hacer transbordo en Irún para cambiar a un tren francés, preparado a su ancho de vía. Ahora, en cambio, el viaje se hace en autobús. Dura unas doce horas, en las cuales se para una vez para desayunar y otra para comer (de ahí que el viaje sea tan largo) y se suele organizar aprovechando la fiesta de San Isidro en el mes de mayo y el día del Pilar en octubre.
Dado el marcado sentido de centro de sanación que tiene Lourdes, esta peregrinación con tantos enfermos, tiene un carácter muy especial. Es una peregrinación y, por tanto, un acto de marcado sentido religioso y así lo viven la inmensa mayoría de peregrinos que viajan. Sin embargo, es fácilmente entendible que, por la particularidad de ir acompañados de enfermos, muchos de los cuales tienen incluso alguna discapacidad intelectual, los actos litúrgicos, el fervor y el contenido puramente religioso no pueden ser lo más “elevados” del mundo. Estoy convencido, eso sí, que la Virgen perdona estas posibles carencias y agradece enormemente a los hospitalarios, que voluntariamente colaboran en la peregrinación, que sean los que le acerquen los enfermos a Ella.
Parece raro, pero la principal intención del enfermo en el viaje no es obtener esa curación milagrosa de la que ha habido tantos casos en la historia de Lourdes, sino simplemente hacer una visita a la Virgen, en un lugar tan querido por Ella. La mayoría de los peregrinos enfermos tienen, como motivación esencial, el pasar unos días más cerca de la Virgen, aunque sólo Ella sabe hasta qué punto se dan cuenta y son plenamente conscientes de ello.
Lo que resulta sumamente llamativo es el ambiente de amor, cariño y verdadera fraternidad que se respira durante esos días. Parece como si se interrumpiera el tiempo y la única preocupación que existiese es que el enfermo esté a gusto y lo pase bien. Al fin y al cabo, muy probablemente, es la única oportunidad en el año que tienen de salir de sus residencias o de sus casas, por lo que es fundamental que se sientan el centro del universo. Los voluntarios siempre dicen que reciben mucho más de lo que dan y los enfermos, a su vez, siempre agradecen en exceso el trato que reciben de dichos voluntarios y sus incansables esfuerzos. Ambos sentimientos se cruzan y es lo que hace que en la peregrinación se respire un ambiente absolutamente extraordinario.
En Lourdes se cambian totalmente los esquemas: de una sociedad que margina descaradamente al enfermo y discapacitado, se pasa a una organización que sólo piensa en él y para él. Por lo tanto, además de ese esencial componente religioso, existe en esta peregrinación una componente de solidaridad y de fraternidad que, desde mi punto de vista, sólo puede venir de la cercanía a la Virgen que allí se respira, y eso a pesar de la diferencias de todo tipo que existen entre los que componen la peregrinación.
No puedo culminar estas líneas sin agradecer a la Hospitalidad de Madrid, formada exclusivamente por voluntarios, el que siga, después de tantos años, dándonos la oportunidad de vivir estos días tan especiales.
Acabo de regresar de una peregrinación con la Hospitalidad de Nuestra Señora de Lourdes de Madrid.
La mencionada Hospitalidad organiza dos peregrinaciones anuales llevando cientos de enfermos en cada una de ellas. Este año yo he tenido la enorme suerte de poder ir con mi mujer y tengo que reconocer que poder peregrinar a la Gruta donde se apareció Nuestra Señora a Santa Bernardette de la mano de la persona que comparte tu vida, se convierte en un motivo de doble satisfacción.
Hace ya muchos años esta peregrinación viajaba en un viejo tren, con el consiguiente trastorno para los enfermos que, a mitad de la noche debían hacer transbordo en Irún para cambiar a un tren francés, preparado a su ancho de vía. Ahora, en cambio, el viaje se hace en autobús. Dura unas doce horas, en las cuales se para una vez para desayunar y otra para comer (de ahí que el viaje sea tan largo) y se suele organizar aprovechando la fiesta de San Isidro en el mes de mayo y el día del Pilar en octubre.
Dado el marcado sentido de centro de sanación que tiene Lourdes, esta peregrinación con tantos enfermos, tiene un carácter muy especial. Es una peregrinación y, por tanto, un acto de marcado sentido religioso y así lo viven la inmensa mayoría de peregrinos que viajan. Sin embargo, es fácilmente entendible que, por la particularidad de ir acompañados de enfermos, muchos de los cuales tienen incluso alguna discapacidad intelectual, los actos litúrgicos, el fervor y el contenido puramente religioso no pueden ser lo más “elevados” del mundo. Estoy convencido, eso sí, que la Virgen perdona estas posibles carencias y agradece enormemente a los hospitalarios, que voluntariamente colaboran en la peregrinación, que sean los que le acerquen los enfermos a Ella.
Parece raro, pero la principal intención del enfermo en el viaje no es obtener esa curación milagrosa de la que ha habido tantos casos en la historia de Lourdes, sino simplemente hacer una visita a la Virgen, en un lugar tan querido por Ella. La mayoría de los peregrinos enfermos tienen, como motivación esencial, el pasar unos días más cerca de la Virgen, aunque sólo Ella sabe hasta qué punto se dan cuenta y son plenamente conscientes de ello.
Lo que resulta sumamente llamativo es el ambiente de amor, cariño y verdadera fraternidad que se respira durante esos días. Parece como si se interrumpiera el tiempo y la única preocupación que existiese es que el enfermo esté a gusto y lo pase bien. Al fin y al cabo, muy probablemente, es la única oportunidad en el año que tienen de salir de sus residencias o de sus casas, por lo que es fundamental que se sientan el centro del universo. Los voluntarios siempre dicen que reciben mucho más de lo que dan y los enfermos, a su vez, siempre agradecen en exceso el trato que reciben de dichos voluntarios y sus incansables esfuerzos. Ambos sentimientos se cruzan y es lo que hace que en la peregrinación se respire un ambiente absolutamente extraordinario.
En Lourdes se cambian totalmente los esquemas: de una sociedad que margina descaradamente al enfermo y discapacitado, se pasa a una organización que sólo piensa en él y para él. Por lo tanto, además de ese esencial componente religioso, existe en esta peregrinación una componente de solidaridad y de fraternidad que, desde mi punto de vista, sólo puede venir de la cercanía a la Virgen que allí se respira, y eso a pesar de la diferencias de todo tipo que existen entre los que componen la peregrinación.
No puedo culminar estas líneas sin agradecer a la Hospitalidad de Madrid, formada exclusivamente por voluntarios, el que siga, después de tantos años, dándonos la oportunidad de vivir estos días tan especiales.
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