Martes, 05 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Reflexión de un parado

por Agustin Conde

Llevo ya justo un año en el paro. Debido a la crisis económica, mi empresa, una filial de una multinacional extranjera, cerró sus operaciones en España y nos quedamos los 150 trabajadores en la calle.

Yo soy de los que pensaba que nunca me iba a “tocar la china”. De hecho, por mi preparación, mi experiencia profesional y mis contactos, nunca antes había estado en el paro y la verdad es que me creía que me seguiría librando. Cuando empecé a ver la crítica situación por la que atravesaba mi empresa, comencé a buscar un cambio profesional y comencé a rezar fervientemente para no acabar en el paro. Sin embargo, el Señor, que sabemos que escribe recto con renglones torcidos, me quiso meter a mi dentro del saco. Yo creo que pensó: “tú que piensas que no te va a tocar, pues toma, para que aprendas un poco de humildad y que no te creas mejor ni superior a nadie”.

Cuando uno está en el paro tiene la extraña tendencia a sentirse víctima y ninguneado por esta situación. En primer lugar, nos sentimos que el resto nos ven como inútiles o parásitos sociales. Esto no es en absoluto cierto, pero no podemos dejar de pensar que esto es lo que creen de nosotros los que nos rodean. Todo el mundo tiene su despacho, su portátil de última generación de la oficina, su Blackberry de empresa, incluso su coche de empresa y, por supuesto, sus tropecientos mil puntos de la tarjeta Platino Iberia Plus (y, además, su nómina o su requetenómina y su bonus o su requetebonus).  Además, están ocupadísimos, tienen que atender muchísimas cosas importantes, están continuamente reunidos y/o viajando y, por supuesto, como es natural, cuando no trabajan, hablan sin parar de las anécdotas y los problemas que surgen en el trabajo. El que está en el paro se siente justamente en el opuesto: no estás ocupado, no tienes actividades importantes, no tienes de qué hablar y no te queda ya ni un mísero punto de la Iberia Plus (que, para mayor desgracia, nunca en tu caso fue Platino, sino Plata, que es la básica). Todo esto, aunque parezca una frivolidad, te hace sentir un don nadie.

Por otro lado, siempre supone un problema económico. Tus amigos no paran de proponerte los mismos planes que hacías antes, con la diferencia de que la prestación por desempleo cubre mínimamente tus necesidades básicas. Nadie, excepto tu mujer y tú mismo, se da cuenta de que el nivel de vida al que estabas acostumbrado antes ahora te resulta, o muy difícil, o imposible de acceder y tienes que empezar a renunciar. Nuevamente te sientes un don nadie que, encima, no puede hacer nada.

Además, el paro te produce muchos momentos de soledad. Todo el mundo está rodeado de gente, se pasa muchas horas con sus compañeros de oficina, con clientes o con proveedores o competidores y tú, durante todo ese tiempo, estás solo e intentando organizarte y estar, por lo menos, entretenido. Buscas trabajo solo, comes muchos días solo, pasas las mañanas y las tardes solo y estás deseando que llegue la noche y el fin de semana para estar al mismo nivel de ocupación y compaía que los que trabajan. Por tanto, te sientes un don nadie, que no haces nada, y que, además,  lo poco o mucho que haces, lo haces solo.

Sólo los muy amigos se interesan por tu estado de ánimo. El resto, o son incapaces de ponerse mínimamente en tu lugar, o les da mucho apuro y una extraña vergüenza en preguntártelo, prefiriendo omitir toda referencia a la cuestión. También los hay que, para no recordártelo (como si ellos fueran los que te lo recordaran y tú no lo tuvieras perfectamente presente en todo momento), prefieren no hablar del tema. Por tanto, te sientes un don nadie, que no hace nada, que lo hace solo y que nadie se da cuenta de tu situación.

Y tienes, por último, ese sentimiento de inseguridad que te da la incertidumbre absoluta sobre tu futuro. El buscar ese cambio sin saber qué diantres te deparará tu vida te da, como es de imaginar, una “tranquilidad” sin precedentes. Es verdad que nadie sabe qué le espera en el futuro, pero un parado, además, no sabe cuándo va a encontrar trabajo, ni qué tipo de trabajo, ni siquiera si será en su propia ciudad o tendrá que mudarse al Tercer Mundo, donde dicen que hay unas oportunidades fascinantes. Es muy “atractivo” no saber si, para tu trabajo futuro, te vas a tener que vacunar del tétanos, o sólo de la malaria y del tifus. Por supuesto, no puedes hacer proyectos, ni siquiera a medio plazo, porque no sabes si entonces estarás ya trabajando, si tendrás ya dinero para poderlos hacer o seguirás como estás ahora mismo. Por eso, te sientes un don nadie, que no hace nada, que lo hace solo, sin que a nadie le importes y que no tiene ni idea de cuándo podrá hacer algo. Conclusión: nunca hasta entonces te habías sentido un patito tan feo.

Sin embargo, y bromas aparte, creo que una persona de fe y más un católico convencido, tiene que saber sacar provecho de esta situación. En primer lugar tiene que convencerse de que, a pesar de que él no lo quería, el paro es una Cruz que el Señor ha puesto en su vida y de la que debe intentar sacar muchas gracias. El paro, muy al contrario de lo que he ridiculizado anteriormente, nos debe servir para: aprender a ser más humildes; para  saber despegarnos de lo material; para enseñarnos que la felicidad no está fuera, sino que está en Cristo y que no nos podemos sentir solos, puesto que Cristo siempre está con nosotros; para ser conscientes de que, como decía la Santa de Avila,  “sólo Dios basta”; y, por último, para alejarnos de lo que los humanos llamamos seguridad y certidumbre. Es difícil convencerse de esto pero, pidiéndole fuerzas al Señor, seguro que El nos ayudará a “abrazar” esta Cruz (lo digo por experiencia).

En segundo lugar, el parado debe organizarse muy bien el tiempo e intentar aprovechar para hacer todo eso que no se ha tenido nunca tiempo de hacer. Para los que llevamos toda la vida estudiando y después trabajando, el cortar con dicha rutina y tener que buscarte ocupaciones, para no estar en casa mirando al techo, es, de verdad, un esfuerzo de imaginación y de organización bastante importante. Quien está buscando activamente trabajo tampoco se puede involucrar en proyectos muy a largo plazo, puesto que nunca sabe cuándo puede volver a la vida activa, pero sí que se debe planificar su semana para poder hacer cosas a las que antes no tenía acceso. Mi consejo es ir semana por semana: un día es un período muy corto y exige continuos replanteamientos y más de una semana es un plazo difícil de organizar. Por supuesto, dentro de este tiempo, es vital hacer deporte, que, además de ser sanísimo, quema mucha de la tensión y frustración que acumulamos los parados. Pero lo que debemos, de verdad, es intentar aprovechar para estar más cerca de Dios. La actividad frenética de los días de trabajo muchas veces impide una vida de piedad intensa. Con más tiempo libre, debemos aprovechar para tener una vida más cercana al Señor: ir a Misa, si es posible, todos los días; aprovechar para formarnos en la fe y hacer esas obras de caridad que antes, por falta del preciado tiempo, no podíamos hacer. Si después de unos meses en el paro, lo que conseguimos es incrementar nuestra relación con el Señor, creo que será el período mejor empleado de nuestra vida y, eso que nos creíamos que era una desgracia de tiempo, se transformará en un tiempo lleno de gracias especiales.

Y, por último, eso sí, hay que seguir encomendando fervientemente para encontrar un trabajo y hacer todo lo posible para buscarlo. Como decía aquel Santo: hay que hacer todo lo humanamente posible, como si Dios no estuviera, y dejar que Dios actúe, como si humanamente no fuera posible hacer nada.

Muchas gracias por vuestro tiempo y MUCHO ÁNIMO  a los que estáis en paro.

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