Viernes, 29 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Cristo, ¡Cristo! (kerygma)

por Javier Sánchez Martínez

El mejor y el mayor kerygma es el anuncio de Jesucristo. Kerygma es el término técnico para definir el anuncio central del Evangelio: Jesús es el Señor, el Hijo de Dios, que se encarnó por nuestra salvación, murió en la cruz por nuestros pecados y resucitó al tercer día. 
 
 
¡Está vivo! 
¡¡Es el Señor!!
 
Ese anuncio, este kerygma, cambia la historia por completo: es realmente "revolucionario". Desde entonces todo es nuevo, la muerte ha sido vencida, el Maligno derrotado, la Vida ha triunfado y se nos han abierto los cielos para la vida eterna que ya gustamos aquí.
 
¡Cristo! ¡Cristo vivo! 
¡Cristo resucitado! 
¡Cristo, Señor de todo!
 
Y es que todo ha cambiado. El anuncio del kerygma impacta con tal fuerza -a quien lo hace y a quien lo recibe- que se comienza una vida nueva, distinta, plena, feliz, bienaventurada.
 

¿Cómo vivir igual cuando Cristo ha vencido?
 
¿Cómo seguir pasmados, acobardados, encerrados, cuando Cristo es Señor?
 
¿Cómo continuar tristes o desesperanzados, con el caminar lento, pesado de los de Emáus, cuando el Señor resucitado está caminando con nosotros?
 
¿Cómo ver todo estéril e infecundo cuando el Señor resucitado, en la barca de la Iglesia -en la barca de nuestra vida- nos dice dónde echar las redes y luego las hallamos repletas, con 153 peces?
 
¿Cómo llorar cuando Él, sólo Él, se nos hace presente preguntándonos el motivo de nuestras lágrimas y pronuncia nuestro nombre, ¡nuestro nombre!, porque nos conoce personalmente y nos quiere? ¡Nuestro nombre! No se equivoca de nombre, no nos habla en general: nuestro nombre, mi nombre, con un amor infinito.
 
¿Cómo estar viviendo individualmente, aisladamente, cuando Él se hace presente en la Iglesia, en el Cenáculo, con los Apóstoles, dándonos su Espíritu Santo mientras que si vamos como Tomás, por libre, separándonos de la Iglesia, jamás lo veremos?
 
¡Él está vivo!
¡Él es el Señor!
 
Lo vieron vivo y glorioso, transformado, quienes antes lo vieron colgando, como un maldito, del árbol de la Cruz.
 
¡Es Señor de cielo y tierra! 
 
Es Alfa y Omega, el Principio y el Fin, porque el mundo y la historia fueron creados por Él, como Logos, y hallan en Él su Fin, su objetivo final y su plenitud.
 
¡Es el Señor! 
 
Los cielos nuevos y la tierra nueva han comenzado para renovar este primer mundo y esta primera tierra heridos por el pecado, con tantos desórdenes, crisis, convulsiones. Ha comenzado lo nuevo.
 
¡Es el Señor!
 
Los Apóstoles y las mujeres lo vieron, hablaron y hasta comieron con Él y fueron transformados. Recibieron el Espíritu Santo y anunciaron valientemente a Jesús resucitado. Sus vidas ya no fueron las mismas ni tendrían sentido apartados de Cristo.
 
¿Y nosotros?
 
Quienes escucharon el kerygma (Hch 2) les preguntaron qué hacer: ¡arrepentíos de vuestros pecados y bautizaos! Y se les agregaron unos 3.000 aquel día.
 
Hoy a nosotros -con esta catequesis, por ejemplo- se nos anuncia ese kerygma.
 
Jesucristo es el Señor. Sin Él nada podemos, con Él lo podemos todo.
 
Ahora, ¿quién nos separará de su Amor?
 
Acerquémonos al Señor y seremos vivificados. Entremos en la Iglesia, como miembros vivos, y recibiremos más vida aún. Sí, en la Iglesia, sintiendo la Iglesia en nuestras almas, amando todo lo que es Iglesia, ofreciéndolo lo mejor de nosotros mismos.
 
Acerquémonos al Señor y recibamos su vida mediante la liturgia, los sacramentos y la oración personal, íntima, contacto amoroso con Jesucristo.
 
Acerquémonos al Señor y demos testimonio de su santa Pascua con el estilo de vida, con las palabras y los silencios, con los gestos y la santificación en la vida ordinaria, con el apostolado y el compromiso.
 
¡Él ha resucitado!

¡Qué locura! La locura de su Amor que nos envuelve.

¡¡Aleluya!!
 
 
 
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