El lenguaje cristiano sobre el amor
Pocas lecturas tan mal interpretadas y tan mal oída habrá como la del himno de la caridad de San Pablo (1Cor 13). Simplemente por escuchar la palabra "amor", en el clima vitalista y emotivo en que vivimos, se entiende por amor un simple sentimiento romántico, que, como tal, es pasajero, fugaz, variable y muy voluble. ¡Cuántas parejas de novios desean esta lectura, simplemente porque habla de "amor" y ellos entienden el sentimiento de enamoramiento del que gozan! Pero ¿acaso es eso el amor cristiano? ¿Ese contenido fugaz es la caridad cristiana, la caritas, el ágape?
Enseñarlo, nuestra tarea urgente.
Vivirlo, la consigna que nos dejó el Señor.
El amor cristiano es realmente sublime, purificando y elevando el amor humano y el deseo (eros) mediante la caridad divina (ágape). El amor realmente nace y viene de Dios y a Él tiende, por lo cual ni entiende de egoísmos, ni de búsqueda del propio interés, ni de la mala educación... y por tanto espera, ama, perdona y disculpa sin límites, ¡a imagen del amor de Dios!
"Consiste, por el contrario, en la caridad (agape), es decir, en el amor auténtico, el que Dios nos reveló en Jesucristo. La caridad es el don "mayor", que da valor a todos los demás, y sin embargo "no es jactanciosa, no se engríe"; más aún, "se alegra con la verdad" y con el bien ajeno. Quien ama verdaderamente "no busca su propio interés", "no toma en cuenta el mal recibido", "todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta" (cf. 1 Co 13, 4-7). Al final, cuando nos encontremos cara a cara con Dios, todos los demás dones desaparecerán; el único que permanecerá para siempre será la caridad, porque Dios es amor y nosotros seremos semejantes a él, en comunión perfecta con él" (Benedicto XVI, Ángelus, 31-enero-2010).
Este amor, esta forma de amar, este dinamismo de la caridad, es el distintivo del cristianismo. Dejemos ya el lenguaje sentimental sobre el amor, pasemos ya a comprender, vivir, predicar, enseñar, un amor mucho más sublime, el amor hecho donación y entrega abierta al sacrificio (y por eso se es capaz de perdonar, de superar rupturas, de no albergar rencor, venganza o llevar cuentas del mal: ¡cuántas veces lo justificamos porque vivimos en las claves del mero sentimiento!).
"La caridad es el distintivo del cristiano. Es la síntesis de toda su vida: de lo que cree y de lo que hace... El amor es la esencia de Dios mismo, es el sentido de la creación y de la historia, es la luz que da bondad y belleza a la existencia de cada hombre. Al mismo tiempo, el amor es, por decir así, el "estilo" de Dios y del creyente; es el comportamiento de quien, respondiendo al amor de Dios, plantea su propia vida como don de sí mismo a Dios y al prójimo. En Jesucristo estos dos aspectos forman una unidad perfecta: él es el Amor encarnado. Este Amor se nos reveló plenamente en Cristo crucificado. Al contemplarlo, podemos confesar con el apóstol san Juan: "Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él" (cf. 1 Jn 4, 16; Deus caritas est, 1).
Queridos amigos, si pensamos en los santos, reconocemos la variedad de sus dones espirituales y también de sus caracteres humanos. Pero la vida de cada uno de ellos es un himno a la caridad, un canto vivo al amor de Dios" (Benedicto XVI, ibíd.).
El lenguaje cristiano sobre el amor debe renovarse: amar es entregarse, darse, regalarse al otro... porque antes el amor de Dios ha inundado la propia vida y la ha transformado. El sentimentalismo reinante provoca rupturas y disfunciones: cuando pasa el sentimiento, se enfría, se provocan rupturas en las relaciones humanas, separaciones, enfrentamientos.
El amor/caridad es nuestro distintivo.
Enseñarlo, nuestra tarea urgente.
Vivirlo, la consigna que nos dejó el Señor.
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