Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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Ofrenda viva

Ofrenda viva

por Sólo Dios basta

Termino el rato de adoración de cada noche de sábado y me asomo por la ventana. No faltan esos jóvenes que siempre esperan a estas horas el autobús para irse de fiesta a algún pueblo cercano. Es la noche que nos mete en la gran solemnidad de la Santísima Trinidad. Lo que veo me ayuda a comprender un poco mejor este gran misterio de amor que es la Trinidad. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo unidos en plenitud de amor. ¡El amor de Dios es infinito, es eterno, es divino! Todo esto brota de mi corazón después de haber pasado una hora de adoración ante el Santísimo y contemplar la noche. Hay Luna llena. Preciosa. Luminosa. Plena. Perfección en la redondez, claridad en medio de la noche y plenitud del proceso nos regala la Luna llena. ¡Y nos introduce de lleno en la historia de amor que se vive dentro de la Trinidad!

Contemplo esa Luna después de contemplar a Cristo en la custodia y orar ante Él unido al Padre y al Espíritu Santo. Sigo en silencio. Me voy llenando de ese amor que cada vez quema más por dentro. Releo en mi interior la ofrenda al Amor misericordioso que escribe y hace Santa Teresita un año el día de la Santísima Trinidad. Es la guía que me lleva en esta noche a entrar más adentro en la espesura del amor trinitario que se desborda y da lugar a la creación, al ser humano, y a grandes personas que hoy, unidas a las tres divinas Personas, cuidan de los que estamos en este mundo. Bajo a la habitación. Escribo estas líneas. Llevo conmigo ese encuentro con Jesús Eucaristía, esos jóvenes que cada sábado veo esperando que comience la noche de fiesta, y también a otros jóvenes que estudian a fondo en esta noche preparando los exámenes finales del curso en la universidad o colegio o la prueba de acceso a la universidad. A todos los llevo conmigo. Se los presento al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Todo para crecer en el amor a Dios y procurar que Dios sea amado, para dar gloria a Dios y a su santa Iglesia; para que todas las almas se encuentren con ese Amor misericordioso que Santa Teresita descubre, acoge y difunde con su vida y escritos entre los que se encuentra la oración que motiva esta noche.

¡Leámosla! ¡Recemos con esta oración hecha ofrenda!

¡Unámonos a la Santísima Trinidad de la mano de Santa Teresita del Niño Jesús!

 

Ofrenda de mí misma como víctima de holocausto al amor misericordioso de Dios

 

¡Oh Dios mío, Trinidad santa!, yo quiero amarte y hacerte amar, y trabajar por la glorificación de la santa Iglesia salvando a las almas que están en la tierra y liberando a las que sufren en el purgatorio. Deseo cumplir perfectamente tu voluntad y alcanzar el grado de gloria que Tú me has preparado en tu reino. En una palabra, quiero ser santa. Pero siento mi impotencia, y te pido, Dios mío, que Tú mismo seas mi santidad.

Ya que me has amado hasta darme a tu Hijo único para que fuese mi Salvador y mi Esposo, los tesoros infinitos de sus méritos son míos; te los ofrezco gustosa, y te suplico que no me mires sino a través de la Faz de Jesús y en su Corazón abrasado de amor.

Te ofrezco también todos los méritos de los santos (de los que están en el cielo y de los que están en la tierra), sus actos de amor y los de los santos ángeles. Y por último, te ofrezco, ¡oh santa Trinidad!, el amor y los méritos de la Santísima Virgen, mi Madre querida; a ella le confío mi ofrenda, pidiéndole que te la presente. Su divino Hijo, mi Esposo amadísimo, en los días de su vida mortal nos dijo: «Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo concederá». Por eso estoy segura de que escucharás mis deseos. Lo sé, Dios mío, cuanto más quieres dar, tanto más haces desear. Siento en mi corazón deseos inmensos, y te pido confiadamente que vengas a tomar posesión de mi alma. ¡Ay!, no puedo recibir la sagrada Comunión con la frecuencia que deseo, pero, Señor, ¿no eres Tú todopoderoso...? Quédate en mí como en el sagrario, no te alejes nunca de tu pequeña hostia...

Quisiera consolarte de la ingratitud de los malos, y te suplico que me quites la libertad de desagradarte. Y si por debilidad caigo alguna vez, que tu mirada divina purifique enseguida mi alma, consumiendo todas mis imperfecciones, como el fuego, que todo lo transforma en sí...

Te doy gracias, Dios mío, por todos los beneficios que me has concedido, y en especial por haberme hecho pasar por el crisol del sufrimiento. En el último día te contemplaré llena de gozo llevando el cetro de la Cruz. Ya que te has dignado darme como lote esta cruz tan preciosa, espero parecerme a ti en el cielo y ver brillar en mi cuerpo glorificados los sagrados estigmas de tu Pasión...

Después del destierro de la tierra, espero ir a gozar de ti en la Patria, pero no quiero acumular méritos para el cielo, quiero trabajar sólo por tu amor, con el único fin de agradarte, de consolar a tu Sagrado Corazón y de salvar almas que te amen eternamente.

En la tarde de esta vida, compareceré delante de ti con las manos vacías, pues no te pido, Señor, que lleves cuenta de mis obras. Todas nuestras justicias tienen manchas a tus ojos. Por eso yo quiero revestirme de tu propia Justicia y recibir de tu Amor la posesión eterna de Ti mismo. No quiero otro trono ni otra corona que Tú mismo, Amado mío...

A tus ojos, el tiempo no es nada, y un solo día es como mil años. Tú puedes, pues, prepararme en un instante para comparecer delante de ti...

A fin de vivir en un acto de perfecto amor, yo me ofrezco como víctima de holocausto a tu Amor misericordioso, y te suplico que me consumas sin cesar, haciendo que se desborden sobre mi alma las olas de ternura infinita que se encierran en ti, y que de esa manera llegue yo a ser mártir de tu amor, Dios mío...

Que ese martirio, después de haberme preparado para comparecer delante de ti, me haga por fin morir, y que mi alma se lance sin demora al eterno abrazo de tu Amor misericordioso...

Quiero, Amado mío, renovarte esta ofrenda  con cada latido de mi corazón y un número infinito de veces, hasta que las sombras se desvanezcan y pueda yo decirte mi amor en un cara a cara eterno...

María Francisca Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz.

religiosa carmelita indigna

Fiesta de la Santísima Trinidad.

El 9 de junio del año de gracia 1895.

 

Ahora nos queda hacer nuestras estas palabras que escribe y vive hasta las últimas consecuencias su autora, una joven de 22 años, casi los mismos años que tiene el joven con el que acabo de hablar y rezar un rato antes de repasar estas líneas que terminaba cuando ha llamado. Quería hablar. Quería rezar. Quería sacar todo ese agobio, cansancio y algo de estrés que lleva dentro. Hablamos. Rezamos. ¡Y al final nos reímos! ¡Sí! ¡Nos reímos mucho porque ponemos nuestra vida en común! ¡Lo dejamos todo en Dios y en San José! Nos olvidamos por unos momentos de los exámenes al soñar con esos días tan cercanos cuando termine el curso, vuelva a casa y podamos orar, hablar y pasear juntos. ¡Pero antes nos queda algo muy grande! ¡La fiesta de la Santísima Trinidad! ¡Y al domingo siguiente el Corpus! Son regalos de Dios, como esa oración de Teresita, esa ofrenda viva.

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