Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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[11.11] 04.El Cardenal Amato, el Papa y fotos

por Victor in vínculis


Homilía del Cardenal Angelo Amato en Vistalegre (Madrid) [texto completo; el audio a partir del 45:56].

1. Celebrar a los mártires es celebrar el misterio del amor absoluto de Dios, pero también supone acercarnos al misterio del mal absoluto, causado por el enemigo de Dios. Los mártires nos introducen en el luminoso horizonte de la auténtica humanidad. Sus verdugos, por el contrario, nos introducen en las tinieblas del corazón humano. Los primeros nos edifican, los segundos nos obligan a repudiar sus malvadas acciones.

Con frecuencia en España se realizan las beatificaciones de los mártires de la fatídica persecución religiosa de los años 1936-39. La Iglesia celebra gustosa estos eventos con un doble propósito: para invitar a los fieles a permanecer firmes en la fe y para exhortar a todos a evitar el terror de aquellos años oscuros, que cubrieron vuestra hermosa patria de la sangre de personas inocentes e indefensas.

La beatificación de los mártires es por tanto una ocasión para ensalzar la fuerza del bien, que vence al mal. El bien es una brújula que orienta al ser humano hacia la verdad, la libertad y la fraternidad.
 

El Cardenal de Madrid y el Legado Pontificio, en la sacristía, minutos antes de comenzar.

2. Los mártires que hoy el Papa Francisco eleva al honor de los altares son sesenta, divididos en dos grupos, e incluyen sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, comprometidos en el asociacionismo católico.

El primer grupo, de 21 mártires está compuesto por siete sacerdotes de la Congregación de la Misión, cinco sacerdotes diocesanos, dos Hijas de la Caridad y siete laicos de la Asociación de Hijos de María de la Medalla Milagrosa. Fueron asesinados entre 1936 y 1937 en las diócesis de Barcelona, Gerona, Valencia y Cartagena.

En la documentación y en los testimonios se evidencia que la única razón de sus asesinatos fue el hecho de ser católicos. En aquellos años, abandonada la idea de fraternidad y de respeto a las ideas y a la vida de los demás, en muchas regiones españolas reinaba el hostigamiento y la arbitrariedad más absoluta, con el único objetivo de aniquilar a la Iglesia católica. Los lugares de culto fueron incendiados, los conventos fueron clausurados, las escuelas ocupadas, la gente encarcelada y asesinada. Esta ola de vandalismo ciego e ignorante también destruyó objetos y monumentos del pasado, precioso patrimonio artístico de España. No hubo ningún respeto por la libertad y la dignidad de las personas. Fue una tormenta que azotó la nación cubriéndola de polvo, de humo, de sangre y de cadáveres. Fue una macabra exaltación del mal y del odio.

3. ¿Cómo respondieron los mártires a esta persecución ciega e inhumana? Su vida cristiana y religiosa, vivida con entusiasmo y generosidad, los había preparado para el supremo sacrificio de sus vidas por Cristo.

A modo de ejemplo, el padre Vicente Queralt, de cuarenta y dos años, era un sacerdote culto, buen orador y un generoso bienhechor: distribuía entre los necesitados todo lo que recibía de su familia. Era un hombre de talento: sabía pintar y tocar el órgano. Durante la persecución, denunciado por una conocida, fue capturado el 30 de noviembre de 1936 y fusilado el mismo día. A quien preguntaba el motivo del asesinato, el jefe de las patrullas marxistas respondía que era sacerdote: ¿No te parece bastante este motivo?”, [Vicentii Queralt Lloret, Positio, Informatio super martyrio, p.41].

En este primer grupo también hay un joven valenciano de 19 años, Rafael Lluch Garín, de familia acomodada y profundamente católico. Su padre era profesor universitario de matemática cuántica. Rafael, alto, de constitución atlética y de óptima salud, era un buen ciclista. Era alegre, piadoso, generoso, inteligente y servicial. En plena persecución religiosa, arriesgando la vida, llevaba en la cartera una estampa de la Virgen de los Desamparados. El joven trabajaba en la farmacia de su cuñado en Picassent, un municipio de la provincia de Valencia.

Un día llegó al pueblo un grupo de milicianos que registraron las casas, quemando documentos y las imágenes sagradas. También entraron en la farmacia gritando y blasfemando. Rafael respondió: Aquí no se blasfema, yo soy responsable y no se blasfema. En el laboratorio el joven tenía un calendario con la imagen de la Virgen y pidió a los milicianos que no la profanaran. Esto enfureció a una miliciana que, maldiciendo, indujo a sus compañeros a detener al joven y condenarlo a muerte. Fue asesinado el 15 de octubre de 1936, mientras gritaba: ¡Viva Cristo Rey! [Ibídem, página 161].
 

4. Recordemos que en 1936 la Familia Vicenciana tenía en España una laudable presencia benéfica digna de elogio unida a una extraordinaria vitalidad apostólica, hecha de fe y de celo, sobre todo de numerosas obras de caridad. El carisma vicentino se concretaba en tres elementos de gran impacto popular: el celo por la gloria de Dios, la devoción a la Virgen de la Medalla Milagrosa y la caridad.

El ejercicio de la caridad era la obra social más evidente realizada mediante el compromiso caritativo y asistencial de las Conferencias de San Vicente, de las Damas de la Caridad y del apostolado de las Hijas de la Caridad, que solo en la provincia de Madrid tenían en aquel momento casi 60 comunidades, al servicio de los enfermos y de los pobres.

Fue este innegable tesoro de caridad social lo que provocó el enojo de los partidarios del mal, los cuales se convirtieron en promotores de la división, incitando a los jóvenes a saquear y destruir las iglesias, derribar las cosas sagradas, violar a las consagradas, quemar todo el patrimonio del pasado. Estos falsos profetas gritaban: Hay que destruir la Iglesia, luchad, matad [Iosephi Mariae Fernández Sánchez, Positio, Informatio super martyrio, pág. 43].

5. Los 39 mártires del segundo grupo fueron todos asesinados en el territorio de la Archidiócesis de Madrid durante el segundo semestre de 1936. Los primeros asesinados fueron dos jovencísimos religiosos: Manuel Trachinor Montañana y Vicente Cecilia Gallardo, de 20 y 21 años de edad respectivamente. Fueron asesinados en la carretera de Canillas en la noche del 20 al 21 de julio. En sus maletas llevaban la sotana y el crucifijo. Este fue el delito que decretó su muerte.

El mismo destino tuvo otro hermano coadjutor: Roque Catalán Domingo. Llegado al convento de la Sagrada Familia de Hortaleza fue apresado, interrogado y asesinado porque era un fraile. Consciente de la muerte inminente, le había dicho a sus hermanos de comunidad, antes de partir: Si no vuelvo, canten un Tedeum [Ibídem, página 126].

Otro religioso paúl, el padre José Ibáñez Mayandía, el domingo 26 de julio, fue como de costumbre a celebrar la misa al cercano hospital madrileño de Convalecientes. Allí fue capturado, herido, obligado a caminar desnudo, fusilado y abandonado. Al día siguiente, cuando los milicianos lo encontraron en la calle aún con vida, completaron su diabólica obra torturándole mortalmente de forma brutal y ofensiva para su condición sacerdotal. No lo mataron con un tiro de gracia sino que lo descuartizaron aún con vida, como un animal de matanza [Ibídem, página 143].

San Agustín dice que no es el suplicio lo que hace mártir al cristiano, sino la causa de la muerte. No son, en definitiva la crueldad y los tormentos los elementos esenciales del martirio, sino la motivación. Por tanto, desde el momento que la motivación del asesinato era su condición de sacerdote y de apasionado misionero, la crueldad inhumana de su muerte testimonia su valor y su fortaleza. Así como el comandante de un barco se aferra al palo mayor durante la tormenta, el padre Ibáñez abrazó la cruz de Cristo, como el árbol de su salvación eterna.

6. Hemos presentado solo algunos ejemplos de los atroces sufrimientos de nuestros mártires. Ellos son los testigos de la vida buena del Evangelio. Sus asesinos, en cambio, no honran la dignidad del ser humano, es decir, el ser hijos de Dios y hermanos de la misma humanidad.

Hoy somos invitados a celebrar e imitar a los mártires, siguiendo su ejemplo de fe, esperanza y coraje, nutriendo así eficazmente nuestra vida cotidiana. También estamos invitados a orar por sus verdugos, ofreciendo nosotros -al igual que hicieron los mártires-, el regalo precioso de nuestro perdón.

No podemos ni debemos olvidar esa trágica historia. Es un ejemplo de heroísmo cristiano, pero también una página oscura de crueldad gratuita contra personas indefensas e inocentes. No podemos ni debemos olvidar para que no se repita una oleada similar de odio fratricida.

El cristianismo nos enseña a amar y a perdonar, no siete veces sino setenta veces siete. El cristianismo es la religión del amor, de la que Jesucristo es su primer mártir. Y Cristo azotado, crucificado, muerto y resucitado es la esperanza de los mártires cristianos.

Ellos mueren conscientes de que su vida no termina en el caos de la nada, sino que alcanza el trono de Dios, caridad infinita, consolador por el abrazo maternal de la Santísima Virgen María.

Hermanos y hermanas, por favor, repetimos juntos: ¡Beatos Mártires, rogad por nosotros! Amén.
 

En un estudio improvisado, en el Palacio de Vistalegre, RADIO MARÍA retransmitió las beatificaciones para toda España. Sobre estas líneas, de izquierda a derecha: el técnico de sonido de RM Nicolás García; el Presidente de Radio María, José M. Díez Quintanilla; don Luis Fernando de Prada, director de Radio María, y un servidor.

Bajo estas líneas un grupo de Congregantes [seis de los mártires eran Congregantes de la Medalla Milagrosa] ante las reliquias de los nuevos Beatos. Y recogidas en oración pidiendo su intercesión.

 




El Papa ayer recordó a los mártires vicencianos


 
"Ayer, en Madrid, fueron proclamados beatos Vicente Queralt Lloret y 20 compañeros mártires y José María Fernández Sánchez y 38 compañeros mártires. Los nuevos beatos eran algunos miembros de la Congregación de la Misión: sacerdotes, hermanos coadjutores, novicios; otros eran laicos que pertenecían a la Asociación de la Medalla Milagrosa. Todos fueron asesinados por odio a la fe durante la persecución religiosa que tuvo lugar en el transcurso de la guerra civil española, en los años de 1936 y 1937. Demos gracias a Dios por el gran don de este testimonio ejemplar de Cristo y del Evangelio.
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