--Una vez que ha partido ya el Santo Padre a Roma, después de concluir su Viaje apostólico a Santiago y a Barcelona, ¿qué valoración hace de esta Visita de Benedicto XVI a España?
--Ha sido un acontecimiento muy gozoso. No sólo se ha cumplido el programa previsto; en la medida humana de los éxitos pastorales, se cubrió hasta rebosar, pero lo más importante, lo más bello ha sido la experiencia de Iglesia que hemos vivido en estos sitios con nuestro Santo Padre; primero, por él, por su presencia, pero luego, también por la respuesta del pueblo cristiano y por la respuesta de la jerarquía. De nuevo fueron dos días en los que la Iglesia como comunión en la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y en torno a su Señor y a su Pastor, el Señor y Pastor invisible de las almas, y como comunidad que reza, que ora, que celebra, que es testigo de esperanza y de alegría, cumplió también, de forma muy hermosa. Nos ha dejado el alma y el corazón satisfechos y con más ánimo y más ilusión, para ser de nuevo servidores de la Iglesia, en el sentido más hondo de la expresión, en cuanto ella es el Sacramento de la salvación para el hombre de todos los tiempos; y para nuestros pueblos y nuestras gentes, porque la hemos podido cumplir en estos días, con el Papa. Él hizo un trabajo excepcional, incluso desde el punto de vista más elemental, el físico: el Papa es una persona mayor y se sometió a un programa agotador. Lo ha cumplido, y lo ha cumplido bien. Y, luego, siempre por su magisterio. Él se presentó para este Viaje, de una forma explícita, como testigo de Jesucristo resucitado, y realmente ese testimonio lo dio con su palabra, con su magisterio, con su forma de celebrar, con la forma en que tuvo contacto con la gente. En Barcelona, por ejemplo, en la institución que cuida a niños y a personas discapacitadas, la ternura del Papa con ellos fue realmente conmovedora; nos emocionó a todos, él y los niños.
Creo que han sido dos grandes días para la historia de Iglesia en España, para su presente, e irá proyectándose hacia el futuro; y, ciertamente, siempre ha sonado Madrid, hasta en los gritos, en las despedidas de los chicos, de la gente: «A Madrid; nos veremos en Madrid». El rey hizo alusión a ello, el Papa también. Ha sido una especie de gran introducción; dejarlo en pórtico, sería poco. Ha sido una gran obertura de esperanza, de gozo de la fe, de alegría humana que se desborda y se refleja. Cuando se ve a fondo la cercanía del Señor y la comunión de fraternidad y en fraternidad de la Iglesia, eso se despliega y se manifiesta como una gran sinfonía espiritual y humana. La música, por cierto, en Santiago fue espléndida. En Barcelona se notaba menos que fue espléndida, porque las condiciones acústicas no eran las mejores. En cualquier caso, el nivel también de lo estético, de lo celebrativo, fue alto; y lo más hermoso de todo fue la acogida del Papa por parte de la gente y la participación intensa: en Barcelona mucho, en Santiago también, en las dos grandes celebraciones. En un contexto más limitado, la visita a ese hogar de acogida y de educación de niños y de personas discapacitadas; y también en Santiago por la mañana, en la visita a la catedral, el rito del peregrino; luego, el saludo al pueblo que estaba concentrado en la plaza del Obradoiro. En fin, el conjunto ha sido hermoso, bello, gozoso, y damos gracias.
--Usted ha estado constantemente al lado del Santo Padre. Él ¿qué impresión se ha llevado del Viaje?
--Muy buena, muy buena; yo creo que no ha tenido tiempo para hacer la más mínima anotación crítica de lo que estaba ocurriendo. Tampoco había mucha razón para ello, pero él se manifestaba gozoso, interesándose por el contexto humano en general, e histórico, cultural, en particular, tanto en Santiago como en Barcelona. Yo estuve más cerca de él en Santiago que en Barcelona, porque me tocó estar a su lado en el almuerzo de Santiago, pero a él se le notaba gozoso. A veces un poquito cansado, al final del día, pero gozoso.
--Ha habido por parte de los medios de comunicación una reacción un tanto destemplada a las declaraciones del Papa en el avión cuando venía, que han querido convertir la propuesta que el Papa hace de encuentro con la laicidad en un desencuentro. ¿Cuál es su criterio al respecto?
--No conozco mucho esas declaraciones, pero el Papa lo que ha hecho, como hilo conductor de fondo, ha sido una especie de exposición, de propuesta, o mejor dicho, un anuncio y un testimonio de la importancia de Dios en la vida, no sólo del hombre en particular, sino en la vida de la Humanidad, vertebrada a través de las sociedades, de los pueblos. Por ejemplo, nos dijo que él pedía al Señor y recomendaba que en España pudiéramos vivir como una gran familia, no sólo los católicos, sino toda España. «Los católicos -nos dijo- tenéis que vivir como una gran familia». No recuerdo que dijera nada en estos días que se distancie de lo que él viene enseñando en su magisterio pastoral como pastor de la Iglesia universal, ni tampoco de lo que él en los últimos años, sobre todo de su tiempo como cardenal Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, expresaba y subrayaba siempre, cuando se hablaba del diálogo entre cristianos, y entre el mundo cristiano y católico en Europa y un mundo laico abierto a un diálogo de fe y razón serio, noble. En el fondo, ha venido a decir lo mismo.
--El Papa tenía el anhelo de haber peregrinado a Compostela, incluso antes de ser Papa, con su hermano, a nivel personal. ¿Ha podido percibir cómo ha experimentado el peregrinaje?
--Él lo ha subrayado varias veces en sus intervenciones: «He venido a Santiago como un peregrino en Año Santo». Naturalmente, podríamos decir que es el peregrino que va a la cabeza de la peregrinación de la Iglesia a través de la Historia, y en este caso reproducida o traducida a la experiencia de una peregrinación real, en el sentido físico, piadoso y cristiano de la expresión, hasta la tumba del Apóstol. Ha vuelto a hacer alusión a la Europa que era también una gran familia en los tiempos en que se inicia el gran río de peregrinos a Santiago: podían ser peregrinos que venían de distintas naciones, realidades sociales, culturales y políticas, pero todos vivían de una misma fe en Dios, en el Dios anunciado por Jesucristo, un Dios que se revela en la plenitud de su verdad, y que se revela también en la humildad real, y en la cercanía de la carne que hace suya el Hijo de Dios. Y, entonces, en ese lenguaje nos entendíamos todos en Europa; era una Europa que hablaba el lenguaje más profundo del alma, el lenguaje más sólido del hombre, lo hablaba con los mismos términos, con los mismos conceptos, con las mismas verdades, las mismas afirmaciones y las mismas convicciones. Lo evocó él como una especie de dirección que hay que seguir, también en el presente, como mojón espiritual, o una nueva indicación de luz para saber cómo tenemos que vivir el presente y el futuro Europa.
--¿Qué le han parecido las palabras del Papa sobre la familia?
--Han sido clarísimas y las agradecemos mucho, porque la presión que experimentamos todos los que tenemos la responsabilidad de ejercer el ministerio de la Palabra en la Iglesia, con autoridad y con misión apostólica, es muy grande en estos momentos, ante una opinión pública marcada tanto por corrientes de pensamiento; basta pensar sólo en la teoría del género, que quieren imponer por encima de todo, y a veces a costa de libertades fundamentales, no digo yo cristianas, sino laicas, noblemente laicas del Estado y de la comunidad política. Agradecemos que el Papa vuelva a enseñarnos con claridad lo que es el matrimonio, lo que es la familia en torno a la entrega mutua del varón y la mujer, que se aman y realizan en sus vidas esa primera célula, ese primer núcleo de humanidad, y de humanidad en este caso, si es matrimonio, fundado en la visión del hombre según la ley de Dios, según la verdad del hombre medida por la verdad de Dios, abierta a la vida. Ha sido precioso lo que ha dicho sobre el derecho de todos a la vida, lo que ha dicho a los niños: «Vuestra vida es preciosa; aunque la vean tantos como sin valor, es de un valor enorme». Por cierto, uno de los discapacitados dijo: «Nosotros sabemos querer, y también deseamos ser amados y ser queridos»; es una forma muy bella de expresar lo que significa vivir la fraternidad cristiana y el amor en cristiano.