Tras la misa y consagración de la ya basílica de la Sagrada Familia, el Papa salió a la calle para rezar el Angelus.
Antes de la oración, evocó el misterio al que está consagrado el templo, y recordó que la Sagrada Familia, «en el silencio del hogar de Nazaret, nos enseñó sin palabras la dignidad y el valor primordial del matrimonio y de la familia, esperanza de la humanidad en la que la vida encuentra acogida desde su concepción hasta su declive natural», un mensaje coincidente con el de su homilía anterior. Fue en ese momento cuando rompió la primera gran salva de aplausos.
Benedicto XVI recordó que la devoción a la Sagrada Familia fue extendida por San José Manyanet y Vives (18331901), canonizado en 2004, quien patrocinó la construcción de la iglesia.
Pero sobre todo el Papa evocó la figura de Antonio Gaudí, quien «quería llevar el Evangelio a todo el pueblo, como una gran catequesis sobre Jesucristo y sobre el Santo Rosario y sus misterios gozosos, dolorosos y gloriosos», todo ello presente en la arquitectura de la Sagrada Familia.
Además «financió con sus propios ahorros la creación de una escuela para los hijos de los albañiles y los hijos más humildes del barrio, entonces un suburbio marginado de Barcelona», porque el artista decía siempre que «los pobres siempre han de encontrar acogida en el templo, y eso es es la caridad cristiana».
Tras el Angelus, el Papa volvió al templo, donde se cantó el Aleluya de Haendel. A continuación Benedicto XVI se dirigió a un almuerzo con las autoridades eclesiásticas presentes en Barcelona.