La campaña contra el Papa en Barcelona apenas se quedó en unos escasos pitidos en la salida de su recorrido hacia la Sagrada Familia. Luego, su desplazamiento desde el Palacio del Arzobispado hasta la Sagrada Familia estuvo rodeado por el cariño de decenas de miles de barceloneses, que le aplaudieron al tiempo que agitaban, sobre todo, banderas del Vaticano.
Tras llegar al templo, y antes de la misa de su consagración, el Papa se reunió con los Reyes de España, con quienes mantuvo un encuentro privado. Entre las autoridades presentes se encuentran el presidente de la Generalitat, José Montilla, el del Congreso de los Diputados, José Bono, y el ministro de la Presidencia, Ramón Jáuregui.
La celebración religiosa comenzó a las diez de la mañana con una intervención del cardenal arzobispo de Barcelona, Lluís Martínez Sistach, quien mezclando catalán y castellano hizo un recorrido histórico por los hitos principales del templo, agradeció al Papa la conversión de la iglesia en basílica y destacó que fuese un sucesor de Pedro de nombre José (Joseph Ratzinger) quien lo hiciese.
Seguidamente, Jordi Bonet, actual arquitecto del templo, explicó al Papa el sentido religioso de todos los elementos dispuestos por Antonio Gaudí en la construcción de la Sagrada Familia, en la que trabajó durante 43 años en la idea de profundizar en la fe a través del arte..
Fue tras estas palabras cuando comenzó propiamente la Santa Misa, a la que asisten dentro del templo casi siete mil personas, más las que rodean el templo y otras catorce mil congregadas en la Plaza de Toros Monumental, donde se han instalado pantallas ad hoc.
Tras las lecturas, en catalán, y el Evangelio, en castellano, Benedicto XVI se dirigió a los presentes en la esperada homilía de Barcelona, que comenzó en catalán y continuó en castellano, para rematarla de nuevo en catalán, como hizo en Galicia con el gallego.
El Papa recordó a todos aquellos que durante un siglo han hecho su «inestimable aportación» a la construcción del edificio, y en particular a Antonio Gaudí, «arquitecto genial y cristiano consecuente», y símbolo de la multitud de «santos y mártires» que caracterizan a Cataluña desde el siglo pasado.
Benedicto XVI se mostró admirado de la fe con la que Gaudí, en medio de las dificultades, decía siempre «San José terminará el templo», y destacó que era un Papa llamado José quien podía finalmente consagrarla como basílica, «signo visible del Dios invisible», cuyas torres son «saetas» que apunta a quien es origen de la luz y la Luz misma. El Papa citó los tres libros en los que se alimentaba Gaudí en su arte: el libro de la naturaleza, el libro de las Escrituras, y el libro de la liturgia. Con su obra, Gaudí contribuyó a «superar la escisión entre conciencia humana y conciencia cristiana, pero no con palabras, sino con planos y piedras», sobre el único cimiento sobre el que se puede construir, Nuestro Señor Jesucristo: «De Él recibe la Iglesia su vida, su doctrina y su misión. No tienen consistencia por sí misma, sólo bajo su autoridad».
Ésa es nuestra gran tarea, dijo el Papa: «Mostrar al mundo que Dios es Dios de paz, y no de violencia, de libertad, y no de coacción, de concordia, y no de discordia». Con su obra, Gaudí nos muestra que «Dios es la auténtica medida del hombre», y así creó en Barcelona «un espacio de fe, belleza y esperanza».
«La verdad y dignidad de Dios se unen con la verdad y dignidad del hombre» en el templo, y en ese templo que somos todos. «Si el hombre deja entrar a Dios en su mundo, si deja que Jesucristo viva en su alma, no se arrepentirá», dijo el Papa.
Benedicto XVI señaló lo mucho que se ha avanzado en aspectos técnicos y culturales, pero «junto a eso hay que conservar los progresos morales», entre los que citó «el amor indisoluble de un hombre y de una mujer como marco adecuado para el nacimiento, crecimiento y término natural de la vida humana. Sólo donde existen el amor y la fecunidad pervive la verdadera libertad».
El Papa se mostró también partidario de todas aquellas medidas económicas y sociales que favorezcan la vida familiar, y proclamó «que se defienda la vida de los hijos como sagrada e inviolable desde el momento de la concepción», junto a medidas de apoyo a la natalidad: «La Iglesia se opone a todas las formas de negación de la vida humana y aprueba cuando apoye el orden natural en el ámbito de la institución familiar».
Ésa es la gran misión de la Iglesia, dijo el Papa, visible en especial en un lugar como el templo consagrado: «Ser icono de la belleza divina, llama ardiente de caridad, causa para que el mundo crea en Aquél que la ha enviado».
Concluido el sermón, el Papa procedió a la consagración de la nueva basílica, un rito cargado de simbolismos que tiene lugar en distintos puntos del templo, y sobre todo en el altar.