Cuando trabajaba en una oficina tenía una niñera que cuidaba a mis dos hijos prácticamente todo el día. Yo llegaba en la noche. Si no era demasiado tarde alcanzaba a bañarlos y a acostarlos. La mayoría de veces simplemente los acostaba. Me perdí los primeros pasos y las primeras palabras de mi hija mayor, señala con tristeza Silvana Ramos en Catholic Link.
Las cosas cambiaron cuando decidimos que me quedaría en casa cuidando a los chicos. ¡Estaba tan ilusionada con la idea! ¡Por fin todo el día con mis bebés! Todo iba a ser maravilloso.
Por supuesto me leí algún libro con consejos para organizar la casa con niños pequeños, y compré algunos utensilios para tener todo “en orden”. Soy una persona organizada y me encantan los planes y los horarios (o al menos así era). Luego de terminar los trámites de la renuncia, llegó el tan ansiado día. Ya el levantarme y no tener quién viera a mis niños para darme un baño cambió cualquier idea que tenía sobre lo maravilloso que iba a ser quedarme en casa. Como podrán imaginarse ese fue un día bastante largo. Llegué a las 7 de la noche a duras penas y por supuesto sin bañarme. Los días continuaron y la cosa no se hizo más fácil, ni mis horarios ni mis planes funcionaban, y como si fuera poco, las discusiones con mi esposo aumentaban. Empecé a notar la pasta de dientes salpicada en el espejo, la tapa del baño sin bajar, el plato de comida en la mesa de noche. Me convertí en “la bruja” y lo peor de todo era que sabía que me estaba convirtiendo en esa mujer que siempre dije que no iba a ser. Por mi cabeza solo pasaban preguntas sin respuesta: ¿Cómo lo hacen? ¿Cómo una madre sobrevive los primeros años de sus hijos en casa y sin ayuda? ¿Cómo es posible cuidar niños y a la vez cuidar tu matrimonio? En fin.
No voy a dar una fórmula exacta de lo que se tiene que hacer, ni mucho menos. Bien sabemos lo difícil que es la vida familiar. Simplemente quiero compartir lo que he aprendido en medio de algunas situaciones que antes me parecían caóticas y que hoy atesoro. Espero les sirva.
1. Los juguetes en el piso, en el baño y hasta debajo de la almohada significan vida
Cuando eres mamá, el perfeccionismo y la preocupación desmedida por el orden no te llevan a ninguna parte. Es más, te hace perder tiempo y te hacen perder amor. Los juguetes en el piso (en el sillón y hasta debajo de tu almohada) me hablan de vida, son el rastro de mis pequeños niños, de sus risas, de sus llantos, de lo que han descubierto, y de lo que han aprendido. Es cierto que la estructura y las rutinas son importantes para los niños, les dan seguridad, pero, si no cumples los horarios al pie de la letra, un día o dos, no pasa nada. Si un par de juguetes quedan en el suelo no pasa nada. Entendí que es mejor estar con ellos enseñándoles y dándoles ternura, que enfocada en los horarios y en que mi casa parezca sacada de una revista. Ellos son un regalo, ¡hay que disfrutar y celebrar el regalo! Vengo intentando aprender a mirarlos con los ojos de Dios. Me imagino cómo Dios cuida de mí, con qué ternura y paciencia me forma, y perdona una y otra vez mis errores.
2. Las pataletas se han convertido en la alarma que me recuerda que soy yo la responsable de sus vidas
El llanto de una pataleta puede ser realmente desesperante. Muchas veces lo he pensado (y algunas veces lo he hecho) en tirarme al piso y llorar a gritos junto a mis hijos. Las ideas se me acaban, los argumentos no existen, no hay consuelo en esta tierra que pueda calmarlos… provoca hacer todo lo que ellos quieran para que no lloren de esa manera. He aprendido que la decisión que tome en ese momento no debe reflejar mi deseo de paz y silencio sino de lo que es mejor para ellos. Soy yo la que los está formando, soy su madre y por más desesperada y agotada que esté mi labor no ha acabado y tampoco puede ponerse en pausa, continúa todo el día. Así que de tripas corazón y a acompañar esa pataleta con paciencia y amor. He visto que poco a poco van menguando.
3. Su mal humor, la mayoría de las veces, es reflejo del mío
Llena de enfado alguna vez le he increpado a alguno de mis hijos: “¿Y ahora qué te molesta?”. Y de pronto veo la expresión de mi rostro reflejada con exactitud en el rostro de mi hija. Los sentimientos de mis hijos muchas veces hablan de los míos. Si están todo el día conmigo, aprenden de mí. El cómo me respondan o cómo reaccionan a muchas situaciones es reflejo lo que han aprendido. Mirarlos en esta edad es como mirarse a uno mismo. A través de ellos puedo conocerme, o por lo menos preguntarme qué es lo que me pasa.
4. Todo lo hacen lento… y la paciencia ha sido la virtud que ha salido a mi rescate
Nunca he sido muy paciente, hoy reconozco que la paciencia es una virtud que en los padres debe estar a la mano todo el tiempo. En el mundo de hoy todo es rápido, todo sucede en minutos y muchas veces he querido llevar mi hogar a la velocidad que llevaba mi oficina. Mis pequeños están recién aprendiendo, cómo podría apurar la velocidad a la que lo hacen. Por fin entiendo que necesitan tiempo para abotonar un botón, para subir la escalera, para agarrar su botella de agua, lo que yo puedo hacer en un segundo es para ellos todo un logro. Reconocerlo y empezar a ejercitar la paciencia ha sido mi salvación. Mientras observo cómo lo hacen, he aprendido a ocuparme de algo más o de sentarme simplemente a ver, es casi un descanso. La paciencia me va dando esa tranquilidad de observar y esperar que las cosas sucedan con calma.
5. La pasta de dientes en el espejo y la tapa del baño arriba, me recuerdan que vivo enamorada de alguien. El desorden se soluciona, la soledad no
En tono de broma me han preguntado: “¿Contra quién estás casada?”. Parece que lo usual es ver al esposo como el contrincante. La verdad es que mi esposo es el príncipe encantado que llega a salvar a la damisela. Cuántas veces he estado al borde del ataque de nervios y he sentido la llave en la puerta: “¡Ya llegueee!”. Los niños inmediatamente corren a abrazarlo y yo me puedo desplomar en el sitio por lo menos unos minutos. Un abrazo y un “ya estoy aquí” hace toda la diferencia. ¡Por fin puedo hablar con otro adulto! Y hasta una pila de platos sin lavar puede desatar la noche más romántica que haya tenido en meses. La pasta de dientes salpicada en el espejo se soluciona, la soledad no. Conversar, entender que somos un equipo, que amamos, que los hijos son nuestros y ayudarnos. Es en este punto en que la gracia de Dios recibida en el matrimonio se manifiesta: ¡cuántas discusiones!, ¡cuántos reclamos hemos podido sobrellevar, entender y solucionar! Creo que por nuestros propios medios nunca hubiéramos podido. Entender que somos un matrimonio unido para toda la vida porque nos amamos, hace toda la diferencia.
6. La cara lavada y el pelo atado es mi nuevo estilo
Mis tacos y vestidos de fiesta no son muy útiles a la hora de tirarse al piso a jugar. Casi siempre estoy con la cara lavada y con el pelo atado en una cola. Cuántas mañanas me he visto al espejo y casi no reconozco a la que está ahí. De pronto una vocecita me dice: “¡Mami eres la más linda del mundo!”. Mi cara se ilumina y descubro que la alegría es el mejor salón de belleza que puedes encontrar. No sé qué tan de acuerdo mi esposo esté, pero aún no he recibido quejas… ¡es momento de criar!
7. La soledad de la maternidad es un lugar bello y seguro para estar
Con muy buena intención me han aconsejado tomar un tiempo para mí, para salir con amigas y distraerme, ¡suena maravilloso! Con tres niños pequeños es casi imposible. Muchas personas pueden decir que la maternidad trae soledad, y es cierto. Pero esa soledad no es tan mala. He empezado a tener tiempo para pensar en quién soy y qué quiero, descubrir talentos ocultos. Me he dado cuenta de que soy capaz de hacer más cosas de las que jamás imaginé que podía hacer. Ni en el más loco de mis sueños me imaginé siendo madre, y mucho menos imaginé todo lo que esto significaba. ¡Estoy segura de que si hubiera puesto el mismo empeño y esfuerzo que pongo en la maternidad en mi carrera, en este minuto sería el CEO de una compañía!
8. Las miradas de mis hijos luego de una travesura me van contando quiénes son
Desde mi primer embarazo me preguntaba cómo serían mis hijos. Sus travesuras me han sacado casi todas las canas que tengo y han colmado la poca paciencia que tenía, sin embargo, cuando todo pasa y en la noche repaso el día, esas travesuras, esas miradas de complicidad entre ellos me va contando quiénes son, qué les gusta, cuáles son sus inclinaciones, cuáles sus debilidades. Son pequeños, es verdad, pero hay tantas cosas que ya se ven con claridad, es un mundo que poco a poco voy descubriendo a la vez que los voy formando.
9. Leer, leer y leer tiene sentido. Formarse para ser mamá no es una locura
El poco tiempo libre que tengo lo ocupo leyendo y no es solo porque me gusta leer, sino porque me apasiona esta tarea de ser mamá, de ser esposa, de formar una familia. Mi abuela me decía que estas cosas se aprendían sobre la marcha y puede que haya tenido razón, en algún sentido es así, pero en mi experiencia el saber las características de las edades y del desarrollo en los niños y de la misma convivencia matrimonial me traen calma, es como si tuviera mayor libertad para poder decidir y discernir mi actuar en el día a día.
10. Dios está más cerca de lo que crees, habla con Él
Dios es amor y la familia es el lugar donde el amor debe reinar. ¿Cómo puede reinar el amor si el hombre se empeña en vivir ajeno a Dios? La gracia que recibimos en el sacramento del matrimonio es esa ayuda vital para enfrentar la vida familiar con fortaleza, paciencia y alegría. Cultivar la oración significa aprender a hablar un mismo idioma. Mis hijos saben cuándo estoy agotada y alguna vez los he escuchado decir: “Dile a la Virgencita que te ayude mami”. Ellos lo creen y verdaderamente es así, María sale a mi encuentro y me enseña y me forma todos los días, a través del amor a mis hijos y la entrega a mi familia empiezo a conocer el corazón de Su Hijo.