Alejandro Macarrón es el director de la Fundación Renacimiento Demográfico y uno de las voces que con mayor insistencia intenta hacer ver las graves consecuencias del invierno demográfico y de la falta de hijos para Occidente.
En una tribuna publicada en Invertia, Macarrón da un dato demoledor: “Con los datos de fecundidad -hijos por mujer- de 2019, menos malos que los de 2020 y que los esperables para 2021, la siguiente generación de europeos sería 27% menos numerosa que la actual, y en países como España, 41% menos”.
Pero da más: “sin los bebés de los inmigrantes no europeos, la merma de adultos jóvenes en Europa en unos 30 años estaría en el entorno del 30%, y en España, del 45%. Y en dos o tres generaciones casi mejor ni pensarlo, para no echarnos a temblar”.
Pero uno de los aspectos que más destaca Macarrón es que a pesar de estas gravísimas cifras las autoridades españolas y europeas no están intentando hacer nada para mitigarlas. “Ni en el plan de recuperación europea, pomposamente llamado 'Next Generation EU', ni entre los objetivos de desarrollo "sostenible" 2030 de la ONU, o en los objetivos generales de la Unión Europea (accesibles en The EU in brief | European Union) figura algo tan elemental como procurar que se tengan suficientes niños para no perder población y envejecer intensamente por falta de savia joven”, destaca este experto demógrafo.
Tampoco en el Plan de Acción ante el Reto Demográfico de España no figura la natalidad sin percatarse los gobernantes que la baja fecundidad es una de las principales causas de la España vacía.
Por ello, Macarrón lanza una pregunta: “¿A qué le lleva a una sociedad el tener pocos niños?”. Y la responde sin vacilaciones: “A la larga, a la extinción. Antes de ello, a un fuerte envejecimiento por tener cada vez menos jóvenes, y a perder población”.
Pero este experto ofrece otras causas que contribuyen a este declive: “una de las peores consecuencias de la falta de niños -y de la baja nupcialidad y alta divorcialidad actuales, a su vez dos importantes causas y efectos de que se tengan pocos hijos- es el empobrecimiento afectivo por tenerse cada vez menos parientes cercanos, y por la creciente soledad que esto genera”.
De este modo, en el último medio siglo se ha multiplicado por seis el porcentaje de españoles que viven solos. En la década de 1970 la mayoría de los españoles vivía en hogares con varios miembros, y ahora son muy pocos este tipo de hogares.
En su opinión, “la soledad, especialmente dura de sobrellevar en la infancia y la vejez, no solo puede amargar la existencia, y deteriorar por ende la salud física e incluso la psíquica. También es empobrecedora en lo económico, por pérdida de economías de escala en los hogares unipersonales o poco poblados, y por los efectos sobre la salud ya mencionados”.
De manera contundente, Alejandro Macarrón denuncia que “la gran mayoría de los políticos y burócratas europeos, y muchos biempensantes -pero ‘malanalizantes’- creen que basta con que vengan inmigrantes para cubrir el hueco demográfico que crea la baja natalidad europea. Craso y peligroso error, basado en la poco seria y un tanto ‘señoritesca’ premisa de que ‘no pasa nada si nosotros no tenemos hijos. Ya los tendrán otros (extranjeros) por nosotros’. ¿Y si no los tienen ‘por nosotros’, sino ‘para ellos’, como es lo natural?”.
Así, recuerda que en ningún país europeo se ha detenido o revertido el proceso de envejecimiento gracias a la inmigración, sino que en algún caso ha ralentizado algo su ritmo.
Pero además recuerda que “la inmigración no soluciona el avance de la soledad, uno de los peores efectos de que cada 'next generation' de europeos sea más reducida, que ya ha llevado a países como el Reino Unido y Japón a crear ministerios / secretarías de Estado cuyo objeto es abordar este doloroso tema”.
Para acabar, Alejandro Macarrón considera “lamentable” e “inexplicable” que “nuestras autoridades -españolas, europeas, mundiales- lancen y gestionen programas de 'next generation' / sostenibilidad / reto demográfico sin que en ellos se incluya lo más insostenible que tenemos a la larga en Europa y España, y en cada vez más países de otras zonas geográficas: un déficit de natalidad suicida”.