Fernando López Luengos, doctor en Filosofía, profesor de bachillerato en la enseñanza pública desde hace treinta años y padre de cuatro hijos, preside además la asociación de docentes Educación y Persona.
Acaba de publicar El problema del amor, una aproximación desde la psicología, la neurociencia y la espiritualidad a esa realidad que une a las personas y es el cemento de una sociedad bien constituida, pero que vemos dehacerse ante nuestros ojos de forma creciente.
-Según datos recientes recogidos por el Consejo General del Poder Judicial el número total de demandas de disolución matrimonial presentadas entre marzo y junio de este año fue de 26.752, un 62,2 % más que en el mismo periodo de 2020, pero un 6 % menos que en los mismos meses de 2019 (28.477). ¿A qué puede deberse esto?
-Las fluctuaciones estacionales me preocupan mucho menos que la tendencia general desde hace 20 o 30 años. Como ya comento en el libro, cuando yo empecé la docencia eran muy pocos los alumnos que habían sufrido la separación de sus padres. Pero ahora la situación se ha revertido: son minoría los alumnos que disfrutan de una familia estable conservando a su padre y a su madre.
»Siempre ha habido dificultades en los matrimonios. Lo triste es que ahora es una epidemia, como ya lo era en Estados Unidos entonces. Estamos acostumbrados a oír a políticos legislar sobre deseos o gustos, pero poco se reflexiona sobre la responsabilidad y las obligaciones.
»Se ha legislado haciendo cada vez más frágil el vínculo matrimonial (el divorcio exprés) pero nadie parece reparar en las graves consecuencias para los niños nacidos de esos matrimonios. Son esos niños, frutos de matrimonios fallidos, los que al llegar a su mayoría de edad perpetúan los desastres de una afectividad mal integrada. Y en un círculo vicioso infernal, se la transmiten a sus propios hijos.
»Cada año se separan en España más de la mitad del número de matrimonios que se crean. Muchos jóvenes han dejado de creer en el compromiso o no se atreven por el ejemplo fallido de sus padres, y cada vez son más los que conciben las relaciones como un objeto más de consumo. De modo paralelo aumentan las adicciones y las infecciones de transmisión sexual. El aumento de suicidios (de 500 a 3.900 en los últimos 30 años) es el colofón dramático de una sociedad que hace agua en todo lo relacionado con la afectividad.
-¿El amor es un problema, un desafío o reto, una asignatura siempre pendiente... Dios, una persona, o de todo un poco?
-Es un problema en el que muchos buscan una respuesta desesperada a su autoestima frustrada. La sed con la que muchos jóvenes buscan pareja para pasar un rato, la obsesión por el botellón nocturno no son más que lo síntomas de un psiquismo frustrado en su raíz. Sin vida interior madura, sin capacidad creativa no resulta soportable el hastío.
»Más que amor, muchos jóvenes se limitan a mendigar unos momentos de afecto, lo que vulgarmente se llama "enrollarse". Pero esta apariencia de unión no hace más que aumentar el vacío de la soledad. Sin embargo, tampoco andan lejos muchas parejas casadas: su enamoramiento inicial no culminó en un auténtico proyecto de vida. Muchos desearon sinceramente lograr un matrimonio estable, pero sin un crecimiento interior de cada miembro de la pareja es inútil construir una relación sólida.
El problema del amor plantea la realidad de las relaciones de pareja evitando las deformaciones en el concepto que se tiene de ellas.
»En realidad los fracasos matrimoniales delatan deficiencias previas en el psiquismo de sus miembros. Por eso, como decía la psicóloga María José de Ben, no fallan los matrimonios, falla que no hay un hombre integrado, no hay una mujer integrada. Es por aquí por donde hay que empezar. Para enamorarnos valemos todos. Para amar, en cambio se requiere un proceso de crecimiento interior, un proceso de superación de las propias heridas afectivas en cuya cima se asienta el amor a sí mismo que posibilita el amor de donación al otro. Nadie debería afrontar una relación afectiva seria si antes no se siente dueño de su psiquismo.
-¿Podemos decir que el amor es humano cuando nace del reconocimiento de algo verdadero, cuando nace de un juicio?
-Ya decía Erich Fromm que el amor es un arte y que, como en todo arte, hace falta unos conocimientos teóricos y una práctica. La mayoría de la gente desconoce nociones básicas sobre el amor. No distingue, por ejemplo, el amor de sus carencias afectivas, no distingue el enamoramiento de sus proyecciones emocionales. Por eso se hace necesario explorar primero en los mecanismos de mi psicología antes que lanzarme como animal en celo a la búsqueda ansiosa de compensaciones.
»Si uno no ha aprendido a amarse a sí mismo, si no me he reconciliado con mi historia, con mis carencias, aceptando mis límites, resulta imposible lograr éxito en un sueño amoroso. Tal sueño no es más que la proyección de mis anhelos gestados a partir de mis heridas emocionales.
»Abrazar la realidad significa reconciliarse con los propios límites. Solo entonces puedo llegar a comprenderme y amarme. Y desde ahí puedo plantearme una relación afectiva veraz. De otro modo, prolongaré una fantasía que me conducirá a un sufrimiento inútil, en muchas ocasiones, terrible.
Unos novios vistos por la fotógrafa Hannah Busing, en Unsplash
-¿Qué podemos construir sobre nuestra afectividad que sea estable, seguro? ¿Qué cuentas se pueden hacer con la fidelidad o la lealtad?
-Cuando uno ha logrado su integración psicológica sucede que comienza a disfrutar en su soledad. No utiliza la soledad como huida de la gente, pero disfruta los momentos en los que se saborea a sí mismo. De esa plenitud interior, surge la empatía hacia los que me rodean. La gente me empieza a caer bien incluso a pesar de sus deficiencias.
»Así se entiende que, como respuesta a un enamoramiento, una persona bien construida psicológicamente siente la necesidad de volcar su amor hacia el otro. Su amor rebosa haciendo un acto de entrega y donación. Solo ahí es posible la fidelidad soñada en el enamoramiento. Sólo entonces es realizable la institución matrimonial.
»Pero algo análogo sucederá en el celibato: sin una persona integrada, el celibato de convierte en un acto voluntarista castrante. La fidelidad creativa es el fruto natural de un psiquismo bien integrado. El amor es pues la síntesis y el fruto de todos nuestros procesos psicológicos gobernados por sus dimensiones superiores, inteligencia y voluntad.
-¿En qué sentido El problema del amor es una guía desde la psicología, la neurociencia y la espiritualidad?
-El libro es un itinerario por los entresijos del psiquismo –iluminados por las recientes investigaciones de la neurociencia– para alcanzar los procesos superiores. Es un itinerario que explora el subsuelo de nuestros impulsos afectivos para ascender a las cumbres espirituales del amor.
»Sirve de guía, pues, para adultos que se encuentran confusos con sus insatisfacciones especialmente cuando éstas se proyectan sobre la pareja. Pero también pretende iluminar aspectos desconocidos de la personalidad.
Una fiesta que no llega o que ya pasó... foto de Ben Rosett en Unsplash
»En realidad, buena parte de nuestras frustraciones no son creadas por los acontecimientos que vivimos sino por nuestra forma de percibirlos e integrarlos. Es una doctrina que se remonta al estoicismo y a la mística cristiana y oriental. Pero, por lo que se ve, todavía no ha calado suficientemente en la experiencia cotidiana de la mayoría de la gente.
»Ese fracaso de la propia capacidad de saborear la vida suele proyectarse fácilmente sobre la pareja, de modo que se interpreta la insuficiencia de los sentimientos como un final natural del amor.
»En realidad, el problema lo llevamos dentro. Los acontecimientos solo son el detonador de una carga explosiva que arrastramos a lo largo de nuestra historia. Es ahí donde hay que entrar para comprender quién soy realmente, qué me sucede. Y de esto modo tomar las riendas de mi construcción psicológica. El libro pretende iluminar de algún modo este proceso.
»Pero, por otra parte, he intentado no distanciarme del lenguaje divulgativo al alcance de jóvenes y adolescentes. Después de estos treinta años en la docencia me resulta inexcusable dirigirme también a ellos. He sido testigo de cientos de situaciones de sufrimiento que podían y deberían haberse evitado, tanto en adultos como en jóvenes. Ojala acierte a iluminar siquiera levemente sus tortuosos procesos psíquicos.