Patricia Galdámez de Martínez vive en El Salvador y la suya es una historia de superación personal y de amor a la vida y al esfuerzo por salir adelante. Por salir adelante ella... y la hija a quien muchos quisieron que matara antes de nacer, como cuenta ella misma en el blog provida Salvar el 1:
Mucha gente me hizo presión para que abortara
Hola, me llamo Patricia y me siento muy cercana a la causa provida. Primero, por mi fe ya que creo en un Dios todopoderoso autor de la vida y, como tal, el único dueño de interrumpirla y soy firme defensora de que el respeto al derecho ajeno constituye la paz. También porque pienso que mi derecho termina donde comienza el tuyo.
Tengo 30 años, nací con espina bífida, condición que no se descubrió hasta que cumplí diez años y ahí mismo se reveló que mi papá y mi abuela paterna también tienen esta anomalía.
Los tres hemos podido llevar una vida normal, ocasionalmente nos duele la espalda al subir de peso pero fuera de eso no hemos sido infelices ni estamos postrados en cama. Me espanta pensar que en la actualidad asesinan bebés por nacer sólo por tener esta mal formación.
Salí embarazada de mi hija porque la planificación falló. Nuestra economía familiar no podía permitirse un bebé, estábamos muy mal económicamente y no alcanzaba para mantener un bebé. Mi carrera profesional no me dejaba tiempo para ser madre (acababa de ascender y estaba en un momento en el cual era imprescindible que trabajara compulsivamente, ya que estaban presionándome muchísimo y, si no cumplía, me despedían). Mi esposo y yo acabábamos de retomar la Universidad y con un enorme sacrificio nos habíamos inscrito en una prestigiosa y cara Universidad para coronar nuestras carreras y tener la llave del éxito económico y profesional que necesitábamos para cumplir nuestro sueño de tener hijos. El nivel de estrés que yo manejaba me había provocado sobrepeso e hipertensión además de prediabetes, por lo tanto ni mi salud, ni mi cuerpo ni mis finanzas estaban listas para tener un bebé.
Pero pasó, salí embarazada y al inicio padecí dos amenazas de aborto por malas praxis de la ginecóloga que me atendía.
En la primera amenaza de aborto no me dejaron tomarme la incapacidad, pero a la segunda amenaza de aborto me pusieron una acción de personal por una falta que yo no cometí, me bajaron de puesto, me quitaron la cartera de clientes que me había costado casi un año y mucho esfuerzo y se la dieron a otra persona a la cual no le había costado trabajo y para rematar me quitaron el beneficio de comisiones (USD$ 1000 mensuales) de las que mi familia dependía para salir adelante económicamente.
Me hicieron decir que mi embarazo era de alto riesgo para hacer estos atropellos, aunque ningún médico respaldó este diagnóstico ya que yo superé las amenazas de aborto y logré llevar un embarazo normal. A partir del cuarto mes nunca más me incapacité.
Estaba destrozada, estaba siendo víctima de discriminación laboral por estar embarazada y legalmente no podía hacer nada ya que no podía pagar un abogado para un juicio que no sabía si iba a ganar.
En medio de todo ese desastre financiero y maltrato laboral, durante la segunda amenaza de aborto la ginecóloga me derivó a un hospital del sistema público de salud, ya que yo no podía pagar atención privada. En ese hospital me atendió un ginecólogo que me dijo que por la cantidad de sangrado yo ya había perdido el embarazo, que no había nada que hacer y que me tenía que practicar un legrado.
Yo me opuse al legrado ya que no había una ultra que respaldara que el corazón de mi bebé de nueve semanas de gestación se había detenido. Mi instinto de madre me decía que mi bebé aún estaba vivo, que tenía que tener una ultra para diagnosticar aborto espontáneo.
El mal llamado médico me dijo: “Yo no voy a gastar recursos en hacer una ultra por un feto muerto. Si usted se quiere engañar y hacerse falsas ilusiones gaste su dinero en una ultra en algún hospital privado, pero aquí no se la haré porque usted ya perdió el embarazo y está en estado de negación”.
Me levanté, me vestí y salí de ahí. Me hice la ultra (mi madre que fue mi ángel me prestó el dinero) y en la ultra claramente se veía a mi bebé con su corazoncito latiendo, sus manitas unidas, su cabecita... ¡un bebé! No era un feto para mí, era mi bebé. Me endeudé, pero jamás regresé a ese hospital. Preferí endeudarme hasta con lo que no tenía, pero mi control lo llevé con un ginecólogo maravilloso, provida y de los más excelentes de mi país.
Mi ángel bello, mi bebé del cielo, mi tesoro que Dios me mando nació perfecta, completa, sanita a las 40 semanas, con muchos cuidados, pero sin mayores complicaciones para mi salud. Defendí a mi hija de un ginecólogo que me mal diagnosticó y Dios me bendijo con una bebé sana a pesar de todo el sufrimiento que me provocó el maltrato laboral y discriminación durante mi embarazo.
Dios no me desamparó, no tengo bonanza económica, pero he ido pagando mis deudas y aunque financieramente estamos mal, nunca me ha faltado trabajo ni a mí ni a mi esposo para darle de comer a mi hija, comprarle medicina cuando está enferma, comprarle ropa cuando la necesita y no hemos padecido hambre ni frío. No tenemos lujos ni abundancia, pero nos llueven bendiciones cada día y puedo ver la mano de Dios.
Soy provida porque mucha gente me dijo e hizo presión para que abortara esgrimiendo que perdería mi trabajo, porque tenía y sigo teniendo problemas económicos. Me presionaban a abortar porque decían que arruinaría mi vida, perdería mi carrera profesional y mis sueños se harían añicos. Me presionaron a abortar diciéndome que arruinaría los sueños de mi esposo y su futuro profesional y académico. Pero defendí la vida y ahora mi esposo y yo tenemos nuevas fuerzas, ahora tenemos el doble de motivación y aunque nos tome más tiempo, hemos ido cumpliendo nuestras metas a paso lento pero seguro con una hermosa bebita que nos llena de amor, ternura y una dulce sonrisa. Natalia Sofía es mi mayor bendición, mi renuncia a mi egoísmo, a vivir sólo para mí y por mí. Su nombre, Natalia, significa nacimiento y Sofía, sabiduría.
Me dijeron que primero era mi vida que mi hija, me dijeron que traería a mi hija a aguantar hambre, me dijeron que arruinaría mi futuro, me dijeron que ya vendrían otros bebés. Me dijeron que no fuera retrógrada, me dijeron que no desperdiciara mi dinero... Pero lo que no me dijeron es que, si abortaba, me iba a perder su sonrisa, su amor y un acercarmiento a mi Dios y Padre Celestial. Por eso y mil razones más, decidí no abortar, porque quería abrazarla, porque si Dios me permitió ser su mamá y ella, mi bebé, no iba a renunciar a esa bendición.