El fácil acceso a la pornografía y el bombardeo constante se ha convertido en un grave problema para los padres, pues son cada vez más niños los que visualizan este tipo de contenido, con los graves efectos que esto produce en ellos.

Kristen Jenson es una de estas madres que vio como su hijo adolescente se convertía en adicto, y decidió que había que tomar cartas en el asunto para que esto no ocurriera más. No sólo es necesario controlar los dispositivos y los filtros sino que es necesario que los propios niños tengan también sus propios filtros. Así es como con expertos en la materia diseñaron el plan PUEDO. Así lo recoge José Antonio Méndez en la Revista Misión

Niños a prueba de pornografía

El día en que la experta en comunicación Kristen Jenson recibió la llamada de una madre, rota por la adicción al porno de su hijo adolescente, decidió que era hora de actuar. Junto a la doctora Gail Poyner, psicoterapeuta experta en adicciones, y apoyándose en el trabajo de psicólogos, neuropsiquiatras y pedagogos, escribieron Imágenes buenas, imágenes malas (Glen Cove Press), para ayudar a niños de entre 6 y 10 años –y a sus padres– a combatir la pornografía de forma eficaz.

Este libro también ofrece una ayuda para la plaga de la adicción a la pornografía. Puede adquirirlo, aquí.

Ante la avalancha de porno por internet, que genera unos riesgos  “sin precedentes”  para niños y mayores, “los filtros de internet son importantes, pero no bastan. Cuando se trata de niños y pornografía, la ignorancia es riesgo”, explican. Jenson y Poyner recuerdan que  “el cerebro infantil es más vulnerable al porno porque está diseñado para imitar lo que ve, cuenta con menor control” y además el porno  “altera las vías neuronales, desencadena una adicción que a menudo es más difícil de superar que la drogodependencia”, e incluso sin llegar a la adicción, genera  “actitudes sexuales insalubres” que condicionan las relaciones humanas.

Ante esto, el libro traza con sencillez los mecanismos del cerebro, y da estrategias (especialmente, el plan PUEDO) para que los menores establezcan  “sus propios filtros internos” que les ayuden a ser  “niños a prueba de porno”, capaces de saber   “qué es, por qué es dañino para su cerebro y cómo pueden minimizar sus efectos si se ven expuestos”.

Los cinco pasos del plan “PUEDO”

La «P» es de «Parar de mirar»:

Bastan pocos segundos para que una imagen pornográfica se fije en la memoria y despierte el deseo de consumir más. Por eso, Jenson y Poyner recomiendan a los menores que si un amigo o familiar les muestra una imagen porno, o la ven de forma accidental, cierren los ojos y se alejen. Y si les salta una imagen porno en el portátil, móvil o tablet, “cerrar o apagar el dispositivo sin mirar la pantalla es mejor que intentar cerrar la página”, porque muchos iconos de cierre son falsos y redirigen a sitios más “duros”.

La «U» es de «Un adulto de confianza»:

“Mantener la pornografía en secreto nunca es buena idea. La imagen mala puede molestar más si no se lo cuento a nadie. Un adulto de confianza tiene que saberlo siempre. Si me resulta difícil hablar de ello, puedo escribirlo en una nota, y así mamá o papá sabrán que tienen que hablar conmigo: ‘Mamá, hoy he visto una imagen que…’”, aconsejan las autoras.

La «E» es de «Etiquetar lo visto»:

Si se topan con porno, recomiendan: “Dilo en voz baja: ‘¡Eso es pornografía!’. Ponerle nombre ayuda a mi cerebro a saber lo que es, y a rechazarlo”.

La «D» es de «Distraerme con otra cosa»:

“Si me molesta una imagen –explican– puedo distraerme con otra cosa positiva, interesante, o que implique esfuerzo físico”, como ir en bici o jugar a algo divertido. El menor distrae así la atención y, al tomar esa decisión, “fortalece” la parte del cerebro que regula el autocontrol, la voluntad y la distinción entre el bien y el mal.

La «O» es de «Ordenar al ‘cerebro de pensar’ que mande»:

Apoyado en un amplio conocimiento en la neurociencia, PUEDO emplea el símil de los dos cerebros: el de sentir y el de pensar. El último punto apela a la capacidad del niño de dirigir sus impulsos a través de su razón y su voluntad: “Puedo decidir no volver a mirar pornografía incluso después de haber estado en contacto con ella. Una forma de ordenar a mi cerebro de pensar que se ponga al mando es que se comunique con mi cerebro de sentir: ‘Cerebro de sentir, puede que sientas curiosidad por ver más imágenes malas, pero elijo usar mi cerebro de pensar para permanecer libre’”. Mi cerebro de pensar “me ayuda a tomar decisiones inteligentes” y “si lo ejercito puedo hacerlo más fuerte”.