Solanyi Castro es colombiana, tiene 44 años y hace diez meses que perdió a su marido, que padecía una enfermedad degenerativa. La historia de cómo lo conoció, sus dos años y medio de matrimonio, su testimonio de fe y su cercanía con Dios, en medio del sufrimiento, se lo ha transmitido al canal de YouTube Mater Mundi.
"Nací en una familia muy católica, de pequeña tuvimos una situación un poco dura en casa. Mi madre sufrió un accidente cruzando un río, se golpeó la cabeza, y esto le propició una parálisis en la parte derecha de su cuerpo, así vivió durante 25 años", comenta. A Solanyi esta experiencia le marcaría para siempre y le serviría de entrenamiento para lo que estaba por llegar. "Fueron años muy complicados, crecimos con la imagen de una madre que no se podía mover, que dependía al cien por cien del cuidado de mi padre. Esto fue una preparación de Dios", relata.
Anhelaba formar una familia
Con un modelo a seguir como el de su padre, Solanyi fue creciendo con el deseo profundo de llegar algún día a formar una familia. "Crecí con el anhelo de formar una familia, un hogar, de tener una pareja, de tener hijos. Siempre le pedía a Dios que quería ese amor que veía en mi padre, cuando cuidaba a mi madre. Para mí era como un superhéroe", explica en su testimonio. Pasaron los años y Solanyi se hizo mayor, entró en el mundo laboral y llevaba la vida de una joven normal. Hasta que a los 36 años le llegó uno de los momentos más difíciles de su vida.
"Cuando me diagnosticaron ELA me asusté y pensé que me iba a quedar en silla de ruedas, me entraron todos los miedos. Yo había conocido esta enfermedad por un compañero de universidad, había sido muy agresiva con él, lo conocí caminando y a los cinco años ya estaba postrado", confiesa a Mater Mundi. Para Solanyi solo quedaba una opción: seguir luchando por la vida, acompañada siempre de su fe.
"Empecé los tratamientos de la mano del Señor. Cuando hay situaciones difíciles nos acordamos de que Dios existe. Me acerqué más a Él, pidiéndole que quería vivir una vida normal, sabía que habíamos vivido la situación de mi madre, y tenia mucho miedo. Yo le preguntaba que qué iba a ser de mi vida cuando me quedara inválida", relata. Solanyi empezó a acudir a un grupo para pacientes donde recibía indicaciones y apoyo emocional. Aquella alerta que había recibido solo era un aviso para que recondujera su vida, la enfermedad no estaba avanzando a gran velocidad.
La petición que le hizo a Dios
Sin embargo, el sueño de formar una familia se veía cada vez más lejano y, parecía, que Solanyi tiraba la toalla. "Si no había tenido ya una familia, mucho menos la tendría ahora. Me cerré totalmente a esa idea, y empecé a acercarme más al Señor, a ir a la Iglesia. Le decía a Él que quería estar sana, pero ese vacío de no llegar a encontrar pareja estaba en mi corazón", comenta. Hasta que un 31 de diciembre le pidió algo muy especial a Dios. "Salí a la calle y miré al cielo, la luna estaba gigante, muy hermosa, y le pedí al Señor que ese año, que comenzaba, me regalara un novio: alto, inteligente, profesional… Se lo describí punto por punto, y, sobre todo, que fuera un hombre de Dios", comenta.
Aquel año estaba a punto de terminar, pero, Solanyi, iba a recibir una de las grandes sorpresas de su vida. "Un día nos invitaron a un encuentro de pacientes, tenía miedo a ir, sabía que me iba a enfrentar a personas con la enfermedad muy avanzada, pero me arriesgué y fui", confiesa. En esa reunión conocería a alguien muy especial. "Estábamos hablando y de repente llegó un hombre alto, caminando con unas muletas. Me sorprendió mucho, porque era muy grande. Muchos lo saludaban, porque llevaba 15 años diagnosticado con esa enfermedad", señala.
En aquel primer encuentro no hablarían mucho. "Cuando nos íbamos, vi que él se puso de pie y le dije que si necesitaba ayuda para coger un taxi, me dijo que tenía el coche fuera. Pensé que cómo haría para conducir. Al salir de aquella reunión me di cuenta de lo mucho que afectaba esa enfermedad a nivel cognitivo. Me entró mucho miedo. Al cabo de una semana, recibí un mensaje, alguien me saludaba y era él. Empezamos a hablar, nos volvimos muy amigos, encontramos muchas cosas en común, que teníamos la misma edad, que ambos habíamos perdido la esperanza de encontrar pareja...", comenta Solanyi.
Agarrados a la oración
Y, entonces, empezaron a ser novios. "Veía en esa mirada mucha sinceridad y honestidad, me parecía muy guapo, pero, también me gustaba su conexión con Dios. Siempre le daba gracias a Él. Me di cuenta de que se había reconciliado con su enfermedad, de que no había perdido su independencia, de que siempre estaba acompañado de esa vida espiritual. Él me contaba que de joven iba con sus padres a misa, que le gustaba mucho la alabanza. Empezamos a rezar juntos y a darle gracias a Dios por todo. Eso me empezó a llenar y pensé que igual era este el hombre indicado", confiesa.
Fueron novios durante dos años y medio, un tiempo que les sirvió para intensificar su vida espiritual y para consagrarse a la Virgen María. "Empezamos nuestro noviazgo de la mano del Señor. Nos unimos al grupo parroquial de nuestra iglesia, al grupo de parejas. Era muy bonito ver cómo nos veían como novios el resto de personas. Entonces decidimos casarnos, quisimos que fuera un momento para mostrar al mundo que no hay limitaciones mas allá de las que tú te pones en tu mente. Ese día le canté a él, y preparamos un baile. Nadie esperaba que lo hiciera, y cuando empezó a bailar, fue algo muy especial", relata Solanyi.
Pero otro giro de guión estaba a punto de llegar, a la vida de esta pareja de recién casados. La pandemia del covid 19 atacaba con fuerza Colombia y el miedo volvió a llamar a su puerta. Debido a la enfermedad que padecían ambos, debían tomar inmunodepresores que, ante cualquier virus, podían quedar totalmente indefensos. Entonces, se contagiaron del virus y él empezó a tener fiebre persistente. Su cuerpo no le respondía y sufrió una recaída muy fuerte en su enfermedad. Fueron hospitalizados juntos, para que Solanyi pudiera atenderlo.
Todo se iba complicando cada vez más. "La fiebre no bajaba y lo trasladaronn a la UCI. Yo ya no podía acompañarlo, y lo dejé en manos de Dios. Regresé a casa, y fui intensificando mi oración. Rezaba con mi familia, todas las noches, el Santo Rosario. Fue mi duro verlo entubado. Dios me daba fuerzas para estar animada cuando estaba con él, aunque al salir me derrumbara. Le decía que rezáramos juntos, que yo sabía que me escuchaba. Le llevaba mensajes de su familia, y, a veces, él movía los párpados", cuenta.
"Entendí que no era mío"
La vida de su marido se apagaba poco a poco. "El médico me dijo que la situación no era fácil, que si quería llevar a un sacerdote. El padre lo visitó y me dijo que qué quería para él, le dije que le diera el sacramento de la Unción. Mientras el sacerdote rezaba, yo estaba de rodillas, llorando. Con los ojos cerrados le decía a Dios que no me lo quitara, pero, después, entendí que no era mío. Empecé a recitar el salmo 23, nos identificábamos mucho con él los dos, y, de repente, bajó por su mejilla una lágrima. Le dije a mi hermana, que me acompañaba en ese momento, que llamáramos a todos los grupos de oración", comenta Solanyi.
La muerte se acercaba y Solanyi no se separaba de él. "Le acariciaba la frente y le hablaba. Cerré mis ojos y le dije al Espíritu Santo que me iluminara, que me llenara, porque sola no podía. Entonces, le dije a la Virgen que se lo entregaba, y empecé a ver a María tomarlo en sus brazos, que lo arropaba con su manto y lo cargaba. Yo le decía a él que estuviera tranquilo, que María le llevaba, y que ya había hecho todo lo que tenía que hacer. A medida que yo le hablaba, la Virgen caminaba por un camino oscuro, que tenía una luz al fondo, que iluminaba todo", explica.
Y, entonces, se iba a producir la entrega definitiva, del que había sido su marido y el hombre al que tanto había querido. "Veía a la Virgen llevándolo en sus brazos, con su cabello largo y su manto hermoso. Abrí los ojos y vi la pantalla de sus signos vitales, que empezaban a bajar. Volví a cerrar los ojos y había una puerta cerrada con destellos de luz a los lados. La puerta estaba cada vez más cerca y le dije que la abriera, porque allí estaba Nuestro Señor para recibirle, con una gran fiesta preparada para él. Abrí los ojos, y contemplé cómo exhalaba por última vez. Sentí algo que salía de su cuerpo, como si fuera su alma. En ese momento, le di gracias a Dios, por su vida", relata.
Y, en ese momento, Solanyi tuvo mucha paz. "Entré en un estado de tranquilidad absoluto, no lloraba. Después de un rato, le conté a mi hermana lo que había vivido, y le decía al Señor que quién era yo para que me permitiera haber visto eso tan hermoso. Era como si caminara sobre una especie de espuma", explica. Cuando pasaron las exequias tocaba enfrentarse a la realidad. "Volví a mi vida normal y le agradecí al Señor poder conocer mejor el misterio de la muerte. Antes veía la muerte como el final, pero no hay un final, mi marido estará vivo para toda la eternidad. Mi matrimonio no fue hasta que la muerte nos separe, al contrario, estoy mucho más unida a él", concluye.