En el Hospital Centro de Cuidados la Laguna de Madrid, donde la gente llega y "ya sabe cómo entra y lo que tiene" la mayoría de las veces, todos los días son una aventura. Y un milagro.
Lo sabe bien el psicólogo Alonso García de la Puente, trabajador de Obra Social La Caixa, que reivindica en estos días en que estalló en Reino Unido el "caso Alfie Evans" o que el PSOE propone facilitar la eutanasia a las personas con enfermedad o discapacidad grave, y lo que los trabajadores de las unidades de cuidados paliativos hacen para insuflar de calidad de vida durante los últimos compases en tierra de los pacientes. "Esta es la dignidad de la muerte; trabajar para que vivan hasta el final y que tengan, también, la esperanza de vivir", afirma, en contraposición, García de la Puente.
A pesar de que en estas unidades sanitarias están acostumbrados a convivir con la muerte y los últimos deseos, la última voluntad de Benjamín era más férrea que la voracidad de su cáncer, metastatizado y en fase terminal. Los facultativos llevan tiempo diciendo que apenas le queda un respiro. No lo ocultan ni él -es plenamente consciente-, ni su mujer, hija, yerno ni esposa. Pero Benjamín tenía una aspiración: remontar vuelo para conocer a su última nieta, Daniela, la primogénita de su benjamina, Verónica.
La llegada de Daniela se ha adelantado incluso unos días como si fuera sabedora de que allá afuera le esperaba su abuelo. ¡Y qué abuelo! Se deshace en carantoñas cuando la ve entrar por la puerta, en un carro envuelto de globos con su nombre, un día tal y como el pasado 25 de abril al filo de las 13.00 horas. Isabel, la mujer del paciente, está «triste y encantada». Es el cúmulo y mezcla de sensaciones que tienen todos los presentes, y que describe Verónica. "Los médicos alucinan por lo que está aguantando", dice la hija. «Lo he visto tan emocionado que es como si se hubiese recuperado por unos momentos", agrega Isabel. El cansancio hace mella en esta mujer que lleva meses en el hospital.
"Pocas veces he visto la vida y la muerte convivir tan de cerca en la misma habitación"
, y "en pocas ocasiones he visto tanta ilusión en una reducida sala", dice emocionada una trabajadora del hospital. Los ojos se deshacen en llanto desconsolado y alegría rebosante. Verónica está radiante: a los dos días de nacer su primera hija ("que ya no esperábamos, porque tengo 39 años y nunca habíamos pensando en tener descendencia", asegura) ha trocado el paritorio del Hospital de Alcorcón por una unidad de cuidados paliativos de enfermos terminales.
"Todo tiene su tiempo. Es ley de vida", acierta a decir Daniel, el padre de Daniela y yerno del enfermo. Ambos dicen a ABC que van a trar a su hija «para que vea a su abuelo todos los días que pueda». «Soy igualita a él -confiesa, muy entera, Verónica-: positiva y optimista. No sé si decir con fe o esperanza, pero me han dicho que de aquí mi padre no va a salir, pero aun así voy a seguir viniendo. Es como venir a una residencia de ancianos a visitarlos. Aquí están muy bien atendidos».
No esperaban el tumor. Llegó hace un año, se instaló en el pulmón y ha avanzado imparable su curso. Isabel, la mujer que aguarda con locuacidad nerviosa cambiar su estado civil, confiesa que el momento en el que Benjamín ha podido ver a su nieta ha sido "estupendo". Mágico. Para el psicólogo que trabaja con estos pacientes, "leer un libro o escoger una serie que enganche no es una opción recomendable en sus últimos momentos", porque desesperan en plena angustia y ansiedad porque no lo van a terminar. Bien al contrario, repasar la melancolía y diversión de un álbum de fotos es un momento para enmarcar en los estertores de una enfermedad, alega García de la Puente. “Vuelven a ver momentos felices, entretenidos, les ayuda a saber que van a dejar un legado”, añade el experto de La Laguna. El caso de Benjamín es algo similar, reconoce.
Son terapias psicológicas distintas y enfocadas con un mismo fin: “Cerrar el capítulo final de nuestras vidas de la mejor manera posible y con suma dignidad”, repiten desde la dirección de este hospital concertado de Madrid. Es por ello que muchos de los pacientes de este hospital “alargan su vida” para irse sin máculas en el expediente. Suelen llamar a adversarios o amigos enrabietados en aras de despejar cargos de conciencia. “Después de cumplir su sueño, suelen entrar en barrena. Viene el declive y se deterioran más rápido”, comenta el psicólogo, pero con algo así como con el deber cumplido.
Algunos quieren despedirse con la sonrisa de un sueño cumplido: ver al Atlético de Madrid o celebrar un cumpleaños de maneras muy llamativas son cosas que hemos llegado a organizar, cuentan los trabajadores de este centro. Benjamín pidió prórroga para conocer a Daniela en su último hálito. Ahora ya puede descansar en paz.
(Artículo publicado originariamente por Érika Montañés en el diario ABC)