En una entrevista publicada en Mundo Cristiano, esta madre da un testiminio sobe cómo ha afrontado este sufrimiento su familia, y cómo ama a su hijo, pese a las secuelas que le haya podido dejar la violación:
- En enero de 2014, estaba de viaje de negocios fuera de mi ciudad y me hospedaba en un pequeño hotel. Una mañana en la que nevaba intensamente, un hombre me siguió desde el parking. Con la bufanda enrollada al cuello y a mi cara, el ruido del viento y la prisa por llegar cuanto antes a mi habitación para entrar en calor, no me fijé en él ni pude oírlo caminando detrás de mí.
Abrí la puerta de mi habitación y cuando me di la vuelta para cerrarla, vi a un hombre justo en el dintel. Me golpeó en la cabeza y, una vez dentro de la habitación, continuó golpeándome y acabó violándome. Me encontraron medio desnuda en el rellano de una escalera trasera del hotel, sobre la nieve. Cuando me llevaron al hospital, me diagnosticaron una fractura de costillas y dedos y lesiones cerebrales. Más tarde, se dieron cuenta de que también presentaba heridas internas que sólo podían curarse con cirugía.
- Cuando supe que estaba embarazada, tuve que explicar a mis padres y a mis suegros las circunstancias en las que se había producido ese embarazo. Las reacciones fueron distintas. Los padres de mi marido me apoyaron totalmente para que tuviéramos al niño, pero los míos no estaban tan convencidos. Mi madre estaba preocupada por mi salud porque ya había pasado cuatro embarazos complicados y también por mi estado emocional. Temía que el hecho de tener a un niño fruto de una violación significara que nunca me iba a recuperar del ataque. Ya tenía cuatro hijos y todos habían disfrutado en su momento de la experiencia de dar la bienvenida a un nuevo miembro en la familia. De hecho, estaba segura de que nuestro hijo menor estaría encantado de tener un hermanito pequeño al que poder mandar.
Mis hijos no sabían las circunstancias en las que se había producido el embarazo y estaban ansiosos por la llegada de un nuevo bebé a nuestro hogar.
- Pienso que parte importante de la popularidad que ha tenido mi historia, es que a la gente le he encantado la reacción de apoyo de mi marido cuando le dije que estaba embarazada. Las mujeres valoran a los hombres que, realmente, lo son. Hombres de Dios, verdaderos e íntegros. Hombres que apoyan a sus mujeres y las aman como Cristo amó a su Iglesia y que hacen lo correcto y gozosos.
Con frecuencia oímos que hay mujeres que abortan porque sus novios o maridos no quieren tener al bebé o no se sienten preparados. Mi corazón se rompe sólo de pensarlo. La alegría con la que mi esposo y mis hijos recibieron al bebé y el amor que veo en ellos me llena profundamente. No puedo imaginar estos últimos cuatros años tan difíciles sin su amor incondicional y su apoyo. Junto a Dios, ellos han sido el ancla a la que me he aferrado.
- El bebé se lleva 17 años con su hermana mayor y casi 9 años con mi cuarto hijo. Él es, por consiguiente, mucho más pequeño que cualquiera de mis otros hijos y por eso la dinámica entre este pequeño y los otros es bastante diferente. No tiene ningún hermano de su edad con el que pelear ni competir por la atención de sus padres. Todos están en distintas etapas de la vida alejadas de la suya. Nuestra hija mayor, incluso, no vive en casa.
Desde el principio, mis hijos mayores lo han amado. Es un niño muy dulce. Ahora mismo tiene 4 años, es divertido y cariñoso. Sus hermanos le adoran menos cuando se inmiscuye en sus cosas… Entonces riñen entre ellos. Es el típico hermano menor. Nadie se plantea cómo vino al mundo. Es nuestro, sin más. Mis hijos no le culpan por lo que me sucedió a mí. Saben que es inocente y se esfuerzan por aceptar lo que me pasó. La verdad es que pocas veces hablamos de ello… Pero, al igual que mi esposo y yo misma, no asocian mi agresión con su hermano pequeño. Como Jeff dijo en una ocasión: “Él no tiene culpa alguna en lo que sucedió”.
- No sé si es posible sanar completamente de una violación antes de llegar al Cielo. Una violación te transforma para siempre. No quiero decir con esto que no se vuelva a ser la persona que se era o, incluso, algo mejor, pero siempre quedará una cicatriz. Sé que puede alcanzarse un alto nivel de perdón, pero nunca sin el Señor.
Se nos dice que debemos perdonar y que ello redundará en beneficio propio, pero yo he experimentado que no es algo que se haga una vez y sirva para siempre. Yo, al menos, siento la necesidad de perdonar al hombre que me violó cada día o, incluso, cada hora. Pero lo hago para no convertirme en una mujer huraña, amargada o cínica y lograr ser la mujer que merece mi esposo, la madre que necesitan mis hijos y la mujer que Dios quiso que yo fuera.
Han pasado ya cinco años desde aquel brutal acto y todavía hay heridas físicas que permanecen en mí y que quizá me acompañen el resto de mi vida. Cuando he hablado con otras supervivientes de violaciones, me he dado cuenta de que muchas de ellas todavía arrastran las secuelas emocionales, incluso décadas después. Sé que Dios puede liberarme de esa carga, pero también quiero sentirla porque me ayuda a no perder la empatía y amor hacia otras mujeres que sufren por lo mismo que sufro yo. Cuando hablo con ellas quiero sentir su dolor y entender el sufrimiento que atraviesan. Creo que no podría hacerlo si no tuviera presente mi propia violación.
- Mucha gente suele hablar del hijo “concebido en una violación” como de un “recordatorio” de la agresión, pero esto es absurdo. Nunca he oído a una madre cuyo hijo fuera concebido en una violación decir que su hijo le recordaba la agresión sufrida. Quizá algunas mujeres ven rasgos físicos en sus hijos que les recuerdan al violador, pero pienso que no es importante.
El hombre que me violó era un desconocido para mí, nunca le vi el rostro. Mi hijo es sólo mío. En él veo mis ojos, el pelo de mi padre y la nariz de mi madre, todos esos rasgos familiares que buscamos en nuestros hijos. Es único y creado a la perfección por un Creador que no comete errores. Mi hijo, simplemente, me recuerda que el bien siempre triunfa sobre el mal, el amor es más fuerte que el odio, y que nuestra humanidad no está determinada por el modo en que fuimos concebidos.
- Los hijos concebidos en una violación están estigmatizados porque se usan como moneda de cambio y excusa para argumentar que el aborto debería ser legalizado en todo el mundo. Y, “¿qué pasa en el caso de una violación?...” . Es lo que se suele oír.
Constantemente, se habla del 1% de los bebés concebidos en una violación que son abortados para masacrar a los 99% restantes. Contrariamente a lo que se cree habitualmente, no existe el “gen violador”. La violencia no es genética. Tanto la comunidad científica como la psiquiátrica coinciden en afirmar este punto. Los violadores no nacen, se hacen. Son el producto de un entorno abusivo, misógino y/o violento.
No sé si este estigma desaparecerá, pero cuantas más personas concebidas en violación y madres que han padecido esta brutal agresión ofrezcan su testimonio de vida abogando por la inocencia de las vidas de sus hijos, más fácilmente aceptará el mundo el derecho a vivir de todo ser humano. Sé que no es mucho, pero con mi testimonio trato de aportar mi granito de arena para conseguir hacer del mundo un lugar mejor para mi hijo.
- Más de la mitad de las personas que se hacen llamar “provida” aceptan excepciones al aborto en caso de violación o incesto. Argumentan que toda vida importa desde el momento de la concepción. Importa lo suficiente como para protegerla y salvaguardarla. A no ser que hayas sido concebido en un acto de violencia con el que nada tuviste que ver. Esto es el culmen de la hipocresía y pienso que si aceptas excepciones no eres un provida 100%.
Simplemente, estás a favor de algunas vidas. No de todas. Cualquier tentativa de intentar defender esta postura supone ser pro aborto. Si la vida importa, si la VIDA HUMANA creada a imagen de Dios, importa, entonces no hay discusión alguna. Si no nos movilizamos para ser la voz de los más desprotegidos entre los indefensos, nadie lo hará por nosotros.
Muchas veces me lo han preguntado y siempre tengo que sentarme a pensar qué es lo que más me ayudó a mí. Creo que fue el hecho de haber podido hablar con madres que pasaron por lo mismo.
Una amiga me conectó con Rebecca Kiessling, fundadora y presidenta de Salvar El 1, y ella me puso en contacto con muchas mujeres que habías sufrido lo mismo que yo; personas que podían entender perfectamente mis sentimientos y comprender cómo me encontraba. Pienso que lo peor de esta situación es estar sola. Pensar que nadie te entiende. Es muy importante, entonces, tratar con otras mujeres que también han sido violadas, aman a sus hijos y que ellas te tiendan la mano; te hablan del gozo que sus hijos llevaron a sus vidas aun en medio del dolor, y te aseguran que eres más fuerte de lo que pensabas.
Necesitaba una familia así que estuviera conmigo en cada momento del camino. Me siento afortunada por pertenecer a esta familia internacional de Salvar El 1, y en ella he encontrado una fuente de fortaleza y apoyo de la que siempre estaré agradecida.