Que muchas mujeres se arrepienten o en realidad no quieren abortar queda de manifiesto analizando los datos de los grupos de rescatadores. En España, los Rescatadores de Juan Pablo II, han conseguido salvar a más de 2.600 bebés en cinco años.
Estos “espacios seguros” han vuelto a ser noticia después de que un distrito londinense haya prohibido estas vigilias de personas provida. Y ante esta decisión, una madre británica rescatada de un abortorio por uno de estos grupos ha querido dar a conocer al mundo su experiencia.
Un grupo provida reza mientras son insultados por manifestantes proabortistas
Lo ha hecho en Catholic Herald. Su nombre, aunque bajo pseudónimo es Abby Smith, e inicia esta especie de carta abierta asegurando que “la imagen pública de las vigilias a favor de la vida está bastante establecida: fanáticos religiosos acosando a mujeres vulnerables en clínicas abortistas, impidiéndolas acceder a los servicios que necesitan”.
Este es precisamente el argumento que tanto los proabortistas como los políticos que los defienden arguyen para realizar estas prohibiciones. Sin embargo, esta mujer quiere ofrecer la verdadera cara de estos grupos provida desde la perspectiva de una mujer que acudía a abortar.
“Recuerdo el entumecimiento del viaje a la clínica (abortorio) para la cita. Tenía las piernas como si hubiera corrido una maratón: pesadas, incapaces de soportar mi peso. Tenía una extraña incapacidad para concentrarme aquella mañana: la misma sensación de malestar que se tiene cuando has estado despierto toda la noche, pero con una tremenda y constante oleada de profundo temor. No puedo describir la sensación de soledad y abandono que sentí en el tren cuando me dirigía a la clínica: las personas se dedicaban a sus asuntos cotidianos y me miraban sin sentir que algo iba mal”, escribe esta británica.
Como tantas otras mujeres que acaban abortando, ella reconoce que “la elección era un lujo que yo no tenía”. El padre del bebé no quería oír ni hablar del embarazo asegurándola que no pasaría “ni una hora” con el niño si al final nacía. Sus amigos y compañeros la animaban a abortar para así conservar su trabajo y cuando llamó a un proveedor de abortos para preguntar por alguna alternativa escuchó esto: “Sólo hacemos abortos”.
Ella no quería abortar pero se encontraba sola, sin opciones. La única supuesta ayuda fue la del padre del niño ofreciéndola quedarse dos semanas con ella una vez que abortara.
Afirma convencida que “las únicas personas dispuestas y capaces de ayudar fueron los miembros de la vigilia provida. Me ofrecieron un folleto en el camino a mi cita y me dijeron que podrían ayudarme. No les creí”.
Ella consideraba que si las personas más cercanas no le habían cuidado, no podrían hacerlo tampoco unos extraños. Sin embargo, se quedó aquel folleto y relata que “después de unos días de angustia, decidí ver qué podían hacer. La respuesta fue que era mucho: proporcionaban vivienda, ropa, alimentos y apoyo moral o espiritual si fuera necesario”.
Abby se define a sí misma como “alguien agradecida por lo que hacen estos ‘consejeros de la calle’” y destaca que en este caso “el nivel de desinformación sobre este tema es impresionante”. Ella no fue acosada por los provida sino tratada con cariño y recuerda que en Ealing, el distrito londinense donde se van a prohibir estas vigilias, “no ha habido ni un solo arresto en 23 años de vigilias”.
“Mi bebé está vivo hoy debido a estos ‘fanáticos’. Les debo el amor de mi vida, la razón de mi existencia. Y mi historia está lejos de ser única. En los últimos diez años, más de 500 mujeres han decidido no continuar con sus abortos sólo en Ealing. ¿Por qué? Porque alguien estaba allí para ofrecerles ayuda”, cuenta esta mujer.
Además, pide a los que están llevando a cabo estas políticas que traten de imaginar “el alivio que sentí cuando supe que había gente alrededor que me ayudaría a tener mi bebé. Muchas de las mujeres que se presentan para el aborto no estarían allí si sus circunstancias económicas o sociales fueran diferentes”