Al comienzo, los eventos se sucedieron tal como uno los imagina. De su amor correspondido, surgió el deseo de formar una familia y, a partir de allí, todo fue pura ilusión. ¿Cómo sería un hijo de ellos? ¿A quién se parecería? ¿Qué nombre elegirían? Pero de a poco, con el correr de los meses, los interrogantes cambiaron; su anhelado hijo, no llegaba.
Con la ilusión transformada en preocupación, el peor de sus miedos se convirtió en una realidad: sus probabilidades de concebir por vía natural, eran casi nulas. Después del diagnóstico, Elisa y Fernando visitaron a varios especialistas para evaluar las alternativas y proceder a la realización de tratamientos de alta complejidad.
Sus esperanzas renacieron, fuertes; la caída, fue dura. Todos sus intentos fallaron, una y otra vez. Con cada pérdida, el golpe se hacía cada vez más fuerte y, esto, los dañaba en lo físico, lo emocional, lo económico e incluso en lo espiritual.
"En esta travesía de la búsqueda de la paternidad, recuerdo el día en el que comencé a pensar en la adopción como un camino posible para nosotros", cuenta Elisa. "Fue cuando una amiga me contó que una prima suya acababa de ser mamá. Esa semana había ido con su esposo a buscar a su hijo a la clínica; habían adoptado a su bebé recién nacido. Este fue un caso de adopción internacional, porque ellos vivían en Malasia. Recuerdo que mientras la escuchaba, me imaginé a mí misma y a mi esposo en una situación similar y nos vi inmensamente felices”.
Para Elisa, uno de los mayores temores era pensar que la paternidad nunca se concretaría en su matrimonio, en su familia. Pero a raíz de esa nueva inquietud, y a través de sesiones de terapia, entendieron que lo que más anhelaban no era la concepción biológica de su hijo, sino la experiencia de ser padres, de criarlo, de amarlo y ser amado por él. "Algo absolutamente posible a través de la adopción", dicen.
Así fue como, en diciembre de 2005, Elisa y Fernando se inscribieron en el RUAGA argentino (Registro Único de Aspirantes a la Guarda con fines Adoptivos). Sabían que la espera sería larga, así que decidieron animarse a dar ese paso sin demoras. En ese proceso, Fernando tuvo la idea de postularse para adoptar hermanos, y así lo hicieron.
"En julio de 2008, un lunes maravilloso en la historia de nuestras vidas, recibí el llamado del juzgado para comunicarme que nos habían elegido para ser los papás de nuestros hijos, mellizos de 18 meses. Es difícil expresar con palabras la emoción de aquel día. La angustia y la incertidumbre se habían transformado en felicidad extrema, multiplicada infinitamente...", recuerda Elisa, emocionada.
"Este camino que nos tocó recorrer para ser padres fue sinuoso, por momentos atemorizante. Antes de conocer a nuestros hijos, muchas veces nos preguntamos cómo iban a ser físicamente, cuándo nacerían o, si ya habían nacido, dónde estarían. Nos preocupaba que estuvieran bien, que crecieran sanos. Y ya viéndolos crecer y disfrutando la vida juntos, atesoramos momentos únicos, como las primeras charlas que tuvimos acerca de su adopción. Algo que tenía muy en claro, era que no esperaría a que fueran ‘grandes’ para contarles que los habíamos adoptado. En cambio, solía leerles cuentos infantiles con historias similares o resaltar escenas de películas que me dieran el pie para contarles su propia historia, siempre destacando lo positivo y limitándome a responder hasta donde ellos quisieran saber", reflexiona Elisa.
"Como creyentes, y utilizando un lenguaje que pudieran entender, les explicamos que Dios los había cuidado en la ‘casita del Señor Juez’ hasta el día en el que nos unió, porque sabía que ellos necesitaban a papá y a mamá y nosotros deseábamos mucho tener hijos. Los niños tienen la capacidad de hacer preguntas muy profundas, escucharnos atentamente y luego seguir jugando sin más. Creo que la clave es la respuesta segura, amorosa, que les genera confianza y les permite retomar el tema en otro momento. Los hijos van armando su ‘rompecabezas’ a medida que van creciendo y nosotros, como papás, somos felices al poder acompañarlos; inclusive en los momentos difíciles cuando se entristecen, se enojan o no entienden por qué su historia es diferente a la de otros niños. Somos felices cuando nos sentamos, conversamos acerca de lo que sentimos y terminamos abrazados o llorando, pero en paz, porque los lazos de amor se fortalecen cada vez más”.
A veces, Elisa y Fernando no pueden evitar sentir cierto temor, pero aprendieron que el amor echa fuera el temor. Hoy, recuerdan aquellas preguntas que se hacían antes de tenerlos como parte del proceso; son conscientes de que han comenzado una nueva etapa con nuevos interrogantes, nuevos desafíos.
Los mellizos, de 10 años, ya son preadolescentes. Elisa y Fernando, saben que sus hijos van a tener que “ganar con las cartas” que les tocaron en la vida; que tendrán que superar sus propios temores y que ellos, como padres, deberán hacer lo mismo con los suyos. Pero tienen la certeza de que juntos es posible, porque son una familia y confían en el milagro que hizo que se hayan unido en este camino de amor.
Actualmente, Elisa y Fernando se reúnen en Grupo Caminos con otras parejas o personas solas que están viviendo la espera por los hijos. Allí comparten experiencias y expectativas; se alientan y ayudan a no perder las esperanzas. Todo aquel que lo necesite, puede sumarse.
"Siempre pensamos que nuestros hijos se convirtieron en nuestros mucho antes del día en el que los conocimos, porque el proceso de adopción comienza cuando, en el corazón y en la mente, nace el sueño de ser padres. Hay una frase anónima que expresa lo que sentimos los papás que hemos adoptado: Ni carne de mi carne ni huesos de mis huesos, pero aun así milagrosamente propio. No olvides ni por un minuto, que no creciste debajo de mi corazón, sino dentro de él”, concluyen.