Por un lado, más de 20 años de estudios de efectos de la pornografía y su relación con actitudes violentas. Por otro lado, las declaraciones de violadores y agresores notables, que una vez en prisión cuentan el efecto del porno en ellos y sus compañeros violentos. Vale la pena repasar lo que se sabe al respecto.
La asociación FightTheNewDrug.org hace un útil recopilatorio de lo que las ciencias sociales en EEUU ha constatado sobre la relación entre consumo de pornografía y violencia.
Un estudio de 2010 (ver nota 1 al final de este artículo) estudió los 50 vídeos porno más vendidos o alquilados examinando sus contenidos: de sus 304 escenas de sexo, 88% incluían violencia física y la mitad añadían violencia verbal. Solo una de cada 10 escenas no incluía ninguna agresión. Una escena típica incluía una media de 12 agresiones. Cierta escena especialmente trabajada encajaba 128 actos de agresión.
En estas escenas, el 95% de las mujeres representadas respondían con placer y agrado, o de forma neutral a la agresión. Se las insultaba, pegaba, humillaba o violaba, y sonreían o lo aceptaban alegremente. (Nota 2). En la inmensa mayoría del porno, incluso del que no es violento, los hombres son poderosos y dominantes y las mujeres sumisas y obedientes. (Nota 3)
Estudios del año 2000, del 2010 y del 2015 (Nota 4) constatan que los que consumen mucha pornografía, y ven con frecuencia esas escenas de sumisión (ante la agresión o el control) empiezan a considerar que eso es lo normal, que las mujeres están "para eso". Forma parte de una escalera de pasos que llevan a considerar aceptable la agresión física y verbal (se ve en estudios de 1995, 204 y 2010; nota 5).
Los estudios constatan que los que consumen porno, incluso si no es porno violento, es más probable de apoyar declaraciones que promueven el abuso o las agresiones sexuales contra mujeres y chicas (se ve en estudios de 1989, dos de 2004 y uno de 2010; nota 6).
Hasta ahora hemos hablado de "actitudes", de cómo el porno afecta a la visión de la mujer y el trato agresivo.
Hay que hablar también de los actos.
El resumen de FightTheNewDrug afirma: "Estudio tras estudio ha mostrado que los consumidores de porno, violento o no, tienen más probabilidad de usar la coerción verbal, drogas y alcohol para ejercer coerción y obtener así sexo de individuos" (tres estudios de los años 90 lo recogen; nota 7).
"Y múltiples estudios han encontrado que exponerse al porno, tanto al violento como al no violento, aumenta el comportamiento agresivo, incluyendo tanto el tener fantasías violentas y llegar a realizar asaltos violentos" (una investigación de 1995, otra de 2015 y un gran meta-análisis de estudios en 2016 lo registran; nota 8).
El meta-análisis de 2016 de Wright, Tokunaga y Kraus (A Meta-Analysis Of Pornography Consumption And Actual Acts Of Sexual Aggression) recogió todos los estudios que pudieron encontrar sobre el asunto concreto del consumo y la agresión real. Su conclusión, tras analizar 22 estudios relevantes, fue: "hay poca duda de que, como media, los individuos que consumen pornografía más frecuentemente es más probable que sostengan actitudes favorables a la agresión sexual y que se impliquen en actos reales de agresión sexual".
Cada vez hay más datos sobre los efectos químicos
del porno en el cerebro; el cerebro tiene plasticidad
y se deforma, incluso físicamente
Hay una explicación neurológica. Los científicos hablan de "neuronas espejo": no se encienden solo cuando vivimos una experiencia, sino cuando vemos que otros la viven. Así, lloramos en películas tristes o pasamos miedo en películas de terror, viendo lo que pasan los personajes. Y nos excitamos con el sexo que vemos en pantallas. El consumidor de porno se excita, y eso genera una química concreta en el cerebro, casi como si viviera la experiencia real. (Los estudios de Doig de 2007 y de Hilton en 2013 explican cómo funciona esta plasticidad que cambia al cerebro; ver nota 11).
"Así que si una persona se siente excitada viendo como a un hombre o a una mujer le dan patadas y le insultan, el cerebro de ese individuo aprende a asociar esa violencia con excitación sexual" (ver nota 12).
Peor aún, las películas porno muestran a las víctimas (por lo general mujeres violadas y agredidas) como si les gustase o al menos aceptasen ser atacadas y humilladas. Eso da al consumidor la sensación de que si ellos también fueran agresores, sería algo perfectamente correcto. (Dos estudios de 2010 y uno del 2000 lo recogen; ver nota 13).
Un consumidor puede decir "no, yo no soy así; me excita ver esas cosas en ficción, pero no las desearía en mi vida real". Pero los estudios más bien sugieren que estos consumidores llegan a creer que a las mujeres les gusta "en secreto" ser violadas y les lleva a ser más agresivos sexualmente en su vida real. Estas agresiones no tienen por qué ser palizas: pueden empezar con acoso verbal, manipulación emocional, amenazar con cortar la relación "si no hacemos esto", engañar y mentir para lograr sexo. Finalmente puede llegar el abuso directo y agresivo (ver notas 14 a 16).
Hay que tener en cuenta, además, que el consumidor se va insensibilizando al porno igual que sucede con otras drogas: necesita subir la dosis. Cuanto más tiempo y contenido consuma, más se insensibiliza y requiere contenidos más extremos y exagerados. (Estudios de 2007, 2008 y 2016 lo comprueban; ver nota 17).
Un estudio de 1994 encontró que aquellos que consumen más porno violento tienen 6 veces más probabilidades de haber violado a alguien que aquellos que en el pasado tuvieron poco consumo de pornografía. (Nota 19). La relación entre más consumo y más agresividad se constata en varias investigaciones (nota 18).
Por supuesto, no cada consumidor de porno se convertirá en un violador, pero no tiene sentido que la sociedad diga que está mal violar y asaltar mujeres a la vez que fomente un consumo pornográfico insistente que re-estructura el cerebro como una droga convenciendo de que a ellas les gusta ser agredidas, humilladas y cosificadas y constatando que solo así el consumidor alcanzará el placer que tanto necesita. Esa adicción, como otras, con una potente base química que afecta al cerebro, lleva a los jóvenes a un bloqueo que les dificulta conseguir relaciones sanas, amorosas y nutricias (ver notas 20 al 22).
Más aún, si un joven ve que ni él ni sus amigos consiguen un amor sereno, pleno, nutricio, considerará que eso no existe, y que lo único que existe es el placer que puedas mendigar, comprar... o arrancar a una víctima.
Un caso que se ha difundido mucho en Estados Unidos es el de Elizabeth Smart, que fue secuestrada a los 14 años, en 2002, por Brian Mitchell, que la mantuvo prisionera durante 9 meses y la torturó y violó. En unas declaraciones en vídeo en la CNN explica como él sacó una revista de porno duro, la obligó a examinar la revista y después a realizar los actos que estaban allí. Ella ya vivía un infierno, dice, pero eso, esa revista y sus propuestas, lo empeoró.
Los defensores del porno aducen que, con o sin revista, el secuestrador Mitchell era un desequilibrado mental. Pero se puede responder, como Elizabeth, que la revista lo empeoró.
Otro caso paradigmático y muy expresivo es el del violador y asesino en serie Ted Bundy. Antes de ser ejecutado, en su última entrevista concedida habló de su experiencia con la pornografía. "Yo era esencialmente una persona normal, tenía buenos amigos, llevaba una buena vida excepto por este pequeño segmento de ella, muy potente, muy destructivo, que mantenía muy secreto y cercano a mi y no dejaba que nadie supiera", explica sobre su consumo de porno previo a su actividad asesina.
Pero lo más revelador es lo que dijo después: "He vivido en prisión ya mucho tiempo, y he encontrado a muchos hombres motivados para cometer violencias, igual que yo, y sin excepción, cada uno de ellos estaba profundamente metido en la pornografía. Sin excepciones, profundamente influidos y consumidos por la adicción a la pornografía".
No es un estudio científico ni una prueba irrefutable de nada... pero es una llamada de atención que llega de lo más profundo de la depravación humana, que mira a su alrededor, ve a sus compañeros y explica lo que los ata.
Otro caso notorio es el de Edmund Kemper, asesino en serie y necrófilo en la California de los años 70. Antes de ir a buscar una chica que hiciera autoestop para matarla y violar su cadáver, se preparaba leyendo revistas porno.
En Inglaterra, Stuart Hazell, en 2013 mató una niña de 12 años. El juez le dijo que los archivos e historial de su teléfono móvil dejaban claro que lo usaba para buscar material pornográfico de chicas pre-adolescentes.
Y otro caso muy expresivo es el del asesino en serie Jeffrey Dahmer, que en una entrevista dijo que su protocolo o ritual antes de ir a matar a alguien era "usar fotos de víctimas pasadas, los vídeos de pornografía, las revistas". Hay una lista de 14 casos publicada en 2013, firmada por Russ Warner, titulada "Lo que los asesinos en serie piensan de la pornografía".
Un caso que hizo pensar a algunos fue el de Brock Turner, un joven universitario, con beca de nadador en Stanford. En enero de 2015 estaba bebido y fue encontrado violando a una chica inconsciente por el alcohol, detrás de un contenedor en el campus. "El alcohol no es una excusa. ¿Es un factor? Sí, pero el alcohol no fue el que me desvistió, me tocó con sus dedos y arrastró mi cabeza por el suelo mientras estaba prácticamente desnuda”, escribió la víctima.
Peter C. Kleponis, experto en terapia matrimonial y familiar y especialista en el diagnóstico y tratamiento de la adicción sexual, autor del libro "Restablecer la integridad de las personas", planteó en una entrevista: “¿Qué le hizo creer a Brock que era lo correcto explotar sexualmente y violar a una joven en una fiesta?”
La respuesta es: "la creencia de que está bien utilizar a otros para el propio placer sexual", dice.
¿Y dónde se aprende esa creencia? La pornografía la enseña: muestra gente usándose unas a otras, tratando personas como cosas, y todos parecen felices en esas películas.
Kleponis escribe sobre cómo el porno parece justificar la violencia en la vida real. "La investigación demuestra que la pornografía violenta tiene un impacto en la actitud y el comportamiento de los hombres respecto a las mujeres y el sexo. El análisis de la bibliografía actual al respecto demuestra el vínculo entre el uso de pornografía y la aceptación de la agresión y la violencia hacia las mujeres (Flood y Hamilton, 2003; Malamuth et al., 2000; Vega y Malamuth, 2007)".
Kleponis cita concretamente un hallazgo. "Un estudio realizado sobre 489 hombres de fraternidades de una universidad del medio oeste de EEUU que usaban pornografía de manera regular, se encontró que estaban predispuestos a agredir sexualmente si tenían la seguridad de no ser pillados o castigados por ello. Los que veían pornografía sadomasoquista resultaron tener una menor capacidad de interponerse en una situación de violación (Foubert et al., 2001). Por ejemplo: si uno de estos hombres oyera lo que parecería ser una agresión sexual, tendría menos capacidad de intervenir para salvar a la mujer en cuestión porque creería que estaba simplemente realizando un "juego de rol sexual" y que estaba disfrutando lo que le está pasando".
Por otra parte, el porno ya no está encerrado en lugares lejanos y extraños, ni siquiera controlado por el vendedor de revistas del quiosco. Cualquier niño puede acceder a él en cuanto le dejen un teléfono móvil con Internet. Y si ve porno violento ("parecen divertirse") lo intentará imitar con víctimas débiles.
Kleponis cuenta el caso de Jason, niños de 10 años, que intentó desnudar y forzar a una niña de 7. "Observaba que la gente de la pornografía se lo pasaba bien. Lo consideró divertido y quería probar lo que vio con alguien más. Por un lado, sabía que tocar las partes privadas del cuerpo estaba mal, por lo que buscó a una víctima más pequeña que no le diría que no, sin darse cuenta de cuán profundamente podía herir a esa niña. No tenía ni idea que las suyas eran acciones de violación y, por desgracia, el número de caso como éste está en aumento. Como dice Luke Lambrecht, director de la Clínica Teddy Bear, el 90% de los delincuentes sexuales jóvenes (entre siete y catorce años) han estado expuestos a la pornografía. Según el Centro de Tratamiento de Abusos Sexuales Durban Childline, en 2002 el 42% de los abusos sexuales contra niños fueron cometidos por adolescentes y chicos más jóvenes de trece años (Cape Times, 2002).
Los defensores del porno (una industria poderosa que mueve mucho dinero... y con muchos adictos enganchados) señalan que recientemente, los últimos 10 o 15 años, desde que hay Internet fácil y ubicuo y porno gratis infinito y fácil para todos, los índices de violencia sexual, violaciones e incluso abortos han bajado en EEUU.
Pero no hay ningún estudio que establezca una relación real entre ambas cosas. El envejecimiento de la población, la dificultad para el crimen en una sociedad donde cada persona lleva una cámara en el bolsillo, el aumento de los sistemas policiales de vigilancia y muchos otros factores pueden tener que ver con eso.
Por otra parte, la misma industria del porno machaca a sus actores y los destroza como juguetes. Es violenta con ellos. Kleponis lo explica así: "La mayoría de las mujeres en la pornografía proceden de familias disfuncionales y que abusaban de ellas. Están profundamente heridas. Muchas son adictas a las drogas, el alcohol y el sexo. La antigua estrella porno Shelley Lubben lo describe en su libro, La verdad detrás de la fantasía del porno, escrito en 2010. La industria de la pornografía no ve a sus actores como personas, sino como instrumentos para ser utilizados y desechados. La falta de atención a estas personas es evidente en su media de vida, muy corta, apenas treinta y siete años. A los productores de pornografía no les importa el abuso, la adicción, las ETS o el suicidio, endémico entre las estrellas del porno. Cuando han acabo con una de esas estrellas, la descartan para encontrar a otra a la que explotar. Esto es un verdadero acto de violencia".
Lo que está claro es que siempre habrá personas con propensión a la violencia, pero el porno les da una orientación elaborada e insistente de cómo dirigirla para obtener satisfacción. Antes de cometerla, se fabula con ella. La fantasía, la fabulación, cada vez será menos satisfactoria, requrirá más dosis. Y luego se busca la oportunidad para realizarla. Queda mucho por investigar, pero es evidente que un mundo de adictos a la pornografía no es un mundo de personas felizmente encajadas en la vida social y familiar.
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