Antes establece un principio: más vale rezar mal, distraído, con preocupaciones, que no rezar. O, citando al escritor converso G.K. Chesterton, "si algo merece ser rezado, entonces merece ser rezado pobremente" (o incluso de mala manera). La oración en sí es siempre válida y valiosa aunque no sea perfecta. "Incluso cuando la mente no está con las palabras, el corazón sí puede star bien enfocado", escribe Guarendi.
También explica que si bien los niños se distraen, también lo hacen los adultos. Y admite que en toda su vida adulta ha rezado muchísimos rosarios, pero solo unos 20, o algunos más, fueron "buenos de verdad", en el sentido de atentos, meditados, etc...
"Cuando nuestros 10 hijos tenían menos de 13 años, la mayor parte del tiempo -y no solo del tiempo de oración familiar- estaba marcada por el caos. Durante nuestro Rosario familiar, nos sentábamos en círculo -aunque fuera uno que no dejaba de oscilar- y cada uno tenía su turno para una oración. Más veces de las que pueda contar yo no sabía dónde estábamos en mi turno, si en un Avemaría o en un Gloria. Enseguida 5 o 6 niños y una esposa competían por corregirme. ¡De repente todos eran orantes atentos!"
El doctor Guarendi señala también que un niño o adolescente que sea muy maduro en lo moral o en lo intelectual puede ser, perfectamente, muy distraído e infantil en su atención a la oración, y que no pasa nada por ello. La madurez de la gente que reza les hará rezar mejor al pasar el tiempo.
Dada la realidad de los niños y su capacidad de aguante y atención, propone cinco ideas para la oración en familia con niños:
Si el mediano se pelea con la pequeña, lo mejor es sentarlos separados desde el principio. Los padres han de colocarse en lugares adecuados, quizá entre ellos, "aunque quizá arruine tu concentración y cualquier sentido piadoso que te quede", comenta comprensivo el psicólogo.
Si los niños se distraen, el adulto calla, o impone silencio hasta que se recupera la atención. "El silencio puede llamar la atención con fuerza". Si no basta, puede usarse una tos, un chasquido de dedos, puedes rezar más fuerte: todo eso les llamará la atención de nuevo. Lo que NO hay que hacer es regañar o avisar a los despistados con frases largas ni discursitos. Eso sacaría de la oración a todos, y mucho.
Oraciones estructuradas y repetitivas como el Rosario, las letanías o la Coronilla de la Divina Misericordia permite repartir turnos que se van alternado: un niño, una oración. Y cuantos más turnos te toca hablar, más difícil es distraerse.
Puede que algún niño se queje y se deshagan los turnos habituales, pero si a un niño se le ve muy distraído, a ese es al que han de darle un turno de oración por sorpresa, aunque le toquen más que a otros. No importa si los otros niños protestan: "¿y por qué ese lo hace más veces que yo?"
Hay que saber cuando parar. Las sesiones más largas cansan más y no necesariamente aportan más santidad ni mejoría. Se aplican -al menos psicológicamente- los dividendos descendentes: cuanto más (largo), menos atención, disfrute, fruto. Se pueden dejar unas cuantas oraciones para otro momento y hacer una sesión más corta.