Alfonso Basallo repasa en Actuall la vida de estos conocidos personajes de la industria del cine que fueron salvados gracias a la familia:
La cárcel le hizo tocar fondo a un actor que se deslizaba hacia el precipicio. Se trata de Mark Wahlberg, de 45 años, que ha intervenido en grandes éxitos, como El planeta de los simios, La tormenta perfecta, InfiltradosEra el típico católico irlandés de Boston, menor de una familia de 9 hermanos, al que el éxito temprano se le subió a la cabeza. Y detrás vinieron la droga y el sexo.
Uno de sus primeros papeles fue el de actor porno en Boogie Night, de Paul Thomas Anderson, filme que retrata ese submundo. Después trabajó como modelo publicitario y realizó una serie de anuncios de ropa interior de Calvin Klein, junto a Kate Moss.
En 1992, fue elegido como una de las 50 personas más bellas del mundo por la revista People, por encima de Brad Pitt, George Clooney y Cameron Diaz.
Dos experiencias le marcaron. La primera fue el calabozo, por donde pasó tras haber herido a un compañero.
La segunda fue una mujer. Se acercó a ella atraído exclusivamente por su despampanante físico, ya que se trataba de la top-model Rhea Durham. Lo que menos esperaba Wahlberg es que la bella le leería la cartilla y que se haría valer. Convivieron un tiempo juntos pero después se casaron por la Iglesia y ahora tienen 4 hijos.
Ella le cambió. Mark se negó a volver a posar en paños menores y ha rechazado todas las películas que le han ofrecido con escenas subidas de tono.
Y ha recuperado la fe de la niñez. Cada día va a Misa o por lo menos visita la iglesia para rezar.
Intérprete de más de un centenar de películas, Gary Cooper (19011961) fue una de las máximas estrellas de Hollywood c0n filmes con Adiós a las armas, Tres lanceros bengalíes, El árbol del ahorcado o los clásicos de Frank Capra: El secreto de vivir y Juan Nadie. Ganó dos Oscar, por Sargento York y Sólo ante el peligro.
Pero su imagen de héroe caballeresco no siempre se correspondió con su vida personal. Casado con Veronica Balfe, en 1934, vivió unos años en adulterio con la actriz Patricia Neal.
Antes de casarse, en los inicios de su carrera, Cooper había sido un Don Juan impenitente. Tuvo un romance con Marlene Dietrich, y convivió durante 3 años con la temperamental actriz mexicana Lupe Vélez.
Ésta le tenía prácticamente dominado, pero fue la madre de Cooper, Alice –a la que no le gustaba Lupe- y la Paramount para la que trabajaba el actor, los que le recomendaron que cortara con ella para limpiar la imagen de escándalos que arrastraba.
Fue entonces cuando Gary Cooper conoció a Veronica Balfe y pasó por el altar. Esta era sobrina de un director artístico de la MGM y 12 años más joven que él. Y católica consecuente.
Gary y Verónica tuvieron una hija, María (nacida en 1937), que se educó en el catolicismo. El actor las acompañaba a misa en Navidad o Pascua.
En 1949, fue cuando Cooper tuvo un romance con Patricia Neal, compañera de reparto de El manantial, dirigida por King Vidor, y a punto de estuvo de divorciarse de Veronica.
El protagonista de Sólo ante el peligro se lo contó a Ernest Hemingway, del que era íntimo, pero lo curioso fue que el novelista –con una vida plagada de divorcios- le aconsejó que no lo hiciera.
No lo hizo, volvió con su mujer y pocos años después se acercó al catolicismo. Influyó mucho Veronica, pero también la hija de ambos María. Con ellas fue recibido en audiencia por el papa Pio XII, en 1953.
También tuvo un papel singular en su conversión un párroco, el padre Harold Ford. Y eso que lo que les unió inicialmente no fueron los salmos sino la caza y la pesca. Cooper era gran aficionado–como su amigo Hemingway-, y el cura congenió rápidamente con él.
Y de los ciervos pasaron el cura y el actor a hablar de La montaña de los siete círculos, un clásico de espiritualidad, la autobiografía del monje Thomas Merton en el que narra su conversión.
“Este pasado verano empecé a prestar más atención a algo que llevaba tiempo pensando –contaba el propio actor- Coop, viejo, me dije, debes algo a Alguien por toda tu buena fortuna. Nunca seré nada parecido a un santo… Por mi parte sólo puedo decir que intento ser un poco mejor. Quizá lo consiga”.
El héroe de decenas de westerns, el galán romántico, se bautizó finalmente en mayo de 1959 y dos años después enfermó de cáncer. Entre los mensajes deseándole una recuperación estaba el del Papa Juan XXIII.
Falleció en 1961 con 60 años, y en su funeral estuvo el todo Hollywood. La influencia de su conversión fue enorme en el mundo de los artistas, incluido su amigo Hemingway. Algo impensable cuando el actor era un joven don Juan.
Era el creador del thriller erótico, como guionista de grandes éxitos de taquilla como Instinto básico, con el famoso cruce de piernas de Sharon Stone, o Showgirls.
Eso le convirtió en el guionista mejor pagado de Hollywood- pero también en un despojo humano, a base de alcohol, drogas y sexo.
Le salvó su segunda esposa, Naomí, y un cáncer de garganta. Tocó fondo, recuperó la fe católica que tenía de niño y ahora trabaja en un proyecto de película sobre la Virgen de Guadalupe.
Pero nadie lo hubiera podido creer en los años 90, cuando este húngaro, nacido en 1944, y afincado en EEUU desde niño, era llamado el “Rey del sexo y la violencia”. Y así era, tanto en sus películas, como en su vida personal.
“Era el hombre más bebedor, drogadicto, salvaje, un cowboy de la coca. Perdía el control de la bebida, perdía el control en la cama, y me levantaba sin saber dónde estaba, ni con quién”, recuerda Joe.
Tuvo un cáncer, le extirparon el 80% de la laringe y estuvo al borde de la depresión, porque tuvo que dejar el alcohol, las drogas y el tabaco.
Su caída del caballo se produce en 2001. “Me senté en la acera, sudando, temblando, tratando de expulsar a los bichos de mi tráquea, tratando de respirar, y rompí a llorar”.
Y Joe se dirige entonces a Dios: “Dije: Por favor, Dios, ayúdame”. Volvió a la Iglesia, redescubrió la Eucaristía y dejó el ambiente tóxico de Hollywood para instalarse con su familia en Ohio.
El guionista contó todo ese proceso en el libro El Portador de la Cruz: memorias de fe (2008).
Esterhazy reconoce que su esposa Naomí fue crucial en su conversión, pues le animó desde un primer momento y le presentó a la Virgen, de la que ella era devota.
Estuvo a punto de conseguir el papel de Scarlett O’Hara en Lo que el viento se llevó, cuando tenía sólo 22 años. No lo logró pero después de la II Guerra Mundial tuvo una brillante carrera, junto a actores de la talla de Kirk Douglas, Tyrone Power o Clark Gable.
Era una de las actrices más sexys de la época –como demuestra en el papel de la mujer seducida por el rey bíblico en David y Betsabé, junto a Gregory Peck-.
Pero también demostró su valía dramática en un papel mucho menos glamouroso, el de las mujer alcohólica de ¡Quiero vivir!, por el que obtuvo el Oscar en 1958.
A diferencia de otras actrices de su generación –como Ava Gardner o Rita Haywort, con la que tenía cierto parecido por su cabellera pelirroja- Susan logró llevar una vida privada sin escándalos, gracias a su segundo marido, Eaton Chalkley, que le dio dos hijos.
Este le aportó equilibrio emocional y estabilidad. Lo cual era francamente difícil en un Hollywood donde las rupturas conyugales estaban a la orden del día.
Gracias a Eaton, Susan Hayward se convirtió al catolicismo a los 46 años. Fue bautizada en la iglesia de San Pedro y San Pablo en Pittsburgh. Dos después, el marido falleció, y ella nunca volvió a casarse.
A comienzos de los años 70 le diagnosticaron un cáncer cerebral, enfermedad que afrontó con gran entereza. La última aparición pública de Hayward fue en 1974 al participar como presentadora del premio a la mejor actriz, durante la entrega de los premios Óscar. A pesar de verse bastante enferma –por lo que fue auxiliada por Charlton Heston– y de haber recibido fuertes dosis de dopamina, consiguió su cometido.
Se ha hablado mucho de la obsesión de Alfred Hitchcock, maestro del suspense (18991980) por las rubias. Uno de sus primeros filmes, en el cine mudo, es El enemigo de las rubias, y después convirtió a mujeres como Kim Novak, Tippi Hedren o Grace Kelly en iconos fetichistas.
Un biógrafo, Donald Spoto, explora el lado voyeurista que pudo tener Hitchcock en filmes como Vértigo o Los pájaros -con la rubia Tippi Hedren asediada por aves agresivas-.
La propia Vértigo, con James Stewart y Kim Novak tiene connotaciones próximas a la necrofilia, según han apuntado diversos estudiosos.
También se ha subrayado el sustrato freudiano que tiene la obra de Hitchcock, en la que traumas de niñez se manifiestan en forma de represión sexual o frigidez, como es el caso de Marnie, la ladrona, otra con Tippi Hedren y Sean Connery.
Sin olvidar la alusión directa que ‘Hitch’ hace al psicoanálisis en Recuerda, con Ingrid Bergman y Gregory Peck, incluyendo la escena de un sueño que fue diseñada por Salvador Dalí.
¿Era Hitch un reprimido que se ocultaba tras un matrimonio burgués con su mujer Alma Reville? ¿alguien que plasmaba sus fantasías más o menos inconfesables en sus películas?
Lo cierto es que su esposa fue para el cineasta un ancla de estabilidad y también de fidelidad. Se conocieron cuando ambos trabajaban para la Paramount en Londres, en pleno cine mudo.
Alma Reville era montadora, protestante convertida al catolicismo. Se casaron en 1926, tuvieron una hija -Patricia- y vivieron unidos hasta que el director murió, en 1980. Ella le sobrevivió dos años.
Alma Reville era esposa, secretaria y mano derecha del director británico colaborando con él en la escritura de guiones, editando, y hasta haciendo doblaje de voces.
Católico, educado en los salesianos y los jesuitas, Hithcock estuvo algún tiempo alejado de la práctica religiosa, pero fue Alma quien en todo momento le aportó estabilidad y le dio un motivo para creer.
Al final de su vida, el director tuvo una reconversión, que contó el jesuita Mark Henninger en The Wall Street Journal. Una vez el padre Henninger celebró misa en la casa del cineasta en Bel Air y Hitchcock contestó en latín, “a la antigua usanza”.
Y añade: “Pero lo más notable fue que después de recibir la comunión, lloró en silencio, con lágrimas rodando por sus mejillas enormes“, recuerda el padre, que continuó visitando al director hasta su muerte, en abril de 1980.
Fue otro de los grandes de Hollywood, con un largo historial que incluye papeles de delincuente (La noche del cazador, El cabo del miedo), soldado (El día más largo, La batalla de Anzio), sheriff (El Dorado), mercenario (Yakuza) o incluso marido víctima de un adulterio (La hija de Ryan).
De rostro granítico y mirada inquietante era perfecto para hacer de personaje sádico y mujeriego. Llevaba en su cinematográfico rostro con hoyuelo las huellas del gamberro incorregible que fue en su adolescencia.
Hijo de un obrero ferroviario, fallecido en accidente laboral, Robert llevó una infancia pobre y una adolescencia problemática. Trabajó de leñador, guardabosques y boxeador (27 peleas en la categoría de pesos pesados).
En 1940, cuando tenía 23, conoció a Dorothy Clemens Spens, una adolescente que en realidad estaba enamorada del hermano del futuro actor.
Pero Mitchum la cortejaba y se casaron. Él era un bala perdida, que iba dando tumbos, pero la llegada del primer hijo le hizo replantearse la vida y comenzó a trabajar seis noches a la semana como operario en la industria aeronáutica.
Dos años después debutó como figurante en la película Sabotaje, de Alfred Hitchcock, pero le llamaron a filas e interrumpió su incipiente carrera en el cine.
Precisamente un filme bélico le dio a conocer: También somos seres humanos (1945) de William Wellman. Después fue uno de los rostros emblemáticos en los años 50, 60 y 70, encasillado en papeles duros.
Cometió infidelidades y compareció ante los tribunales por posesión ilícita de drogas, pero nunca abandonó a su esposa y –lo que tiene más mérito- Dorothy siempre estuvo al pie del cañón esperándole.
Nadie daba un duro por ellos, pero su matrimonio duró 57 años, hasta la muerte de Mitchum, en 1997, cuando estaba a punto de cumplir los 80.
Robert y Dorothy tuvieron dos hijos, ambos dedicados al cine, James y Christopher.
Dorothy le sobrevivió 17 años: falleció en 2014, a la edad de 94, dejando ocho nietos y ocho bisnietos.
No se engañen ustedes. Samuel Leroy Jackson, de 68 años, no es el personaje cínico de algunas de sus películas, que manda al otro barrio a sus víctimas tras recitar salmos, como hace en Pulp fiction.
Al contrario, es un hombre amable, sumamente cortés con la prensa, y hogareño, después de 37 años de matrimonio –toda una rareza en Hollywood-.
Se casó en 1980 con la también actriz LaTanya Richardson (que apareció en Malcolm X), tienen una hija Zoe Jackson, y constituyen una pareja sumamente compenetrada.
Pero no siempre fue así. Durante parte de su carrera transitó por el infierno del alcohol y las drogas. No es fácil mantener el tipo en un mundo tan artificial como el del cine. Y Jackson probó de todo. Llegó a estar ingresado por una sobredosis de heroína. Pero lo superó.
¿El secreto? El apoyo incondicional de LaTanya y la fe en Dios. De la primera dijo “Supongo que aguanta mis manías”.
Y su conversión religiosa la resume con esta frase: “El simple hecho de estar aquí ahora y no estar borracho tirado en la calle o completamente drogado se lo debo a Dios”,
“No he vuelto a tomar una copa en quince años” explica. “Probablemente podría beber sólo una copa de champán y estar bien, pero mi historial dice que cuando he abierto una botella de champán me he sentado hasta que he terminado con ella”.
“Una de las primeras cosas que hago por la mañana, es pedirle a Dios fuerza para no beber ni tomar drogas ese día”, sostiene este versátil actor.
Porque lo ha sido todo: desde el sicario de ‘Pulp Fiction’, de Tarantino al filosófico comandante de Los odiosos ocho, también de Tarantino, pasando por asesino, superhéroe, general, detective… incluso maestro Jedi. Cuando le preguntaron si estaba compitiendo con Robert de Niro como hombre de las mil interpretaciones, dijo: “Bueno, aún no he hecho de Lucifer como él”.