Eva Contador tiene tres hijos y todos ellos con enfermedades graves y/o raras. Sin embargo, lejos de estar lamentándose por lo que le ha tocado vivir da gracias a Dios por su historia y mira la discapacidad desde el lado positivo. Esta actitud ante la vida y el sufrimiento ha hecho que sea premiada por el CEU con el Premio Bárbara Castro a un corazón de madre. En un reportaje para Alfa y Omega, Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo, recoge el testimonio de fe de esta madre amorosa y entregada:
«Tengo los mejores hijos que Dios me ha podido dar y nos los cambiaría por nada. Vivimos en un mundo que busca la perfección continuamente, lo políticamente correcto, el 90-60-90 y los niños preciosos y rubios. Pues no, hay que decirle a la gente que no pasa nada por tener hijos con capacidades distintas, que son tan válidos como los demás».
La extremeña Eva Contador ha recibido de manos del CEU el Premio Bárbara Castro a un corazón de madre, destinado a reconocer el apoyo a la maternidad o su vivencia en situaciones de dificultad. Son más de 20 años los que llevan Eva y su marido, Antonio, luchando por sacar adelante a sus hijos: Antonio, con paraparesia espástica hereditaria; Jaime, con colesteatoma congénito, y Mario, con el síndrome de Hajdu-Cheney, una enfermedad rara con solo 80 casos en el mundo. En este tiempo, Eva ha aprendido que «cada niño es especial en sí mismo, tenga o no discapacidad. Un hijo siempre es una bendición en una casa. Todos somos válidos».
«Una vez que entras en el mundo de la discapacidad te cambian los valores y ves la vida de otra forma –dice Eva–. No te preocupa tanto si mi hijo no puede hacer lo que quiero que haga, o si no es un campeón en judo. Hay cosas mucho más importantes».
Por ejemplo, estos niños «dan una alegría y un cariño que no se miden en palabras. Mi hijo de 21 años al llegar a casa me dice: “Mamá, guapa, te quiero”. Eso te sube la moral. ¡A ver cuántos chicos con 21 años dicen esas cosas a sus madres! Una sonrisa de mis hijos cuando se levantan por la mañana te llena el día».
Sin embargo, esta familia ha pasado también por momentos duros. También cuando en el último trimestre del embarazo de su tercer hijo saltaron las alarmas entre los médicos: «Vieron mis antecedentes y mi edad, y me preguntaron por qué no me hacía una amniocentesis. “¿Para qué?”, pensé. No estaba en nuestros planes parar el embarazo, así que decidimos seguir adelante y no hacerme la prueba. Sé que mucha gente pensó que estaba loca, pero el no seguir adelante nunca fue una opción».
Su fortaleza –ella lo tiene claro– «viene de mi fe. Es importantísima. Creo que si no tuviera a Dios y no me agarrara a Él cada día no podría llevar mi vida. Nada te llega por casualidad, Dios está detrás de todo. Tengo el convencimiento de que Dios tiene un propósito para nuestra vida».
Esta mirada no la ha encerrado en sí misma, sino que le ha hecho darse cuenta del sufrimiento de los demás: «La gente vive con mucho desarraigo, y cuando vienen niños con problemas no entienden, se hacen preguntas: “¿Por qué mi hijo?” Creo que hay una necesidad muy grande de Dios, y cuando pasan estas cosas, mucho más».
Eva recuerda especialmente el caso de una chica que «me dijo que había abortado y estaba con un psicólogo. Yo he tenido tres niños con problemas y nunca he necesitado un psicólogo. Entonces, ¿por qué no ayudar a esas chicas, que no saben afrontar su maternidad? Deben tener a su lado personas que las orienten y que no las inciten a abortar». Personas como Mariano Calabuig, presidente del Foro de la Familia, que en el mismo acto recibió el Premio CEU por la Vida, en la categoría Defensa Pública de la Vida.