Famiglie per l'Accoglienza [existe también en España: Familias para la Acogida] cumple cuarenta años. Con 3.300 socios solo en Italia y con sedes en distintos países del mundo, la red de familias que se acompañan en la experiencia de la acogida, que propone como un bien para toda la sociedad, ha acogido en estos años a más de 1.000 menores en adopción y más de 1.500 en acogida.
En el número de agosto de Tempi, Valerio Pece entrevista a Alda Vanoni, ex juez, ex presidenta de la asociación, pero sobre todo fundadora y memoria histórica de una realidad "cuyo método ha hecho que, algunas veces, los servicios sociales se examinen a sí mismos".
-Alda Vanoni, ¿cómo nació la experiencia de Familias para la Acogida?
-Era el invierno entre 1981 y 1982. La acogida familiar aún no era una institución regulada por la ley, solo era un intento asistencial puesto en marcha por los servicios sociales y los jueces de menores. Dado que en Milán era una práctica ya activa desde hacía algunos años, el ayuntamiento sintió la necesidad de disciplinarlo proponiendo un reglamento para las acogidas.
-¿Y qué pasó?
-Un amigo muy querido, que entonces era edil en el ayuntamiento de Milán, me pidió que reuniera a un grupo de personas con mi misma experiencia de familia de acogida, o que fueran expertos en este campo. Nos reunimos en mi casa y, al oír que las familias se quejaban de algunas dificultades en las relaciones con los trabajadores sociales -elemento que ha revelado ser una constante en nuestra historia-, él, de forma muy pragmática sugirió: "Si tenéis estas dificultades, cread una asociación que os sostenga, daos una voz un poco más importante". Familias para la Acogida nació así, basándose, por así decirlo, en una idea un poco sindical.
-¿Con qué criterio reunió al primer grupo de familias que vivía la experiencia de la acogida?
-Sobre la base de la experiencia más valiosa que teníamos en común: haber basado nuestra vida en la pertenencia a lo que entonces ya se llamaba Comunión y Liberación, pero que para algunos de nosotros había nacido como Gioventù Studentesca [Juventud Estudiantil].
Alda Vanoni, ex magistrada, fue presidenta de Famiglie per l'Accoglienza.
»Por consiguiente, el elemento más unificador fue el fortísimo deseo de no perder esa experiencia, fundamental, en las vivencias de cada uno de nosotros, y que por ende no podía no serlo en el papel de progenitor de acogida.
-¿Padre de acogida o adoptivo?
-La asociación se amplió con bastante rapidez de la acogida a la adopción aunque, lo confieso, al principio yo sentía mucha perplejidad al respecto. Había pasado diez años como juez del tribunal de menores y la cultura que había respirado en ese ámbito veía en la adopción un modo para resolver un problema de pareja. Dicho toscamente, la adopción era vista como algo un poco "egoísta", servía para resolver una ausencia, para llenar un vacío. La acogida, en cambio, según la visión que se tenía entonces, representaba una experiencia más altruista, en la que se pone a disposición de un niño necesitado a la propia familia.
»En realidad, esta diferencia -aún hay quien la invoca desde un punto de vista sociológico- es de poco peso, sobre todo si se mira a la "estructura" profunda de la relación con el niño.
-Explíquenoslo mejor.
-La base, la relación entre el adulto y el niño, si no es una relación de aceptación completa, a 360 grados -es decir, total, incluida la historia que él niño lleva consigo-, es, en última instancia y de manera sutil, una relación violenta. Mirando a la verdad de la relación, la distinción entre acogida y adopción es nimia. A pesar de que algunos elementos externos sean distintos, en ambos casos siempre tiene que haber un "te abrazo para siempre". Con menos de esto no se hace un verdadero bien al niño.
-¿Cuál ha sido la aportación de don Giussani a la experiencia de la asociación?
-Para algunos había sido nuestro profesor de instituto, nos conocía personalmente. Así que aceptó acompañarnos con una cierta periodicidad, a veces en pequeños grupos, a veces de manera más amplia. Es increíble que en esos primeros encuentros no teníamos conciencia de que lo que nos decía Luigi Giussani valía la pena mantenerlo y grabarlo físicamente. Lo que hemos conservado se convirtió después en El milagro de la hospitalidad, un texto que sigue siendo fundamental y que va al fondo de la relación con el otro.
-¿Qué os decía?
-Don Giussani siempre nos devolvía a la razón, a la raíz de cada relación verdaderamente humana, es decir, a la caridad como verdad del Ser. Y esta tensión mantiene juntos ambos polos de la relación: hace que esta sea más fructífera, más positiva para la acogida y, al mismo tiempo, cambia también a quien acoge. No tanto y no solo un servicio ofrecido, sino mucho más, una ocasión de crecimiento y de enriquecimiento de la familia. Ciertamente, es un crecimiento que pasa a través de no pocas contradicciones: y don Giussani nos enseñó que nuestra compañía es el instrumento para ayudarnos a vivir estas experiencias como pasos positivos.
-¿Hasta qué punto llegaba don Giussani con este acompañamiento? ¿Le presentabais también problemas concretos?
-Sí, alguno intentaba hacerle preguntas específicas. Admito que yo lo hice. Pienso en la relación con los padres biológicos, que es siempre uno de los puntos candentes de la experiencia de la acogida. Sin embargo, él nunca daba respuesta técnicas, no daba recetas. El suyo era un acompañamiento más valioso: nos ayudaba a elevar la mirada, nos explicaba el porqué de esas relaciones, que solo el porqué acaba dictando el cómo. Pero la traducción del porqué en el cómo nunca es mecánica, exige siempre un trabajo y una perspectiva que hay que reconquistar. Giussani nos situaba a nivel radical, profundo y, al mismo tiempo, nos ayudaba a elevar la mirada más allá de las dificultades concretas que cada uno de nosotros vivía.
-De la costilla de Familias para la Acogida han nacido otras realidades. ¿Nos puede hablar de ellas?
-Son realidades espléndidas. Son el perfil del fruto y de la eficiencia aún mejores de nuestra asociación. Hablo de la Fraternità di Monte Cremasco, en la provincia de Cremona, o de la asociación Cometa di Como, que a su vez se han ampliado geográficamente más allá de sus correspondientes lugares de origen. Se trata de realidades muy bien estructuradas, que trabajan en su mayoría en el ámbito de la acogida familiar y que dan a los asociados un apoyo importante, también económico. Proponen a los miembros una perspectiva que yo llamaría casi "vocacional", identitaria: decidir estar con una familia de acogida, acogedora, disponible para las necesidades que la asociación indica, resaltando con fuerza que esta tarea especial se lleva a cabo en la sociedad.
-¿Cuál es su diferencia con Familias para la Acogida?
-Nuestra asociación es mucho más "básica"; no es casualidad que el abanico de nuestras acogidas sean más variado y flexible. Empezamos con la acogida, siguió la adopción, pero seguidamente hubo muchas otras "aperturas". Por ejemplo, en los primeros años, la acogida a los familiares de enfermos que, procedentes sobre todo del sur de Italia, seguían a sus familiares a los hospitales de Lombardía cuando el servicio público no daba aún respuesta a estas necesidades. O bien la acogida en verano, por ejemplo, de niños rumanos o polacos. En la época de la guerra entre Siria y Líbano, junto a la escuela La Zolla, acogimos a los alumnos de una escuela libanesa para apartarlos del estrés del conflicto. Desde siempre estamos abiertos a la hospitalidad "no institucionalizada", como las de jóvenes adultos, madres solteras, ancianos.
-Si tuviera que decir cuál es el corazón de su misión, ¿cuál sería?
-La asociación ofrece una ayuda de "método" y de compañía a todo aquel que abra su casa -por un periodo largo o breve- a quien según la mentalidad corriente es un "forastero". Abrir la propia casa siempre es un esfuerzo, acoger a alguien distinto de uno mismo exige cada vez una "conversión": la ayuda que da la asociación es la de recordar la raíz de esta experiencia, de seguir indicando con paciencia y constancia la dirección de la mirada, porque la experiencia humana dice que no basta con decir las cosas una vez, hay que repetirlas.
-Se insiste mucho sobre el hecho de que la experiencia de la acogida es "generadora". ¿Cómo explica esta palabra clave?
-Cada relación verdadera es generadora, porque tiende a la afirmación del otro. Los padres que traen un hijo al mundo lo entregan a la vida, es decir, a sí mismo, a su destino. La acogida, como nos ha enseñado Giussani, es mirar al otro por todo lo que es y entregarlo a su camino, a su plenitud personal, a lo que el Señor quiere para él. No te quiero para mí, sino que te quiero para ti, por tu grandeza. No siempre es fácil, porque el riesgo de la posesión siempre está al acecho, también en la relación con el cónyuge: tú eres para mí porque me gratificas, porque haces que esté bien. Es la capacidad de ir más allá de esta posesión lo que hace que una relación sea generadora. Generar, como nos explicaba Giussani, es algo muy cercano al concepto de virginidad.
-En el invierno demográfico que estamos viviendo, en un contexto social en el que la llegada de un hijo se pospone continuamente, ¿no cree que ya no es tan claro qué significa de verdad desear y acoger un niño?
-Es un riesgo altísimo. La cultura en la que estamos inmersos está construida sobre un fuerte individualismo. Hace unos días los periódicos publicaron la historia de una niña de 18 meses abandonada en su casa por su madre. ¿La culpa de la pequeña? Obstaculizar la libertad de la mujer, que lo que hizo fue abandonarla con un biberón, en su cuna, durante un semana, haciendo que muriera de hambre. Es verdad que es un caso límite, extremo y casi inhumano, pero por desgracia la tendencia general es esta. El imperativo es gozar de la propia libertad.
»Muchas personas buenas me dicen que sería mejor que sus hijos no se casaran muy jóvenes, porque "en el fondo es justo que disfruten de su vida". Después llega el llamado "reloj biológico", que sigue adelante inexorable, y entonces, como la pretensión es el resultado, corremos angustiados para tener hijos a toda costa, a menudo con modalidades poco humanas. Sin embargo, el hijo, llegado a este punto, ya no es generado, sino comprado o producido. Con esto se pierde la verdad de la relación con un hijo.
-Tras 40 años vividos intensamente, ¿cuál es actualmente el estado de salud de Familias para la Acogida?
-Definitivamente, diría que bueno. La demuestra también la exposición que podrán ver quiénes vayan al Meeting de Rímini. También yo, que ahora me ocupo del archivo de la asociación, pero que sigo llevando en mi corazón la experiencia de Familias para la Acogida, tengo curiosidad por ver lo que se propone como una obra de arte real y atrevida. Una gran plaza, que describe la realidad de Familias para la Acogida, sobre la que confluyen dieciséis estancias que representan las familias de la asociación y en las que se acogen obras de una decena de artistas visionarios. En resumen, después de tantos años seguimos asombrándonos y, tal vez, también asombrando.
Traducido por Verbum Caro.