"¿Sería yo capaz de amar así? ¿Como estos padres que he conocido en mi camino?"
Andrea Alberti es el presidente de Il Disegno, una asociación de ayuda a discapacitados. Recientemente escribió una impactante carta al director del Corriere Cesenate a modo de reflexión sobre la eutanasia como "reconocimiento de que no somos capaces de amar como los padres de Marcello, Simone y Gianni".
Estimado director:
Al ser yo presidente de una asociación de voluntarios que se ocupa del tiempo libre de amigos afectados por diversas discapacidades, en los últimos días me han pedido en varias ocasiones que aborde el tema de la eutanasia.
Algunos de esos amigos solo tienen ligeros retrasos, otros están confinados en silla de ruedas y han luchado toda su vida con una improbable capacidad de comunicación, aunque solo sea para pedir un vaso de agua. Los más graves combinan unas condiciones físicas, motoras y comunicativas dramáticas con una lucidez absoluta de pensamiento.
Una reunión de colaboradores y asociados de Il Disegno.
Soy miembro de la asociación Il Disegno desde hace unos treinta años y su presidente desde hace quince. Pero ¿qué derecho me da todo esto para hablar de eutanasia? Ninguno. Nada de lo que hagas, ninguna profesión, ningún trabajo voluntario, ninguna condición personal o familiar debería darte derecho a tratar un tema tan delicado si no es hablando de ti mismo. Y eso es lo que voy a hacer. Voy a contar lo que me pasó y lo que cambió mi visión personal sobre este tema, dando un vuelco a mi punto de vista anterior.
Hace una semana fui al enésimo funeral de un discapacitado (Marcello) que había asistido a nuestra asociación durante muchos años y al que recuerdo de cuando era niño. Últimamente he asistido a muchos funerales de amigos de Il Disegno que se han ido sin haber hecho nada memorable en esta tierra, sin haber "cambiado las cosas" (como dirían los estadounidenses), ni haber dejado una huella en la historia. Y me he dado cuenta de que no aprendo, de que siempre cometo el mismo error.
Como cuando Michele y Roberta me llamaron para que fuera al hospital porque su amada Simone se estaba muriendo; o como cuando la madre de Gianni me dijo entre lágrimas que su pequeño terremoto nos había dejado. No aprendo. Todas esas veces, e incluso la semana pasada, mientras conducía hacia el funeral de Marcello, pensaba lo mismo: "Bueno, por fin ahora sus padres estarán en paz y aliviados". Y mientras me lo repetía, pensaba en el duro trabajo que un hijo como Marcello implica para sus padres, tanto física como psicológicamente. Pensé que en sus 55 años de vida nunca había dado un paso solo, no había dicho una palabra, no había comido o bebido o ido al baño sin que sus padres le ayudaran. También pensé que en esos mismos 55 años Marcello no había hecho ningún progreso, no había construido nada para este mundo, no había mejorado la sociedad de ninguna manera, no había estudiado, ni mucho menos producido nada que aumentara el PIB ni siquiera en una fracción de punto. No podía hacer otra cosa más que utilizar una herramienta extraña, como si fuera una pistola en la mano de un niño de jardín de infancia. Y a pesar del paso de los años, siguió sosteniendo esa extraña pistola y produciendo el sonido lisiado de un disparo infantil; así, durante más de 50 años. Me dirigía en coche al funeral y pensaba en el alivio que supondría para esos padres no tener que hacer todo esto nunca más y encontrar por fin algo de alivio, algo de paz.
Los colaboradores de Il Disegno ayudan a los discapacitados a disfrutar de la vida.
Siempre el mismo error. Otra vez. Como con Simone. Como con Gianni. Y luego, increíblemente, veo a esas personas que deberían estar aliviadas porque su hijo, que no es capaz de nada, por fin ha dejado un vida carente de satisfacciones y llena de sufrimiento y fatiga. Pero no es así. Lloran, sufren, les gustaría tenerlo allí, darían cualquier cosa por tenerlo de vuelta, por volver a alimentarlo, lavarlo, limpiarlo, acostarlo y levantarlo. Como siempre. Como siempre han hecho durante toda su vida, una vida que no eligieron pero que abrazaron sin miedo, sin duda, sin medida. Una vida así no se puede sostener con el esfuerzo personal, no es suficiente, no es posible. Si el esfuerzo no se convierte en sacrificio, en el sentido etimológico del término (sacrum facere, hacer sagrado), el cansancio y el desánimo se imponen. Tarde o temprano lo hará. Esos padres no se sintieron aliviados por la muerte de Marcello porque durante toda su vida habían convertido en sagrado su hacer, porque su hijo valía tanto como el mundo entero y lo demostraban en cada gesto, por muy laborioso y doloroso que fuera.
¿Qué tiene esto que ver con la eutanasia? ¡Todo! Tiene que ver conmigo y con mi asombro ante quienes son capaces de amar así.
¿Sería yo capaz de amar así? ¿De esta forma totalmente gratuita, sin ninguna satisfacción humana, sin ningún orgullo paternal, sin que nadie nunca me diga "qué hijo tan bello", "qué bueno es" y "quién sabe qué satisfacciones te da"?
Il Disegno es un espacio de convivencia que alegra el día de las personas con discapacidad y sus familiares.
No juzgo a los que ya no pueden soportar el dolor de una vida muy difícil, y menos aún me atrevería a hacerlo con los que no pueden soportar ver a sus seres queridos sufriendo. No soy capaz de entrar así en esos corazones. No puedo permitírmelo. No sería justo, ni siquiera Dios viola la libertad de cada uno de nosotros. Y para ser sincero, no sé qué haría si me encontrara en una situación así. No lo sé y realmente no lo sabré hasta que me pase a mí. Hablar es una cosa, la carne gritando de dolor es otra. Pero por enésima vez mi visión ha sido trastocada por una lección de amor infinito, invencible, totalizador y gratuito. Así que la pregunta que me hago es otra: si supiéramos amar como esos padres, si supiéramos cuidar el dolor de las personas, soportar su fatiga, calmar las heridas que la enfermedad inflige al cuerpo y al alma, ¿la eutanasia sería realmente un tema de discusión? Si los que sufren se sintieran amados con un amor infinito, gratuito y totalizador como el que sintieron Marcello, Simone y Gianni, ¿querrían realmente privarse de él? ¿Puede el dolor ganar al amor?
Al salir del funeral pensé que nunca podría juzgar a alguien por ceder a su inmenso dolor, no está bien y nunca lo haré. Pero no endulcemos un trago amargo, no tergiversemos la realidad solo porque duele demasiado. No sacrifiquemos la verdad en el altar de la ideología: legalizar la eutanasia no significa hacer posible un acto de amor extremo, sino el triste reconocimiento de que no somos capaces de amar como los padres de Marcello, Simone y Gianni.
Traducido por Elena Faccia Serrano.