Como Pablo y Sandra hay muchos matrimonios en el mundo. Se aman y quieren ser padres pero los hijos no llegan. La infertilidad de uno de los miembros de la pareja lo impide provocando grandes sufrimientos en el matrimonio. En la Iglesia cada vez hay más casos y también ellos necesitan de un acompañamiento especial.
Cuando este joven matrimonio puso sus sufrimientos ante Dios durante un retiro en un monasterio y dijeron con firmeza que se hiciera la volutad de Dios y no la suya todo cambió. El sufrimiento cambió y Dios les dio una gran sorpresa a modo de hijos adoptivos. Además, el primero llegó justo un año después de ese encuentro íntimo con el Señor.
En una entrevista Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
entrevista a este matrimonio para Alfa y Omega donde explican cómo han vivido esta situación y cómo se puede vivir bajo el prisma de la fe:
Su amor es tan fuerte que les hizo dar vida mucho antes de saber que eran padres. Pablo y Sandra pasaron un desierto que empezó con un mazazo: infertilidad, pero por el camino descubrieron cosas sobre el amor que antes no sabían. Hoy son padres de dos niños adoptados: uno de 2 años y otra de apenas 20 días. Se ve que a Dios le gusta hacer milagros.
Pablo:Ya desde el noviazgo hablamos de nuestro deseo de ser padres, y ser padres de una familia numerosa. Y al casarnos vimos que no teníamos ningún motivo para no estar a abiertos a una nueva vida ya desde el principio, eso a pesar de que la gente y algún sacerdote nos recomendaba incluso esperar un año.
Sandra:Sí, pero eso nos chirriaba, la verdad.
P.:Nos abrimos a la vida desde el principio.
S.:Y me quedé embarazada ya a los tres meses de casarnos.
Pero lo perdimos a las sietes semanas, muy chiquitín. Le pusimos nombre: Emmanuel, y hoy es un intercesor para nuestra familia.
S.:Sí, pero no venían. Consultamos a los médicos y al cabo de tres años nos dijeron que no podíamos tener hijos. «¡Pero si ya hemos tenido uno!», decíamos. No entendíamos nada. Sabíamos que para Dios no hay nada imposible, y seguíamos intentándolo. No podíamos tener hijos, pero Dios ya nos había regalado uno. No sabíamos por qué, y no sabíamos tampoco por qué no nos regalaba otro. Todo eso nos causaba confusión. Cuando nos dieron el resultado de las pruebas, la doctora nos dijo: «Necesitáis un milagro».
P.:Nosotros podíamos haber sido padres recurriendo a la fecundación in vitro, pero no quisimos. No lo dudamos, fue natural. Teníamos claro que no queríamos crear a nuestros hijos en un laboratorio.
S.: Sobre todo, habiendo niños ya nacidos y que a lo mejor nos podían necesitar. Aparte de todo el sufrimiento y desgaste emocional y físico que suponen estos tratamientos.
P.:Ahora podemos decir que fue duro pero muy bonito. Hubo mucho sufrimiento, sobre todo por parte de Sandra, y también por mí por la necesidad de acompañar su sufrimiento. Fortaleció mucho nuestro matrimonio porque aprendimos a sufrir juntos. Estábamos atentos a la tentación de que nuestros respectivos sufrimientos nos distanciaran.
Hicimos mucho esfuerzo para perdonar, ponernos en el lugar del otro, no esperar que el otro me entendiera… Aprendimos a empatizar, perdonar y respetar los tiempos del otro. Y mucha oración y muchas lágrimas. Todo eso nos fue acercando el uno al otro, y hubo detalles sobrenaturales que ayudaban a cada uno a hacer gestos de acercarse al otro.
S.:Yo creo que la mujer en estos casos sufre de manera más intensa, pero a mí en ese tiempo me resonaba mucho una idea: mi familia es Pablo, Dios ya me ha regalado una familia que es mi marido. Mi vocación primera es él, no los hijos, aunque los desease mucho. Dios cumplió ya su promesa para mi vocación regalándome a Pablo.
P.:Este tiempo de espera nos puso en nuestro lugar y nos recordó que nuestra vocación es el otro, no «la familia» en general. Mi vocación es Sandra, y nuestros hijos son fruto de nuestra vocación. ¡Cuántas parejas se enfocan en los hijos y luego cuando se van de casa se separan! Es algo natural, pero nosotros intentamos buscar huecos para hablar de nosotros, para estar juntos.
S.:Sandra me decía hace poco: «Bendita infertilidad que nos ha hecho tan fecundos». Viendo ahora nuestra vida, damos gracias a Dios porque nos ha traído por sus caminos.
S.:No hay que confundir la fertilidad biológica con la fecundidad. En nuestra casa siempre ha habido gente de paso, hemos acogido a muchas personas. Una de ellas nos dijo que veía nuestra casa como un lugar fecundo. La fecundidad va más allá de los hijos que vengan o no.
Nosotros estamos al servicio de la Iglesia sobre todo en el trabajo con los jóvenes, y una vez en una reunión vi 500 jóvenes y pensé: «Estos son también hijos nuestros», porque de nuestro amor Dios ha ido sacando vida para otros.
P.:Si nuestro amor es fuerte, tenemos más capacidad y energías para acompañar a otros, para escuchar el sufrimiento de otros…
P.:Empezamos a plantearnos con fuerza la vía de la adopción, y nos apuntamos a un proceso de adopción internacional y otro de adopción nacional especial, para niños con problemas de salud. Pero seguíamos poniendo nuestra esperanza en tener nuestros propios hijos biológicos. Eso nos causaba mucha ansiedad, porque los seguíamos buscando activamente y seguíamos esperando continuamente que llegara el milagro. En esas nos fuimos a hacer unos Ejercicios espirituales al monasterio de El Paular, y allí decidimos renunciar a tener hijos biológicos y dejar de buscar el milagro.
El 11 de agosto de 2013 entregábamos a Dios nuestro deseo de buscar hijos a nuestra manera, y le dejamos que Él lo hiciera todo a su manera. Dios cumple las promesas, pero a su manera.
S.:¡Que siempre es mejor que tu manera!
P.:Que un año después nos llaman para contarnos que tienen un niño para nosotros, que había nacido muy prematuramente, con apenas un kilo de peso, y que podía tener problemas de salud en el futuro. Pedimos un momento para ir a rezar a un oratorio que había cerca…
P.:Sí, y Dios nos dio una lectura directa: «Yo te he elegido y no te he rechazado», de Isaías. Y pensamos en el bebé: «Si Dios te ha elegido y no te ha rechazado, ¿quiénes somos nosotros para rechazarte?» Y dijimos que sí. Era el 11 de agosto de 2014, justo un año después de decirle a Dios: «A tu manera». Y a día de hoy no tiene ningún problema y es un toro.
S.:La adopción también nos ha ayudado a descubrir que los hijos no son una propiedad tuya, ni un derecho, sino que son un don, un regalo que te dan. No algo que te buscas tú para que puedas decir: «Es mío». Nuestros hijos son un regalo que nos ha dejado Dios en la puerta de nuestra casa. Son suyos.
P.:Claro que sí. Mucha gente piensa que tiene que haber muchos niños para adoptar, y no es así. En España se entregan a la adopción unos 600 ó 700 niños al año, la mayoría de mujeres que son inmigrantes. Todos los demás se abortan. Es duro pero hay que decirlo: en España está mejor visto abortar que dar en adopción.
S.:Estas mujeres han sido valientes y los han tenido. Nosotros rezamos por su familia de origen y damos gracias por ser tan generosas. Gracias a su generosidad están hoy con nosotros.
S.:Sí hace unos días nos llamaron para entregarnos a nuestra hija pequeña.
P.:Y es otro milagro. Nosotros pensábamos que nunca íbamos a tener bebés. ¡Y ya van dos! Dios cumple sus promesas.
S.:Con generosidad. Porque «la manera» de Dios es la generosidad.