José Pedro Manglano ha publicado en Freshbook su libro El amor y otras idioteces, donde aborda el amor de pareja con agudeza y ejemplos de la historia y la literatura. Manglano es sacerdote, profesor universitario, doctor en Filosofía, teólogo y escritor.  Hace muchos año que los jóvenes son el centro de su trabajo. Es el creador de “Showing Foundation”, una fundación dirigida a jóvenes de todo el mundo, que promueve la conciencia social y solidaria con actividades internacionales. Ha publicado más de 30 títulos que han vendido un millón de ejemplares.

El amor y otras idioteces finaliza, después de 100 páginas de exposición, con un decálogo “para noveles en el amor”. Propone no leer el decálogo sin antes pasar por el libro que lo detalla y prepara. Sin embargo, el decálogo es provocativo y ayuda a reflexionar sobre el amor de pareja. Lo publicamos a continuación, resumiendo sus comentarios, para animar a los lectores a profundizar en el tema y acercarse al libro.




Cada día hay que volver a amar, no se puede vivir de las rentas. Ni no afirmo cada día, con palabras y hechos, que le amo, el corazón se endurece.
 

Hay un amor y muchos sucedáneos. La naturaleza del amor es tal que sólo se puede amar dándolo todo, y sin exigir correspondencia. En amor, los sucedáneos son más baratos, pero no funcionan.
 

Es bueno desear dar al otro el mejor yo: “No quiero darme así de defectuoso, él se merece más”. Se crea así una sinergia que necesariamente nos mejora.
 

Es mejor estar dispuesto a ser engañado que negar al otro la confianza. Al principio puede parecer que se pierde; al final, vence la bondad. En el noviazgo se debe conocer si el otro es digno de mi confianza. Respetar al otro implica no dudar de él, de su intención.
 

No se trata de hacer llorar por capricho, sino porque lo exige el crecimiento. Si no le gusta estar con determinadas personas, o si prefiere estar conmigo saltándose su horario de trabajo, o si le resulta arduo ver a un familiar enfermo, o le disgusta que dedique tiempo a amigos… son situaciones en las que necesita de mí para ser capaz de asumirlas. Mi blanda compasión no le hará mejor. Quien quiere mal, en vez de acompañar sobre el terreno, ayuda a vivir flotando sobre la realidad, sin enfrentarse a las cosas.
 

Es esencial llevar al día la verdad. Ser sincero es el medio para llevar lo que habita mi intimidad hasta la suya, y para traer la suya hasta la mía. Hablar y escuchar, para tratar de comprender.


 

El único dominio que conoce el amor es el sometimiento voluntario que suscita la entrega del otro. Las estrategias de dominio son siempre desgraciadas. El amor da alas, no tiende cadenas. La única cadena que conoce es la coacción que supone el amor incondicional recibido.
 

La naturaleza del amor necesita la libertad. El amor se ha embrutecido si necesita manifestar, explícitamente o con amenazas, sus deseos. Aunque sea más lento, no es bueno romper con esta norma del amor.
 

El noviazgo es un tiempo formidable de la vida que, como las monedas, tiene cara y cruz. Subir a la cima en el amor exige una dolorosa purificación del yo, purificación de todo lo que no me permite amar mejor.
 

Ser novios supone una relación entre dos personas que consideran posible unir sus vidas en un futuro y se abren paulatinamente para conocerse y confirmar o desechar expectativas. Salir con una persona porque gusta, durante un tiempo –un verano, hasta que me canse…- es jugar. Si uno de los dos va en serio, terminará herido por el que juega. Si ambos están jugando, las supuestas manifestaciones de amor pueden ser fingimiento, imitación o indiscreción, y entonces endurecen, vician o hieren.


 

La realidad no se deja manipular. Si una persona no me conviene, por más que quiera convencerme de que es la mejor para mí, seguirá sin convenirme. Y el tiempo dará la razón a mi realidad, no a mi montaje mental.
 

Declarar que el otro me necesita, que me da pena, que se moriría sin mí, no es criterio para establecer o continuar el noviazgo. Ayudar al otro no es ni puede convertirse en objetivo exclusivo de la relación. (Cuando hay compromiso… ya es otro cantar).
 

La complicidad para el mal acaba desuniendo. Une mucho hacer el mal juntos, pero hacerlo tomados de la mano no hace bueno lo malo, y lo malo, como es mentira, termina por desunir. Así se explican los odios superlativos de quienes estuvieron tan unidos, incluso para el mal.





En este vídeo en YouTube, Alfredo Urdaci comenta en 13TV el libro "El amor y otras idioteces" de José Pedro Manglano