El ámbito de aplicación del aborto legal no ha dejado de ampliarse desde su legalización. Esa legalización estuvo bien preparada por campañas de manipulación de la opinión pública que han conseguido modelarla hasta el punto de no poder ser ya ni discutidas. ¿Cómo se perdió la batalla sobre el aborto? Marine Tertrais ofrece algunas pistas en un reciente artículo en el nº 326 de La Nef:
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¡Una batalla perdida!
Mientras Francia estaba confinada, Olivier Véran, ministro de Sanidad, y Marlène Schiappa, secretaria de Estado para la igualdad entre los hombres y las mujeres, se han preocupado ante el descenso en el número de abortos. "La crisis sanitaria vinculada a la epidemia del Covid-19 no debe cuestionar nuestros valores más fundamentales: los de la emancipación de la mujer y su derecho a disponer de su cuerpo", declaraban el pasado 3 de abril.
En pocos años, el aborto ha pasado de ser un "crimen contra el orden de las familias y de la moralidad pública" a uno de "nuestros valores más fundamentales". Esta evolución ideológica se ha apoyado en una legislación que no ha dejado de evolucionar; así, lentamente, el derecho al aborto no se ha vuelto a cuestionar. Peor: oponerse hoy en día a este "derecho" es correr el riesgo de ser estigmatizado, señalado con el dedo como un reaccionario innoble, un católico fanático. ¿Cómo se ha llegado a esto? ¿Cómo se puede explicar esta derrota ideológica? ¿Por qué la cuestión del aborto se ha convertido en un tema sobre el cual es imposible debatir seriamente?
El derecho al aborto como respuesta al malestar de una época
La idea del derecho al aborto no surge de la cabeza de Simone Veil un día de primavera, sino que se preparó y presentó como respuesta a diferentes problemas a los que se enfrentaba la sociedad francesa.
Ya desde los años 30 se intentaba controlar la natalidad. La idea según la cual la maternidad es feliz si la mujer puede tomar la decisión de quedarse embarazada cuando ella quiera fue arraigando en la sociedad, reforzándose en la posguerra. Pero en lugar de seguir investigando el ciclo femenino y la regulación natural de la natalidad, la anticoncepción química se impuso en 1967 como la solución más pertinente. Fue bien acogida por una cierta parte de la población, lo que llevó a los defensores del derecho al aborto a mover ficha.
El mayo del 68 hizo soplar sobre Francia el viento de la liberación sexual, que ejerció aún más presión sobre la necesidad de "disponer de su propio cuerpo". Sin embargo, la sociedad francesa no estaba preparada para despenalizar el aborto. Hubo que esperar dos hechos, a los que se dio gran difusión, para obtener un cambio en la opinión pública.
El 5 de abril de 1971, 343 mujeres, entre ellas la muy popular actriz Catherine Deneuve o la célebre escritora Marguerite Duras, lanzaban, en el Nouvel Observateur, el llamamiento conocido como "de las 343": "Un millón de mujeres abortan cada año en Francia: yo declaro que soy una de ellas". Detrás de esta cifra, ciertamente exagerada, se ocultaba la voluntad de normalizar una práctica criminal clandestina que ponía en peligro la vida de las mujeres que recurrían a ella. El impacto de este manifiesto fue notable.
El manifiesto proabortista de las 343 fue redactado por Simone de Beauvoir, la mujer de Jean-Paul Sartre.
En 1972, los franceses siguieron el mediático proceso de Bobigny, en el que una joven de 17 años, Marie-Claire, fue juzgada por haber abortado tras ser violada. Su absolución, tras una batalla judicial decisiva, fue bien acogida por la mayoría de la población.
Bobigny, en la región de la Isla de Francia, 22 de noviembre de 1972. De izquierda a derecha, Gisèle Halimi, activista de extrema izquierda y abogada de Marie-Claire Chevalier, juzgada por aborto; Michèle Chevalier, su madre; Michel Rocard, dirigente socialista y futuro primer ministro (1988-1991) con François Mitterrand; y Marie-Claire Chevalier. Celebran la absolución de Marie-Claire y las leves condenas de otros implicados. Foto: AFP.
Estrellas de cine, grandes escritores, mujeres violadas... El perfil de la mujer que había recurrido a un aborto ya no era el de la mujer perdida, sino el de una mujer moderna o una víctima. El terreno estaba preparado y la legislación se puso en marcha sin dificultades. "Los defensores del aborto presentaron su práctica como un complemento a la anticoncepción, avanzando una excepción al derecho a la vida por causa de sufrimiento", explica Carolina Roux, delegada general adjunta de Alliance VITA. Ya nada se oponía a estas medidas legislativas.
Hoy en día no está prohibido preguntarse sobre la actitud de los católicos durante este periodo turbulento. ¿Fueron realmente conscientes de lo que estaba pasando? Cuando criticaban a las llamadas "madres solteras" ¿supieron enfrentarse a los nuevos desafíos que se presentaban ante ellos? "En el fondo, recurrir al aborto deriva de un problema de sexualidad no ajustada", analiza Caroline Roux. Y es necesario constatar que la educación afectiva y sexual de los jóvenes se ha impuesto como una necesidad en tiempos muy recientes. En los años 70 nadie se preocupaba de esta cuestión. Por su parte, los defensores de la liberación sexual y, especialmente, de la planificación familiar, acogían a las mujeres que vivían mal su embarazo y les proponían soluciones. Al denunciar la pudibundez de una cierta burguesía, ellos se presentaban como los únicos que comprendían el sufrimiento de estas mujeres. Pero, ¿realmente les proponían un acompañamiento? No está nada claro.
Una evolución progresiva de la mentalidad
Fue durante esos años y en ese contexto cuando la mentalidad evolucionó de manera radical. Se banalizó la sexualidad, y la noción de compromiso en el amor ya no era necesaria. En cincuenta años, la anticoncepción se ha convertido en una norma y esta generalización no ha reducido el número de abortos, más bien al contrario: según las estadísticas del ministerio de Sanidad, entre 1996 y 2011 ha aumentado el número de abortos entre las mujeres muy jóvenes. Actualmente, el 33% de las mujeres abortan por lo menos una vez en su vida (cada año hay en Francia entre 215.000 y 230.000 abortos: es decir, más de uno de media por cada cuatro nacimientos).
Hay que resaltar también que la despenalización del aborto no tuvo como única consecuencia un cambio de mirada sobre la sexualidad y la pareja. También hizo entrar en el Derecho que un niño con discapacidad podía ser suprimido en el vientre de su madre. "Hoy en día muchas personas estiman, también en ambiente católico, que la vuelta a la aplicación del texto inicial de la Ley Veil sería un mal menor", denuncia Nicolas Sévillia, secretario general de la Fundación Jérôme Lejeune. "Ahora bien, la ley Veil ya preveía el aborto de niños con discapacidad hasta el final del embarazo". Es lo que se llama interrupción médica del embarazo. Con esta medida se perfila una grave deriva eugenésica. El niño ya no es un don de la vida, sino un bien de consumo. Debe ser perfecto, sin defectos.
Marie Philippe ha creado una asociación, IVG [siglas en francés de "interrupción voluntaria del embarazo"] que gestiona la atención telefónica de mujeres que tienen que enfrentarse a la difícil decisión de abortar. En su opinión, esta ideología que consiste en cosificar al niño está muy extendida entre las madres jóvenes. "Hay que tener un niño cuando ya se tenga todo lo necesario: el cochecito, el cambiador, la casa, y cuando se desee", se lamenta.
"Se les ha repetido una y otra vez, en las películas, en la radio, en el instituto, que no hay que llevar un embarazo a término a no ser que haya un proyecto parental, y acaban creyéndoselo". Se trata de una nueva transgresión ideológica permitida por el aborto: la cosificación del embrión. Si se puede suprimir un embrión, es que este no es nada. Y si no es nada, se puede convertir en un objeto de investigación. También podemos conservarlo durante años en un congelador en el marco de la inseminación artificial. Ya no hay límite a la manipulación del ser vivo. ¿Por qué, entonces, asombrarse de las reivindicaciones de la procreación médicamente asistida (PMA) para todas [incluyendo mujeres lesbianas sin dificultades reproductivas] y del vientre de alquiler [GPA, por sus siglas en francés]?
Un debate imposible
¡Cuántas incoherencias en este discurso sobre el aborto! Y sin embargo, es prácticamente imposible tener un debate sobre este tema. Por más que los defensores de la vida expliquen que la supresión de una vida no es una atención sanitaria, que el aborto no te deja indemne, que el sentido común ecológico implica la protección del más débil y no su destrucción, no hay voluntad de escuchar. "La opinión ha sido tan manipulada que se ha convertido en infinitamente maleable, sometida a las mentiras del Estado, que las esgrime como verdades oficiales", denuncia Sabine Faivre, autora de un estudio sobre las repercusiones psicológicas del aborto en el ámbito hospitalario.
"Los defensores más acérrimos del aborto se ocultan detrás de la ley para exonerarse de toda responsabilidad", añade. Y aquí está, ciertamente, el nudo del problema. Dado que el legislador ha tomado una decisión, la opinión ha cambiado radicalmente. Para una gran mayoría de personas, lo que está legislado necesariamente debe ser justo. Entonces, ¿por qué cuestionarlo? En una sociedad sin puntos de referencia, la ley es todopoderosa. Pero puede ser inicua. El legislador puede, por desgracia, servir a otros intereses que no sean los del bien común.
Parece que en un contexto como este, el diálogo no será posible a no ser que se dé libertad de palabra a las mujeres. Libertad de palabra a esas mujeres que denuncian las estructuras de mentira que las han llevado a abortar y cuyo sufrimiento nunca ha sido reconocido. Podemos combatir las ideologías más feroces iluminado la realidad. Y la realidad es que el aborto destruye vidas.
Traducido por Elena Faccia Serrano.