¿Se pueden superar los sentimientos homosexuales? ¿Una persona es capaz de pasar de sentir atracción al mismo sexo a enamorarse de forma heterosexual? ¿Se nace homosexual o "se hace" por ciertas circunstancias familiares? Pepe, un chico español de 30 años, contesta a todas esas respuestas a través de su doloroso testimonio vital.
«Han pasado tres meses desde que terminé la terapia con Elena Lorenzo y todavía me cuesta creerme que aquello que tanto sufrimiento me había provocado haya desaparecido.
»Me llamo Pepe, tengo treinta años y hasta hace bien poco me sentía atraído por otros hombres, lo que en la terapia llamamos AMS (Atracción por el mismo sexo). Fue en mi adolescencia cuando empecé a experimentar que ciertos compañeros y sobretodo adultos me atraían sexualmente. Esto no lo lograba entender porque a mí me gustaban las chicas, era bastante ligón (ahora no tanto porque los años no perdonan), y me sentía sexualmente atraído por ellas (vamos que no tenía ningún problema físico para estar con ellas). Aunque ciertos hombres con características concretas me atraían también.
»Nunca cedí en esa etapa a esta atracción homosexual. Estaba seguro de que era pasajero o que el despertar sexual había explotado demasiado. En aquella época veía mucha pornografía. Mi concepción de la sexualidad era bastante liberal así que tarde o temprano hubiera quitado el cartel de prohibido de mi conciencia y me hubiera dado a todo aquel o aquella que me diera algo de placer. Nadie, absolutamente nadie, me había explicado el sentido auténtico de la sexualidad y yo la había reducido a algo puramente físico. Es la visión que ofrecen los medios de comunicación y la sociedad, ¿por qué iba a pensar algo distinto?
»Pero cerca de mis veinte años, sin buscarlo conscientemente, conocí la Iglesia, sobretodo me encontré con Cristo en la Iglesia católica. La última vez que había puesto un pie en una parroquia fue el día de mi Primera Comunión. ¡Era verdad lo que me contaban de pequeño! El atractivo que ejercía Cristo sobre mí hizo que mi vida empezara a centrarse en Él: cambié hábitos, formas de entender la vida, nuevas amistades, me inundó la esperanza y la certeza de que la vida es algo espectacular. ¡Todo era nuevo! Pero yo seguía con esta atracción homosexual que cada vez iba in crecendo en personas y fuerza. Como empecé a llevar bien la castidad en este tiempo, pensé que podía controlarlo. Pero no fue así.
»A los pocos años de mi conversión entré en un seminario. Yo le quería dar todo a Jesús y a la Iglesia. Me fui de allí porque todo el afecto lo volqué hacia un compañero del seminario y cada día que pasaba era peor que el anterior. Al principio me decía que era una tentación del Maligno y que tenía que rezar más y hacer penitencias, pero esto no se iba. Me sentía muy atraído por él y sin que ninguno de mis superiores me lo aconsejara yo entendí que con AMS no podía ser sacerdote.
»La homosexualidad era un tema tabú en el seminario, como si nadie quisiera entrar en ello para clarificar y ayudar. ¡Jamás he llorado tanto! A partir de ese día empecé a ver el AMS como una maldición, una injusticia.
»Increpaba a Dios y le acusaba de haberme hecho defectuoso. ¿Por qué a mí? ¿Qué había hecho mal? Con resignación en mi fuero interno me dije que ésta era la cruz que el Señor me mandaba, que tenía que tirar hacia delante con ello y resignarme a no casarme o no ser sacerdote. Como si una dimensión de la existencia me fuera privada por algo que yo no había elegido.
»No hablaba de esto con nadie y menos con sacerdotes porque había escuchado a alguno de ellos hacer chistes sobre "gays" y, aunque yo no me identificaba con la vida gay, veía que tenía el mismo problema de atracción hacia los hombres. Tampoco tenía el valor de corregir a estos sacerdotes ni a amigos de la parroquia porque pensaba que si decía algo sabrían que yo era homosexual. ¡La misma Iglesia parecía que no me abrazaba tal y como era! Esto era muy doloroso para mí. No sabía a quién acudir.
»Pude finalmente decírselo a un sacerdote y me ayudó bastante pero no lo necesario. Me dijo que me confesara siempre de estos pecados, que rezara mucho y que me apartara de todo lo que pudiera llevarme a esto. Así desaparecería la homosexualidad. Lo primero cuesta mucho, lo segundo, rezar, ya lo hacía y lo tercero… ¡cómo me voy a apartar de mí mismo, de mis sentimientos!
»Al final, a pesar de mis luchas, conocí a un chico más mayor que yo y tuve relaciones con él. ¡El dolor de mi corazón era aún más agudo! En el mismo momento de dar el paso sabía que toda esta relación era falsa y que lo que hacíamos no respondía a las expectativas de felicidad, plenitud y belleza que pensaba alcanzaría con una relación homosexual.
»¿Acaso no nos venden esto en los medios de comunicación cuando aparecen parejas homosexuales que son aún más felices que las heterosexuales? Estuvimos juntos unos tres meses aunque desde el primer día yo no quería esa forma de vida. Sentía mucha atracción y a la vez repulsión. Sabía que me estaba destruyendo a mí y a él. Pero cuando uno está insatisfecho de la vida, cualquier cosa le vale. Finalmente hui de él.
»Había tocado fondo y me juré que nunca lo repetiría pero había mordido la manzana y el AMS ahora era el protagonista en mi vida. Vivía con miedo a que la gente lo descubriera o a que cediera definitivamente a algo que en el fondo sabía que no era auténtico. Probé de todo para poder eliminar el AMS. Acudí a un psiquiatra que me ayudó a ver el origen de mi homosexualidad: sufrí un abuso por parte de una mujer cuando era pequeño, mi padre estaba ausente siempre y no tengo recuerdos cariñosos de él, mi madre era superprotectora hacia mí, era un chico muy sensible… pero no fue suficiente. Vi que no había nacido así sino que las circunstancias habían perturbado mi desarrollo afectivo-sexual. Pero el saberlo no eliminaba el hecho de mi AMS. Dejé de visitar a este psiquiatra porque en el fondo no me ayudaba.
»Escuché que había grupos católicos de oración de sanación y liberación. ¡Eso es, Dios es quien me va a quitar esto! Fui a todos ellos y más. Fue una ayuda para no perder la esperanza y mantenerme firme en la lucha pero no fue suficiente. Algún sacerdote que conocí aquí me decía que esto era lo que me iba a «curar», que Dios lo puede todo y que lo tenía que pedir con insistencia, como el ciego de Jericó. Lo pedía día y noche pero el Señor quería actuar conmigo del mismo modo como Él ha venido a salvarnos, a través de la Encarnación, es decir, a través del saber hacer de una persona. Sería absurdo decirle a alguien que sufre de obsesiones que no vaya al especialista y se dedique a rezar el Rosario. ¡Usted rece, por supuesto, pero no deje de acudir a aquel que puede ayudarle humanamente!
»Gracias a un sacerdote lleno de sensatez conocí a Elena. (Recordar el inicio de este proceso que he hecho con Elena hace que se me salten las lágrimas de agradecimiento). Fui un poco incrédulo porque había probado ya otras cosas y no funcionaron, pero me fie de mi cura y de ella. ¡Dios había escuchado mis oraciones poniéndome a Elena en el camino! Yo pensaba que me haría un psicoanálisis y que volveríamos a ver el origen de todo esto, pero no consistió en eso. El trabajo que he ido haciendo con ella ha sido un trabajo humano, de maduración y crecimiento personal en y desde todas las dimensiones de mi persona. También este trabajo hubiera sido insuficiente sin el Grupo de Apoyo al que acudía una vez al mes. Nos reuníamos varios chicos con AMS, dirigidos por Elena, y allí poníamos sobre la mesa nuestros avances, miedos, obstáculos… El saber que no eres el único y que otros que te han precedido han salido victoriosos era un aliento para seguir adelante porque a veces el día a día es muy duro.
»Gracias a la terapia entendí con claridad que la AMS no es el problema, sino la expresión de algo más grave que está por debajo y que la atracción hacia los hombres era el modo como se manifestaba. En mi caso, por el abuso que sufrí de pequeño por parte de una mujer muy cercana a mi familia y en la que confiaba mucho, las barreras entre el afecto y el sexo estaban rotas. Aprendí inconscientemente que todo afecto se expresaba a través de lo sexual. Por otro lado estaba excedido de afecto de mi madre y necesitado del afecto de mi padre. Por un lado no necesitaba nada de las mujeres y tenía cierta sospecha siempre hacia ellas pensando que me traicionarían en cualquier momento (como me traicionó aquella mujer), y por otro buscaba esa seguridad, protección y autoestima que un padre puede dar.
»Empecé a ver que lo que anhelaba no eran relaciones sexuales con hombres sino que anhelaba ser abrazado por un hombre, acurrucarme en su regazo, sentirme protegido. No es casualidad que mi atracción fuera hacia hombres grandes, corpulentos, varoniles y más mayores que yo.
»Asombrosamente, según iba trabajando la autoestima, la mirada que tenía hacia mí, las falsas concepciones, las barreras y muros, mis miedos, la forma de relacionarme con hombres y mujeres…, la AMS iba disminuyendo hasta que poco a poco empezaba a formar parte de mi pasado. La terapia y el Grupo de Apoyo estaban reconstruyendo mi persona. Antes había situaciones concretas en las que la AMS se disparaba irremediablemente (con algunas personas en particular) y ya no sucedía esto. ¡Podía relacionarme con estas personas con libertad y sin sentirme atraído hacia ellos! ¡Hasta me paraba a mirar descaradamente para ver si la atracción volvía o no! ¡Se estaba yendo!
»Cuando ya todo estaba asentado y vimos que mi proceso de terapia había terminado, exploté de alegría y agradecimiento a Dios, a Elena, a mi director espiritual, a la Iglesia… La Iglesia siempre me ha dicho la verdad sobre la AMS aunque algunos sacerdotes y laicos no se enteren y hagan daño con sus comentarios y cortedad de miras. ¡No saben hasta qué punto hay palabras que te derrumban y espiritualismos que no te liberan sino que te alienan! Partiendo de mi experiencia pido a los sacerdotes y personas dedicadas a la pastoral que se informen bien sobre estos temas y que si alguna persona está en esta situación que les remitan a los profesionales que le pueden ayudar. Si al primer sacerdote que le confesé mi AMS me hubiera puesto en las manos adecuadas me habría ahorrado muchos años de sufrimiento.
»Si hace unos años me había resignado a vivir soltero por mi incapacidad afectiva, hoy el matrimonio se me presenta como una necesidad real y humana. Todavía no me he encontrado con la mujer idónea pero sí que he conocido a algunas y es sorprendente cómo los miedos y reparos que tenía (a nivel psíquico y físico) ya no están. Ahora, os confieso, que me tengo que frenar un poco porque parece que quiero recuperar el tiempo perdido y tampoco es plan, ¿no?».
Si quieres contactar con Elena Lorenzo, puedes hacerlo clicando AQUÍ