Ha relatado a Tempi.it su miedo común: "No podemos saber si tenemos el mismo progenitor»
Darse cuenta casi inconscientemente de que hay algo que no va bien desde que se es pequeño y descubrir que no es verdad que nacer en un laboratorio de una persona distinta a la que te ha educado es indoloro.
Enfadarse y después darse cuenta de que la responsabilidad no es sólo de los propios padres, sino de todo el sistema.
Sufrir y después reaccionar e intentar combatirlo. Esta es la historia que ha llevado a Audrey Kermalvezen, abogada francesa de 33 años, a convertirse en una de las paladinas de la lucha contra la fecundación heteróloga y el anonimato de los denominados "donantes" de gametos.
Efectivamente, Kermalvezen, miembro de la asociación Procréation médicalement anonyme explica a Tempi.it: «Estamos aquí para testimoniar lo difícil que es haber sido generados de este modo, más que para combatir con el fin de descubrir nuestros orígenes».
La abogada usa el plural porque su vicisitud empezó cuando se casó con un hombre concebido en probeta como ella, pero que sabía desde que era pequeño que había nacido mediante fecundación heteróloga.
¿El azar? «Bueno -sigue la abogada-, cuando era pequeña no sabía nada, sin embargo soñaba con un hombre que llegara y me llevara lejos. Preguntaba continuamente a mis padres si me habían adoptado. A los 23 años elegí especializarme en derecho bioético, aunque todavía no sabía nada de mi historia». En resumen, todo atraía a Kermalvezen hacia el mundo de la probeta.
En 2009, cuando ya tenía 29 años, los padres de la joven decidieron revelarle a ella y a su hermano, que entonces tenía 32 años, que ambos habían sido concebidos en un laboratorio con el esperma de un desconocido.
«Mi hermano se sintió liberado», porque siempre había estado seguro de que en su existencia y en la de su familia «había algo que no iba bien».
La reacción de Kermalvezen, en cambio, fue de «rabia contra mis padres por el hecho de habernos mentido», si bien «después entendí que no sólo ellos eran los responsables del secreto, sino también los médicos que habían creado todas las condiciones para mantenerlo, eligiendo un donante que se parecía a mi padre y diciéndoles que no nos dijeran nada».
Pero el dolor para la abogada ha sido doble porque «con mi marido comparto un temor: el de haber nacido del mismo padre». Razón por la cual «mi marido está muy comprometido en la batalla por el acceso a sus orígenes. Él y sus dos hermanas sabían desde siempre que habían sido concebidos con un donante de esperma, pero también estaban seguros de que sus padres les habrían dado los datos sobre la identidad paterna en cuanto cumplieran los 18 años. Pero no fue así: no tenían ninguna noticia al respecto».
El problema no es tanto la abolición de la ley francesa que desde 1994 establece la obligación del anonimato para el donante «porque yo fui concebida en 1979. Por lo tanto, es mi derecho que contacten con el "donante" y le pregunten si quiere permanecer anónimo o no. Si responde que no quiere revelarme su identidad, respetaré su decisión».
Sin embargo, hay algo sobre lo que Kermalvezen no transige: «La ley protege sólo la identidad, pero la justicia francesa establece que no se puede esconder si mi hermano o marido y yo hemos sido concebidos, al menos, con el esperma del mismo hombre. En cambio, se niegan a responder».
Kermalvezen ha relatado su historia en el libro Mes origines, une affaire d’Etat (Max Milo), publicado en 2014. Desgraciadamente, es difícil para un hijo de la probeta reivindicar un derecho cuando la ley, permitiendo la fecundación asistida, sitúa el derecho del concebido en segundo plano respecto al del adulto.
«Este es el problema por el cual no nos responden», concluye. «Este es el motivo por el cual nosotros no estamos aquí, en primer lugar, para conocer nuestros orígenes, sino para testimoniar lo duro que es nacer así». Porque «no hay remedio» a todo este sufrimiento.
(Publicado originariamente en Tempi.it; traducción del italiano de Helena Faccia Serrano, diócesis de Alcalá de Henares)