La afirmación anterior mereció una inesperada ovación durante la reciente intervención de mi esposa y mía en el Encuentro Mundial de las Familias. En nuestra charla proclamamos la idea, completamente contracultural y católica, de que la vida familiar es en sí misma una actividad y no algo accesorio. Estamos acostumbrados a tener una vida familiar, pero ocupándonos en cualquier otra cosa: colegio, deportes, trabajo, clases... dadle el nombre que queráis. Tenemos tiempo para casi todo salvo para trabajar, hablar y rezar en familia. Y lo que es peor, todos hemos acabado por aceptarlo como normal y necesario, cuando es cualquier cosa menos eso.
La vida familiar nunca ha sido perfecta, pero no hay que ser demasiado nostálgico para darse cuenta de que hace tan poco como una o dos generaciones, se asumía que la vida familiar era el entorno donde la gente aprendía a ser seres humanos. La vida familiar era el lugar donde tenía lugar la socialización, donde padres e hijos desarrollaban un sentido de la finalidad, del significado, de los valores. La familia constituía la principal y más importante relación de las personas... pero de verdad, no sólo nominalmente. A los niños se les permitía involucrarse en actividades extraescolares en la medida en que eso no alterase demasiado las comidas familiares, el tiempo para ir a la iglesia y otros importantes ritos familiares.
Los Popcak, durante su intervención en el Encuentro Mundial de Familias celebrado en Filadelfia del 22 al 25 de septiembre. Foto: ©Jordi Picazo.
Tres generaciones de cultura del divorcio han destrozado esta idea. Hoy [en Estados Unidos] el 41% de los niños nacen de madres no casadas y aproximadamente la mitad de los niños tienen algún hermanastro. En una época en la cual para tanta gente la experiencia de la vida familiar ha sido alterada tan radicalmente, casi todas las familias -incluidas las familias intactas- han caído víctimas de la idea de que la socialización, el sentido, la finalidad, los valores, la dirección y las relaciones significativas deben tener lugar fuera del hogar, quedando el hogar familiar reducido a una estación de tren por el que pasa cada cual de camino hacia las actividades realmente importantes.
Los investigadores registran que la generación del milenio alcanza cotas más elevadas de narcisismo que cualquier otra generación anterior, pero si eso es verdad, es sólo porque los padres hemos cerrado por completo la puerta a una vida familiar plena de significado, esa que la Iglesia nos dice que es Escuela de Humanidad donde todos aprendermos las virtudes que nos ayudan a vivir la vida como un regalo (Familiaris Consortio, 21).
Cuando sugiero a los oyentes de mi programa de radio que necesitan dedicar un tiempo fijo cada día para trabajar juntos, jugar juntos, hablar unos con otros y rezar juntos como familia, me encuentro con un nivel de angustia casi existencial. "¡¿se supone que encontraremos tiempo para ?!"
Las familias católicas se han tragado la mentira ambiente de que si nuestros niños no están embarcados en tres mil actividades el miércoles por la tarde, entonces les estamos privando de algo y de que serán unos excluidos sociales, si es que no unos absolutos ineptos sociales. Pero lo que hace socialmente inepta a una persona no es si sabe o no sabe meter un gol o encestar una canasta, sino más bien si sabe o no sabe cómo ser un buen marido y padre o esposa y madre. Tales lecciones sólo pueden ser aprendidas en la Escuela de Humanidad que es la vida familiar.
Nada de esto implica acabar con las actividades extra-escolares. El deporte, las clases de música y los compromisos sociales pueden jugar un papel importante en crear una vida plena. Pero cuando estas cosas amenazan la tarea principal de la familia, es tiempo de hacer un cambio. Me gustaría sugerir que ha llegado la hora para los padres católicos de evangelizar la cultura -e insistir en rehumanización de la sociedad- recuperando nuestras familias en tres pasos sencillos (aunque no necesariamente fáciles).
, preguntaos a vosotros mismos: "Si tuviésemos que dedicar al menos un poco de tiempo cada día (digamos 15 o 20 minutos) para trabajar, jugar, hablar y rezar juntos, ¿qué haríamos?". Haceos vuestra pequeña lista de ideas y luego comentadla en familia. Empezad haciendo una de esas cosas ahora -incluso periódicamente- de modo que vuestra familia se acostumbre a la idea de que estar juntos es algo intencionado.
, empezad a pensar en las actividades extra-escolares (incluidas las vuestras) como algo secundario respecto a la necesidad de hacer tiempo para trabajar, jugar, hablar y rezar juntos como familia. Si realmente te concedieses permiso para dar prioridad a tu vida familiar -como te pide tu Iglesia-, ¿para qué otras cosas habría tiempo? Quizá la respuesta sea: "No demasiado". Pues muy bien. Tu familia sola es la más importante actividad que puedes hacer a lo largo de la semana. Permítete pensar que esto es así.
, empieza a marcar los límites. Dile a los entrenadores de tus hijos que tus chicos no acudirán a entrenamientos o partidos cuando entren en colisión con compromisos familiares: especialmente, tu compromiso familiar de ir a misa juntos. Dile a los respectivos encargados parroquiales que os citen como monaguillos o cantores en la misma misa. No necesitas su permiso o aprobación. Es familia la que está en juego. No la suya. Que giren ellos en torno a ti, no al revés.
Es tiempo de empezar una revolución por la familia. Es posible que no le guste a la gente a la que has dejado pensar que sus hijos les pertenecen. Las revoluciones nunca son fáciles. Pero a la luz del testimonio del Papa Francisco en el Encuentro Mundial de las Familias, quizá la mejor forma de crear una "Cultura del Encuentro" que lleve a Cristo al mundo sea simplemente hacer lo que él dice y finalmente hacer un hueco para "perder tiempo con tus hijos".
Publicado en National Catholic Register.
Traducción de ReL.