Esta investigación ha sido publicada en un libro de Ediciones Ares, Crisis del matrimonio y Eucaristía, y en torno a ello le entrevistó recientemente el padre Santiago Martín para Magnificat TV, entrevista que transcribimos a continuación.
-La comunión eucarística es la máxima expresión visible de la comunión con Cristo y con la Iglesia. Implica compartir la doctrina de la Iglesia y por esto personas rectas, de otras confesiones cristianas, de otras religiones, no pueden ser admitidas a la Eucaristía, pues no existe la comunión en la misma fe. Comporta también una vida según los Diez Mandamientos de Dios. Ahora bien, los divorciados vueltos a casar se encuentran en una situación de contraposición, ante todo con los Diez Mandamientos, pues se trata de un ejercicio de la sexualidad fuera del matrimonio, fuera del amor conyugal auténtico. En segundo lugar, se trata de una incompatibilidad con el primer matrimonio, que es indisoluble, y con el amor nupcial de Cristo por la Iglesia, que es para siempre, total.
-La situación subjetiva debe ser vista con discernimiento caso por caso, en el fuero interno. Pero la situación objetiva, pública, es evidente.
-Algunos están discutiendo la indisolubilidad del matrimonio. Otros, incluso no poniendo esto en duda, dicen que es compatible el matrimonio indisoluble, entendido como un ideal, con una segunda unión de hecho y, por lo tanto, con la admisión a la Eucaristía. No justifican esto, sino que sólo lo presentan como una exigencia práctica de respuesta a una situación sociológica muy difundida, pero no lo motivan teológicamente.
-Si se admite el ejercicio lícito de la sexualidad fuera del matrimonio en algunos casos, como por ejemplo en el de los divorciados vueltos a casar, es difícil poner limitaciones para otros casos de ejercicio de la sexualidad fuera del matrimonio. Sobre todo porque los que conviven sin casarse son muchísimo más numerosos que los divorciados vueltos a casar. Por lo tanto, existirá una presión social, una presión pública muy fuerte.
-Siendo realistas, es previsible un desarrollo en sentido permisivista.
-Ahora se intenta delimitar lo más posible los casos, algunos casos, con ciertas condiciones, bastante exigentes, pero repito: una vez que se sale del principio de que la sexualidad debe ser expresión del amor conyugal, y por lo tanto debe producirse en el matrimonio, es difícil después...
-El magisterio del Papa y de los obispos, desde hace muchos siglos, afirma la indisolubilidad del matrimonio, afirma que el ejercicio lícito de la sexualidad sólo se puede dar en el matrimonio, afirma que no se puede dar la Eucaristía a quien se encuentra en una situación objetiva de pecado grave. Esto es no sólo una disciplina, una disciplina o regulación pastoral de un comportamiento práctico, sino que es una disciplina fundada sobre la teología, fundada sobre la doctrina. Por lo tanto, cambiar la disciplina significa de algún modo revisar, poner en discusión la doctrina con la cual esta disciplina era perfectamente coherente.
-Yo no sé qué dirá.
-Es un hecho que hay una continuidad de praxis, de doctrina pastoral y de disciplina, desde hace muchos siglos. Poner esto en discusión podría debilitar la autoridad, la credibilidad del Magisterio de la Iglesia. Aunque no se trate de poner en discusión un dogma propiamente.
-Desde hace ya tiempo hay una tendencia a reducir la Eucaristía a un rito de integración eclesial y social, a un rito de socialización. Por lo cual, incluso cristianos no católicos son admitidos fácilmente, e incluso creyentes de otras religiones son admitidos a veces a la mesa eucarística. Incluso no creyentes o no bautizados quieren participar como los demás, precisamente porque se ha perdido la percepción de la santidad de la Eucaristía, de la singularidad de este extraordinario y único misterio del amor de Dios. Por lo tanto, se la ve sólo como un rito de socialización, de integración en la Iglesia. Por eso yo creo que admitir a los divorciados vueltos a casar y a los convivientes a la Eucaristía podría ulteriormente agravar esta tendencia que, repito, ya se está dando.
-Con una hermenéutica desenvuelta, todo se puede compaginar. Vemos que algunos lo hacen. Pero un criterio, el primero y más seguro criterio hermenéutico de los textos bíblicos, es el del magisterio del Papa. Un católico debe atenerse, ante todo, a la interpretación que es dada por la Iglesia. Dicho esto, los textos bíblicos de referencia son suficientes y suficientemente claros en sí mismos y es difícil manipular su significado. Leo algunos: "Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre" (Mt 19,6). Jesús claramente presenta el matrimonio como una orden irrevocable de Dios y como un vínculo indisoluble y como un deber para los creyentes. "Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre". "Quien se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella repudia al marido y se casa con otro, comete adulterio" (Lc 16,18). Por lo tanto, no es pecado simplemente la ruptura del primer matrimonio, sino que es pecado sobre todo la nueva unión, la segunda unión, que es calificada por Jesús como adulterio. Hoy, por desgracia, existe esta tendencia a fijarse en el fracaso del primer matrimonio, que no es recuperable, pero la segunda unión es la que impide propiamente el acceso a la Eucaristía. Más aún, por ejemplo San Pablo, que dice: "A los casados les mando, no yo sino el Señor [por tanto habla en nombre del Señor] que la mujer no se separe del marido y si se separa por necesidad [a veces puede suceder esto, en casos extremos, casos de violencia, de peligro para las personas, para los hijos], la que se separa permanezca sin casarse [es la segunda unión la que debe ser evitada] o se reconcilie con el marido. Y el marido no repudie a la mujer" (1 Cor 7,10-11). Por tanto, me parece que es la segunda unión la problemática, la que impide más el acceso a la Eucaristía. Por otro lado, sabemos que, según San Pablo, para poder ser admitidos a la Eucaristía es necesario no estar en una situación gravemente desordenada. "Todo el que coma o beba de forma indigna, come o bebe la propia condenación" (1 Cor 11, 29). El Concilio de Trento ha explicado esto. Todo desorden moral grave, un pecado mortal, impide el acceso a la Eucaristía.
-La misericordia de Dios quiere librar al hombre no sólo del castigo creado por el pecado, sino del pecado mismo. No sólo quiere librar de la mancha sino también de la culpa. Para acogerla es necesaria la conversión. No se acoge, no se recibe la misericordia, si no hay conversión. La conversión es el signo de que la misericordia ha sido acogida. Ciertamente, la gracia de Dios es anterior, viene a nuestro encuentro, nos sostiene, nos orienta, de cara a la conversión. Pero el hombre es libre, debe corresponder a la gracia, colaborar libremente con la gracia. Entonces, ¿qué actitudes son necesarias en concreto? Ser humildes, que es la base de todo; buscar la voluntad de Dios y rezar para conocerla y poderla cumplir; renunciar a establecer personalmente qué es bueno y qué es malo, comer del árbol de la ciencia del bien y del mal, que es el pecado fundamental que está en la raíz de todo. No es la negación de la conciencia, como cuando se dice "yo sigo mi conciencia", pero la conciencia no es la norma suprema de moralidad, sino la norma próxima, y debe ser educada, debe estar en búsqueda del bien, de la verdad, de la voluntad de Dios. De otro modo, no es una conciencia recta. Y después intentar hacer el bien que se percibe a través de la conciencia como bien, hacerlo enseguida, aun si cuesta un sacrificio. Sobre esta tensión puede haber una gradualidad de la conversión, una ley de la gradualidad. Y después, en definitiva, confianza total en la misericordia de Dios.
-Es la autojustificación.
-Esto es justísimo.
-A quien no reconoce tener necesidad de la misericordia... Es la autojustificación. Es lo contrario de la fe, según San Pablo. La Iglesia, por su parte, tiene la misión de cooperar con Cristo, que es el único Salvador, por el bien de todos los hombres. A todos tiene que intentar transmitir la misericordia de Dios, a todos tiene que hacerse cercana, a todos tiene que intentar acompañar. Pero de una forma diferenciada. Este es el punto. Por lo tanto, la Iglesia coopera a la salvación de los católicos que están en plena comunión visible, coopera a la salvación de los que están en comunión parcial, como los cristianos de otras confesiones o los divorciados vueltos a casar, que están en comunión parcial con la Iglesia. Coopera con Cristo en la salvación de los no cristianos, rezando por ellos, intercediendo por ellos, dando testimonio del Evangelio, y también de los no creyentes. La Iglesia es mediación, vehículo de la misericordia de Dios, la invoca, la testimonia, la manifiesta a todos, pero de forma diferente. Se va desde la admisión al sacramento de la reconciliación y a la comunión eucarística hasta la escucha de la Palabra, la oración, la participación en las actividades caritativas, el diálogo e incluso la intercesión por todos, incluidos los no cristianos... El testimonio ante todos, pero los modos deben ser diferentes.
-Yo diría que hay una gradualidad en el bien, el bien es ilimitado. hay un bien mayor y un bien menor. Pero no hay gradualidad entre el mal y el bien. El mal es mal. No es un bien imperfecto, no es un bien menor. Sería gradualidad de la ley si se concibiese el bien como un ideal que después cada uno adapta a su situación, aunque esta situación sea a veces de mal, de pecado; esto sería gradualidad de la ley; no se puede hacer nunca el mal, siempre se deben respetar los Diez Mandamientos de Dios. El mal no se vuelve bien, ni aunque lleve anexos algunos bienes; esto me parece que es algo de subrayar; el robar juntos sigue siendo un mal, aunque en la banda de ladrones haya un buen clima de amistad, de colaboración, de ayuda recíproca.
-Así, una organización mafiosa es mala, aunque en su interior haya determinados valores. Del mismo modo, las uniones ilegítimas, en sí, son un mal, aunque vayan ligadas a varios bienes, como por ejemplo el afecto recíproco, la amistad, el trabajo compartido para la educación de los hijos. Pero estos valores, estos bienes, no la hacen convertirse en un bien en sí misma. Esto es lo que hay que aclarar. Por eso no se puede considerar una unión ilegítima un bien inferior, un bien imperfecto. Es un mal. Por lo tanto, no se puede dejar que las personas se queden en esta situación. Hay que acompañarlas para que salgan de ella, de una forma o de otra, para que se liberen de esta situación. Y viceversa, la ley de la gradualidad es una gradualidad en la responsabilidad personal. Dice el Papa Juan Pablo II que el hombre conoce, ama, aprecia, cumple el bien moral según etapas; está condicionado por factores internos, psíquicos y también por factores externos, culturales, sociales. A veces no sabe que una cosa es mala, y por tanto no es responsable. A veces lo sabe pero no lo ve como tal. A veces no es suficientemente libre para cumplir lo que comprende. En estos casos, la responsabilidad puede ser disminuida o incluso anulada. Decía Juan Pablo II, en un famoso discurso, pronunciado y quizá repetido en tantas otras ocasiones, que los pastores de la Iglesia no deben rebajar la montaña, es decir llamar bien a lo que es mal, sino que deben ayudar a las personas a subir a la montaña con sus fuerzas. Los fieles no deben renunciar a subir la montaña, pues con la gracia de Dios siempre es posible seguir e incluso alcanzar la meta. Por lo tanto, es posible siempre ir hacia adelante. Sólo así, precisamente por la ley de la gradualidad, con caídas, desviaciones, retrocesos, pueden ser menos responsables o incluso no culpables.
-Es cierto.
-Juan Pablo II en la Familiaris consortio dice que para la celebración válida del sacramento del matrimonio es necesaria, al menos, la fe implícita. Pero no se ha aclarado aún lo suficiente qué significa "la fe al menos implícita". Ahora se está discutiendo sobre esto.
-Sí, él ha hablado de este problema y nos ha invitado a reflexionar sobre ello. Yo en mi libro digo que para la celebración válida del matrimonio, del matrimonio sacramento, del matrimonio cristiano, es necesario también la "oblatividad del amor". Hoy se llama "amor" a lo que es sólo, con frecuencia, satisfacción inmediata del propio instinto, búsqueda de la propia autogratificación, en el mejor de los casos una cierta convergencia del egoísmo, a esto se le llama "amor". Pero el amor cristiano es diferente, no es sólo eros sino también ágape. Es amor, ciertamente, que busca la propia gratificación, pero a la vez el don de sí mismo al otro, para el bien del otro, incluso con sacrificio, con fidelidad, con esfuerzo, y el don común a los hijos, en su generación y en su educación. Si falta esta oblatividad del amor y no se vive el sacramento, quizá ni siquiera se celebra. Porque Jesús ha dicho: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 13,34). Aquí se trata de hacer el matrimonio cristiano, que es representación y participación del amor esponsal de Cristo por la Iglesia. Por lo tanto, es necesario tener al menos el propósito, el proyecto, el esfuerzo de amar como Cristo ama, es decir en manera oblativa. Me parece que esto es necesario.
-Creo que no. Sería al contrario, disminuirían. Por muchas razones. Basta con ver lo que sucede con los protestantes y con los anglicanos. El porcentaje de practicantes entre ellos es mucho menor que el porcentaje de católicos en los mismos países. Yo tengo alguna experiencia directa sobre ello, pero no quiero citarlo ahora. Ellos son extremadamente permisivos con respecto a los divorciados, a los homosexuales, a los que conviven, con respecto al comportamiento sexual en general, al aborto... No se facilita el compromiso por la fe. No. Es una gran ilusión. No es negando el sexto y el noveno mandamiento como se aproxima uno a Dios. Está en juego la verdad del amor cristiano. Para acercarse a Dios, que es amor, es necesario cada vez más amar como Él amó, como amor-don, don de sí mismo, incluso con sacrificio, que Jesús nos ha mostrado hasta la cruz. Este es el camino, que después da también alegría; alegría no sólo en la eternidad, sino también ahora, y aquí se podrían citar una infinidad de testimonios. Este es el camino. No se trata de huir de la cruz. Quien quiera ser mi discípulo que tome su cruz y me siga. Si uno pretende seguir a Cristo sin la cruz, no lo sigue; no se puede ser cristiano cada uno a su aire.
-La búsqueda de la verdad es inseparable de la misericordia. Ya hemos dicho antes que la misericordia la recibe el que está dispuesto a convertirse, intenta convertirse. Intenta hacer la verdad, la verdad del amor, la verdad del bien, ante todo.
-Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles. Y la casa es cada familia.