El cardenal Ennio Antonelli, de 78 años, es una autoridad en la materia. Ha sido presidente durante cinco años del pontificio consejo para la familia y ha organizado los dos encuentros mundiales que han precedido al próximo de Filadelfia: en Ciudad de México en 2009 y en Milán en 2012.
Ha acumulado también una notable experiencia pastoral. Ha sido arzobispo, primero de Perugia y después de Florencia, además de secretario durante seis años de la conferencia episcopal italiana. Pertenece al movimiento de los Focolares.
No ha participado en la primera sesión del sínodo sobre la familia del pasado octubre, pero es muy activo en el debate en curso, como demuestra el libro que ha publicado en estos días:
E. Antonelli, "Crisi del matrimonio ed eucaristia", Edizioni Ares, Milano, 2015, pp. 72, euro 7,00.
Es un libro especial: ágil, de pocas páginas, se lee en un soplo. El prólogo es de otro cardenal experto en materia, Elio Sgreccia, que había sido presidente de la pontificia academia para la vida.
El sitio web del pontificio consejo para la familia lo ha publicado íntegro en tres idiomas, entre ellas el español:
> Crisis del matrimonio y eucaristia
A continuación ofrecemos algunos pasajes de muestra.
En ellos el cardenal Antonelli vuelve a proponer, con amable firmeza y realismo práctico, la doctrina y la pastoral vigentes en materia de matrimonio.
Y evidencia las insoportables consecuencias a la que se llegaría con los cambios que se proponen actualmente a distintos niveles de la Iglesia.
__________
de Ennio Antonelli
TAMBIÉN A LOS HOMOSEXUALES CONVIVIENTES, ¿POR QUÉ NO?
Además de los divorciados vueltos a casar, la posición pastoral vigente hasta ahora da indicaciones análogas sobre los convivientes que no tienen ningún vínculo institucional y los católicos casados sólo por lo civil.
El trato que se les reserva es prácticamente el mismo: no admisión a los sacramentos de la penitencia y la eucaristía, acogimiento en la vida eclesial, cercanía respetuosa y personalizada para conocer concretamente a cada persona, orientarla y acompañarla hacia una posible regularización de su estado.
Ahora bien, algunos plantean la hipótesis de admitir a la eucaristía sólo a los divorciados que se han vuelto a casar, excluyendo a los convivientes, a las parejas de hecho, a las parejas homosexuales.
Personalmente considero que esta última limitación es poco realista, porque las personas que conviven son mucho más numerosas que los divorciados que se han vuelto a casar. Por la presión social y la lógica interna de las cosas acabarán prevaleciendo, sin duda alguna, las opiniones orientadas hacia un permisivismo más amplio.
Es verdad que la eucaristía es necesaria para la salvación, pero esto no significa que de hecho se salven sólo aquellos que reciben este sacramento. Un cristiano no católico o incluso un creyente de otra religión no bautizado podría estar espiritualmente más unido a Dios que un católico practicante y, sin embargo, no puede ser admitido a la comunión eucarística porque no está en plena comunión visible con la Iglesia.
La eucaristía es vértice y fuente de la comunión espiritual y visible. También la visibilidad es esencial, pues la Iglesia es el sacramento general de la salvación y signo público de Cristo Salvador en el mundo. Sin embargo, desgraciadamente, los divorciados que se han vuelto a casar y los convivientes irregulares se encuentran en una situación objetiva y pública de grave contraste con el Evangelio y la doctrina de la Iglesia.
En el actual contexto cultural de relativismo se corre el riesgo de banalizar la eucaristía y de reducirla a un rito de socialización. Ya ha sucedido que personas que ni siquiera están bautizadas se hayan acercado al altar, pensando que hacían un gesto de cortesía, o que personas no creyentes hayan reclamado el derecho a comulgar en ocasión de bodas y funerales, simplemente como signo de solidaridad con sus amigos.
PEOR QUE EN LAS IGLESIAS DE ORIENTE
Se desearía conceder la eucaristía a los divorciados vueltos a casar afirmando la indisolubilidad del primer matrimonio y sin reconocer la segunda unión como un verdadero y propio matrimonio, para así evitar la bigamia.
Esta postura es distinta a la de las Iglesias Orientales que conceden a los divorciados vueltos a casar por lo civil un segundo (y tercer) matrimonio canónico, aunque con una connotación en sentido penitencial. Al contrario, en ciertos aspectos parece más peligrosa pues conduce, lógicamente, a la admisión del lícito ejercicio de la sexualidad genital fuera del matrimonio, también porque los convivientes son más numerosos que los divorciados que se han vuelto a casar.
Los más pesimistas prevén que se acabarán considerando éticamente lícitas las convivencias prematrimoniales, las convivencias de hecho y no registradas, las relaciones sexuales ocasiones y tal vez las convivencias homosexuales e incluso el poliamor y la polifamilia.
ENTRE EL BIEN Y EL MAL NO HAY GRADUALIDAD
Sin duda es deseable que en la pastoral se asuma una actitud constructiva, intentando "consiste en identificar los elementos positivos presentes en los matrimonios civiles y, salvadas las debidas diferencias, en las convivencias" (Relatio Synodi, n. 41).
Ciertamente, también las uniones ilegítimas contienen auténticos valores humanos (por ejemplo, el afecto, la ayuda recíproca, el compromiso compartido hacia los hijos), porque el mal siempre está mezclado con el bien y no existe nunca en estado puro. Sin embargo, es necesario evitar presentar dichas uniones como valores imperfectos en sí mismas, pues se trata de desórdenes graves.
La ley de la gradualidad concierne sólo a la responsabilidad subjetiva de las personas y no debe transformarse en gradualidad de la ley, presentando el mal como bien imperfecto. Entre verdadero y falso, entre bien y mal no hay gradualidad. La Iglesia, si bien se abstiene de juzgar las conciencias, - que sólo Dios ve -, y acompaña con respeto y paciencia los pasos hacia el bien posible, no debe dejar de enseñar la verdad objetiva del bien y del mal.
La ley de la gradualidad sirve para discernir las conciencias, no para clasificar como más o menos buenas las acciones que hay que llevar a cabo y menos aún para elevar el mal a la dignidad de bien imperfecto.
En lo que concierne a los divorciados que se han vuelto a casar y a los convivientes, lejos de favorecer las propuestas innovadoras, dicha ley sirve, en definitiva, para confirmar la praxis pastoral tradicional.
NADA DE PERDÓN SIN CONVERSIÓN
La admisión de los divorciados vueltos a casar y de los convivientes a la eucaristía comporta una separación entre misericordia y conversión que no parece en sintonía con el Evangelio.
Este sería el único caso de perdón sin conversión. Dios concede siempre el perdón, pero lo recibe sólo quien es humilde, se reconoce pecador y se compromete a cambiar de vida.
En cambio, el clima de relativismo y subjetivismo ético-religioso que hoy se respira favore la autojustificación, particularmente en ámbito afectivo y sexual. Se tiende a disminuir la propia responsabilidad, atribuyendo los eventuales fracasos a los condicionamientos sociales. Es fácil, además, atribuir la culpa del fracaso al otro cónyuge y proclamar la propia inocencia.
Sin embargo, no se debe callar el hecho de que si la culpa del fracaso puede ser alguna vez de uno solo, al menos la responsabilidad de la nueva unión (ilegítima) es de ambas personas que conviven y es ésta sobre todo la que, hasta que perdure, impide el acceso a la eucaristía.
No tiene base teológica la tendencia a considerar positivamente la segunda unión y a circunscribir el pecado sólo a la precedente separación. No basta hacer penitencia sólo por ésta. Es necesario cambiar de vida.
INDISOLUBILIDAD, ADIÓS
Normalmente, los defensores de la comunión eucarística de los divorciados que se han vuelto a casar y de los convivientes afirman que la indisolubilidad del matrimonio no se pone en discusión.
Pero, más allá de sus intenciones, a causa de la incoherencia doctrinal entre la admisión de estas personas a la eucaristía y la indisolubilidad del matrimonio, se acabará negando en la praxis concreta lo que se seguirá afirmando teóricamente en línea de principio, corriendo el riesgo de reducir el matrimonio indisoluble a un ideal, tal vez bello, pero que sólo unos pocos afortunados pueden realizar.
A este respecto es instructiva la praxis pastoral que se desarrolló en las Iglesias orientales ortodoxas.
Éstas, en la doctrina, afirman la indisolubilidad del matrimonio cristiano. Sin embargo, en su praxis se multiplicaron progresivamente los motivos de disolución del precedente matrimonio y de concesión de un segundo (o tercer) matrimonio. Además, los solicitantes son numerosísimos. Ahora, cualquiera que presente un documento de divorcio civil obtiene también por parte de la autoridad eclesiástica la autorización al nuevo matrimonio, sin ni siquiera tener que pasar a través de una investigación y valoración canónica de la causa.
Es previsible que también la comunión eucarística de los divorciados que se han vuelto a casar y de los convivientes se convierta rápidamente en un hecho generalizado. Entonces ya no tendrá mucho sentido hablar de indisolubilidad del matrimonio y perderá relevancia práctica la celebración misma del sacramento del matrimonio.
__________
Traducción en español de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares, España.