Para ser madre lo primero que necesitas es un hombre. Suena a obvio, pero en esta época conviene repetirlo porque parece que el varón no cuenta y que los niños vienen de París o de las clínicas de la Fecundadora Nacional (lo que viene a ser lo mismo). Ya puestos, procura que el varón sea joven y guapo (lo de rico es accesorio, pero si llega tampoco es cuestión de hacerle ascos). Y si además es trabajador, leal, delicado, mejor; y si encima está dispuesto a quererte y respetarte todos los días de la vida, en la salud y en la enfermedad, yo no lo dudaría. Pero recuerda, sin varón no hay hijos, y no sólo para procrear, sino también para educarlos y lanzarlos a la vida. Es imposible ser una buena madre si no se es una buena esposa. Bueno… ¿a qué estas esperando? Ponte el camisón y unas gotitas de chance de Chanel…
Este consejo nos lo podríamos ahorrar porque te va a salir solo: todo para el niño, nada para ti. La maternidad es lo único en este mundo donde el sacrificio brota espontáneamente. E incluso gustosamente. Descubrirás que con el parto, el postparto, las noches en vela, darle de mamar, cambiarle los pañales y los desvelos de los primeros años, es como si un típex imaginario borrara de tu cabeza todo lo que se refiere a ti y solo ocupara sitio –en tu vida- el nuevo ser. La maternidad es una eficaz vacuna contra el egoísmo.
Rock Hudson y Doris Day en la inolvidable comedia Pijama para dos [Lover come back], dirigida en 1961 por Delbert Mann.
La maternidad también es una vacuna contra la soberbia. Por eso la madre se pone hueca con su niñito en brazos, pero nunca se le sube a la cabeza, porque es consciente de que ese milagro no es obra suya. El varón llega a la Luna o corta dos orejas y el rabo en Las Ventas y se pone insoportable. Ninguna de esas proezas son comparables a un ser humano formándose en las entrañas de la mujer y sin embargo, ésta no pierde los papeles. El consejo es que saborees el misterio. Cualquier madre sabe que está ante algo grandioso porque ella no sabe hacer ojos, boca, pies, manos; que la nueva criatura (única, irrepetible, que tomará sus propias decisiones y sus propios derroteros) es muy superior a su pobre contribución; y que aquello le excede… porque viene de lejos y se proyecta al absoluto. Es imposible que se vanaglorie.
El blog Pijama para dos está inspirado en el bestseller del mismo nombre publicado en 2008 por Alfonso Basallo y Teresa Diez. Pincha aquí para adquirirlo.
Por agotada que esté, la recién parida prefiere quedarse con esa cosita tibia y diminuta en el regazo, y no quiere que se lo lleven a Nidos. Es lo que debes hacer en esos primeros meses: no separarte del bebito, aunque te encadene con una dulce esclavitud. No te pierdas sus gateos y primeros pasos, cuando echa los dientes, cuando estrena el cochecito y la calle. Pero tampoco te pierdas, si puedes, sus primeras letras, la “m” con la “a” “ma”, no dejes que nadie más se lo enseñe. La que transmite la lengua materna es la madre, la que enseña las primeras oraciones, y le cuenta los primeros cuentos. No dejes que la guardería te usurpe. Ni dejes que otros modelen su cabecita: eres tú la que tienes el derecho y el deber de imprimir tu sello personal en la cera blanda de tu hijo. Su personalidad, su carácter, todo lo que va a ser el resto de su vida queda marcado para siempre en los primeros cuatro o cinco años de su vida. Como decía Chesterton, “una madre sólo envía al niño al colegio cuando ya es muy tarde para enseñarle las cosas que de verdad importan”
Eso sí, en cuantito, el mozo/a llegue a la adolescencia despréndete de él. Sé que te pido mucho: primero no te desprendas, luego déjale volar. Pero es ley de vida. Recuerda que el niño es tuyo, pero no es cosa tuya. No eres la propietaria de esa vida, sólo su administrador o tutora. En cuanto se valga por sí solo, lo sano es que vuele. Déjale, no le des la vara, no te pongas pesada. Tiene derecho a equivocarse sólo.
En 2014, Alfonso Basallo y Teresa Díez volvieron a sorprender con un libro inteligente y divertido sobre las relaciones entre el hombre y la mujer: Manzana para dos. Pincha aquí para adquirirlo.
La madre lleva en los genes la tendencia a la sobreprotección. Por eso, porque eres genéticamente incapaz de dejar que se pegue la castaña, delega en manos de tu chico tan desagradable tarea. El varón es el encargado de cortar simbólicamente el cordón umbilical y lanzar al niño al mundo para que sufra y se espabile y crezca. La madre querría para el niño una vida indolora, sin espinas ni aristas, y con éxito, pero tal cosa es imposible. El suspenso, el chichón, el desprecio, van en el pack educativo y pueden ser más formativos que dos masters, siete idiomas y una vida regalada. Al chaval hay que prepararle para el fracaso, no para el éxito. Por dos razones: una, el castañazo le hace comprensivo con los demás, los éxitos le hacen un engreído; dos, es la mejor forma de hacerles ver que el bien no siempre tiene premio y el mal no siempre tiene castigo y que, no obstante, es preciso hacer el bien y evitar el mal.
No te canses: no pretendas ir de superwoman, y ser pulcra, hacendosa, solícita, impecable y a la vez amantísima de tu hijo. Cuando el retoño llegue a la adolescencia te hará una pedorreta y te caerás de la peana, sí o sí. No te cortes las venas si compruebas entonces que se te ven las vergüenzas, ni te tenses al mostrarte pardilla y desconcertada ante tu hijo. Siempre nos pillarán en falta porque la coherencia absoluta es imposible: todos tenemos algo de incoherentes. Pero relájate porque nadie te está pidiendo que seas ejemplar, sino que luches por serlo, que no es lo mismo. Ni que seas el colmo de la coherencia, sino que tiendas a ello. Y eso es lo que les queda a los hijos: la lucha; y todo lo que conlleva: deportividad, optimismo, no mirar a atrás y no desanimarse nunca.
Llegará un momento en que se irá, para formar una familia, para correr mundo, para equivocarse. Tu papel consiste en dejarle marchar, respetar su libertad, llorar por él y esperar, quieta parada en tu sitio. Tranquila: la familia es el lugar al que siempre se vuelve. Pero antes te ignorará y, probablemente, te tildará de pelma. Sin lágrimas no hay madre, sin el sabor agrio de la ingratitud no hay madre. No esperes su agradecimiento. Siempre te quedará París: tu Humphrey Bogart, el padre, el origen de todo, ¿recuerdas? ¿A qué estás esperando? Chance de Chanel…